Luxemburgo. El país donde todos son ricos.
En el Gran Ducado hay tres clases sociales: alta, muy alta y altísima. La desocupación no existe y quienes ganan sueldos más humildes salen con sus familias a comer afuera cinco días a la semana.
Acá todos son ricos. Todos.
-¿Todos? ¿Usted también?
-Sí -dice el policía-. Yo también soy rico. Igual que todos.
No se ríe el policía cuando dice esto, mientras hace un alto en su descansada tarea de patrullar las peatonales del centro de Luxemburgo. En su declaración no hay ironía ni burla. Sólo corrobora lo que cualquier persona que habita este país dice sin orgullo desmesurado, como quien cuenta algo evidente y natural: que tienen un nivel de vida rozagante, lo cual se verifica en las estadísticas que le otorgan el primer lugar en la lista de países del mundo con mayor producto bruto interno por habitante (38.000 dólares; la Argentina, por ejemplo, tiene poco más de 8000).
Es uno de los países más pequeños (2586 kilómetros cuadrados) y prósperos del mundo. Hasta los más pobres, si vale la expresión, consideran que tienen una vida acomodada, sin problemas. Antoine, un conductor de ómnibus que se jubiló tras varias décadas de trabajar para la comuna, no se considera rico, como el policía, pero está bien: "Tengo dinero", sintetiza. Y sonríe.
El policía que se declara rico gana 150.000 francos luxemburgueses al mes. Eso es unos 4000 dólares. "Voy al restaurante cinco veces a la semana y gasto, en cada ocasión, mil francos", se ufana. Esos mil francos suman 27 dólares. Ningún problema.
Nadie parece tener problemas en esta monarquía constitucional que ya lleva 161 años de independencia. Ni jóvenes ni viejos sueltan alguna queja de importancia. El sueldo mínimo ronda los 1300 dólares; la tasa de desocupación no llega al 3 por ciento; la delincuencia es un producto extraño, salvo algún episodio sangriento y resonante de los que -globalización mediante- no está exento ningún lugar del orbe. Tan ricos son que los habitantes de la capital del país se pueden dar el lujo de no ser ostentosos; no es que abunden los Gordini 65, ya que los que proliferan son los Mercedes-Benz, pero nadie llega al exhibicionismo del Rolls Royce.
"La gente que tiene dinero no lo muestra. Los que sí lo hacen son los nuevos ricos", sostiene la encargada de una tienda de ropa en la que se venden, con pasmosa cotidianeidad, modelos para todos los días diseñados por Donna Karan o Calvin Klein. La falta de ostentación se hace evidente en la ropa de los adultos, siempre muy fina pero austera, sin esas efusiones de dorados o de sedas del que acaba de llegar a la cima.
Tan normal es la riqueza que cuando a una entrevistada joven y bonita se le pregunta dónde trabaja dice: "En la bijouterie de la esquina", como quien dice: en el mercadito de mitad de cuadra, y resulta que la bijouterie de la esquina es una marmolada casa Cartier.
El barrio de proletarios en esta ciudad se llama Pffafenthal. Está junto al río Alzette, en el fondo de la enorme quebrada que separa y protege el centro de los demás barrios. En la puerta de una casa muy discreta hay un Mercedes-Benz nuevito. Hay otra casa que parece la peor del barrio, con su aspecto de inquilinato y su revoque vacilante; allí vive Olinda, que es portuguesa y llegó al país hace 22 años, en busca de una previsible prosperidad.
Olinda está jubilada y está enferma. El panorama hace prever un testimonio escéptico, desencantado. "Vivo muy bien -afirma Olinda, sin embargo-. Yo hacía tareas en las casas y, por mi enfermedad, me jubilé. Pero no tengo ningún problema. El dinero que me da el gobierno me alcanza para vivir muy bien."
Todo testimonio de un luxemburgués exhala un sentimiento de orgullo medido. No sólo porque son conscientes de lo bien que funciona el país, sino porque también consideran tener una identidad, a pesar de todo. Es que históricamente han sido dominados por Francia y por España y, ya en este siglo y durante la Segunda Guerra Mundial, dejaron mucha sangre para resistir los intentos de dominación alemana. En total, han sufrido veinte asedios y ocupaciones, además de diversos recortes de su territorio, que alcanzó a incluir, en el siglo XIV, partes de Alemania, Polonia, República Checa y Bélgica; era 40 veces más grande que en la actualidad.
"No tenemos nada que ver con los demás países -declara una elegante y enfática mujer, vestida con capa y sombrero, que mira relojes caros en la vidriera de una tienda-. No somos ni alemanes ni franceses ni belgas: somos luxemburgueses"
A pesar de que por su tamaño y su ubicación podría haber sido absorbido por sus enormes vecinos, Luxemburgo tiene una identidad. De hecho, cuenta con su propia lengua (lëtzebuergesch, mélange de un dialecto alemán con algo de francés), que es la oficial desde 1984; el primer libro publicado en este idioma es de 1829. Tienen, también, su propia televisión, su radio, su literatura. Pero las lenguas administrativas son el francés y el alemán, y la moneda es el franco belga.
Así como Luxemburgo precisa de lenguas extranjeras, también precisa de la fuerza de trabajo que puedan aportarle otros países. De los 400.000 habitantes del ducado, poco más del 30 por ciento son inmigrantes, con predominio de portugueses (más de un 30 por ciento) e italianos (cerca de un 20 por ciento).
Es un caso extraño el de este país, cuyo jefe de Estado es el gran duque Jean. No es casual el orgullo que exhiben sus habitantes ya que, como diría un jugador de fútbol, nadie les regaló nada. Hasta fines del siglo XIX era un país agrícola subdesarrollado, hijo de la diplomacia europea y de su vasta madeja de acuerdos.
La mujer paqueta que mira relojes caros lo dice con claridad: "Tuvimos que trabajar muchísimo para ser prósperos." Es que, de esa realidad precaria, de arado y caballo, pasaron a ser un país industrializado gracias, en principio, a la siderurgia. Debido a sus ricos yacimientos, el crecimiento de esta industria fue fenomenal y transformó a Luxemburgo, pero esta área productiva entró en declive en las últimas décadas. Sin embargo, Luxemburgo supo cambiar.
Aunque hoy la compañía que mayor cantidad de empleo genera es una siderúrgica, el grupo Arbed, en la lista de empresas principales del país hay de todo, desde fabricantes de neumáticos -Goodyear- y supermercados hasta firmas dedicadas a la vigilancia y los sistemas de seguridad. Y bancos.
En 1960 había 17 bancos en Luxemburgo y ahora hay 209; la industria financiera y crediticia es la mayor generadora de empleo en la actualidad. Este boom bancario comenzó en la década del 60 y, para eso, tuvo especial importancia una ley que libera de impuestos a las ganancias. Los luxemburgueses, además, supieron aprovechar los diferentes problemas que sufrieron los bancos de los Estados Unidos, Suiza y Alemania, y se hicieron fuertes en este campo.
Los bancos de Luxemburgo, mucho de ellos de capitales alemanes, ofrecen no sólo muy buen servicio a muy buen precio, sino que aseguran también un riguroso secreto bancario y leyes efectivas para liberarse del blanqueo de dinero con orígenes oscuros.
Bancos y siderurgia, pero también empresas de todo tipo. Luego de la Segunda Guerra Mundial, las autoridades del ducado advirtieron que era necesaria la diversificación económica y generaron leyes para apoyarla; esas leyes tuvieron un éxito evidente.
Para eso ha sido muy importante la voluntad de consenso social que existe en el país. Un ejemplo: en 1959, los patrones y los sindicatos de la siderurgia no se ponían de acuerdo respecto de los salarios. El trato parecía muy difícil. Pero no hubo huelgas ni acciones violentas: resolvieron convocar a un especialista neutral, el suizo Henri Rieben, que dictaminó, y su fallo fue aceptado.
El orgullo de los luxemburgueses se relaciona también con el hecho de que son un pequeño país, pero con presencia importante en la Unión Europea, de la cual forman parte y son miembros fundadores. También son cofundadores de la ONU, la Unesco, la Organización Mundial de la Salud, el FMI y el Consejo de Europa, y la capital es sede de la Corte Europea de Justicia y de la Corte de Cuentas Europeas.
Más de una vez algún político, ofuscado por la presencia del país en las decisiones europeas, tildó a Luxemburgo de no país, o de país inexistente. En 1920, por ejemplo, Gran Bretaña objetó la solicitud de Luxemburgo para ser incluido en la Sociedad de las Naciones. El argumento inglés era que no se trataba de un país lo suficientemente grande como para formar un Estado aparte.
Pero en la Sociedad de las Naciones se dictaminó: "El gran ducado de Luxemburgo es un Estado anciano que se gobierna de una manera libre y cuyas fronteras están claramente delimitadas, que es reconocido por los estados civilizados y que siempre ha cumplido escrupulosamente con sus obligaciones internacionales. De acuerdo con estos puntos de vista, Luxemburgo es digno de entrar en la Sociedad de las Naciones."
Un pequeño país que carece de varios de los problemas de sus vecinos grandes. Es más: el tamaño quizá sea uno de los secretos de su prosperidad, más allá del "trabajar y ahorrar" que sueltan, como explicación, muchos de los entrevistados. El sociólogo norteamericano E. F. Schumacher ha señalado que "lo pequeño es bello", y hacía referencia, entre otras cosas, al hecho de que la pequeñez torna más manejable a un país, que acorta las distancias entre el poder político y la gente, le da escala humana.
Sin embargo, en este maravilloso mundo de prosperidad hay mendigos -en el centro suman tres, siempre los mismos- y hay gente con una mirada más crítica. Sasha, un muchacho de 22 años que estudia asistencia social, dice que en los suburbios hay personas que necesitan ayuda. "Hay miseria y hay droga", dice, pero así y todo señala que los sueldos son más elevados que en otros países y que el Estado invierte mucho dinero. "Y un estudiante, en comparación con otros países, aquí tiene mucha plata", agrega.
En Luxemburgo suele haber al menos dos coches por hogar y buena parte de la gente toma vacaciones varias veces por año. "En ningún lado del mundo se puede ganar lo que se gana aquí", dice la encargada de la tienda de ropa. Dentro de lo posible en este sistema solar, Luxemburgo es lo más parecido a un paraíso. No por nada el himno del país insiste con un latiguillo: "Queremos seguir siendo lo que somos." Así cualquiera.
Atractivos para argentinos
Además de un fenómeno económico, político y social, Luxemburgo es un bonito país cuyo atractivo turístico más intenso es la capital, Luxemburgo, y los paisajes de montaña. En principio, desde la ciudad hay una vista demoledoramente bella, que es la quebrada por la que se deslizan los ríos Alzette y Pétrusse, custodiados por parques llenos de árboles que invitan a la caminata.
La ciudad de Luxemburgo también posee algunos castillos y fortificaciones (el término Luxemburgo viene de Lucilinburugh, que significa pequeña fortaleza) que han sido heredados de las diferentes ocupaciones militares efectuadas por otros países. Aunque buena parte de los castillos y fortificaciones fueron demolidos en 1867, aún queda lo suficiente como para hacer de la ciudad un atractivo paseo. Por esas construcciones, el comité de patrimonio de la Unesco incluyó a la villa y a las viejas fortificaciones dentro de la lista de monumentos culturales mundiales.
El bolsillo argentino debe saber también que, si bien el nivel de vida es elevado y eso se nota, es posible conseguir alojamiento a precios medios y que la comida no es más cara que en otros países europeos desarrollados.