Ary un chico de 19 años entró al ejército sin jamás imaginar que iba a estar en el frente en una guerra. Sus padres, Jabito y Valeria, cuentan cómo sobrellevan este momento.
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Valeria y Jabito son padres de cuatro hijos, dos mujeres y dos varones. La mayor de las mujeres, casada y mamá de una beba, y el mayor de los hijos, de 19 años, se fueron a vivir a Israel en el 2020. A la distancia la familia seguía funcionando como cualquier familia judía argentina con algún miembro emigrado a otro país. Gracias a la inmediatez de las comunicaciones, la distancia nunca se había experimentado como una barrera. Se sentían cerca y acompañados. Los mensajes de Whatsapp y las camaritas de los teléfonos les permitían seguir siendo una familia unida. Se saludaban antes de cada cena de Shabat deseándose un descanso en paz, comentaban qué manjares de la cocina sefaradí iban a poner sobre la mesa, se mandaban foto de la jalá, el pan trenzado que las mujeres amasan para la ocasión y se mantenían al tanto de los episodios de cada día.
Viven y trabajan en el barrio de Once donde manejan un local de venta de telas y uno de ropa de mujer. Como la mayoría de los comerciantes estaban pendientes de los vaivenes económicos del país, preocupados muchas veces, otras más esperanzados, pero nunca habían perdido la tranquilidad, no conocían el miedo al futuro o a la muerte y jamás habían pasado noches sin poder dormir. Así, con cierto grado de incertidumbre, el habitual para cualquier familia argentina, transcurría la vida de ambos hasta el 7 de octubre de 2023. Ese día, algo que ocurría a miles de kilómetros de distancia, en el otro lado del mundo, iba a darles vuelta toda su vida. La masacre perpetrada por Hamás en el sur de Israel para la familia Duek tuvo un impacto particular. No solo los afectaba como a cualquier judío del mundo, sino como padres de dos hijos que viven en ese país. Uno de ellos soldado. Con solo 19 años, su hijo se encuentra, desde hace más de cien días, enrolado en el ejército de defensa israelí en la frontera con Gaza. En cualquier momento pueden llamarlo al terreno palestino donde se libra la guerra desatada por Hamás.
Es un “jaial boded”, un soldado solitario, como se llama a los jóvenes que hacen el servicio militar en Israel sin ser israelíes nativos y sin tener a su familia allá. Gracias a un programa de ayuda comunitaria Jabito pudo viajar a visitarlo e interiorizarse de la situación de cada día en el contexto de la guerra. Nunca imaginó lo que iba a sentir cuando dos meses después de la guerra y a más de un año de no ver a su hijo, por fin lograría darle ese abrazo anhelado. Cada célula de su cuerpo, cada latido de su corazón cobró una emoción que desconocía.
“Nos despertó un llamado en la noche del Shabat y supe que había pasado algo malo”
“El 7 de octubre, mientras dormíamos, sonó el celular. Eran las 3 de la madrugada y supe que algo malo pasaba ya que por ser Shabat nadie llamaría a esa hora, pero nunca me imaginé que se había desatado una guerra en Israel.”, recuerda Valeria.
“Desde ese momento nuestra vida cambió, creo que para siempre. Ver las imágenes del horror que estaban circulando en las redes y en whastapp, los muertos, los chiquitos mutilados, las mujeres violadas y asesinadas. ¡No podía creer que era verdad! ¡Quería levantarme y pensar que estaba teniendo una pesadilla!”, recuerda. En los días subsiguientes Valeria se angustió tanto que hasta dejó de comer, no pudo dormir de noche ni pensar en otra cosa que no fuera la guerra. Le costaba ir a trabajar, el día a día del negocio se le hacía inmanejable, estaba funcionando en piloto automático. “Uno de nuestros hijos estaba allí muy expuesto al peligro real. Es combatiente y está en el ejército. Jamás imaginé una situación así.”, revela.
Redes de ayuda: “La oportunidad era imperdible”
En Argentina, como en otros países del mundo, rápidamente desde que se desató la guerra, empezaron a construirse redes de ayuda para padres de los jaial boded (o soldados solitarios). También se organizaron reclamos de grupos de judíos autoconvocados para la liberación de los rehenes secuestrados, de los cuales todavía 139 permanecen en cautiverio en los túneles de Hamás.
El matrimonio participa de un grupo de contención junto con otros 15 padres, que les brinda apoyo psicológico. Ambos acuden a las reuniones una vez por semana y conversan sobre sus angustias, miedos e intercambian noticias e información útil. Allí se enteraron que una organización estadounidense promueve los recursos para que uno de los padres de un jaial boded pueda viajar para reunirse con su hijo. “Enseguida Jabito lleno el formulario y al otro día ya tenía el pasaje en la mano. Ellos te llevan pero no te garantizan que puedas ver a tu hijo, ya que eso depende de las Fuerzas de Defensa Israelíes, pero la oportunidad era imperdible.”, dice Valeria.
A los tres días de haberse inscripto Jabito estaba volando a Israel y por suerte pudo darle la sorpresa del encuentro a Ariel, que no se la esperaba. “La verdad es que poder tenerlo, abrazarlo, sentirlo y olerlo a nuestro hijo es algo que envidié un poco, porque yo no pude, pero la verdad es que en medio de tanta angustia, que Jabito pudiera ir, fue maravilloso. Y esto es gracias a las redes, porque si no hubiéramos estado conectados con un grupo de ayuda todo hubiese sido más difícil aun”, reflexiona.
No sabía si iba a poder verlo
Cuando Jabito estaba en Ezeiza por abordar su vuelo hacia Israel le avisaron que el jaial entraría pronto a una operación en territorio y que no lo iba a poder ver. La desilusión fue grande, pero al menos, iba a estar en la misma tierra, podría visitar a su otra hija y completar la agenda de actividades de voluntariado que tenía programada. Iba a poder conocer un Israel que no conocía: terreno diezmado que había que reconstruir, llenar cajas de comida para los soldados, sembrar en el desierto y recibir actualizaciones sobre el conflicto estando allá. En fin, vivir el clima y, tal vez, hacerle llegar a su hijo otra energía. Un rezo más potente, un deseo de paz más lleno de emoción. Al llegar al aeropuerto de Tel Aviv, quien viajaba a dar una sorpresa, finalmente fue el sorprendido. A Ary le avisaron que la operación se había suspendido y pudo ir a recibir a su papá al aeropuerto. Ese abrazo, registrado en un video de whatsapp es uno de los momentos que la familia no puede dejar de disfrutar una y otra vez. Quedó como símbolo y totem de esperanza, en medio de la incertidumbre, la angustia y el dolor.
En Tel Aviv Jabito se hospedó en el Hotel Leonardo, junto con otros padres que habían viajado para ver a sus hijos. Allí pasaron el shabat juntos y cuando el joven volvió a su unidad del ejército, Jabito continuó hospedado hasta que partió a los siguientes destinos programados para la estadía. Además, allí convivió con muchas familias de víctimas de los ataques del 7 de octubre que no pueden regresar a sus casas. “Están angustiados, además del horror que sufrieron, de las muertes de sus seres queridos, vecinos, mascotas, perdieron todo lo que tenían. Es muy doloroso, la verdad. Y tanto ellos, como cualquier otro israelí al que le cuento que mi hijo es soldado me agradecen y me llenan de palabras de aliento. Allá los soldados son muy queridos, muy cuidados, no les cobran en los restoranes, por la calle la gente los quiere abrazar, transmitirles fuerza, bendiciones. Se vive un clima muy especial estos días.”, cuenta Jabito.
Los días siguientes los dedicó a participar de tareas de voluntariado. Se necesitan manos y mucha ayuda para reconstruir todo lo que ese fatídico ataque del 7 de octubre destruyó. A Jabito le tocó ir a trabajar al campo. Técnicamente no es el campo porque en Israel no hay tierras fértiles. Lo que hay es tierra desértica que con tecnologías de riego y fertilización se convierten en grandes extensiones aptas para la agricultura, una de las principales actividades económicas de los kibutzim o comunidades agrícolas. Hacia allá, a uno de los kibutzim del sur, es adonde fue Jabito junto con otros compañeros de viaje. Durante seis horas bajo un sol intenso plantó tomates cherrys (un invento israelí) y brócoli. En otra ocasión fue a llenar cajas con comida para los soldados, y otra vez hizo el mismo trabajo pero destinado a las personas desplazadas de sus hogares que están alojadas en hoteles.
“Yo nunca había hecho nada de eso. Me sorprendió la capacidad de organización, la manera en que uno se siente parte de algo más importante, es un momento en el que necesitamos muchas manos que ayuden. Yo había ido a Israel antes pero como turista, esto es completamente diferente. Y, además, así se pasaba el tiempo sin pensar en que en cualquier momento lo pueden llamar a mi hijo al frente. Aunque él está convencido y orgulloso, se lo ve muy adulto, muy valiente, para nosotros es mucha angustia. Nunca nos imaginamos que íbamos a estar viviendo algo así. Israel era un país hermoso en el que se vivía con alegría, pese a todo. Esto que está pasando no tiene ningún sentido. transmite Jabito, “Pero lo vamos a superar. No tengo dudas.”.
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