Los reyes de la ciencia
Los zapatos bien visibles, un poco de agua y pasto para los camellos… y a esperar esperanzados. Eso solían ser las noches de los 5 de enero, para luego despertarse corriendo a ver qué habían dejado esos misteriosos reyes que siempre llamaban la atención con sus coronas y sus ofrendas bíblicas de oro, incienso y mirra (con la obligada visita al diccionario a buscar qué era eso de la mirra). Pero… ¿tres? ¿Y magos? En las escrituras originales de Mateo no se menciona cuántos eran –otros escritos hablan de dos, o de doce–, y una traducción más precisa hablaría de "hombres sabios".
Pero en lo que todos parecen coincidir es en que seguían una estrella, y aquí entra a jugar la astronomía. Debió ser algo verdaderamente singular como para destacarse en el cielo y que valiera la pena seguirla. ¿Sería una estrella, un cometa, una conjunción de planetas?
Esa estrella de Belén (la "estrella del este", según los Evangelios) –que muchos colocan en la cima de sus arbolitos de Navidad– que guiaba a los reyes es todo un desafío para los astrónomos modernos, quienes llegaron a la conclusión de que… no es una estrella, sino posiblemente una rara conjunción entre el Sol, Júpiter, la Luna y Saturno, todos apareciendo hacia la zona de la constelación de Aries. Cada uno de estos astros tiene un significado astrológico que seguramente los reyes magos –que, recordemos, eran "hombres sabios", seguramente seguidores de la antigua religión del profeta Zoroastro– descifraron para llegar a la conclusión de que estaba naciendo un nuevo líder en Judea. Y, de paso, resultaba un gran argumento para Mateo y su Evangelio.
¿Y los famosos regalos? Es fácil de imaginar el valor del oro, pero, ¿qué hacemos con el incienso –que seguramente era de salvia blanca– y la mirra –también derivado de árboles–? En principio sirven para perfumar el ambiente, sí, y resultaban muy preciados en la antigüedad, incluso por sus propiedades medicinales: la mirra parece tener propiedades analgésicas, y ciertos tipos de incienso podrían ser antiinflamatorios. Ideal para una madre en posparto, o un niño al que le empiezan a salir los dientes… Está bien: el oro tampoco venía muy mal, ni esos tiempos ni en estos.
Se supone que las reliquias de Melchor, Gaspar y Baltasar (aunque, vale decir, los nombres cambian según las tradiciones) fueron traídas de Oriente por santa Elena, la madre de Constantino, y hoy descansan en la catedral de Colonia, junto con sus misterios. Y justamente de esos misterios vive la ciencia, hurgando en la historia, en la naturaleza, en los mitos: nada de lo humano le es ajeno. Incluyendo la posibilidad de las creencias, esas maravillas que se meten en nuestras cabezas para dejarnos pensando cómo hacen tres camellos –con sus jinetes y alforjas– para recorrer medio mundo, meterse por la ventana cuando nadie se los espera, dejarnos sus presentes y seguir viaje hacia el otro medio mundo. ¿Qué hace que un cerebro en formación se entusiasme con estos rituales, los espere con ansias y los reflote una y otra vez? Está bien: habrá un paquetito esperando, pero es en esa imaginación, en esa posibilidad de contar historias y fascinarnos con ellas, en donde nos descubrimos verdaderamente humanos. Allí es donde están la magia, los ritos, los sueños: nada se pierde con tratar de explicarlos.
Ahora, a buscar en los zapatitos.