Los placeres crueles de Patricia Highsmith
Cuando irrumpió en la redacción, sus compañeros miopes pensaron que se trataba de la mismísima Katherine Hepburn. Era 1943 y, recién graduada en Literatura Inglesa en el Barnard College, la muchacha de 22 años necesitaba un empleo, el que fuera, para sobrevivir en Manhattan y asistir al psicoanalista. La Segunda Guerra Mundial se prolongaba y había que levantar la moral de un pueblo. The Fighting Yank, algo así como El yanqui combatiente, era un comic publicado por esa editorial, Cinema, que narraba las aventuras de un superhéroe vernáculo de doble identidad: una épica, salpicada de sangre, y otra, rutinaria y gris. Temprano comprendió la riqueza que existe en la dualidad de los personajes. Patricia Highsmith había heredado de su padre biológico talento para la ilustración, pero su don y su responsabilidad eran la escribir historias de aventuras. En un clima de machismo imperante, por fin se animó a hablar en la redacción. Tenía sed y manifestó su deseo de beber una gaseosa. Un compañero embobado con ella, viscoso, se ofreció a regalársela, pero ella se negó y le dio una moneda, el cambio exacto. El hombre regresó al escritorio de Highsmith con una bebida de la marca antagonista y con algunos centavos que le había devuelto la máquina. Ella finalmente se quitó las esposas y la máscara, lo abofeteó y mostró su verdadera identidad: "Comprarás las cosas por la calidad, no por la cantidad". Joan Schenkar recoge esta anécdota en Patricia Highsmith (Circe, 2010), la biografía de la dama de la crueldad, una autora prolífica seducida por sombras y dobles, atleta de laberintos psíquicos, poseedora de la certeza de que el mal irrumpe en lo cotidiano, enemiga de los finales abiertos, arquitecta de desenlaces trágicos. De modo coherente, su vasta producción de relatos cortos –opacada por la saga de famosas novelas protagonizadas por Tom Ripley– poseen una calidad notable.
Relatos (Anagrama) es la flamante antología integrada por cinco libros de cuentos de Highsmith, publicados entre 1970 y 1981: Once, Pequeños cuentos misóginos, Crímenes bestiales, A merced del viento y La casa negra. Graham Greene en el prólogo de esta antología define el universo de la autora como "claustrofóbico" e "irracional" y acusa al lector de deleitarse con "placeres crueles". Sin lugar a dudas, el hilo conductor de estos relatos tan poderosos por su complejidad psíquica y por su magnetismo visual es la crueldad. "En el baño ácido de su prosa saturada de detalles, desarrolló su propia imagen de un mundo alternativo: el Territorio Highsmith. Un territorio psicológicamente tan amenazador que hasta sus lectores más devotos esperan no reconocerse jamás en sus páginas", sostiene Joan Schenkar, quien recorre la vida de una artista que forjó una rutina ordenada de escritura y una existencia plagada por tumultos pasionales.
Alfred Hitchcock fue uno de los primeros en reparar en su talento y convocó a Raymond Chandler para adaptar Extraños en el tren (1951). Luego, en 1952, Highsmith publicó El precio de la sal, sobre la pasión entre una dama de sociedad y una joven, ya con su sexualidad definida. La novela de amor que la sociedad prohíbe se convirtió en best seller en una época en la que la homosexualidad era considerada una enfermedad. Recién en 1989 se publicó con su nombre original, Carol [fue llevada al cine en 2015 por Todd Haynes, con Cate Blanchett y Rooney Mara], con un prólogo donde la autora no oculta su identidad. Allí reconocía que hasta aquella fecha recibía cartas de agradecimiento de lectores, quienes se habían sentido iluminados y comprendidos con la novela. Pero el estilo de la escritora, su sello distintivo, no se encuentra en esta última narración.
En la mayoría de los cuentos de Highsmith, sus personajes están tratando de escapar o son acechados por otros hombres, criaturas o sombras. En el grotesco cuento inaugural "El observador de caracoles", con sus ribetes kafkianos –genera incluso arcadas– aparece un hombre incapacitado de hablar, de comunicarse, fascinado con estas criaturas que se encierran dentro de sí. De la fantasía al realismo, sin escalas, Pájaros a punto de volar marca también una de las aristas de su narrativa a través de la desesperanza y la soledad. La obra de Highsmith puede leerse como una tesis sobre el daño que puede generar una persona sobre otra, no solo físico. Inmersos en su propio dolor, su moralidad queda a menudo suspendida y sus personajes actúan sin culpa. Psicópatas, camaleones humanos ("La señora Afton, entre las verdes colinas") el mundo es un lugar oscuro e insoportable.
No es azaroso que sus personajes migren constantemente, se muden de hogar (muchos relatos comienzan con la llegada a una nueva casa) o sean extranjeros. La autora, nacida en Texas, pero criada en el Greenwich Village de Manhattan, conocía lo que significa comenzar de nuevo en un lugar diferente. Tuvo una vida nómada, entre los Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Suiza. A sus criaturas las impulsa la búsqueda de un lugar menos atroz y menos contaminado por la violencia que las grandes urbes catalizan ("Los bárbaros" o "Vidrios rotos"), aunque lejos del mundanal ruido también ocurrirán aberraciones ("Algo con lo que tienes que vivir" o "Lentamente en el viento"). A esta autora maldita y ermitaña, como si se empalagara cada vez que emerge un connato de esperanza, una acción noble o desinteresada, intervienen sus seres para demoler aquello que otros personajes construyen o enhebran a través de empatía, por ejemplo en "La heroína", con un desenlace flemático, primitivo y demoledor. La solidaridad es un artefacto, un objeto artificial ("La Red"), aquello que aglutina a las personas no de modo genuino, sino como único modo de sobrevivir.
Schenkar, quien editó Patricia Highsmith, Selected novels and short stories (Norton, 2010) considera que los cuentos de la escritora, a diferencia de sus novelas, si bien abordan los mismos temas obsesivos en diferentes escenarios, son muy diferentes entre sí y retoma el concepto de Territorio Highsmith en su diálogo con LA NACION revista. "Cada historia tiene un vocabulario diferente, un estilo diferente y un tema diferente. Sin embargo, se podría decir que las historias tienen la misma psicología que sus novelas: la psicología del Territorio Highsmith. Los cuentos de Highsmith son para sus novelas lo que los peces son para los tiburones gigantes: comparten algunos de los nutrientes de las novelas y algo de su audacia, pero tienen un alcance menor, un estilo más rudo y un comportamiento más errático".
Los animales están omnipresentes en los cuentos ("La tortuga de agua", sobre un solitario niño de 11 años, víctima del bullying y de una madre castradora, o "En busca de 'Espacio Claveringi'"), señalados incluso con su nombre propio en cursiva, para distinguirlos de los hombres o para dotarlo de una entidad más elevada que la humana. La escritora española Marta Sanz (Clavícula, Farándula y Amor Fou) participó en la última edición de BCNegra, el festival de novela negra, de un homenaje a Highsmith. Sanz confiesa que Crímenes bestiales, protagonizados por animales, es su colección favorita de relatos. "Actualiza el género moral de la fabula para replantear los límites, los valores totémicos y los tabúes de nuestra sociedad: el bien y el mal, más allá de aproximaciones esencialistas, se abordan desde una perspectiva en la que el contexto nunca es un factor despreciable, de modo que el lector puede llegar a entender por qué una rata veneciana acaba comiéndole la cara a un bebé dentro de su cuna. El lector se pone del lado de la rata, la reconoce dentro de sí mismo, pierde su inocencia, se distorsiona la visión arcangélica que tenemos de cada uno de nosotros, nos reencontramos con nuestro Mr. Hyde y, al mismo tiempo, relativizamos la maldad de esos monstruos familiares que merecen compasión porque no nacen del ADN, sino que son generados por la mezquindad, la competitividad y las desigualdades".
En "El estanque", un personaje dice que la naturaleza lo gobierna todo. Esta es la máxima que gravita en Crímenes bestiales, donde los animales vengan los excesos que cometen los humanos. En esta pugna de dominación, del mundo racional frente al instintivo animal, es este último, por su esencia, por su fuerza y su nobleza el que se impone sobre los hombres. Perros coquetos del East Side, una elefanta de circo en primera persona, un camello del desierto, la yegua de una granja… Todos ellos proporcionan un escenario para reflexionar sobre la dominación y la libertad, sobre el abuso y la sumisión.
¿AUTORA MACHISTA?
"Un joven le pidió a un padre la mano de su hija y la recibió en una caja; era su mano izquierda", comienza así el primer relato de Pequeños cuentos misóginos, un volumen que recorre la historia de la mujer a lo largo de los siglos, desde la mujer de las cavernas. Por este libro fue tildada Highsmith de machista, pero ocurre quizá con ella lo mismo que con otras historias, narradas en otros formatos, como Mad Men, por ejemplo. ¿Son sus autores los machistas o los mundos que describen? Un grupo de graduadas del Instituto del Teatro de Barcelona montó su primer espectáculo basado en estos cuentos. Era 1991 y surgía la compañía T de Teatre. "No hubo ni dramaturgia ni nada, no era necesario con un texto de esa calidad. Una silla, el vestuario que teníamos de casa y les contábamos las historias del libro al público. Tuvo un éxito brutal. Fue un bombazo", recuerda Ágata Roca, actriz de la agrupación catalana. "La perfeccionista", uno de estos cuentos, era interpretado en escena como monólogo, fiel a cada punto y coma que había diseñado Highsmith.
La misoginia no está solo presente en este segundo volumen. "Cuando la flota estuvo en Mobile" narra más que el intento de fuga de una mujer de las garras de su inmundo marido, sino que el lector es trasladado a una red de trata de mujeres. Geraldine, la heroína, intentará gritar y defenderse hasta las últimas líneas de este relato perturbador. Como en la icónica imagen de Munch, los personajes de Highsmith intentan alertar del horror, pero sus pedidos de auxilio son apenas audibles. "De los trece cuentos que elegí para la colección de Highsmith que edité, ocho de ellos exploran las pequeñas perturbaciones de las mujeres. Highsmith es casi siempre más cruel con sus personajes femeninos que con sus personajes masculinos. E incluso allí, no puedo elegir la historia más cruel porque sus crueldades son tan individualmente inventivas que no se pueden comparar entre sí. Creo que es suficiente decir que Patricia Highsmith es tan cruel con sus personajes como Henry James y Marcel Proust. Y eso es mucho decir, créanme", opina Schenkar. Quizá el colmo de la crueldad aparece en "Esos horribles amaneceres". La escritora aborda el tema del aborto, la salud reproductiva y la violencia doméstica a través de una camarera neoyorquina de 25 años, madre de tres niños pequeños, víctimas de unos padres feroces.
"El hombre que escribía cuentos en su cabeza" es una reflexión sobre el acto creador de la escritura. Su protagonista –curiosamente llamado E. Taylor Cheever, como el autor de El nadador– escribe catorce novelas a lo largo de su vida, todas ellas, en su cabeza. No solo no las publica, sino que además tampoco las escribe, no las lleva a un soporte que pueda ser leído en la posteridad por terceros. El tal Cheever tiene una mujer que lo adora y protege, que no cuestiona su incapacidad de trasladar al papel aquel universo de ficción que planea con tanta minuciosidad. Este cuento aborda el océano insondable de la mente y la imaginación, aquellas historias y personajes que habitan dentro de cada persona y que pueblan y condicionan la rutina a un punto de ser casi de carne y hueso.
CATÁLOGO DEL CRIMEN
La obra de Highsmith es un amplio catálogo de modos de asesinar (en defensa propia, en arrebatos de ira, por venganza, en actos criminales, en accidentes, etc.). En "La corbata de Woodrow Wilson", hay una particular ecuación que desafía a la lógica kantiana, más cercana a su adorado Søren Kierkegaard: "asesino, luego existo".
De todos los asesinos que acunó, Tom Ripley fue su favorito. Marta Sanz reflexiona sobre este personaje: "Creo que ese es, en general, el encanto de los mórbidos relatos de Patricia Highsmith que, no por casualidad, huyó de su país de origen y nos ofreció un personaje, a la vez tan complejo y reconocible, como Tom Ripley, imaginativo, creativo, jugador hasta el límite, parodia del self made man, ventrílocuo, arribista, Zelig, desclasado, un don nadie que necesita vestirse de otros, pero que al final descubre el poder de ser un don nadie... Se produce un inteligentísimo solapamiento entre la escritora enmascarada, el personaje enmascarado y el lector enmascarado que se identifica con escritora y personaje, se pone del lado del supuesto mal –de la idea del mal en el capitalismo, de la doble moral y la hipocresía– para relativizar ese mal de mala calidad, de imitación. El lector lee con antifaz como si fuese a robar una casa y, en su deseo de que triunfe el delincuente, pone en tela de juicio sus valores, se enfrenta a su lado oscuro indisolublemente conectado con el sistema. Lo autobiográfico, lo político y lo literario forman un triángulo perfecto en la literatura highsmithiana".
Desde que fue concebido por la mente intrincada de Highsmith, este psicópata fue llevado al cine en múltiples ocasiones. Alain Delon, compuso a esta criatura en A pleno sol (1960), de René Clément. Dennis Hopper, en El amigo americano (1977), de Wim Wenders, también se calzó el traje de este estafador. Matt Damon brilló en El talentoso señor Ripley (1999), de Anthony Minghella. John Malkovich, en El juego de Ripley (2002), y Willem Dafoe –no en la piel del asesino– aparece en Mr. Ripley, el regreso (2005).
La escritora Jeanette Winterson escribió que en el funeral de Highsmith, quien había declarado estar enamorada toda su vida, no había ningún amante. El entierro fue filmado, un hecho que a la escritora le hubiese gustado ya que siempre pensaba en la posteridad. Quizá allí, más allá del Territorio Highsmith, el alma de la escritora, feligresa del pesimismo, pueda sumergirse en un Olimpo subterráneo de criminales y psicópatas, para mirarlos de frente, sin miedo, con la fascinación de un demiurgo.
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