Luis Brandoni: un testigo de la vida familiar
Bella, misteriosa, una figura en porcelana de Diana Cazadora que un día llegó a la casa de su infancia encierra, para el actor, la memoria de su familia
La figura, esbelta y desafiante, es un misterio. Luis Brandoni no sabe quién la hizo ni cómo llegó a su familia. En cambio, recuerda el deslumbramiento con el que la miraba de chico en su casa de la calle Alem al 1500, en Dock Sud. Vivían rodeados de objetos sencillos y utilitarios, y aquella escultura en porcelana de Diana Cazadora no parecía tener fin práctico alguno, salvo el de estimular las fantasías del menor de los dos hermanos. Con una mano toma el arco y con la otra busca la flecha, mientras mantiene la mirada en un punto indeterminado allá adelante, acompañada por un perro que certifica su pertenencia a los bosques y al mundo animal. Acaso aquel niño de 9 años que un día se encontró con esa presencia en el living de su casa haya sido tocado por la fuerza del mito: aquella mujer de piel suave y fría le hablaba de historias insospechadas y tierras distantes que estimulaban su imaginación.
Brandoni sospecha que fue su abuelo materno, Luis Emiliani, quien la llevó a su casa. Trabajaba como guinchero, cargando mercadería de los barcos a tierra firme, rodeado de otros italianos como él. La habrá recibido de algún paisano, arriesga el actor. Y es posible: quizá la Diana Cazadora llegó desde Italia hasta las costas del Plata tal como antes lo había hecho Rafael Brandoni, abuelo paterno al que Luis no conoció. También él trabajaba en el río: con su bote, llevaba y traía pasajeros de una orilla a la otra. Hay algo que quizá enlaza la historia de esta figura de porcelana con la de aquellos dos hombres: todos acabaron echando raíces lejos de su lugar de origen, en las riberas de aquel Riachuelo de barcos y estibas que sobrevive en los cuadros de Quinquela Martín.
Además de esa escultura, también la radio avivaba la imaginación de aquel chico. Niní Marshall, Pepe Arias, Fidel Pintos, Juan Carlos Mareco. Esas voces llenaban sus horas y su sed de historias. Por entonces la radio transmitía teatro en vivo. Brandoni recuerda la audición de Cristóbal Colón en la facultad de Medicina, con Pepe Marrone. “Los diálogos eran desopilantes, pero de pronto las voces se apagaban y sólo se oían las risas del público. No había más remedio que imaginar lo que pasaba sobre el escenario.”
La imaginación precisa de un estímulo, pero se alimenta de lo que falta. Oscila caprichosa entre la presencia y la ausencia. Luis dejó de ver diariamente a Diana Cazadora cuando dejó su casa paterna para emprender su vida y su carrera de actor. Y la recuperó hace dos años, tras la muerte de su hermano. Hoy es una presencia insoslayable en el living de su casa. “Tiene bien ganado su lugar. Ahí sigue siendo testigo de nuestra vida familiar”, dice Brandoni. Y suelta un pensamiento en voz alta: “Me gustaría saber qué piensa de mí, que me conoce desde chico.”
Diana es la que acompaña y ve. Nada se le escapa. Si hablara, evocaría momentos inolvidables que sin embargo hoy son materia del olvido aun para aquellos que los protagonizaron. Luis le concede vida y memoria a los objetos de modo natural. Habla de sus libros y de sus discos de vinilo, que aún escucha. No es lo mismo poner un CD que, por ejemplo, el primer disco solista de Mercedes Sosa, para que suene mientras se vuelve a mirar esa tapa que lleva impresa la marca de otro tiempo y hasta la de las propias manos, cuando éramos otros.
“Los objetos tienen un valor intangible extraordinario”, dice Luis, y recita las líneas finales de un poema de Borges titulado Las cosas: “Durarán más allá de nuestro olvido/ no sabrán nunca que nos hemos ido”. ¿Qué pasará con la Diana Cazadora? ¿Seguirá en la familia durante las próximas generaciones? Brandoni comenta que sus nietas ya guardan celosamente sus propios talismanes. Y desliza, quizá inspirado en el poeta sabio y ciego: “Cada cual atesora su propia memoria”.
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