Visitamos a la diseñadora Barbara Bendix Becker en su casa en las afueras de Copenhague. Con íconos de diseño y una paleta clara (cuyas razones nos revela), buscó y logró un cálido hogar para su familia
A poco de empezar la charla, le hacemos a la entrevistada un comentario para darle una señal inequívoca de que sabemos todo sobre ella (bueno, lo que se puede saber, porque Barbara Bendix Becker es una mujer de un singular bajo perfil). "Fuiste la responsable de sacar del blanco y negro a un clásico mundial: la silla ‘7’ de Arne Jacobsen…". Barbara explota de risa: "¡Así conocí a mi marido!". Habla de Jacob Holm, director de la centenaria Fritz Hansen, firma de diseño que tiene la licencia de creaciones de Jacobsen, Hans Wegner y Poul Kjærholm, por ejemplo, y también de fulgurantes talentos contemporáneos. La coincidencia marca el tono del encuentro: se mezclan con franqueza anécdotas de la vida privada con el diseño, porque la atraviesan. Papá anticuario, abuelo pintor, estudios de diseño textil (su tesis le valió un puesto en Ikea, una experiencia que la plantó en el mundo de lo práctico como pocas cosas), una pasantía en Roma; su sociedad de casi veinte años con Mette Bache (en el Estudio r7b.dk), con quien realiza trabajos de consultoría para afilar el ADN de las marcas tradicionales y ayudarlas a tender puentes entre sus líneas antiguas y nuevas. "A los extranjeros les intriga por qué los jóvenes siguen invirtiendo en las mismas marcas danesas: creo que hay elementos, como un buen reloj, que se pasan a la siguiente generación; o bien interesan las colecciones actuales, que tienen idéntica calidad. En cualquier caso, el secreto está en no tener miedo de usarlos. ¿Ves la marca en el cuero de ese sillón? Es del largo –y húmedo– pelo de mi hija adolescente, un día en que nos sentamos a discutir acá. No deja de ser una señal de vida. ¡Y hasta un lindo recuerdo!"
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