"Antes de entrar en el colegio, un miembro de la prensa me gritó: ‘Señor Mandela, ¿por quién piensa votar?’. Me eché a reír. Le respondí: ‘Llevo rompiéndome la cabeza con esa pregunta toda la mañana’. Puse una X en el recuadro del Congreso Nacional Africano, e introduje mi papeleta plegada en una sencilla caja de madera. Acababa de votar por primera vez en mi vida".
Faltan pocos días para que se cumplan 25 años de la escena que Nelson Mandela recuerda en su autobiografía, El largo camino hacia la libertad. Fue el 27 de abril de 1994. Hasta entonces, en Sudáfrica , solo los blancos, que representaban poco más del 10% de la población, tenían derecho a votar. La foto de ese instante es un símbolo del final del apartheid.
"Fue sin dudas uno de los días más importantes en mi carrera", dice hoy, desde Ciudad del Cabo, Paul Weinberg, el hombre detrás de la cámara. "En ese momento supe que estaba siendo un testigo privilegiado de la historia". Pero lo cierto es que Weinberg llevaba años siendo no solo testigo, sino también protagonista de su tiempo: junto con Omar Badsha y un grupo de colegas, había estado al frente de Afrapix, un colectivo multirracial de fotógrafos y activistas que se animó a desafiar el poder y documentó los últimos años del apartheid, dando a conocer en el mundo la atmósfera de opresión y resistencia que se respiraba en Sudáfrica en los 80. "Hicimos lo que creíamos que había que hacer", dice. "Contar una historia distinta de la oficial".
Paul Weinberg (1956) supo siempre que algo andaba mal. En el colegio no había grandes conflictos –los maestros hablaban de supremacía blanca a alumnos que eran, en su totalidad, blancos, como él–, pero al volver a casa escuchaba a sus padres conversar sobre derechos humanos y voto universal. A los 17, hizo el servicio militar obligatorio y fue enviado a la frontera con Namibia, una zona en conflicto permanente entre 1966 y 1990. Allí entendió que lo estaban entrenando para hacer el trabajo sucio del apartheid y decidió seguir su propio camino. "Sentí que estaba en las entrañas de la bestia", dice.
Omar Badsha (1945) creció en un hogar politizado. Es lógico, explica: de origen indio –es decir, "no blanco"–, su familia y su comunidad eran castigadas por el apartheid. En 1960, cuando él cursaba el primer año del secundario, la policía disparó contra una manifestación opositora al gobierno en Sharpeville, a una hora de Johannesburgo, y mató a 69 personas. Unos días más tarde, los partidos políticos que luchaban contra la segregación fueron proscritos y sus líderes perseguidos. Entonces, Badsha hizo lo que estaba a su alcance: se unió a una organización estudiantil e inició su vida como activista.
Weinberg y Badsha se conocieron en 1982. Ese año, junto con Lesley Lawson, Mxolise Mayo y Biddy Partridge –fotógrafos que colaboraban con organizaciones sociales y medios alternativos–, se reunieron en Johannesburgo para fundar Afrapix. A la manera de Magnum –la cooperativa conformada por Henri Cartier-Bresson, Robert Capa, David Seymour y George Rodger–, el colectivo mezclaba el oficio periodístico con la fotografía documental y de autor, pero sumaba al combo un fuerte compromiso con los movimientos locales de resistencia.
El apartheid –en afrikáans significa separación– fue una política de segregación racial impuesta en Sudáfrica por el Partido Nacional, a partir de su victoria en las elecciones de 1948. El sistema clasificaba a los habitantes en cuatro grupos: blancos, negros, de color o mestizos e indios. Cada etnia estaba obligada a vivir en un área designada de la que no podía salir sin autorización, y a llevar una vida totalmente separada de la de los demás. Los blancos, por supuesto, eran los privilegiados: accedían a más derechos –a votar, por ejemplo–, a mejores servicios –hospitales, escuelas, transportes–, a trabajos calificados y a tierras productivas.
"La segregación afectaba nuestras vidas de todas las maneras posibles", dice Omar Badsha desde Ciudad del Cabo. "Por empezar, el color de tu piel definía a qué escuela podías ir. Y, por supuesto, la educación que recibíamos quienes no éramos blancos, era de segunda, con mucha menos infraestructura. Tampoco podíamos trabajar en cualquier lugar ni tener una novia blanca, por ejemplo. En realidad, podíamos, pero a escondidas: para el Estado, era un acto criminal".
Desde el principio, Afrapix se propuso varios objetivos: difundir el trabajo de fotógrafos jóvenes, promover la fotografía documental a través de publicaciones y muestras, generar un archivo y una biblioteca y, sobre todo, abastecer de imágenes a la prensa y a las organizaciones antiapartheid de Sudáfrica y el mundo.
Para ello, el grupo estableció su base de operaciones en Khotso House, sede del Consejo Sudafricano de Iglesias, una organización opositora que en esos años lideraba Desmond Tutu (Premio Nobel de la Paz en 1984). Desde aquel edificio en el centro de Johannesburgo, Afrapix coordinaba un grupo de profesionales que llegó a contar con 25 miembros estables y 60 freelancers –entre ellos, algunos destacados como Santu Mofokeng, Guy Tillim o Cedric Nunn–, cuyas imágenes se distribuían a través de medios locales y de agencias internacionales de la talla de Reuters o Associated Press.
Según Weinberg, todos en Afrapix habían tomado partido contra el gobierno, pero trataban de no ser demasiado explícitos para evitar represalias. "Aunque éramos activistas y convivíamos con varias organizaciones, tratamos de no alinearnos abiertamente con ningún partido político: dejábamos que nuestras fotos hablaran por nosotros". Así, a lo largo de una década, el grupo registró huelgas, protestas, festivales, reuniones políticas y escenas cotidianas de la vida bajo el apartheid.
A pesar de las precauciones, el gobierno sudafricano percibía el trabajo de Afrapix como una amenaza, y en 1985 allanó las oficinas de Khotso House. En la redada, la policía detuvo a varios integrantes y secuestró el archivo con la intención de llevar adelante un juicio por traición. Finalmente, el proceso no avanzó y los fotógrafos pudieron continuar con su trabajo.
* * *
Aunque los integrantes de Afrapix fueron los primeros en organizarse y empuñar sus cámaras con un claro objetivo político, hubo antes otros fotógrafos que se ocuparon de documentar los años de segregación. En 1966, por ejemplo, Ernest Cole huyó de Sudáfrica con decenas de imágenes que mostraban desde adentro los aspectos más crueles del sistema. Un año después, sus fotos se publicaron en Estados Unidos en un libro que se llamó House of Bondage, que pronto tendrá una nueva edición a través del sello Steidl.
Antes de exiliarse, Cole había trabajado para The Drum, una publicación por donde pasaron otros fotógrafos destacados como Peter Magubane o Alf Khumalo. Por su parte, David Goldblatt –seguramente el fotógrafo sudafricano más reconocido en el extranjero, fallecido el año último– también registró, durante décadas, la cultura sudafricana en el siglo XX, usando su cámara como una sutil herramienta de crítica social. Sin embargo, en la memoria colectiva, la imagen de Hector Pieterson tomada por Sam Nzima ocupa un lugar central.
Hector tenía 12 años cuando lo mataron. En la foto ya es un cuerpo inerte con sangre que sale de la boca, que se seca en su mano y que mancha la camisa blanca de Mbuyisa Makhubo, el joven de 18 que lo lleva en brazos y se niega a creer lo que está sucediendo. Junto Mbuyisa corre Antoinette, hermana de Hector, el rostro congelado para siempre en un estallido de dolor.
La foto –una de las más influyentes en la historia, según la revista Time– es un retrato del horror del apartheid. Fue tomada el 16 de junio de 1976, el día en que Hector, Mbuyisa, Antoinette y otros miles de estudiantes salieron a las calles para protestar contra un sistema educativo que postergaba a las escuelas para alumnos negros y obligaba a todos a usar el idioma afrikáans: la lengua del opresor, para la mayoría de los sudafricanos.
Aquel día, la represión en Soweto –un asentamiento en las afueras de Johannesburgo, donde millones de negros eran obligados a vivir– terminó con 566 estudiantes muertos. A la mañana siguiente, la foto de Hector se publicó en la portada del diario local The World, y se reprodujo en medios internacionales como The New York Times o The Guardian.
Pronto Sam Nzima, el fotógrafo que había capturado el momento, empezó a sufrir el acoso de la policía y debió dejar la ciudad y el fotoperiodismo. Mbuyisa Makhubo, por su parte, abandonó el país y nunca más se supo de él. La imagen de Hector Pieterson, sin embargo, siguió circulando en la prensa alternativa como símbolo de resistencia.
Hay un dicho que explica lo que pasó entonces: "Si Soweto estornuda, Sudáfrica se resfría". Después de la masacre de 1976, los grupos opositores se expandieron por todo el país. "Se generó un movimiento masivo de activistas, sindicatos, organizaciones sociales y religiosas", dice Paul Weinberg. "Por supuesto, el gobierno respondió con represión y disposiciones que buscaban desactivar esos focos, pero la gente había ganado mucha confianza".
En ese contexto, el trabajo de Afrapix fue reconocido por su compromiso político, y años después fue catalogado por muchos como struggle photography (fotografía de lucha). El término, sin embargo, no convence a Weinberg. "Es una definición desafortunada, porque da a entender que solo fotografiábamos cierto tipo de acontecimientos, escenas de puños y banderas en alto. Nuestro archivo confirma que también nos ocupábamos de la vida cotidiana, de la gente común. No estábamos solo detrás de lo espectacular que, por supuesto, era lo que más buscaban los medios. Había imágenes del frente de batalla, claro, pero también nos embarcábamos en proyectos documentales personales".
Como ejemplo, Weinberg recuerda Going Home, una serie que realizó junto con Santu Mofokeng, en la que cada uno fotografiaba su lugar de origen: Mofokeng, el asentamiento de Soweto; Weinberg, la ciudad Pietermaritzburg, situada 500 kilómetros al sur de Johannesburgo. "Queríamos mostrar de dónde venía cada uno. No eran imágenes explícitamente políticas, pero podían tener el mismo impacto, o más", dice.
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Los miembros de Afrapix se separaron en 1991. Hay diversas versiones sobre las razones que llevaron a la ruptura, pero lo cierto es que soplaban vientos de cambio en Sudáfrica. El principal líder opositor, Nelson Mandela, había sido liberado en febrero de 1990, después de pasar 27 años encarcelado. Pronto, las leyes que sostenían el apartheid fueron abolidas, y el gobierno comenzó las negociaciones para llevar adelante las primeras elecciones democráticas en el país, que se realizaron el 27 de abril de 1994, y que consagraron a Mandela como presidente.
"En los 80, los fotógrafos y artistas fuimos parte de un movimiento cultural más amplio que surgió de la resistencia de la gente", asegura Badsha. "Me gusta pensar que Afrapix cambió la forma en que se representaban la vida y la lucha en Sudáfrica. Nuestras fotos se distanciaron del viejo tema de ‘los negros como víctimas’, y ayudamos a construir otra imagen de las comunidades y los movimientos de liberación. Cambiamos la precepción de la gente, su forma de relacionarse con las imágenes".
En tanto, Weinberg concluye: "En aquellos años escribí que debíamos usar la cámara ‘como un arma contra el sistema’. En ese momento la declaración tenía sentido, pero ahora me parece algo burda y arrogante. Creo que hoy sería más prudente: usábamos la cámara para tratar de entender lo que pasaba en la sociedad".
Juan María Fernández
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