Leonardo Gavan Hughes, Noel Cooper, Archie Cameron y Douggie Hine se presentaron como voluntarios y combatieron junto a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial
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Leonardo Gavan Hughes se había encomendado a Dios. Era el único extranjero entre la tripulación canadiense que soportaba, dentro del bombardero cuatrimotor Halifax, una lluvia de fuego que ascendía desde el suelo lejano. Aquella noche inolvidable, 25 de julio de 1944, los cañones antiaéreos alemanes pugnaban por derribar al avión con toda su tripulación y coronarlos con un final espantoso: la explosión del bombardero cargado de municiones y combustible. No habría tumbas, no habría despedida, ni el clamor de una madre o una novia durante la sepultura. Los declararían “perdidos en acción”. En una fracción de segundo habrían desaparecido. Un momento de luz, una bola de fuego y luego el sonido de la explosión... Generalmente, así se moría en el aire.
Hughes era uno de los tantos voluntarios argentinos enrolados en la aviación aliada. Pero no era un recluta más: nacido en la localidad de Morón, contador de la afamada empresa pinturas Pajarito, había sido un notable jugador de rugby en el plantel superior del club Belgrano y titular en el seleccionado de rugby argentino, hoy conocido como, los Pumas.
Volaba esa noche en un bombardero Halifax del escuadrón 424 Tigre que pertenecía la Real Fuerza Aérea de Canadá y la única defensa para poder llegar al objetivo asignado en el área industrial de Stuttgart eran las ametralladoras defensivas que portaba el avión, utilizadas solo ante la embestida de un caza nocturno alemán, pues el fuego trazante de los proyectiles durante la noche delataba la posición del avión (por ello las dos condiciones requeridas para formar la tripulación de un Halifax eran contar con buenos apuntadores, rápidos, que disparasen ráfagas cortas, y que todos a bordo supieran saber rezar).
Hughes era el navegador, tenía vista de lince y su trabajo consistía en indicar la ruta de vuelo al piloto del avión, marcar la dirección al blanco. Él trabajaba sentado frente a una pequeña mesa rebatible metálica, iluminada por una lámpara de luz tenue. Este trabajo de precisión debía realizarlo mientras el bombardero era perseguido por reflectores de búsqueda y asediado por cañones antiaéreos Krupp, en camino de ida y vuelta.
Cada una de sus misiones duraba, por lo menos, ocho horas. Las repetían casi todas las noches. Para liberarse de este infierno y sobrevivir, una tripulación debía cumplir con el tour de operaciones completo: 35 misiones.
Hughes pensó en el esfuerzo de cada misión, eternas como el calendario que se había detenido esa noche del 25 de julio de 1944. Cada vuelo en apoyo al avance de los ejércitos aliados luego del desembarco masivo en las playas de Normandía, el 6 de junio, conocido como el D-Day. En cada misión había logrado evadir la muerte, su avión jamás fue alcanzado, pero esa noche el fuego antiaéreo parecía anunciarles un final inminente.
Un pensamiento de supervivencia lo asaltó: no quería morir como Noel Cooper, un amigo suyo, compañero en el seleccionado nacional de rugby, otro Puma de todos los tiempos, ahora desaparecido en acción. Parecía que el destino los había elegido para llevárselos de noche y entre la niebla.
Medio scrum de “Biei”, héroe de la Royal Navy
Noel Cooper fue un destacado medio scrum, capitán del plantel superior del Buenos Aires Rugby Cricket Club, la institución deportiva más antigua del país y de Sudamérica. Luego se convirtió en jugador titular del seleccionado nacional de rugby. Su debut como internacional fue el 16 de agosto de 1936 contra Gran Bretaña XV, en Buenos Aires. Luego jugó contra Chile en Playa Ancha, Valparaíso, el 20 de septiembre de 1936, donde Argentina ganó por 39 puntos a cero. Una semana después volvió a ponerse la camiseta argentina, por tercera y última vez, para derrotar nuevamente a Chile por 31 puntos contra 3.
Su muerte, en operaciones de combate, sigue siendo una incógnita. Había nacido en la Nochebuena de 1914 en la calle Brandsen 581, en Quilmes. Hijo del ingeniero civil Reginald Cooper y Aileen Egremont fue educado en el Colegio St George’s, donde pasó su adolescencia como pupilo. Al concluir sus estudios se unió a una firma contable en capital que alternó con su pasión, el rugby.
En junio de 1940 se unió como voluntario para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Convertido en oficial del Royal Navy fue seleccionado para formar un grupo de elite y se convirtió en comando. Cooper, con su rostro cubierto de betún negro y pasamontañas, iniciaba sus solitarias misiones desde submarinos que emergían en la oscuridad de la noche frente a las costas enemigas, en el Mediterráneo. Tomaba su kayak y remaba hacia la costa enemiga al amparo de la bruma que envolvía todo. Desembarcaba en sigilo, recorría las playas y se mezclaba entre los puestos enemigos sin ser advertido. Su trabajo era vital pues sus misiones de reconocimiento transformarían cada lugar que eligiera en las playas de desembarco que serían utilizadas en la invasión aliada al norte de África. Debía, además, tomar muestras de suelo para ver si la arena podría aguantar el peso de los tanques. Exploraba las defensas enemigas, buscaba sus campos minados y obstrucciones submarinas, todo en las narices del enemigo. Su solitario y peligroso trabajo no terminaba allí: durante la épica operación Torch le fue asignado guiar lanchas de desembarco a las mismas playas que él había explorado. Fue así que Cooper llegó en su kayak acompañado por su superior a un sector de playa llamada, Sector C, en Argel. Divisó un fondeadero ideal para iniciar un desembarco masivo de tropas. Concluida la tarea, el 7 de noviembre, antes del amanecer, Cooper abordó el lanchón de desembarco 273 y dirigió la oleada de lanchas hacia las playas. Mientras los proyectiles de mortero enemigos golpeaban el mar y la playa levantando volcanes de arena o surtidores de agua, Cooper -de pie en la lancha- arengaba a continuar con el avance. Más tarde, por su valor y profesionalismo, fue condecorado y reconocido como un actor fundamental que permitió el desembarco de las fuerzas aliadas en el norte de África.
La guerra del Teniente Cooper continuó. Su siguiente misión superaría en peligros a las anteriores: debía desembarcar en un sector de la costa italiana, realizar nuevos reconocimientos solitarios en sus playas enemigas a fin de ubicar zonas adecuadas para un nuevo desembarco. La invasión a Sicilia era un hecho y se consolidaría mediante un asalto a las playas en lanchones con tropas. La operación quedó grabada en los libros de historia como “Operación Husky”.
El clima era malo y el sector que debía recorrer se encontraba vigilada por un enjambre de tropas enemigas. Esa noche Cooper permaneció en su bote, remando contra la corriente, cerca de la costa, guiándose por las luces de un pequeño poblado. Su jefe nadó hacia la playa para reconocer el territorio. Horas más tarde, el submarino recogió a Cooper, que estaba exhausto, pero su superior no había vuelto...
Durante las noches siguientes lo buscaron infructuosamente. Parecía que la tierra se lo había tragado. Concluyeron que había muerto por disparos de tropas enemigas, que había volado por el aire al atravesar un campo minado o que se había ahogado en su nado de regreso al bote.
En la noche del 4 de marzo de 1943, el submarino Unbending que pertenecía a la Royal Navy emergió para una operación nocturna. Noel Cooper partió en su kayak con rumbo a las playas de Pachino, en la costa de Sicilia. Otra vez, debía conseguir información vital para las fuerzas de desembarco.
A la hora señalada, pactada entre el capitán y el marinero argentino, el submarino emergió en el área de extracción. Pero Noel Cooper no apareció. Luego de una breve espera, el sumergible se dirigió a un segundo punto de encuentro donde aguardó la llegada en el kayak hasta que comenzó a despuntar el amanecer. La espera que pareció interminable y tuvo un sabor amargo: jamás volvieron a ver a Cooper. Lo declararon “missing in action”. Cómo halló su final sigue siendo un misterio.
Coronados de gloria
Leonardo Hughes escuchó la voz del comandante del avión en los auriculares de su casco de cuero: “Señores, Stuttgart a la vista”, informó. Los reflectores antiaéreos iluminaban las alturas, parecía un vuelo diurno. Un reflector los acertó y fue el final para ellos. Una brutal explosión sacudió cada cuaderna del bombardero, que conforman y dan rigidez a la estructura. Trozos de metralla atravesaron la espartana mesa metálica de Hughes. Su mapa tomó fuego de inmediato. El interior del avión, donde solía reinar la oscuridad, estaba iluminado por las llamas. Abajo, Stuttgart ardía.
El bombardero herido siguió con su corrida de tiro, abrió sus compuertas y en segundos lanzó nueve bombas de 250 kilos que cayeron sobre el área industrial marcada como blanco. Al golpear contra el suelo, latigazos de luz seguido de cortas llamaradas blancas marcaron el éxito de la misión. Entonces sólo quedaba regresar, otras tres horas de vuelo sobre territorio enemigo para volver a la vida. Sin embargo Hughes sentía que aquello terminaría mal, como lo ocurrido con Archie Cameron y Douggie Hine, otros dos jugadores del seleccionado nacional de rugby argentino y amigos de Hughes habían seguido sus mismos pasos fuera de la cancha de rugby para convertirse en voluntarios combatientes del aire.
Cameron había perdido la vida durante una noche de niebla a bordo de un bombardero, durante un vuelo de adiestramiento nocturno. Douggie Hine fue derribado en la trágica noche del 22 de junio de 1943, fecha en que murieron, además, George Cadmus, famoso jugador del Club Atlético del Rosario, y James Watt, jugador del plantel superior de los Old Georgians.
Hughes sabía que, en caso de morir, lo sobreviviría otro jugador del seleccionado nacional argentino, el Teniente Eric “Moustache” Buckley, que había participado en el desembarco de Normandía sirviendo en un regimiento anti-tanque, pero una semana más tarde fue enviado a casa, herido durante un combate.
Tras el bombardeo a Stuttgart, debía trazar el camino de retorno, la vuelta segura a su base, el hogar de la unidad canadiense. Tenía el ticket de salvación para todos en sus manos. La suerte vino en su ayuda: nubes y lluvia envolvieron al avión que se escabulló entre la bruma. A las seis de la mañana, el bombardero Halifax aterrizó. La misión de 9 horas de vuelo había concluido. Hughes abandonó el avión, dejó caer sus guantes sobre la pista y con sus manos toco el césped. Cerró los ojos y soñó. Escuchó la ovación de una tribuna, el grito del medio scrum Noel Cooper lanzándole la pelota antes del ingreso al ingoal, sintió los abrazos de Archie Cameron, Douggie Hine y Eric Buckley. Vio la cancha cubierta por banderas argentinas.
Cuando finalmente levantó la vista y observó a lo lejos en un cartel la marca de su unidad, el Escuadrón 424 Tigre, Hughes sintió el orgullo de pertenecer. Al fin y al cabo poseía vista de lince, combatía con los Tigres, pero su corazón, era el de un Puma.
Todavía le quedaba mucho por vivir. La muerte lo sorprendió en tierra, ya consagrado como héroe de guerra. El oficial de vuelo Leonard Gavan Hughe murió el 11 de diciembre de 1981 en Hurlingham, provincia de Buenos Aires.
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