Ludmila Pagliero: con luz propia
Es la primera bailarina argentina que alcanza la categoría de étoile en la Opera de París. Su extraña historia de amor con la danza, un ejemplo de animarse a más
Esta nota tendría que empezar contando que hace poco más de un mes, una noche de jueves, tras una función extraordinaria y singular, la bailarina Ludmila Pagliero fue nombrada étoile de la Opera de París. Pero, en verdad, la historia sobre cómo esta artista talentosa e intrépida se convirtió en la primera argentina en alcanzar tal categoría estelar en una de las compañías de ballet más prestigiosas del mundo comenzó mucho antes, con la hiperinflación alfonsinista.
Entonces los Pagliero le ponían el cuerpo a un amargo desalojo y mudaban sus cosas de un cuatro ambientes a un departamento notablemente más chico, que mamá y papá –ella trabajaba en casas de familia, él de electricista– pudieran pagar. Y en ese contexto, convencida de que algunas actividades extraescolares servirían para paliar la angustia de sus tres hijos, Alba le dio a Ludmila el primer sí y la anotó en danza jazz en una escuelita de barrio.
Una inesperada sucesión de acontecimientos fueron encendiendo luces sobre la niña de 8 años que tiene condiciones, que mejor por qué no aprende clásico, que podría entrar en el Colón. Al final de la carrera en el Instituto Superior de Arte, recibe la propuesta de sumarse al Ballet de Santiago de Chile. Ludmila no duda y resuelve; Alba recomienda: "Lo primero que tenés que tener cuando vivas sola es una carpeta con varios folios para guardar los recibos de alquiler y las boletas que vayas pagando." Hasta ese momento había creído que iba a llegar un día en que la del medio (como había hecho la menor con el asunto del piano) le dijera: "Me cansé de la danza, me anoto en Ingeniería." Pero no.
NO ES UNA PELICULA DE HOLLYWOOD
A los 2 años sabía atarse las zapatillas (las de saltar, jugar, correr). A los 3 leía y escribía. A los 8 tomó su primera clase de baile y un par de años más tarde la mítica Olga Ferri –orfebre de otras primeras figuras como Paloma Herrera y Marianela Núñez– la vio entrar a su estudio de la calle Charcas donde hasta hace unos meses, con 83, aún enseñaba a niñas obstinadas a dar los primeros pasos. A los 12, los maestros hablaban de un talento que no tenía techo. A los 16,
decíamos, se fue del país. Y luego siempre estuvo yéndose alto, cada vez más alto. "No tenía otras posibilidades", sentía.
Se ve. Desde temprano, Ludmila se mostró audaz. Autosuficiente hasta para hacer sus primeras tareas ("Fue difícil ser su mamá, porque ella podía todo sola.") Más bien, independiente. Segura de sí, definitivamente impulsiva. "Siempre fue tan natural, tan simple y cariñosa. De hablar poco y observar mucho. Inteligente y muy intuitiva", define la maestra que le legó una máxima que en silencio siempre se repite y que le ha dado grandes frutos: con las puntas puestas, bien maquillada y peinada, lista para cualquier situación.
"En general, todo en mi carrera me llegó sin tiempo para pensar. Y hay momentos en que cierta inconsciencia ayuda a asumir las cosas sin tanto estrés, sin miedo", evalúa Ludmila. Y hay dos casos bisagra que ejemplifican precisamente esta fortaleza psicológica que, además de las físicas y técnicas, caracteriza a esta artista: después de ganar la medalla de plata en el concurso internacional de Nueva York, en 2003, obtiene un contrato de un año en el American Ballet Theatre que, sin vacilar demasiado, por aquello de que sentía más afinidad con lo europeo, deja a un lado a cambio de un ingreso de tres meses como refuerzo en la Opera de París. "Recuerdo que me llamó por teléfono para consultarme qué hacía –apunta Ferri–. Le respondí, si querés que te conozca todo el mundo y ganar bien, quedate en el ABT, pero si querés ser una gran artista, andá a París."
La segunda gran situación podría ser el siguiente guión de cine que, después de El cisne negro, Hollywood le dedicara a la danza, y se trata de la serie de circunstancias inesperadas que condujeron a que finalmente el último 22 de marzo Pagliero pasara a formar parte de esa corona de 16 estrellas que encabezan esta compañía de 154 integrantes.
El caso es que mientras ella trabajaba con gran dedicación en un encantador programa integrado por coreografías de Mats Ek (Appartement) y Jerome Robbins (Dances at a Gathering), que se presentaba en el Palais Garnier –uno de los dos teatros en los que el ballet desarrolla su temporada–, en la Opera de la Bastilla avanzaban con el montaje de La bayadera. Ocurrió que durante los ensayos de este clásico ambientado en la suntuosidad de la India, las tres bailarinas que tenían asignado el rol de Gamzatti se fueron lesionando. "Ese miércoles me preguntan si podía hacer un reemplazo el sábado. Hacía dos años que no interpretaba el personaje, pero viendo el tiempo que me quedaba, dije por qué no, si hay tres días para ensayar. Pero el jueves por la mañana, cuando iba a ponerme con eso, me avisan que se lastimó una cuarta Gamzatti y que el reemplazo tenía que ser en el estreno, esa misma noche, en una función con transmisión en directo a los cines del país. No hay otra solución: si no bailás vos, no hay función. Sentí una especie de calor en el cuerpo. Eran las 12 del mediodía, me fui a ensayar y como las cosas salían bastante bien, propuse: hagámoslo." El día pasó muy rápido, probándose los trajes, viendo el maquillaje, juntando las zapatillas de punta de Garnier para ir al otro camarín en la Bastilla. Descansando una hora, comiendo un poco, y a las 19.30, saliendo a escena. "Me sentía preparada para asegurar la función, asumir el desafío."
Lo que siguió es lo que la prensa europea y también The New York Times describieron en la mañana del viernes como una gran noticia, que recorrió la Web y que ganó views en un informal video de YouTube que terminó siendo el único documento en tiempo real de esa velada signada por el factor sorpresa. Para las exigencias de la única argentina del elenco bastaba esa noche con hacer la mejor Gamzatti. Así que al final de la función salió a saludar con el resto de sus compañeros, contenta con los resultados artísticos y físicos (al fin y al cabo, ella no estaba lesionada), cuando la sorprendió el ingreso al escenario, todavía a sala llena, de la directora de la compañía, Brigitte Lefèvre (la conocerán de películas como La danse, imperdible documental sobre el detrás de escena de esta rigurosa compañía). Entonces la mujer agradeció a los millones de espectadores en los cines y luego destacó particularmente el coraje de Ludmila Pagliero, como inmejorable pie para dar inicio al discurso oficial que se pronuncia cada vez que se nombra a una étoile. "Fue realmente inesperado. No tenía ningún amigo en la sala, sólo los bailarines que estaban ahí, al lado mío, Aurélie Dupont y Josua Hoffalt."
Por segunda vez el mismo día, Ludmila llama por teléfono a su mamá. La primera había sido a la mañana, para pedirle a Alba, que profesa la fe budista, que rezara por ella. Era medianoche en París y caía la tarde en la casa que el matrimonio Pagliero tiene en Ituzaingó, cuando sonó el teléfono otra vez.
Ludmila: Hola mamá, ¡soy étoile!
Alba: ¿Cómo, hija? ¿Te salió bien?
Ludmila: Que soy étoile. Me nombraron étoile.
(Llanto a ambos lados de la línea.)
"Yo no entiendo nada de danza, pero sí de lo que es un ser humano, y como ser humano, Ludmila es una estrella". Palabras de madre, de mejor amiga.
LA VIDA AVANZA EN PUNTAS DE PIE
A estas alturas está claro que esta historia de amor con la danza no tiene los clichés del género. En la casa donde creció nuestra protagonista nadie escuchaba música clásica, hasta su ingreso (tardío) en la escuela del Colón, al teatro solamente lo conocían de pasar por la puerta, y nunca habían visto un ballet. Incluso, sin disimulo, Alba Bertona revela que no tiene fotos de su hija bailando o en una clase tomada de la barra cuando era chica sencillamente porque no tenían cámara y principalmente porque pensaban que las historias de hadas, princesas y cisnes pronto se desvanecerían. "Después me convertí en una madre muy crítica. Sigo sin entender si tiene bien puesto la mano o el pie, pero varias veces le he dicho: no me hiciste sentir absolutamente nada, o me has hecho llorar. Ahora casi siempre me hace llorar."
Así que con 28 años, y diez después de su ingreso en la Opera Nacional de París, la más joven de las étoiles (una verdadera excepción, además, porque es la única en alcanzar esta suerte de Olimpo sin haber sido formada en la escuela de la institución) pasó por todos los escalones de jerarquías que esta rigurosa compañía propone a sus miembros antes de la jubilación, a los 42. Buen tiempo, buena performance. Ahora se supone que viene una etapa de gran responsabilidad, pero también de mayores libertades; se supone que viene una mejor retribución económica y posibilidades de elección artística. Y todo se supone, porque unos días después de su estelar ascenso, la bailarina sigue como sumida en un excitante y placentero estado de confusión. "Sabés que algo muy importante en tu vida cambió y al mismo tiempo sos exactamente igual. Es una sensación muy rara."
Si algo está claro, además de la felicidad que deja como huella a cada paso esta mujer, es que en la instancia actual ya no hay lugar para evaluar el efecto de ser extranjero. "Traté de convertirlo en un factor positivo, que me permitiera mostrar algo diferente de un producto puro Opera de París. Aprendí el estilo, la escuela francesa, tuve etapas en las que trabajé académicamente para adquirir esa técnica, y después llegó otra en la que empecé a decirme: ya, vamos con lo que tenés en el alma, una Ludmila Pagliero argentina, que fue chilena en su momento y ahora francesa. Mostrar esa versatilidad para no bailar algo simplemente perfecto sino con corazón. Porque cuando estás en el escenario el público quiere que le transmitas sentimientos, que lo hagas soñar, quiere bailar con vos, y no se pregunta de dónde sos. Me fui de mi país, adonde no tuve oportunidades, sin ningún rencor, porque mi camino estaba afuera, y tuve tantas satisfacciones que creo que era mi destino."
A 15 minutos de la Opera (más o menos, según recorre esa distancia en bus o bicicleta), Ludmila pasa menos tiempo en su departamento (llega, come y duerme) que en los escenarios y el camarín. Aunque no baila ni toca ni canta, también su novio la espera allí. Entre las cosas que más la conmueven está aprender un rol y cuando llega a su casa en la noche trata de pensar por qué el personaje reacciona así en tal escena del guión. O al revés, trata de no hacerlo, y se pone a planear las vacaciones por Europa con sus padres, que este año terminarán en Estocolmo, donde está radicado su hermano mayor. O come algo con amigos. O lee, pero sólo biografías (de André Agassi y Pablo Neruda a Keith Richards), porque son el reflejo de lo que uno hace su pasión. Tal vez algún día escriba su propia biografía.
LA VERSION MAS IRREVERENTE Y SIN TUTU
Tras su visita a la Argentina en 2008 y su regreso en 2011, cuando hizo La bella durmiente en el Argentino de La Plata, Ludmila Pagliero regresará este mes a Buenos Aires en una versión diferente de la que se puede sospechar. Junto con una docena de compañeros de la Opera de París, integra un ensamble que, cuando los compromisos oficiales lo permiten, hace funciones con el nombre de 3e Etage (3er. piso). Ponen todo su virtuosismo, ductilidad y creatividad en un espectáculo que pasa de cuadros grupales a solos, que tiene momentos de fantasía y otros de realidad, pasajes muy cómicos y mensajes serios. Samuel Murez explica la anécdota detrás del nombre. "Luego de ingresar al ballet de la Opera Nacional de París me di cuenta de que había algunas cosas que quería hacer diferentes. Convoqué a aquellos bailarines de mi generación que me resultaban más interesantes, los que se destacaban por su talento, con quienes nos formamos juntos, y comencé a crear mi trabajo. La Opera de París posee una estructura jerárquica muy estricta, con siete categorías que van desde quadrilles (cuerpo de baile) hasta étoile (estrella). Dependiendo del nivel al que uno pertenece, es la ubicación del camarín que se le asigna. Los coreógrafos poseen los suyos en el 1er. étage (1er. piso), los étoiles y primeros bailarines en el 2e étage (2º piso), y los solistas y el cuerpo de baile en el 3er. piso (3e étage). Quería fundar un grupo de gente joven, con espíritu irreverente. Por eso lo llamé 3e Etage. Con el paso de los años, aquellos jóvenes fueron promocionados, y ahora son la nueva generación de étoiles y primeros bailarines." El espectáculo Nouvelles Virtuosités (una reinterpretación del tradicional formato de gala de ballet) se verá en el teatro Coliseo, Marcelo T. de Alvear 1125, el 17 y 19 de este mes, como parte del abono de danza Ars Galicia Eminent. www.ticketek.com.ar
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