Los zombis y la filosofía
¿En qué podemos convertirnos? ¿Son un espejo de la sociedad? Pensadores de esta era buscan respuestas en The Walking Dead y en otras series que, seguidas por millones, atraviesan temas como el apocalipsis y la inmortalidad
Una persona nace, crece, quizá se reproduce e inevitablemente muere. Qué pasa después es uno de los grandes interrogantes que ocupa a religiones, filosofías y gente del común. ¿Hay algo en el más allá? ¿Alguien esperándonos? ¿Arcoíris y unicornios? ¿O simplemente putrefacción del cuerpo? Aunque a primera vista sus productos audiovisuales parezcan simples thrillers sanguinarios y deformes, el género zombi provoca todo tipo de análisis desde que irrumpió en los cines a fines de los años sesenta. Y ahora, en pleno resurgimiento, se propaga también en el mundo de la filosofía, cuyos referentes jóvenes conforman un fenómeno en sí mismo.
El éxito y la masividad de la serie The Walking Dead, que acaba de presentar su sexta temporada (Fox) en el Madison Square Garden y tiene ahora su precuela –Fear The Walking Dead, de la cadena AMC, que también presenta otro desprendimiento (spin off): Fear The Walking Dead: Flight 462, una miniserie únicamente online que se desarrolla dentro de un avión, cuando está comenzando el apocalipsis zombi– logró salvar al género de lo que parecía una condena al submundo del cine clase B. The Walking Dead es, en efecto, la primera serie zombi televisiva de la historia y recoge las principales características de su literatura: en un escenario apocalíptico, donde el mundo deja de ser como era, las personas que se mueren reviven poseídos en una especie de trance salvaje y hambrientas de carne humana. Los humanos se ven forzados a vivir en un mundo que ha cambiado sus reglas, y que se revela más salvaje y hostil que nunca, no sólo por el acecho de los zombis, sino por el resto de las personas que ahora compiten entre sí para sobrevivir sin recursos.
La filosofía ha tomado al zombi como disparador de numerosos escritos para pensar al hombre del presente y su relación con la sociedad. Primero, un ensayo de la filósofa Jazmín Acosta sobre el tema resultó ganador en 2012 de la Antología del Ensayo Filosófico Joven en Argentina, patrocinado por el Fondo de Cultura Económica. Acosta asegura que los últimos años se produjo una importante apertura del pensamiento relacionado con la cuestión zombi. Por caso, en 2014, en el barrio de Almagro se llevó a cabo la Asamblea Cultural Zombi: durante todo un fin de semana se intercambiaron puntos de vista sobre los zombis, el cine del rubro y lo apocalíptico. "Lo zombi comienza entonces a transformarse en una categoría (filosófica o sociológica) que permite por ejemplo abordar muchos de los fenómenos que inquietan a los filósofos (pero también a los no filósofos): la muerte, el consumo, la convivencia social en un Estado carente de leyes, la situación del hombre, la humanidad del hombre en contextos apocalípticos", dice a La Nación revista la filósofa que además se reconoce como entusiasta admiradora del género.
En su ensayo, Acosta explica que la cuestión zombi trata de tópicos que "nos enfrentan no sólo con los fantasmas o tabúes más arcaicos de la humanidad –el del canibalismo o el de la antropofagia, el del regreso de la horda primitiva–, sino también con los más noveles relacionados con la era del predominio de la técnica: el fantasma de la catástrofe nuclear, el de la biotecnología, el de la manipulación genética y, en su última instancia, el de la deshumanización".
La aparición del zombi representa una ruptura también con la idea de la muerte, la permanencia y la inmortalidad. ¿Están vivos o muertos? Sabemos, por ejemplo en TWD, que una mordida de un zombi es un pasaje asegurado a ese estado indefinido, donde no hay descanso eterno, pero tampoco sobrevida consciente. "Lo más interesante que aporta el género –dice el filósofo Darío Sztajnszrajber– es esa zona de indistinción entre la vida y la muerte. El zombi y el ser humano son extremos de lo mismo, conjugan la vida y la muerte. El humano es un ser vivo potencialmente muerto, y el zombi es un muerto potencialmente vivo."
Para Sztajnszrajber hay una captación de una temática muy propia de la religión: la idea de sobrevivir a la muerte. "Ése es el éxito mayor de las religiones, que dan una respuesta a qué es lo que pasa después de la muerte. El zombi es una respuesta alternativa, pero no hay una metafísica, sino que es mucho más directo: un ser muerto que come seres orgánicamente vivos para mantenerse en esta tierra." Y agrega: "La cercanía entre el ser humano y el zombi es mucho más directa de lo que pensamos. No es un ángel, expresa algo mucho más cercano y real: somos algo que se pudre cuando se muere".
Estos seres deformes, ¿están purgando las miserias de esta civilización que nos condena a matarnos entre sí? "No nos comemos entre nosotros, pero nos explotamos, hay matanzas, guerras. Nosotros mismos también hacemos eso con los animales: nos los comemos", agrega Sztajnszrajber. En ese punto, añade el filósofo español Jorge Fernández Gonzalo, autor del libro Filosofía Zombi (Anagrama), no importa qué es el zombi, sino qué era, realmente, el ser humano. "En qué nos convertimos cuando las reglas de nuestra civilización sucumben drásticamente. En The Walking Dead encontramos materiales suficientes como para reflexionar sobre nuestras sociedades, sobre aquello que las mantiene en orden y sobre las consecuencias de su derrumbe."
Los fanáticos señalan como hito fundacional del género a la película de George Romero, La noche de los muertos vivientes, estrenada en 1968, aunque hay otros antecedentes. En 1932, se proyectó White Zombi, de Victor Halperin, que vincula a los zombis con la magia negra y el vudú. Un chamán haitiano mata a una persona para revivirla, pero la resurrección no es la esperada: el muerto se despierta sin rastros de su voluntad. Sin embargo, fue Romero quien propició una suerte de expansión que consolidó un subgénero del cine de terror: el apocalipsis zombi. A partir de entonces, proliferaron numerosas películas (algunas con mejor suerte que otras), videojuegos y hasta el videoclip de Michael Jackson, Thriller.
TWD fue, en principio, una tira de cómic (orientada un público freak) que comenzó a publicarse en los Estados Unidos en 2003 y que captó la atención de la cadena AMC en 2010. Fue entonces el comienzo de la serie, de éxito mundial, que cuenta la historia de Rick Grimmes, un policía de Kentucky que despierta luego de haber estado en coma y se encuentra con el apocalipsis zombi en plena acción. Allí empieza su búsqueda: primero de su familia, luego por la supervivencia. La serie tiene un condimento: nunca queda del todo claro el porqué de la presencia zombi, cómo es que se llegó a ese estado de anomia y destrucción. Es más: ¿vale la pena preguntárselo cuando te acecha la muerte a cada segundo? La precuela Fear..., que tiene confirmada su segunda temporada, busca dar esa respuesta.
Fernández Gonzalo señala que el imaginario del cine, la televisión, los cómics o los videojuegos ordenan las "fantasías traumáticas de una sociedad alrededor de una serie de arquetipos y narraciones". De esta manera, el zombi de los años 30 representaba las "penurias de los trabajadores de las fábricas, mientras que los primeros zombis de Romero nos plantean el problema del otro, y muchas de las últimas creaciones sobre muertos vivientes se preocupan por el impacto de nuestro universo tecnológico, la comodidad del mundo virtual, las crisis económicas o la inmigración".
"La aparición de los zombis hace que la vida del hombre entre en una dinámica animal, en una dinámica de cazar y ser cazado, de acecho, amenaza corporal y estrategias de supervivencia", señala Diego Singer, filósofo y profesor de la carrera de Filosofía de la UBA. Singer pone de ejemplo a la cuarta temporada de TWD, cuando el grupo protagonista (encabezado por Rick Grimmes) se intenta proteger de los zombis dentro de una cárcel abandonada. "La imagen asemeja a la de una pequeña fortaleza al abrigo de los indios, tal como el momento fundacional de Buenos Aires", grafica. En el fondo, se trata de "cualquier otro modelo de comunidad que tiene que cerrarse sobre sí para poder sobrevivir frente a lo que cree que es una amenaza de quienes tienen alguna semejanza con los hombres, pero que no pueden en ningún caso pretender llegar a esa categoría". Entonces, dice Singer, no se trata de civilizar a los zombis, sino de la posibilidad de que los zombis arruinen y destruyan lo que se supone es lo humano.
¿Será que nos exponen al miedo de la extinción de nuestra especie? ¿A perder toda forma humana y convertirnos en esos seres descuajados, mutilados, sin alma? Como en aquel cuento del escritor portugués José Saramago, Las intermitencias de la muerte, que relata la vida de un pueblo en el que de repente la gente deja de morirse. El deseo de inmortalidad se convierte en un terror perpetuo: la vida necesita de la muerte. Son indivisibles.
TWD también aporta a este dilema. Los protagonistas comprenden algo aterrador: todos son portadores del virus o de aquello que sea que los convierte en zombis. No es necesario ser mordido: alcanza con morir para transformarse. Como explica Sztajnszrajber, todos son zombis en potencia. "El zombi nos devuelve nuestra imagen desde el espejo de la muerte –agrega Acosta–, es una suerte de espejo terrorífico y siniestro de la condición humana misma." Nos recuerda a cada segundo que pronto seremos eso que ahora él es: materia sometida cada instante a la degradación. Acosta dice que, en definitiva, el zombi es una "suerte de conjuración del humano y su deseo de no morir, de nuestro deseo de eternidad o de supervivencia: nos muestra, precisamente, que, para no morir hay que dejar de ser un humano".
¿Se habrá imaginado Romero que la cinematográfica decisión de despertar a los muertos iba a convertirse en materia de análisis filosófico? No lo sabemos. Las preguntas en tono filosófico están, y sobrevuelan siempre ese terreno indómito del miedo. Como dice Singer, tenemos que preguntarnos si ese miedo a perder algo que suponemos esencial no está entonces en todos nosotros: "Lo interesante de los zombis es que no son completamente otros, sino nosotros mismos luego de un cambio. ¿En qué podemos convertirnos? Es una pregunta que implica que esa posibilidad ya está en nosotros de alguna manera".
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