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No era la primera vez que se aventuraba a una experiencia en plena naturaleza. De hecho, ya se había instalado durante dos años en una isla del Paraná para estudiar a los animales que allí vivían. Primero vivió en una carpa y, más adelante, en una etapa más organizada del proyecto por el que allí se encontraba, tuvo oportunidad de permanecer bajo techo en una escuela rural de la zona.
“Cuando se trabaja con animales, recolectar datos de primera mano y poder observarlos en su entorno natural es clave para obtener información. Uno quiere ver el comportamiento que tienen en sus lugares de pertenencia y eso solo se logra viviendo en el mismo lugar donde habitan”.
Con un paso por el colegio secundario Nacional Buenos Aires y títulos de antropólogo y biólogo por la Universidad de Buenos Aires, Martín Kowalewski. había estudiado también en la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook y en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign. En el momento de elaborar su tesis de doctorado, no dudó en abrirse paso para instalarse en la Estación Biológica Corrientes -un centro orientado a desarrollar investigaciones y apoyar actividades educativas sobre el estudio de la ecología y conservación de las especies animales y vegetales de la región- y estudiar allí a un grupo de monos carayá. La estación, que depende del CONICET, se encuentra ubicada en la localidad de San Cayetano (Municipalidad de Riachuelo), en el noroeste de la Provincia de Corrientes.
“Pensaron que me iba de vacaciones”
“Mis amigos pensaron que me iba de vacaciones. Nada más alejado de la realidad que eso. Cuando uno sigue animales, duerme, con suerte, unas cuatro horas en verano. En el monte el día arranca muy temprano. Y la paciencia es clave en todo momento. Al llegar e instalarse, lo primero que hay que hacer es reconocer el terreno y aprender a orientarse. Aunque resulte difícil de creer, con el paso de los días, prácticamente es imposible perderse. Cada árbol, cada tronco, cada arbusto y sendero quedan grabados en la memoria y eso permite desplazarse por el lugar sin dificultades”.
Acomodado en su carpa, el segundo preconcepto del que se desprendió fue el miedo a las picaduras de insectos, arañas e, incluso, de las víboras. Criado en el barrio de Floresta, en ciudad de Buenos Aires, Kowalewski había pasado su adolescencia y primeros años de juventud transitando las calles del centro porteño y de los alrededores del Museo de Ciencias Naturales y la Reserva Ecológica de Costanera Sur, donde trabajó durante varios años.
“Yo hasta ese momento era una persona más de Buenos Aires. Pero en el monte descubrí que no todo era tan terrible como pensaba. Los mosquitos me picaban todo el tiempo, las avispas también. Y encontré que había unas moscas que ponían huevos debajo de la piel. Cruzarme con serpientes era parte del recorrido diario. Pero con el paso de los días fui aprendiendo dónde estaban y cómo caminar sin molestarlas. Todo eso pasó a ser parte de lo cotidiano”.
En el monte, el día para Martín comenzaba antes de que salieran los primeros rayos de sol. A veces era necesario recolectar muestras de la primera orina de la mañana de los monos que estudiaba. Otra veces tocaba observar el vínculo que establecían las madres con sus crías o conocer con exactitud de detalles los lugares que los primates elegían para dormir y refugiarse.
En la Argentina hay dos tipos de monos aulladores que se caracterizan por aullar muy fuerte. Lo hacen mucho más alto que un león y eso da una idea del alcance de su vocalización. Uno, el aullador marrón de Misiones, está prácticamente extinto. Por su parte, los monos carayá, registran un poco más de distribución pero también están amenazados de extinción. Si bien existe el mascotismo y tráfico ilegal, la degradación y pérdida de hábitat son las principales amenazas a las que se enfrentan estos monos. “Con la situación actual estimamos que en 25 años la población de carayá se verá reducida en un 30%, porque sin bosques no habrá monos y esta región ya es la segunda con la mayor tasa de deforestación detrás de Brasil”.
Sueño de la infancia, propósito de la adultez
Al cabo de un año, sintió que algo en él había cambiado. “Hay algo muy difícil de explicar y tiene que ver con la pasión y la vocación. A nivel personal experimenté una vinculación extraordinaria con el lugar. Me dejaron de importar ciertas cosas. Me había crecido la barba, estaba desaliñado. Me bañaba en el río y había empezado a comer lo que la naturaleza me daba. Me di cuenta de que había salido de la zona de confort a la que estaba acostumbrado pero, paradójicamente, la estaba pasando bien. Durante todo ese tiempo jamás sentí que quería volver a la ciudad porque no aguantaba más las condiciones en las que vivía. Por el contrario, estaba cumpliendo un sueño de la infancia”.
De hecho, había sido durante sus primeros años de vida cuando conoció la sensación de felicidad al estar en contacto con la naturaleza. Durante las vacaciones, los campamentos en el sur del país que hacía con sus padres lo habían marcado profundamente. También las primeras películas sobre exploradores y antropólogos que buscaban momias o tesoros lo habían impactado positivamente, especialmente las de la saga de Indiana Jones, con el claro condimento de Hollywood en el contenido.
“Sentí que el monte y los animales me habían aceptado”
En aquellos días, compenetrado en su trabajo, mientras descansaba sentado bajo la sombra, tuvo el privilegio, por ejemplo, de que un coati pasara caminando sobre sus pies, de ver a los pájaros comer a su lado o de compartir espacio al reparo del sol junto a diferentes zorros que por allí pasaban, lo miraban y seguían su camino. “Sentí que el monte y los animales me habían aceptado. En esa época yo venía leyendo a Carlos Castañeda y me pareció que estaba experimentando el mensaje que intentaba transmitir en sus escritos: me había hecho uno con el ambiente. Fue maravilloso”.
De los monos aprendió mucho. Lo primero que le llamó la atención fue la manera en sobreviven a la deforestación. Además Kowalewski se interesó por entender las bases biológicas de los comportamientos humanos que ya estaban presentes en los animales. La amistad, las experiencias de los individuos, cómo se organizan, los motivos por los que están juntos y los que se eligen, dónde y cómo duermen, como es la relación de madre y cría, los incendios y su respuesta hormonal a esa situación traumática.
“Todos somos responsables”
Ese trabajo y el esfuerzo que puso en cada detalle significaron que el año pasado en Corrientes el mono carayá fuera declarado monumento natural y que Kowalewski fuera reconocido por la Sociedad Internacional de Primatología con el premio Charles Southwick, por su aporte a la educación sobre la conservación de los monos en el país.
“No hay otra forma de vivir si uno quiere obtener respuestas a sus preguntas. La mente del investigador es así y quiere saber todo lo que pueda. Todo es increíble en la naturaleza. El rocío de la mañana, las telas de araña, el amanecer, el atardecer, las interacciones de cada animal con su entorno. Finalmente pude entender el rol nuestro como parte de todo. El haber sido parte me dio también la responsabilidad y el compromiso de que, al salir de ese entorno, todo se mantenga en pie. Estamos viviendo un fenómeno a escala mundial de urbanización de la fauna y nuestra región no es la excepción. Los monos aulladores, aúllan. En Argentina viven en Formosa, Chaco, Misiones, Corrientes y una parte de Santa Fe. Casi todos los días, y en especial a la mañana temprano, se los escucha. Viven en bosques ribereños y fragmentos de monte y, cuando ya no están más, algo fuera de lo normal puede estar sucediendo. Todavía podemos mitigar las consecuencias del cambio climático. Pero tenemos que saber que todos, por acción u omisión, estamos siendo responsables de lo que pasa”.
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