Los suecos están de moda
En la década del sesenta fue el cine, ahora escriben novelas policiales en general muy buenas
Primero apareció Henning Mankell, un autor de tal éxito que parecía haber reinventado el interés por el género policial. De Suecia, nada menos, ni de Harlem ni de Bronx. Durante meses Mankell ocupó góndolas enteras en las librerías con una cantidad de títulos que parecía inagotable. Su detective, Kurt Wallander, jefe de policía de una ciudad de provincia, nada tiene de especial: no es seco e introvertido como Sam Spade ni tiene el humor cínico de Philip Marlowe. Mankell, en realidad, carece por completo de humor, cínico o de cualquier otra clase. Sus historias, muchas de ellas bastante truculentas, no tienen contacto con mafias u otras realidades del delito urbano. La única peculiaridad de estas novelas, me animo a decir, es que todo transcurre en Suecia.
Más interesante que los libros es el programa que produce la televisión sueca con el personaje de Wallander –así se llama la serie–. El actor que representa al policía tiene cierto gesto perdidoso y humilde que resulta comprador. Son muy bellas las locaciones, siempre en espacios abiertos y despejados, como si todo en Suecia fuera enorme. Hay un cielo gris y helado, pero nunca nieva. La televisión británica hizo una versión también, por completo fallida, en la que Kenneth Branagh no hace más que sufrir en cámara.
Con el nuevo siglo apareció Millenium, de Stieg Larsson, la historia editorial más apasionante de los últimos tiempos, dentro y fuera de la trilogía. El autor, como se sabe, murió antes de ver editado el primero de sus tomos (Los hombres que no amaban a las mujeres) y no alcanzó a ver el éxito colosal de la obra, cuyas regalías se cuentan hoy en millones de euros. Además, la sociedad sueca nombró como herederos al padre y el hermano del escritor, porque no reconoce los derechos gananciales de su mujer: aunque habían vivido juntos treinta y dos años nunca se casaron en forma legal. La cuestión sigue en litigio.
Millenium es apasionante porque literalmente cambió de siglo. La protagonista es una mujer, tal como anticipó Lipovetsky, aunque muy lejos de los ángeles de Charlie o de Angelina Jolie. Lisbeth Salander es pequeña pero fuerte, y está muy enojada. No es buena ni mala: es hacker. Su don para la tecnología le da poderes tan sobrenaturales como los de la Mujer Maravilla, y se involucra con uno de los grandes temas de este siglo: una intriga de poder vinculada con los medios. Su contrafigura es Mikael (comoquiera que se pronuncie), también un tipo de héroe de nuestro tiempo: un periodista independiente. La obra es apasionante aunque está escrita con una prosa puramente descriptiva, sin la menor debilidad por las palabras.
Y cuando estábamos a punto de cambiar de tema apareció Åsa Larsson, homónima pero no vinculada con Stieg. Åsa es joven (el librero de mi barrio dice que se pronuncia Osa, pero no es algo fácil de decir) y escribe también novelas policiales, historias de este siglo. Pero a diferencia de los anteriores, ella tiene una pluma de primera calidad, profunda y sutil. La protagonista también es una mujer, Rebecka Martinsson, una joven abogada de mal carácter. Sus historias transcurren, por ahora, en la ciudad que ella abandonó para instalarse en Estocolmo, y a la que se ve obligada a volver. Acá sí hay mucha nieve, la clase de nieve que no deja arrancar los autos por la mañana. Y los temas, por ahora, tienen una fuerte connotación religiosa, desde el costado más mundano y venal de ciertas iglesias, muy remotas, en ciudades pequeñas perdidas al norte de Suecia.
Los suecos están de moda, otra vez. En la década del sesenta fue el cine, con los herméticos desafíos que proponían las películas de Ingmar Bergman y los míticos desnudos de sus comedias prohibidas para menores. Ahora escriben novelas policiales, en general muy buenas. Y como si todo esto fuera poco, un poeta sueco, Tomas Tranströmer, se gana el Premio Nobel de Literatura, porque, según la Academia, a través de la condensidad de sus traslúcidas imágenes nos aporta un acceso fresco a la realidad.
La autora es periodista