Luis Ortega y los legados que no existen
No cree en la trascendencia de su obra y profundiza como pocos en personajes excluidos. A punto de estrenar El marginal, es favorito esta noche para un Martín Fierro por Historia de un clan y se mete de lleno con otro caso oscuro: el de Carlos Robledo Puch
Una infancia en Miami, casi sin pisar la calle. Encerrado en su casa caribeña mirando películas con la ilusión de que era un mundo dentro del mundo. Una adolescencia en Tucumán, ocupado de la vida ahora, llevando a la práctica tanta imaginación. Y entonces Buenos Aires, donde agarró una cámara y se hizo cineasta. Filmó Caja negra, Monobloc, Verano maldito, Los santos sucios, Dromómanos y Lulú, la novedad en la cartelera porteña. Parado en los bordes de la cordura, la historia de Lulú es la de una chica que va en silla de ruedas de acá para allá por puro goce, vive en una casilla destruida abajo del Palais de Glace y tiene una pareja que todos los días sale a recoger sobras de carne con un camión y cada tanto, como si no querer pertenecer fuera un juego marcado por la melancolía, saca un arma y dispara al cielo. Una película hecha por gente extraña con la vocación de embellecer el mundo.
La película, filmada de manera independiente y celebrada en varios festivales del mundo –Roma, Toronto, el Bafici–, es algo así como la despedida de su juventud artística. "Ya hice las películas con diez mil pesos, y llevan muchísimo esfuerzo. Tienen que ver con un momento de tu vida en el que sos pendejo y lo podés hacer. Ahora ya prefiero empezar a trabajar de una manera en donde se potencie más lo que tengo para decir, y para eso necesitás un presupuesto mayor, más copias, más salas. Hasta hoy estuvimos luchando para que nos den salas con Lulú porque hay una cuota de pantalla para películas nacionales y la tiene toda Me casé con un boludo", dice Luis Ortega.
Su vida, a los 35 años, parece expandirse. Está por sacar un disco producido por Daniel Melingo (Tiene vida), en el que hay, entre otros, temas dedicados a María Cash, al clan Puccio y a la ducha de Gastón Gaudio. Está a punto de estrenar en la televisión pública El marginal, un unitario de Underground protagonizado por Juan Minujín que sucede en la cárcel; trece capítulos (él dirigió el primero y mitad del segundo) que desde la primera toma muestran una calidad superior a casi todo lo que se hace en la televisión argentina hoy. Al mismo tiempo, es uno de los grandes candidatos a ser consagrado por la televisión argentina en la entrega de los Martín Fierro de esta noche, donde está nominado como mejor director por Historia de un clan y es favorito.
Además, está terminando de seleccionar el casting para lo que será su próxima película, basada en la historia de Carlos Eduardo Robledo Puch, el ángel de la muerte, y producida también por Underground, la productora de su hermano Sebastián.
¿Cuándo sentís que se conjugaron las dos cualidades de tu cine, el sentimiento, la honestidad del cine independiente, y la técnica, el profesionalismo?
Creo que pasó en Historia de un clan, porque toda la parte profesional tiene que ver con un trabajo que se hace en equipo, con un productor que tiene una idea y consigue la plata y vos te dedicás a hacer lo que sabés hacer. No cuando tenés que hacer un poco de fotografía, un poco de cámara, un poco de dirección. Sin embargo, una de las películas que yo más quiero es Dromómanos, y la hice con diez mil dólares, y con amigos y camaritas de juguete. Pero para mí es una película que es puro corazón. Y no tiene técnica y no tiene chance de formar parte de la industria por cómo está hecha, pero a mí hay algo que me importa mucho más que el cine, que son las personas y la vida. El cine, si no trasciende el cine, para mí no vale nada.
¿En qué sentido?
Si no contiene algo inabarcable puede ser un pasatiempo, pero nada más. Por eso a mí me gustan las historias, pero no es lo que más me importa. Me importan más las películas que se centran en los personajes.
En tu cine es casi imposible no notar cierto enamoramiento con las personas, con los actores, con los personajes, en películas como Dromómanos, como Lulú. No tanto, sin embargo, en Historia de un clan, donde parece haber más distancia con los personajes.
Sí, por empezar por estar situada en un contexto que me es ciento por ciento ajeno, que es San Isidro, el rugby… Pero a medida que fueron transcurriendo los días de rodaje, al mes y medio, yo ya tenía tanto amor por Awada, el Chino, las hermanas, por Cecilia, como por los actores de Dromómanos. Porque llegamos a una intimidad que construimos mientras fuimos filmando. Por eso Historia de un clan se va poniendo más íntimo. Cuando te sentás a hablar por un proyecto que forma parte de la industria, las personas son lo que llegan después, están en segundo lugar. Lo primero que le importa al productor es tener una historia que cautive al público y en todo caso lo que puede ocurrir después es algo especial del trabajo. Pero, en cualquier película industrial o en televisión, primero tenés que garantizar el proyecto en general. A nadie le importa si vos decís "yo amo a este personaje".
¿Cómo te sentiste en ese mundo?
Sumamente cómodo. Y además sentí que tenía la sartén por el mango en un territorio que me era ajeno, y eso pasó porque Underground me dio la posibilidad de hacer mi trabajo dentro de su propuesta, y eso no lo había visto antes en televisión. Quizás en Tumberos, en Okupas, pero por lo general no hay productores, acá en la Argentina, que te convoquen para un proyecto y después te dejen hacer tu trabajo. Yo con Underground sentí la posibilidad de ponerle mi impronta a algo y a la vez poner una estufa en mi casa.
¿Te importa que tus productos le gusten a la gente?
Creo que no existe nadie que haga cosas para que no le gusten a la gente. Creo que es quizás una idea más compleja que tiene que ver con que no estoy dispuesto a hacer cualquier cosa con tal que le guste a la gente.
¿Escenas como muchas de la que aparecen en Lulú, que son revulsivas y hermosas a la vez, tienen lugar en el circuito comercial?
Bueno, estamos hablando justo de eso. En Historia de un clan tuvieron lugar. Por eso a mí me interesa seguir trabajando no sólo con alguien que ponga plata, sino que te pueda leer un libro y decirte: "Creo que le falta claridad, falta que se entienda un poco mejor". Es un tipo que te está diciendo que cree que si lo explicás mejor va a ser más potente.
¿Es una carencia del cine independiente que las películas no se entiendan lo suficiente?
Honestamente a mí no me preocupa que se entienda más, me preocupa llegar más adentro del espectador. Y si para eso es necesario que se entienda más, yo no pierdo nada, al contrario, es una manera de engancharlos más y después sí perderlos en un lugar del que no puedan salir. Entonces quizás sí sea importante que las cosas se entiendan más.
Hablando de que las cosas se entiendan: ¿de dónde viene la canción La ducha de campeón, que está en tu nuevo disco?
Es un tema que le hice a la ducha de Gastón Gaudio. Un día estaba en su casa y le dije que iba a la mía a bañarme y me dijo que me bañara ahí, que no había problema. Lo hice y salí de esa ducha como si me hubiera ido de vacaciones un año. Tiene una ducha que vos caminás y por ahí la ducha te sigue. Es como una ducha inteligente, vos podés andar por el baño que la ducha te persigue. Y pensé que no podía no escribirle una canción.
Sobre un piano, una carta enmarcada. El vidrio que la protege cortado a la mitad. A la izquierda, una foto de Monzón sentado al lado de un mocoso de cinco o seis años. En la carta, escrita a máquina de escribir, se lee: "Ayer escudriñé nuevamente tu película. No sé si tenés real conciencia de lo que es tu obra. (…) Luis, tanta sensibilidad, tanta ternura no se lleva a cuestas gratis, es temerario. Cuidate mucho, porque tendrás que ser muy fuerte". Está fechada en octubre de 2003 y firmada por un tal Leo que es, por caso, Leonardo Favio.
Frente a ese piano con la foto de Monzón y la carta, una estufa eléctrica. Pisos de madera y balcón largo con vista a la calle Lambaré. Varios ambientes. En el living, una mesa grande con algunas botellas de vino cerradas, tazas de té, una máquina de café de cápsulas, un rollo de cocina, galletitas y algún que otro frasco vacío. Trozos de poesía pegados en la pared. Libros desperdigados por varios escritorios. Como en el poema que Elizabeth Bishop le dedica a Ezra Pound, ésta también podría ser la casa de los locos, con el reloj que habita en la casa de los locos y los recortes de diario pegados en la pared de la casa de los locos. Pero no es la casa de los locos, es sólo un caserón en el corazón de Almagro. Hay un perro, un gato, una puerta cancel en mitad de la escalera y muchos recortes de diario. En ellos se ve la imagen de un tipo rubio y titulares que hablan del caso Robledo Puch. Mientras tanto, el dueño de casa adopta, paciente, las posiciones que le pide la fotógrafa. Entonces suena el teléfono. ¿González Catán?, ¿La Matanza? Alguien lo llama de la cárcel y le pregunta si tiene tal o cual banco. Corta. Esta no es la casa de los locos. Todo el mundo, sin embargo, sueña un mundo que no puede tener. Todo el mundo, sin embargo, pierde del rumbo.
En Lulú los personajes están por fuera de la sociedad, lo mismo en Dromómanos, en Historia de un Clan, en la vida de Robledo Puch y en El marginal. ¿Qué atracción tenés hacia eso, lo marginal?
Hay cosas que se imantan por naturaleza, que no son tanto una elección de vida. Te vas encontrando con gente y uno naturalmente va buscando el lugar donde paga lo que tiene que pagar, porque si no, no le veo otro sentido a un mundo tan sacrificado.
Trabajás mucho y te relacionás mucho con gente de la calle, con gente sin techo, con esa suerte de dromómanos, como los llamás vos. Gente a la que en general otra gente le teme.
Es gente que no piensa. Hay personas que te dicen: "No, porque tu carrera...". Está esa noción que todos tenemos de ganar, de ser alguien… Y Lulú, Dromómanos, Caja negra muestran mundos donde todo eso está pasando alrededor y a los protagonistas no los afecta en lo más mínimo. Es la única manera de no pertenecer a un mundo ilusorio, intrascendente. No necesariamente está ligado a la gente que vive en la calle, pero no es casualidad que la gente despojada de la idea del éxito y del dinero sea con la que realmente te podés morir de risa. En un plano real, digo. Hay muy pocos tipos que tienen eso y que no son linyeras. Urdapilleta era uno, por ejemplo, pero era prácticamente un linyera. Gente con la que te podés reír hasta vomitar, ¿viste? Y sabemos que todo es un disparate, y es gente con la que podés respirar, ser real. Honestamente, no me vinculo con nadie que no sea de esta manera.
Tal vez sos más creyente de lo que cualquiera creería: la Biblia dice que Dios está en los pobres.
Henry Miller decía que todo lo que no está en la calle no existe. Y hay algo que tiene que ver con el lugar donde ocurren las cosas, sin dudas, y ese lugar para mí es la calle. Si hay alguien en quien se pueda ver qué está sintiendo, es en un pasajero. La gente baja los brazos cuando está yendo de un lugar a otro. Cuando llega al lugar ya se armó, por eso en la calle ves la gente sin el personaje armado todavía. Cuando le abren la puerta ya son el que van a presentar. La gente que vive en la calle está permanentemente en esa sensación de tránsito, entonces los ves y ya sabés que te podés comunicar, que no te tenés que poner los ojos, la nariz…, ¿entendés? El disfraz de persona.
Todo el mundo sueña un mundo que no puede tener, decís en otro de los temás. ¿Es la gente que no está conforme con la vida?
Es que no conozco a nadie que esté conforme. En el plano real, no conozco a nadie que no esté a un paso de largarse a llorar.
Lulú de hecho está dedicada a uno de los actores de la película, que vivía en la calle y murió, ¿es así?
Sí, Miguel. Era el ícono del romántico. Todos lo conocían en los bares del Abasto, en Almagro. Era un ladrón de poca monta que siempre terminaba robando un auto y lo chocaba en la esquina. Un tipo como no existe otro. Él es un personaje secundario en la película y pasó que siempre que teníamos que empezar a filmar, no lo encontrábamos por ningún lado. Y como él no se quería quedar a dormir en mi casa porque le gustaba dormir en la calle, el productor, Ignacio Sarchi, le puso un GPS escondido en la campera. Entonces cada vez que filmábamos buscábamos en Google y el GPS nos decía dónde estaba y nos íbamos a buscarlo. Pero al final ya se le quedó sin batería y entonces llamábamos a los bares a los que sabíamos que iba y nos decían si estaba por ahí, si había salido o demás, y lo íbamos rastreando. Para ese tipo de aventuras inolvidables hay muy poca gente que te acompaña. No se puede negar que tiene que ver con la juventud, que no hay gente de 50 años haciendo esto; y con la inconsciencia absoluta de exponerte. Porque para salir con tu productor a tirar tiros en el medio de la avenida Libertador, con el camarógrafo atrás, tiene que ser tu cómplice, tu hermano, algo mucho más allá que tu productor.
Antes hablamos de las posibilidades que te da filmar algo desde dentro de la industria, pero Lulú es producto de otra manera de filmar. ¿Qué cosas lindas tiene esta otra forma?
Hay cosas que sólo se pueden lograr con gente que está dispuesta a perder. Y eso excluye todo lo que dije antes en relación a la gente ligada a la industria. Para eso tenés que encontrar otro tipo de personas que están buscando otra cosa, como Ignacio Sarchi, y te pueden acompañar en proyectos suicidas como Dromómanos o como Lulú, en donde básicamente tenés una cámara, los actores, y un productor que va al frente y hace lo que sea para que vos puedas filmar la toma: se pone delante de un camión, te corta el tránsito de manera ilegal si es necesario, disparamos armas en medio de la calle, todas cosas que no se pueden hacer. Para eso necesitás una persona que esté dispuesta a tomar muchos más riesgos de los que podés tomar en la industria. Y sin esa gente no existiría Caja negra, no existiría Dromómanos, no existiría Lulú. Pero olvidate de mí: sin gente como Sarchi no existiría Herzog, no existiría Cassavetes, no existirían las verdaderas grandes películas, donde un tipo se encierra en su casa para llegar hasta la locura y poder filmarlo para que muchos de nosotros podamos sentir que nos pasa lo mismo.
Antes decías que cuando eras chico veías una película y no sabías que había alguien haciéndola. Si hoy alguien viera una película tuya, ¿preferirías que dijera acá está Luis Ortega o que no se diera cuenta de que hay alguien detrás?
Lo que pasa es que Luis Ortega no existe en términos duraderos. Nada existe en términos duraderos. Ni siquiera la obra. Un pibe de 20 años hoy por ahí ni sabe quiénes son los Beatles, y estamos hablando de gente que supuestamente cambió el mundo. Digo, ¿cuánto trascendés? Es ilusorio: trasciendo 15 minutos o 200 años. Yo lo que no quiero es otra vuelta en este mundo.
¿Qué significa eso?
Que hago todo lo que tengo que hacer para que no me quede ninguna deuda pendiente.
Estilismo: Sol Canievsky. agradecimiento: Levy's