Originaria de la selva amazónica, los quechuas la llamaron “la soga de los muertos”. Sin ser una droga, algunos terapeutas empiezan a usar este preparado de plantas para tratar traumas, adicciones, trastornos y depresiones agudas, con resultados asombrosos.
Posee el aura de una poción mágica. Aquel que la beba puede verse transportado a paraísos cósmicos, pero también sentir que es arrastrado hacia inframundos escalofriantes. Emergió de las profundidades de la selva amazónica y los habitantes de esta región le dieron nombres diversos. Algunos de ellos aseguraban que esta infusión les permitía conectarse con el mundo de los espíritus, como si fuera un lazo extendido hacia el más allá. Por eso decidieron llamarla “la soga de los muertos”. “Ayahuasca”, en su lengua quechua.
Hoy, este brebaje milenario dejó de ser de uso exclusivo de las comunidades originarias del Amazonas occidental y pasó a estar bajo la lupa tanto de médicos como de psiquiatras, psicólogos y antropólogos. El veredicto que aunó a todos ellos, tras décadas de numerosas pruebas y estudios, es que la ayahuasca conlleva un poderoso potencial terapéutico. Adicciones pesadas, depresiones agudas, trastornos obsesivos, lesiones emocionales por pérdidas de seres queridos, ansiedad, cuadros severos de estrés son algunas de las patologías que más se repiten en este nuevo historial de la planta, usada como parte de una terapia alternativa.
Mónica es psicóloga sistémica, perdió a su madre cuando era una niña y a los 25 años, mientras sobrellevaba una separación, tuvo que enfrentar la muerte de su padre. Decidió iniciar una terapia psicoanalítica que se prolongó durante ocho años. Una compañera de trabajo, también psicóloga, le habló sobre las tomas de ayahuasca y le sugirió que probara. “La primera vez que participé de una ceremonia de ayahuasca sentí que esos ocho años de análisis se resumieron ahí, en ese momento. Arrastraba el dolor por la muerte de mis padres y creía que con la terapia tenía trabajada esta cuestión. Para mí fue como un insight (hacia dentro), un darme cuenta de muchas cosas. Descubrí que no tenía todo tan trabajado como yo suponía. De alguna manera lo había acomodado a ese dolor, pero seguía ahí. En la ceremonia sentí que pude soltar a mis padres definitivamente”.
Poco después de su encuentro con la ayahuasca, Mónica descubrió que se había curado de una enfermedad intestinal que padecía de manera crónica: “En un momento, una frase retumbó en mi cabeza: «Dejá de cagarte de miedo» y fue eso, me hizo reír de mis miedos, de mis inseguridades. A partir de esa vez no tuve más colon irritable. Pero a los pocos meses de haber hecho la ceremonia con la planta, tuve que atravesar una situación de lo más angustiante: mataron a mi hermano. Y ahí sí, me derrumbé”.
Miguel R. tiene 55 años y lleva más de 20 coordinando ceremonias de ayahuasca. Con un saber académico en las distintas ramas de la psicología, hoy ni siquiera se siente cómodo con el rótulo de “terapeuta”. Le basta presentarse como “un guía o un coordinador de la experiencia”. Tampoco comulga con la idea de exponerse públicamente, mucho más cuando para la ley argentina, la ayahuasca se desliza entre la delgada línea de la permisividad y la prohibición. Por estas razones, Miguel no es su nombre real y tampoco dará coordenadas con respecto al lugar donde celebra las tomas de ayahuasca. “La planta lo que te hace ver es que todo aquello que vos pensás que es de una determinada manera es relativo –dice Miguel–. Te da la posibilidad de ver las cosas más en perspectiva. Fijate que casi todos los testimonios de los que han tomado ayahuasca son parecidos: la revalorización de la vida, aceptarse uno mismo, acercarse más a las cosas que realmente valen la pena. Y, sobre todo, moverse más suelto, sin tanta exigencia. Esta nueva perspectiva que te da la planta acciona ese famoso darse cuenta”.
La bebida que lleva por nombre ayahuasca es el resultado de la mezcla de dos plantas: una enredadera o liana (de ahí la palabra soga) llamada ayahuasca, y que da nombre a esta infusión, con otra conocida como chacruna, portadora de la dimetiltriptamina (DMT), una molécula con propiedades psicotrópicas. Aunque esta es la mixtura vegetal que más se ha expandido en cuanto a su consumo, en rigor existen cientos de combinaciones en las que intervienen otros vegetales y que también llevan por nombre ayahuasca. Una de las particularidades que posee el DMT es que actúa sobre el neocórtex, la región del cerebro donde se acumula la memoria emocional, y permite, además, la resolución de problemas y toma de decisiones.
Con la muerte de su único hermano, Mónica sintió que había perdido toda conexión con el mundo de los vivos: “Quedé en un estado en el que parecía un vegetal... tirada en el sofá. No comía, dejé de sonreír, me alimentaba a base de mate y no podía parar de llorar. Ya no me importaba mi trabajo, no me importaba nada”. En los días previos a la tragedia, había comprado un viaje a Perú para participar de un retiro donde se celebrarían tomas de ayahuasca. Empujada más por una inercia que por un interés real, Mónica concretó su viaje y compartió cuatro sesiones con tomas de la planta. “En ese retiro entendí muchas cosas con respecto a la muerte. Entendí que, en realidad, no perdés nada. Con la muerte de mi hermano algo mío se murió para siempre, pero a su vez sentí un renacer en mí. Siento que la planta llegó en el momento justo, porque si no, no sé qué hubiera sido de mi vida”.
Para Miguel, la planta es neutral, pero te abre al mundo simbólico, donde es posible revivir experiencias traumáticas y trabajar sobre ellas: “La ayahuasca amplifica todo. O sea, lo que querés evitar se amplifica tanto que muchas veces se vuelve insoportable. Pero lo que está ocurriendo con la ingesta de la planta es que cada vez se está activando más el pensamiento simbólico, que es un pensamiento metafórico. Ahí podés ver facetas de tu vida, comprenderlas y también resolverlas. Recuerdo el caso de un muchacho que se acercó para hacer la experiencia. Su hijo de 12 años estaba caminando por la vereda y fue aplastado por la carga de un camión que lo mató en el acto. Fijate cómo es este mundo metafórico, hacia dónde te lleva, que durante la toma de la planta, él pudo comunicarse con su hijo. Esas son instancias subjetivas internas, pero es una fuerza emocional tan grande que muchas veces te libera de ese dolor que te impide vivir en tu cotidiano”.
Mónica asegura que para poder trabajar todas aquellas instancias a las que te lleva la planta, se hace imprescindible enmarcarlas dentro de un contexto terapéutico: “Es que cuando llega la hora de deglutir todo lo que la planta te mostró, tiene que estar el terapeuta para acompañar ese proceso. Es una experiencia tan fuerte que la pregunta que siempre surge es: ¿me volví loca?”. Una de las cosas que Mónica más rescata de su experiencia con la planta fue la de no haberse quedado enganchada en el sufrimiento y la de haber aprendido a soltar a su familia que ya no está con ella: “Aún hoy eso sigue siendo un trabajo, pero ahora estoy más íntegra. De alguna forma, me siento más completa. Cuando estás bajo los efectos de la planta tenés un estado de amorosidad que te permite ver más allá del ego. Y eso después lo vas trasladando a tu propia vida, ya sin necesidad de tomar la planta. Esa paz, esa armonía que la planta me transmitió perduran hasta el día de hoy”.
LA MUERTE COMO CONSEJERA
“Yo no me drogo” fue lo primero que Flora le dijo a su terapeuta cuando este le sugirió que probara con una sesión de ayahuasca como parte del tratamiento que venía realizando. Al poco tiempo, durante un control médico al que había asistido por un problema renal, se enteró de que padecía cáncer. “La noticia me desestabilizó por completo. En ese momento tenía dos hijos pequeños y la sola idea de que me iba a morir me deshizo totalmente”. Sin embargo, luego de pruebas y contrapruebas, se comprobó que había sido un diagnóstico erróneo. Pero el falso dictamen ya había hecho mella en la salud emocional de Flora. “Me asusté de mi propia reacción. No sabía que yo podía llegar a desequilibrarme tanto. Y ahí fue cuando mi terapeuta me volvió a mencionar la sesión de ayahuasca. Es el momento, me dijo”.
La planta no solo trabaja en el plano de lo psíquico, sino también en el corporal. Una de sus características más relevantes es el efecto purgante que ejerce en el organismo. Vómitos, diarreas, ataques imparables de llanto, son los canales habituales de su efecto. El resultado no solo depara una enorme sensación de alivio: finalizada la toma, todos reportan una inigualable sensación de bienestar y fortaleza.
El antropólogo y psicoterapeuta español José Fericgla, pionero en la investigación sobre enteógenos con fines terapéuticos, resumió así, en uno de sus tantos escritos, cuál es la incidencia de la planta en nuestro cerebro: “Con la ayahuasca se despiertan los circuitos y mecanismos biológicos que permiten crear nuevas conexiones en nuestro cerebro. ¿Qué obtenemos de estas nuevas conexiones?Mucho, son la base estructural de nuestra existencia. Se puede decir que funcionan como el sistema operativo que rige nuestra conducta, [la ayahuasca] actúa como una poderosa herramienta que permite reprogramar nuestro ser hacia un estado de calma y fuerza interior”.
Miguel sostiene que la ayahuasca lleva a una instancia de confrontación tan extrema con uno mismo que la posibilidad de sostener aquello que tiene por nombre la palabra “identidad” es prácticamente nula: “Hay una alteración de tus esquemas. Vos tenés un mapa mental que te reconoce como tal, te hace sentir quién sos y hay una estructura que acompaña ese molde. ¿Qué pasa si eso se empieza a alterar? Esa alteración que se produce en tu psiquis, obviamente, va a tener incidencia en todo tu organismo”.
Uno de los mayores reparos que se esgrime desde la medicina convencional sobre los usos de la ayahuasca es justamente este efecto de shock que provoca en la psiquis y que podría tener consecuencias impredecibles. Desde la psiquiatría y el psicoanálisis, algunos especialistas sostienen que esta sucesión de imágenes mentales que se despliegan durante la toma de la planta puede resultar tan abrumadora y angustiante que lleve a desencadenar un colapso emocional y, hasta en algunos casos, un brote psicótico. “Esas son situaciones extremas –asegura Miguel–. Y donde es probable que la persona ya venga con un estado prepsicótico. Frente a estos síntomas psíquicos tan severos, no se debería realizar la experiencia”.
Para Flora, la enfermedad mayor que padecía no era su problema renal, sino su obsesión por el control. “Siempre fui muy ordenada. Me tuve que hacer cargo de mis padres desde chica, porque ellos eran muy mayores”. El rol que le tocó en la vida, cuenta Flora, fue el de ser responsable, obediente, cumplidora. “Durante una ceremonia atravesé lo que para mí fue el trance más duro de todos. Sentí que me moría. Pero fue una sensación tan vívida, tan real, que sentí verdaderamente que me moría. Pero ese pánico que le tenía a la muerte era mi terror al descontrol, a que algo se me fuera de las manos. Y experimenté eso, que finalmente no hay control posible que valga. Lo recuerdo como algo terrible, pero a la vez como una de mis mejores experiencias con la ayahuasca”.
Hernán es la pareja de Flora y comparte también junto a ella, desde hace siete años, las ceremonias de ayahuasca. Decidió acompañarla en esta experiencia, dice, cuando observó los cambios notables que la planta había producido en Flora: “Apenas llegó a casa aquella primera vez que hizo la toma, ya en el abrazo que me dio percibí que desplegaba una energía muy vital, muy poderosa… Sentí que teníamos que compartirlo para profundizar nuestro núcleo”. El giro positivo que la planta le otorgó a su compañera hizo que Hernán también venciera ciertos prejuicios que tenía para con la ayahuasca: “Yo sentía que eso pertenecía a otro contexto, que era propio de las comunidades del Amazonas. Algo muy ajeno a mí. Hoy siento que si estas plantas están saliendo de allá es porque tienen algo muy importante que enseñarnos”.
El marco ceremonial en el que se da la toma de la ayahuasca es un factor fundamental para poder sobrellevar sus efectos, que, por lo general, suelen durar alrededor de seis horas. Los ícaros o cantos que se suceden a lo largo de toda la experiencia juegan un papel vital en la contención que el guía debe desarrollar durante la toma: “El canto va a trabajar de tal manera que va a hacer que la planta vibre dentro tuyo y a la vez te calme –explica Miguel–. A través del canto se incide en la persona para que se sienta protegida, acompañada, cuidada y amada en ese trance”. Miguel agrega que los que no deberían tomar ayahuasca son quienes padecen algún cuadro psiquiátrico severo, como esquizofrenia, o aquellos que son hipertensos o sufren problemas cardíacos. Por eso es fundamental que el guía tenga una información previa de las personas que van a participar de la ceremonia. “Uno les pregunta sobre su vida, qué situaciones están pasando, para qué quieren hacer la toma, qué esperan. Y les da herramientas para que puedan atravesar ese trance. Y una herramienta es decirles: no te creas lo que te dice la cabeza. Porque los pensamientos se te van a empezar a amplificar tanto que vas a sentir que te están taladrando por dentro. Escuchá los cantos, volvé a tu respiración”.
Tanto Flora como Hernán sienten que la ayahuasca enriqueció el vínculo familiar. Padres de dos hijos preadolescentes, luego de cada ceremonia que realizan, comparten la experiencia hablándolo con ellos. “Nunca les ocultamos a nuestros hijos que tomábamos ayahuasca –cuenta Hernán–. Desde el primer momento les contamos que íbamos a participar de una ceremonia donde se bebía el té de una planta que tenía ciertas características y con tales efectos. Les dijimos la verdad. Además de que ellos mismos observaron cómo a lo largo de todo este tiempo nuestros lazos familiares se fueron afianzando, volviéndonos más tolerantes, más comprensivos”.
NEURÓTICOS O ÍNTEGROS
“Empecé a escabiar a los 17 años y recién pude parar el año pasado. Ahora tengo 26. Tuve un consumo feo, de ponerme violento. Estaba muy loco, nunca pude disfrutar del alcohol. Siempre terminaba para el orto. Una vez, completamente borracho, me partí la cabeza y me dieron cuatro puntos. Ya ni me acuerdo cómo fue. Estaba muy complicado”. Juan recrea postales de su pasado reciente, pero al instante aclara que nunca buscó la ayahuasca para curarse de su adicción al alcohol. La planta, dice, simplemente se le cruzó en el camino.
A instancias de un amigo que ya había realizado tomas de ayahuasca, se acercó a un centro terapéutico donde realizaban encuentros ceremoniales con la planta. “Hice la dieta requerida, comí liviano y me aguanté las ganas de escabiar”. Empujado más por la curiosidad que por una necesidad de pedir ayuda, decidió probar.
“Cuando se habla de adicciones a determinadas sustancias, antes que nada habría que decir que nuestra cultura es completamente adicta –afirma Miguel–. Adicta al deseo, al consumo, a los pensamientos, a los libros. Y esa adicción radica en ese viejo vacío existencial que busca ser llenado como sea: con cosas, con conductas y con drogas también. Lo que yo observé es que la ayahuasca corta la obsesividad. La planta entra en vos, te deja una impronta y se retira, no hay nada más. No deja residuos, pero la impronta te quedó y según cómo vos la trabajes, te va a servir”.
Luego del primer encuentro que Juan tuvo con la planta, continuó con el consumo de alcohol, pero por primera vez durante la toma, tuvo la percepción de lo que era sentirse verdaderamente limpio: “Fue muy fuerte esa sensación de estar limpiándose. Lo que más me impactó fue sentir una especie de brillo en todo el cuerpo, algo muy palpable. Y también descubrí que después, con el primer vaso de cerveza que tomaba, ese brillo se opacaba. Estuve así algunos meses, que dejaba y volvía a tomar, hasta que finalmente decidí no tomar más”.
En este proceso que ya lleva poco más de un año, Juan también tuvo que enfrentarse a zonas tenebrosas que emergieron durante algunas ceremonias, pero es algo de lo que también está agradecido: “La ayahuasca es como que te hace un escaneo completo –cuenta Juan–. Te vas de la ceremonia siendo consciente de lo que pasa dentro de tu cuerpo. A mí se me venían imágenes muy precisas de lo que le sucedía a mi hígado cuando consumía alcohol, de cómo era degradado. También es un entrenamiento que te permite aprender a ver esa oscuridad porque la planta hace una simulación; nunca estás en el infierno realmente, son solo sensaciones”.
Para Miguel, la patología más grande que existe y que, según él todos padecemos, es la neurosis. Casi todas las enfermedades psíquicas, dice, provienen de haber quedado atrapado entre los polos del deseo y la ansiedad, instancias extremas que nos llevan a vivir siempre fragmentados. “Además, existe muchísima presión social para que estos mecanismos se desplieguen dentro tuyo”, agrega. Quizás por eso la palabra que más resuena en aquellos que han hecho su experiencia con la ayahuasca es integridad. “En definitiva, siempre estamos hablando de cómo curarnos –sintetiza Miguel– y la planta es de una enorme ayuda para que tu sensación de integridad crezca, brote y te vaya liberando de los bloqueos que tenés en tu cuerpo y para que puedas expulsar hacia fuera toda esa mierda que te sofoca”.
POR QUÉ NO SE CONSIDERA UNA DROGA
Se sabe que el primer compuesto de la ayahuasca, el DMT, es una sustancia endógena del cuerpo humano, es decir, que la produce nuestro propio organismo. De ahí que no genere dependencia, ya que no se han reportado casos de adicción ni de consumo compulsivo. Por esto mismo, la ayahuasca no podría ser considerada una “droga” en la acepción que se les da a otros tipos de sustancia que sí generan conductas adictivas. Por el contrario, hoy la ayahuasca es utilizada en tratamientos para la cura de adicciones a drogas pesadas como la heroína, la cocaína y el alcohol. El centro de rehabilitación más renombrado en esta área es el Takiwasi, de Perú, dirigido por Jacques Mabit, uno de los fundadores de Médicos sin Fronteras.
Durante la década del 90, el interés por estudiar los efectos de este brebaje milenario sobre la salud humana se extendió a varios países, tanto de América como de Europa. Los trabajos realizados por el psiquiatra estadounidense Charles Grob en Brasil, los que llevó adelante el antropólogo José Fericgla en Ecuador y el congreso científico que promovió el psicólogo Ralph Metzner en Estados Unidos durante los años 90 tuvieron su corolario en la primera Conferencia Mundial de la Ayahuasca que se celebró en España, en el 2014, y que congregó a científicos, psicólogos, antropólogos y juristas provenientes de todo el mundo.
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