Lucia Berlin, la autora que venció al olvido
Se cumplen 30 años desde que la escritora Lucia Berlin ganó el American Book Award, uno de los premios literarios más importantes. Ella, la autora que mejor supo narrar el mundo íntimo, ganó ese premio y quedó olvidada hasta hace pocos años, cuando apareció una reedición de Manual para las mujeres de la limpieza, un libro de cuentos. Además, hace poco conocimos aún más esa vida doméstica que la obsesionaba gracias a Bienvenida a casa, una compilación de textos inéditos y autobiográficos que salió recientemente por la editorial Alfaguara.
Durante los últimos meses, quedarnos en nuestras casas, en medio de una pandemia, fue −y es− la llave de la supervivencia. Mientras más tiempo pasamos encerrados, hay más probabilidades de no contagiarnos el nuevo coronavirus. Encerrarse es algo así como sinónimo de salvación. Pero el mundo doméstico no es para todo el mundo igual: no todos tenemos el mismo confort en el living, ni los mismos electrodomésticos. Además, para algunas personas quedarse encerradas puede significar incluso correr un riesgo.
Para la escritora Lucia Berlin quedarse en su casa podía ser realmente peligroso, por lo menos durante su infancia. O quizás no lo era, pero esa es la sensación que transmite en Bienvenida a casa. La autora nació en Alaska en 1936 y falleció en California en 2004: murió sin mucho dinero, viviendo en el garaje de uno de sus hijos y después de afrontar un cáncer de pulmón durante tres años que la dejó pegada a un tubo de oxigeno.
La vida de Berlin está reunida en este nuevo libro. Todo lo que hace a la vida y la carrera de esta autora lo conocemos después de su muerte. Su vida realmente fue un derrotero, estuvo plagada de parejas que no funcionaron, una madre suicida, la adicción al alcohol y mil desgracias más de la vida cotidiana.
Fue la hija mayor de una familia humilde que se la pasó mudándose por Estados Unidos. Su padre era ingeniero en una minera y anduvo viajando con su familia de pozo en pozo, viviendo en casas bastante precarias, con grandes problemas económicos. Llegaron a vivir en Santiago de Chile.
En paralelo, su madre se arrastraba por la casa borracha, con un severo problema de alcoholismo. En sus memorias, Berlin cuenta cómo muchas veces terminaba con su hermana menor durmiendo en casa de sus vecinos. En su propia casa no había quién se ocupara o cuidase de ellas, a pesar de que ella fue una niña que realmente necesitaba ser cuidada: fue diagnosticada con una escoliosis en la columna a los 10 años y durante muchos periodos de su vida necesitó de un corset de acero para que el dolor no fuera tan fuerte y para que la enfermedad no avanzara tanto.
A los 17 años se casó por primera vez y para los 30 ya había dejado a tres maridos y había tenido cuatro hijos. Era difícil para Berlin mantener a su familia siendo únicamente una escritora, por eso agarraba cualquier trabajo que apareciera. Fue profesora en un colegio secundario, en una universidad, operadora en un call center, secretaria en la sala de espera de un hospital, asistente personal de un médico y empleada doméstica. Siempre, en paralelo, escribía sus cuentos y criaba a sus cuatro hijos. Además, bebía y fumaba. Mucho.
De todos modos, esas pequeñas o grandes tragedias −según el punto de vista− de su mundo cotidiano, la llenaron de material para escribir sus historias. Escribió 77 cuentos a lo largo de su vida en los que ficcionalizó todos los obstáculos que atravesó a lo largo de su vida, los que ella misma se puso y los que le pusieron.
Sin embargo, no todo lo que hizo fue publicado. Parte de esa obra se reunió en tres volúmenes Homesick (1991), So Long (1993) y Where I Live Now (1999). Ninguno de esos libros fue traducido el español, a pesar de que el primero ganó el American Book Award. Después del galardón, la obra de Berlin pasó al olvido.
Peligros de la vida doméstica
La clave de la literatura de Berlin es el mundo doméstico: textos escritos en primera persona, escenas de la vida cotidiana, personajes algo locos y traumados por su propia rutina. Ahora, culpa de la pandemia, algunas personas se inventan rutinas para no enloquecer durante el aislamiento social: trabajan, leen y se ejercitan en horarios específicos y dentro de la casa. Se obligan a mantenerse productivos para fingir que todo marcha bien o que la vida es más o menos normal.
El hogar, en este contexto, no parece ser un buen lugar para buscar historias, sino para refugiarse y negar lo que pasa en la calle: clases de yoga por Zoom, vivos de Instagram, personas que pintan paredes o arreglan el jardín, cientos de panes de masa madre. ¿Qué historias habría inventado Berlin durante esta pandemia si hubiese estado viva?
Los cuentos de Lucia Berlin no tienen la paz que suelen tener los cuentos intimistas. No son historias de una persona tranquila tomando un té. Ella era bastante mal llevada y su ficción le hace justicia a su propia biografía. Sin embargo, fue justamente su biografía la que la mantuvo oculta durante años. Es imposible triunfar en el mundo de la cultura con cuatro bocas que alimentar. Todo eso combinado con problemas con el alcohol y una escoliosis incipiente. Además, el hecho de ser mujer también era una limitación. El mercado editorial no miraba con demasiada atención a las madres solteras y alcohólicas.
Además, la autoficción es una moda de los últimos años y no de hace cinco décadas, cuando ella empezó a escribir. Berlin encontraba en la vida cotidiana emociones tan complejas que solo podía contarlas en cuentos. En una entrevista realizada en 1996 por dos de sus alumnos, que se publicó por primera vez en 2016 en la página Literary Hub, Berlin explicaba: “Solo escribo lo que me parece que parece verdad. Emocionalmente verdad. Cuando hay verdad emocional, a continuación sigue el ritmo, y creo que la belleza de la imagen, porque ves con claridad. Por la sencillez de lo que ves”.
En una ama de casa ella podía encontrar el personaje perfecto de una historia dramática o excéntrica. Sin embargo, estos personajes nunca entran en un monólogo interno infinito, a pesar de que la mayoría de sus cuentos están escritos en primera persona. Berlin usa a estas personas comunes para ejercitar un punto de vista muy ácido y muy irónico sobre la realidad. Además, los cuentos de esta escritora demuestran que la situación más insignificante puede convertirse en un problema o en la cosa más interesante del mundo. Todo depende de cómo sea contado.
Esa manera particular de mirar y narrar llegó a Argentina recién en 2015, cuando se publicó Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara), una antología de cuentos que se convirtió en un boom literario, primero en Estados Unidos, y después en el mundo: fue publicada en 30 países. Habían pasado más de 10 años de la muerte de Lucia Berlin y recién en ese momento el mundo se enteraba de su existencia.
Cada tanto aparece la idea del escritor maldito. Generalmente se usa esa expresión para referirse a autores que por algún motivo no triunfaron o se suicidaron o pasaron al olvido o escriben sobre cosas horribles y grotescas. A Lucia Berlin también le impusieron el mote de autora maldita. Nunca están claros los motivos. ¿Era una autora maldita porque tenía una joroba? ¿Porque era un poco alcohólica? ¿Porque pasó al olvido muy rápido?
La escritora y periodista Tamara Tenenbaum publicó un artículo sobre ese libro en 2016. En ese texto, trata de pensar por qué Berlin fue olvidada. Dice Tenenbaum: “Varias hipótesis son posibles: una, sencillamente, sea su biografía: las vidas intensas se llevan mejor con la literatura que con el mercado editorial. Otra posibilidad, mucho más simpática, es que Berlin se haya adelantado demasiado a su tiempo. Leyendo Manual para mujeres de la limpieza la sensación es que Berlin no escribe como sus coetáneas Alice Munro o Grace Paley, ni siquiera como las más jóvenes Lorrie Moore, Amy Hempel o Ann Beattie: escribe como la hija descarriada de todas ellas”.
Hay algo cierto en eso que Tenenbaum señala. La crónica del yo y la autoficción son dos géneros que encontraron sus años de oro en las últimas dos décadas. Cuando Berlin empezó a escribir el mercado editorial no buscaba historias intimistas (tampoco buscaba muchas mujeres). Incluso en la literatura argentina contemporánea podemos encontrar ejemplos de autores y autoras que convirtieron su vida en una ficción: Cecilia Pavón, Fernanda Laguna, Mariano Blatt, María Gainza y Pablo Pérez, por mencionar algunos. ¿Habrán pensado en la obra de Lucia Berlin cada vez que escribieron un cuento o un poema?
En aquella entrevista que le hicieron sus alumnos hace unos cuantos años, le preguntaron si ella pensaba en sus lectores cuando escribía. Berlin dijo: “Cuando escribís querés que alguien lo lea, claro que sí. Es como contar un chiste: te gustaría que alguien se ría”. Después, le preguntaron si le importaba que su obra sea leída en el futuro, décadas después de ser publicada y, como si estuviese prediciendo su futuro, ella dijo: “Sí. Por alguna razón parezco muy modesta, porque no me importa el dinero o la fama o las reseñas del New York Times ni nada de eso. Pero me encanta la idea de que me lean dentro de mucho tiempo. Me encanta la idea de que una niñita entre en una librería un día y descubra uno de mis libros. Así que, en algún sentido, soy realmente ambiciosa”.
La vida después de la muerte
El éxito que tuvo Manual para mujeres de la limpieza provocó que se editara otra antología, pero con textos inéditos. Así apareció Una noche en el paraíso (Alfaguara, 2019), una nueva antología con 22 cuentos nunca antes publicados en español.
Otra vez, Berlin combinó en estas historias la simpleza y el horror que puede haber en la vida cotidiana. Esto ya había aparecido en su libro anterior, incluso hay cuentos que rozan el terror. Por ejemplo, en una de las historias una niña le quita los dientes a su abuelo uno por uno. Pero el tono con el que Berlin narra este tipo de cosas le quita todo lo terrorífico al asunto y lo convierte simplemente en una forma de mirar el mundo y todo lo que nos rodea.
Ese es el mismo tono que maneja en su autobiografía Bienvenida a casa. Al leer sus memorias es imposible no preguntarse cómo hizo Berlin para contar −incluso con gracia y humor− situaciones de violencia machista, casas precarias, problemas con una madre alcohólica y el derrotero que vivió en términos sentimentales.
Quizás por eso su obra estuvo oculta y olvidada tantos años. Lucia menciona aquello de lo que no se quiere hablar, expone las miserias que cualquier persona promedio puede tener. Y lo hace de una forma inteligente. Nadie quiere leer un texto que le diga “vos también podés ser un demente”.
Elizabeth Geoghegan es una escritora estadounidense que fue íntima amiga de Lucia Berlin. Cuando se produjo el boom literario de Manual para mujeres de la limpieza, publicó un texto en el diario El País titulado “Fumando con Lucia”. Allí contó cómo era su relación con su amiga y lo mal que había estado los últimos años de su vida: enferma de tanto fumar, con el tubo de oxígeno colgando y una joroba ya muy pronunciada. Además, compartió la última carta que recibió de ella. En ese texto Berlin se despidió diciendo: “Epitafio para mi lápida: Sin aliento”.
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