En 1943, el elefante Dahlia enfrentó a un pabellón de fusilamiento en su parcela del Zoológico de Buenos Aires, en Palermo. Bueno, no hubo paredón, pero sí una lluvia de tiros constantes de Mausers disparados por la policía durante 60 minutos y un encierro que no dejaba lugar para el resguardo.
No es mito ni es poesía eso de que los elefantes tienen buena memoria. Hace poco se conoció la investigación de la organización Elephant Voices, que estudió a un grupo de elefantes de Mozambique donde hubo una reducción de su población del 90 por ciento a fines del siglo XX. Perseguidos y cazados por su marfil, que era cambiado por armas en un contexto de guerra civil, los animales tuvieron que adaptar su conducta y desarrollaron un especial –y lógico– temor por los humanos. A más de veinte años aquella matanza, ese miedo se sostiene de generación en generación, y se distingue en especial en las hembras de mayor edad.
Era mayo del 43, entonces, y Dahlia estaba inquieto. No se parecía a ese de la foto publicada en una revista un año antes, en la que el cuidador lo montaba junto a cinco niños vestidos con guardapolvo. Vivía en un espacio reducido desde hacía dos décadas, en algo que ni siquiera significaba un rincón de aquel paraíso verde al sur de la India donde había crecido y vivido libre hasta los 20 años. ¿De qué podía servirle la cercanía de una arquitectura bella, símil templo hindú, si en lo concreto era una jaula? ¿Qué melancolía podía diluirse en él gracias a la arquitectura? ¿De qué le servía si los ataques de tos provocados por el cambio de clima lo ahogaban? Estaba inquieto, decíamos, aquel otoño, cuando logró liberarse de unas cadenas que lo ataban.
Empezó a correr, desesperado. Cinco toneladas en movimiento. El cuidador trató de tranquilizarlo con un cóctel de bromuro, pero el director del Jardín Zoológico tuvo una decisión más drástica y llamó a la policía, luego de sacar a los visitantes que paseaban desprevenidos aquella tarde. Esa vez funcionó la táctica del cuidador. Pero al día siguiente la escena se repitió: Dahlia volvió a chocar contra los barrotes para tratar de derribarlos y esta vez, la policía disparó. El historiador Horacio Ricardo Silva cuenta en su blog que cuando terminaron los tiros y el elefante era una bola gris cubierta de sangre, Cargo, la elefanta que era su compañera, se acercó para pasar la trompa por los agujeros que habían dejado los disparos. Pero él no había muerto todavía e intentó resistir una vez más, hasta que los disparos volvieron y esta vez fueron definitivos y sucesivos. Sesenta minutos de continuado que dejaron un saldo certero: 35 aciertos en total, cuatro de ellos, en la frente.
En junio de 2018, 130 años después de su inauguración, el Zoológico de Buenos Aires no existe como tal, está en transición incierta al llamado Ecoparque Interactivo de Buenos Aires, pero en él todavía habitan elefantes. Hasta ese mes, en Argentina se contaban un total de diez elefantes en cautiverio. Pero la cifra bajó: el 2 de junio pasado Pelusa, la elefanta de 52 años del zoológico de La Plata, se dejó caer al piso. El desplome de esas cinco toneladas significó el cierre del lugar, un tembladeral que puso una vez más en el ojo del huracán a los zoológicos que todavía no dan soluciones a los animales que alojan.
Sensibilidades que cambian
Yaguaretés, guanacos, avestruces, yacarés y algunos monos. Los primeros habitantes del zoológico porteño, según apunta la investigadora Inés Carafi en De artes y bestias, pertenecieron a la excéntrica colección privada del antiguo dueño de aquellas tierras: Juan Manuel de Rosas.
Los primeros directores del zoo fueron los naturalistas Eduardo Holmberg y Clemente Onelli. Ambos estuvieron en la gestación de ese proyecto, que entonces era orgullo y signo de avance. El objetivo era bien claro: no solo la exhibición o el paseo familiar, sino el espacio para estudiar y observar las especies, bajo la idea sarmientina de "orden y progreso".
Para la época en la que Dhalia fue fusilado, en los talleres de Antonio Pozzi -miembro de la estirpe de taxidermistas más célebre del país-, había una intensa actividad. El libro publicado por los 200 años del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia cuenta que por entonces llegaban varios animales muertos del Jardín Zoológico. Las fotos muestran huesos montados en hileras. En una, se ve a dos hombres en pleno montaje del esqueleto del elefante fusilado. Uno está subido a una escalera, acomodando los huesos como si fueran cajas en la parte superior de un placar. No había huellas de los tiros. Su muerte se contó en los diarios Crítica y La Nación de aquel año.
Las noticias del siglo XXI también tuvieron sus lamentos: "Murió el único hipopótamo macho del zoológico de Mendoza". Noviembre de 2015. Comió una bolsa de plástico, resistió unos meses, hasta que no dio más. Había vivido ahí 22 años. "Murió Dhara, la tigresa blanca del Zoo de La Plata". Mayo de 2018. Tenía una insuficiencia renal. Tenía 13 años. Había pasado tres en el zoológico. "Polémica por la jirafa muerta en Río Negro". Octubre de 2014. Tenía un año. Había sido trasladada del zoo de Buenos Aires al de General Roca. Asustada y desorientada, cuando llegó al nuevo destino, tras un largo viaje, se lastimó y no se recuperó. "El oso Arturo murió esta tarde en su jaula del zoológico de Mendoza". Julio de 2016. Veintidós años en cautiverio. Informaron que las causas fueron "edad avanzada y complicaciones". "Muere de calor el oso polar del Zoológico de Buenos Aires". Diciembre de 2012. Winner tenía 16 años, su último día marcó temperaturas de 36 grados. "El país entero llora la muerte de la elefanta Pelusa". Junio de 2018. La Plata. Pelusa había pasado 50 años en cautiverio. Tenía desde hacía cuatro años una enfermedad en sus patas traseras. Iban a trasladarla a un santuario en Brasil.
¿Se sabe cuántos animales viven en cautiverio? ¿Cuántos murieron? No existe un registro unificado. Los proteccionistas suelen advertir de su miedo a la eutanasia. Malala Fontán, de la organización Sin Zoo, dice: "No existe un censo porque hay muchísimos animales en colecciones privadas. Hay zoológicos municipales en casi todas las ciudades, hay zoológicos granjas, zoológicos en donde están los animales autóctonos, silvestres y exóticos y animales que reproducen, como los yacarés. El segundo gran comercio ilícito en el planeta es el tráfico de animales y es muy grande porque las peñas son muy pequeñas".
Desde aquella inauguración del Zoológico de Buenos Aires en 1888 hasta la actualidad, hubo de todo: cambios de paradigma, cruces políticos, corrupción, malos manejos, muchas muertes de animales. Y, finalmente, un cambio de mirada que se traduce en presión social: hoy nadie quiere ver animales en cautiverio.
El 27 de junio de 2016 llegó el esperado anuncio en la Ciudad: "Quiero compartir con ustedes una decisión muy importante que tiene que ver con la forma en que viven los más de 1.500 animales del zoológico. Ellos no pueden seguir así, merecen estar en su hábitat natural y no entre edificios". Al decir eso, Horacio Rodríguez Larreta comunicó el cierre del Zoo de Buenos Aires. Tiempo después, anunció la creación del Ecoparque y el traslado de algunos de sus habitantes. En principio, las organizaciones celebraron, pero enseguida aparecieron reparos. En una nota publicada en junio de este año, se informaba que el proyecto del Ecoparque estaba en la primera de sus tres etapas y que finalizaría en 2023. También se decía que se estimaba que, para entonces, 565 de los 865 animales del predio serían trasladados y 300 permanecerían en el lugar. Un mes después, moría Ruth, la rinoceronta. Por estos días, también circuló la noticia del proyecto que busca dar en concesión cuatro hectáreas del Ecoparque que quedarían libres luego del traslado y de la liberación de algunos animales. Un trabajo que no es fácil. Se calcula que actualmente en el zoo todavía hay 104 especies que suman casi un millar de animales. Desde Sin Zoo enumeran algunos: tres chimpancés, varios carayás, tres leones, un hipopótamo pigmeo y tres hipopótamos grandes, dos rinocerontes, tres jirafas, una pantera negra, dos osos pardos, cuatro osos anteojos, la elefanta Mara y dos elefantes más, tres búfalas, 10 lobos marinos y la orangutana Sandra.
En 2017, cuando se cumplía un año del cierre del Zoo de Buenos Aires, una serie de fotos de Natacha Pisarenko para la agencia Asociated Press -las mismas que acompañan esta nota- dieron la vuelta al mundo. Desde El País de España a la revista People, varios medios reprodujeron las imágenes. National Geographic tituló: "Una cárcel animal abandonada en el corazón de Buenos Aires". Las fotos de esos cuerpos sombríos, en perpetua espera tras los barrotes, movieron emociones. Pisarenko dice: "Yo era una de esas madres que iba al zoológico con mis hijos y era un programa lindo, y en realidad no es algo justo para ellos, ni un buen ejemplo para nadie, ni es algo que podamos modificar en plazos cortos. Hay que hacer un cambio de mentalidad y hacerse responsable de todos los animales que ya no pueden ser insertados en su mundo fácilmente y tampoco son felices ahí".
La muerte de otros animales en otros zoológico también apuró los cambios –muchas veces, sin un norte claro-. En Mendoza, pasó a fines de 2017: 70 animales muertos. Hoy están en transición y en junio avisaban que abrían un registro para quienes quisieran adoptar especies domésticas. En La Plata, luego de la muerte de Pelusa, el intendente de la ciudad, Julio Garro, escribió: "Como sociedad debemos disculparnos con vos, Pelusa. Tu historia nos reafirma que los zoológicos no deben existir más y que los animales silvestres, sean de la especie que sean, no deben vivir nunca en cautiverio, ni con fines de exhibición". El zoológico quedó cerrado así por tiempo indeterminado. Se sumó a la lista que ya integran los de Yastay, en La Rioja (se transformó en centro de preservación luego de anuncio de cierre en 2015), el de Santiago del Estero (en 2014) y el de Colón, en Entre Ríos (en 2013).
Qué hacer
"Si existiesen las poblaciones animales en la naturaleza, del año 1800, podríamos darnos el gusto en Argentina de sostener los zoológicos que poseemos hoy... Pero ya saben, entramos al 2000". Ese fue uno de los planteos del biólogo Fidel Baschetto cuando escribió a comienzos de este nuevo siglo el libro Repensar los zoológicos. Allí intentaba abrir preguntas que en aquel momento no abundaban en el país: "En la década del 90 entendí que el mundo había comprendido que los zoológicos debían reformar su exhibición y sus roles -dice ahora-. Nos habíamos quedado dormidos mientras el mundo estaba revolucionado en cuanto a la necesidad del cambio. Argentina, en lugar de enfrentar esto, cometió un grave error: concesionar los dos zoológicos del Estado con mayor rentabilidad por aquellos tiempos: Buenos Aires y Córdoba. En ninguno se despegaron de su concepto de principio de siglo pasado. El Estado tampoco fue capaz de refuncionalizar los suyos".
Baschetto sostiene que los zoológicos son imprescindibles en un Estado serio. "No lo dudo un ápice -refuerza-. Lo que está pasando en Argentina con el tema de cierre o con la fiebre de los ecoparques es un proceso que está originado en base a muy buenas intenciones, pero en escaso conocimiento biológico: es probable que varios deban cerrar, pero muchos, sobre todo los históricos, son imprescindibles; y a esos debemos refundarlos porque siguen siendo las mejores instituciones para alcanzar a la sociedad y transmitirle lo que le está pasando a la naturaleza y, sobre todo, cobijar nuestro genoma para, potencialmente, recuperar especies que, de otro modo, perderíamos para siempre".
Para el primatólogo Aldo Giudice, hay una línea que se continúa desde Dahlia hasta Pelusa y que se hilvana también con Gaucho y Norma, otros dos elefantes muertos en cautiverio. Habla de "formas de matar a largo plazo" y recuerda que en la ciudad de Buenos Aires hay tres elefantes más en similares condiciones.
"Pudiendo haber un desarrollo profesional con cientos de especialistas empleados en trabajos a largo plazo, los gobiernos actuales han optado por la precarización, la arquitectura faraónica, los adornos", se lamenta. "Los zoológicos fueron y son agujeros negros, lo que entra allí difícilmente salga con vida", lamenta.
El difícil camino hacia la libertad
Desde el año 2012, SinZoo realiza actividades para la protección de los animales. Entre las muchas organizaciones existentes, son abanderados en la lucha por la erradicación de los zoológicos en Argentina. Hasta armaron un proyecto para la progresiva finalización del zoo porteño mucho tiempo antes de que se anunciara el Ecoparque. En ese documento, detallaban: "El zoo ni siquiera exhibe animales, solo las ruinas a las que ha conducido a cada animal, luego de arrebatarle mediante el encierro, todo aquello que normalmente formaría parte de su comportamiento natural".
El Cat Fest es un evento en el que se reúnen proteccionistas. En 2015, en una carpa roja, Giudice hablaba sobre "El sinsentido de las vidas enjauladas". Hacía frío. Pese a ello, varias personas escuchaban lo que el biólogo decía: que si conciencia es darse cuenta, los animales son conscientes, porque muchos de ellos entienden la muerte, se reconocen en el espejo, tienen actitudes altruistas; que una vez a Sandra le alcanzaron papel y lápiz y pintó.
¿Quién es Sandra? Es la orangutana que tuvo su nombre con carpeta en la Justicia, el primer animal en ser reconocido como sujeto no humano en todo el mundo. Fue en 2014 y, en un fallo histórico, la Cámara de Casación Penal de Buenos Aires concluyó que se le podía aplicar un habeas corpus. Veinte años en el zoológico eran demasiados. La respuesta fue ante un pedido presentado por la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA). Exigían su libertad.
Sandra, en realidad, se llamaba Marisa, y había llegado al zoológico donada por unos empresarios que de chicos habían amado a los orangutanes. Cuando fueron todopoderosos, consiguieron dos para el zoo de Buenos Aires, Marisa y Rafael. Rafael fue trasladado al zoológico de Córdoba y murió. Marisa fue renombrada como Sandra y todavía está en Palermo.
Vive en esa jaula desde 1994. La idea es llevarla a un santuario en Florida para que pueda pasar allí el resto de sus días, pero hasta ahora todo ha avanzado de a poco, entre dilataciones burocráticas y judiciales. Y también hay versiones encontradas de lo que es mejor para ella. Por ahora, cada día suma peso en su línea de tiempo. La sombra de la muerte de Pelusa en La Plata es un tictac que suena fuerte en la cabeza de los involucrados. Algo similar pasa con la elefanta Mara, que vive en el zoo de Buenos Aires.
¿En qué se traslada a una elefanta durante cinco días hasta Brasil, por tierra? En una caja que tiene mirilla, ventilación y comodidad, construida en San Pedro, con un costo de 1.620.000 pesos, por ejemplo. Todavía no se sabe qué día empezará esa larga marcha para Mara. La película Caravana, producida por Posibl., se proponía mostrar un final feliz de una historia similar: la de Pelusa. Llegaron a registrar su preparación para el traslado y planeaba filmar su viaje al único santuario de elefantes de Sudamérica donde los que llegan pueden hacer eso que seguro conservarán en algún lugar de la memoria: caminar en libertad. Con su final, hubo cimbronazo.
La historia igual vale. Tiene mucho para contar. El tráiler puede verse en YouTube. Queda un mensaje tácito: el camino es largo y no todos van a lograrlo. Queda en manos de los hombres balancear ese final.
Los animales, según la Justicia
Son 10 los zoológicos grandes en Argentina en la actualidad. Se incluyen los que están proceso de reconversión y dos acuarios. En todos estos años, otro signo de los cambios de época puede rastrearse en la mirada jurídica. En los tribunales empezaron a circular nombres como Sandra, la orangutana del zoo porteño, o Cecilia, la chimpancé de Mendoza (trasladada al santuario Protección a los Grandes Primarios, en Brasil). Silvina Pezzetta es titular de la cátedra de Ética Animal en la Facultad de Derecho e investigadora del Conicet. También fue expositora en el primer Encuentro Nacional sobre Derechos de los Animales en la UBA. Para ella hay una cuestión clara: "Un animal exhibido es también un animal cosificado y cuya dignidad se ve violentada. Así como no consideramos correcto exhibir humanos, tampoco es correcto exhibir animales".
–¿Qué debería pasar con los animales que habitan en los zoológicos en Argentina?
–Un primer paso es empezar a ver la dualidad: son miembros de una especie, lo que nos permite entender determinadas características propias, pero también son individuos únicos. Por tanto, la decisión sobre la vida de cada uno de estos individuos, más allá de su especie, debería ser tomada en función de esa consideración. Y, en segundo lugar, debería ser tomada rechazando el especismo, esto es, la idea de que los animales importan menos que las personas humanas y que son sacrificables frente a cualquier interés humano.
–¿Qué voces deberían escucharse para eso?
–Sería muy interesante que participen personas, que representen los intereses de los animales y no solo quienes se benefician de la actividad. Claramente, tendrán un sesgo marcado hacia la defensa de su posición laboral. Tampoco son representantes de los animales no humanos los que se preocupan por el ambiente porque su foco está puesto, justamente, en la conservación y en los intereses humanos, en última instancia. Finalmente, un punto central de la cuestión es el traslado a santuarios, cuando esto es posible. Hay muchos santuarios y a veces se critica su calidad. Por eso, hay que aclarar que no todo lo que se autodenomina santuario lo es y que también hay instituciones que acreditan a los santuarios, como la hay para acreditar zoológicos y acuarios.
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