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Cuando parecía que las aplicaciones de citas habían cambiado para siempre la forma de buscar pareja, la historia pega la vuelta: las plataformas entran en un inesperado ocaso y la humanidad soltera, cada vez más falta de amor del bueno, vuelve a apostar por el recurso más antiguo de todos: las citas a ciegas. “Vengo acá a conocer al amor de mi vida, a casarme. En las redes sociales uno elige algo que es superficial. Y este experimento me parece realmente mágico. El hombre de mi vida existe y tengo mucha fe de que lo voy a encontrar acá” decía ilusionada una de las jóvenes participantes en el tráiler de la versión argentina de Love is blind, de los formatos más exitosos de Netflix.
El reality que bate récord de audiencias plantea la posibilidad de experimentar el amor “verdadero”, ese que Saint-Exupery describió como invisible a los ojos, “porque solo con el corazón se puede ver bien”. Pero, en un mundo en el que todo pasa por el aspecto físico ...¿es posible enamorarse de alguien sin haberle visto la cara? Todo es relativo. Las blind dates han sido una práctica social habitual a lo largo de la historia. Su origen se remonta a las culturas antiguas en las que se organizaban encuentros entre parejas con el fin de facilitar el matrimonio y asegurar la descendencia.
En muchos casos, las familias o los amigos actuaban como intermediarios, eligiendo el o la candidata adecuada según criterios de la época: misma cultura, misma situación financiera, misma clase social, misma religión, misma etnia etc. La conveniencia primaba por encima de los sentimientos, que llegarían después (o nunca) de haber contraído matrimonio. En la antigüedad griegos y romanos fomentaban este tipo de encuentros en el que ambas partes se entregaban a la suerte, aunque el concepto tal como lo conocemos hoy comenzó a tomar forma hacia el siglo XX, particularmente en la década de 1920, cuando en las reuniones sociales funcionaban de manera encubierta como recurso para conseguir marido o esposa, especialmente en contextos donde las interacciones entre hombres y mujeres eran más restringidas o teñidas de prejuicios.
A lo largo de los tiempos hemos visto ejemplos alentadores, sobre todo para quienes desconfían de esa amiga que insiste en presentarnos a su compañero de oficina bajo la promesa de que es “un gran candidato”. Prueba de que un match así puede funcionar es el caso de la actriz Salma Hayek y François-Henri Pinault, heredero del Grupo Vuitton, que se conocieron gracias a una trampa que los amigos le tendieron a ella: “Ni siquiera sabía que era una cita. Creía que estaba yendo a un evento y, cuando llegué, solo estaba él. Mis amigos me dijeron eso porque sabían que no acudiría a una cita. Y me enfadé. (...) Empezamos con el pie izquierdo, pero, como podéis ver, la cosa ha acabado bien”, señaló la actriz en una entrevista.
En tiempos más recientes, diversas investigaciones han examinado la efectividad de las citas a ciegas en comparación con las virtuales. Un estudio de 2021 publicado en el Journal of Social and Personal Relationships encontró que quienes participaron en citas a ciegas experimentaron una mayor conexión emocional en comparación con los usuarios de aplicaciones. Esto se debe, en parte, a que las citas suelen estar organizadas por amigos o familiares que nos conocen bien, o mejor dicho que nos quieren bien, y que si bien su gusto puede diferir (y bastante) del nuestro, seguramente no se equivocan en cuanto a la calidad humana de quien consideran que nos haría feliz. Sin embargo, también hay ejemplos que desmienten a la ciencia: sin ir tan lejos, la candidata demócrata Kamala Harris y su esposo Doug Emhoff se conocieron en 2013 en una cita a ciegaqs, surgida de una plataforma de encuentros. Un año después se casaron y ahi están, a poco de convertirse en la pareja presidencial de los Estados Unidos. Claro que hace una década era otro el panorama del mercado romántico. Entonces no se escuchaba hablar de ghosting ni de otras patologías que trajo la tecnología y que han conspirado contra la ilusión de ver con el corazón, y no con los ojos.
Respecto de esta frase memorable, hace unos días trascendió que en noviembre próximo saldrá a subasta el manuscrito de la obra que consagró a Antoine de Saint-Exupery.
Antes de que el libro saliera a la venta, el escritor había llevado consigo uno de los manuscritos en francés en su viaje de Nueva York a Francia, país al que regresaba para seguir sirviendo al ejército aliado en la lucha contra los nazis. Antes de viajar, el 13 de abril de 1943, visitó a su amante, la periodista Sylvia Hamilton. Quería despedirse. Iba vestido con su uniforme del ejercito francés. “Me gustaría darte algo espléndido, pero esto es todo lo que tengo”, le dijo mientras le entregaba los textos y las acuarelas de ‘El Principito’ en una bolsa de papel arrugado (el libro ya estaba en la imprenta). La obra, coinciden los críticos, tiene claras referencias a la vida privada de su autor. Antes de partir a explorar el universo, el Príncipe vivía en un pequeño asteroide conocido como B 612, donde cuidaba de una rosa petulante y exigente que en rigor representaba a su esposa Consuelo, con quien Saint-Exupery mantenía una mala relación. El Príncipe abandona su rosa cuando sale de viaje y mientras recorre el universo se encuentra con un zorro sabio que le cuenta un secreto, que es la cita más famosa de la obra: On ne voit bien qu’avec le cœur. L’essentiel est invisible pour les yeux ( “Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”). El personaje del zorro estaba inspirado en Silvia, su amiga y amante.
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