El 7 de enero de 2015, hace exactamente 10 años, dos terroristas islámicos irrumperon en la redacción de la revista satírica francesa en París y asesinaron a varios miembros del staff, en un atentado que conmovió al mundo
- 11 minutos de lectura'
“Oía cada vez mejor el ruido seco de las balas, una a una”. Philippe Lançon, cronista de la revista satírica francesa Charlie Hebdo recuerda en su libro El Colgajo el horror que vivió durante el atentado sufrido en la redacción poco antes del mediodía del 7 de enero de 2015, hace exactamente 10 años. Ese día, dos hermanos franceses de origen argelino apellidados Kouachi y vinculados a Al Qaeda ingresaron a la oficina de la revista y asesinaron a balazos a varios miembros del staff, entre ellos, los más talentosos dibujantes y caricaturistas de Francia.
La noticia de esta agresión, realizada como bestial respuesta de fundamentalistas islámicos a las caricaturas que la revista había hecho de Mahoma, conmovió al mundo, que se solidarizó con los dibujantes y cronistas asesinados. Pese al trauma por el momento vivido y a las heridas recibidas, a lo largo de los años los pocos sobrevivientes de la masacre de Charlie Hebdo se animaron a dar testimonio de lo que ocurrió aquella helada mañana del enero parisino. Sus recuerdos son útiles para reconstruir con vívida precisión la brutalidad de los hechos.
“Se enojó y disparó”
El edificio donde se encontraba la redacción de la revista está en el distrito XI de París, cerca a la Plaza de la Bastilla. Aparentemente, los agresores que se dirigieron al lugar con intención de arrebatar la mayor cantidad de vidas posibles no sabían exactamente en cuál de las oficinas de esa construcción funcionaba Charlie Hebdo. Y las consecuencias de esta duda las sufrió en primera persona Virginie Chapel, quien trabajaba en un despacho vecino a la publicación donde ingresaron los terroristas por error.
“Vi a Chérif Kouachi delante de mí, cada vez más enfadado, que me preguntaba dónde estaba Charlie, si aquello era Charlie. Le dijimos que no era allí. Se enojó y disparó. Envié un mensaje a mi hijo y a mi marido porque pensé que íbamos a morir. Después escuchamos disparos espaciados. Fue terrible porque hubiéramos podido contarlos”, explicó la mujer en el juicio contra los cómplices del atentado realizado en septiembre de 2020 en París.
En el mismo testimonio, Chapel describió el sonido de los tiros como de “golpes secos” y definió el silencio que siguió al ataque de los hermanos Kouachi como “de plomo”. En menos de dos minutos sonaron más de 50 disparos y el total de muertos fue de 12 entre fundadores de la publicación, colaboradores, columnistas, un policía y un conserje. De los presentes en la escena apenas sobrevivieron cuatro personas.
“Pensé que moriría ejecutada”
Una de las víctimas que pudo salir ilesa de la furia de los fundamentalistas fue Corinne Rey, una caricaturista conocida por el seudónimo de ‘Coco’. Ella justo estaba saliendo de la redacción y sobrevivió cargando por años por la culpa de haber sido quien le abrió la puerta de Charlie Hebdo a los hermanos Saïd y Chérif Kouachi. Lo hizo, por supuesto, bajo la amenaza de ser asesinada por los agresores. “Pensé que moriría ejecutada”, aseguraría luego la dibujante.
“Yo tenía 33 años entonces. Acababa de ser mamá por primera vez. No imaginaba que iba a morir así. Todo se desgarró. Estaba sola en la escalera ante dos terroristas. Sentí culpabilidad. Cuando los hermanos Kouachi me dijeron: ‘O tu o Charb’, durante tiempo, en mi cabeza, tenía la sensación de haber elegido entre yo y Charb (Stéphane Charbonnier, director de Charlie Hebdo, que fue el primer asesinado por los atacantes), cuando realmente no era una elección, sino una no-elección. No se elige cuando se tienen unos kaláshnikov apuntándote”, contó Coco en una entrevista con el diario español El País del año 2022.
Entonces, la ilustradora había publicado el libro Seguir dibujando, donde exorcizaba artísticamente todos sus traumas de aquella mañana tristemente inolvidable. “Después del atentado, lo que nos mantuvo fue continuar escribiendo y dibujando para decir que los terroristas no nos habían ganado, que no había matado el periódico ni el espíritu que hace que Charlie Hebdo sea lo que es: la risa, la sátira”, decía en la entrevista la artista sobreviviente.
Terroristas como sombras
En la charla con el medio español, el cronista le resaltaba a Coco el hecho de que en su libro ella había dibujado a los terroristas como sombras. Su respuesta hacia esto fue muy descriptiva: “Para mí (ellos) eran unas masas negras, pesantes y amenazantes. Como ve yo soy pequeña. Ellos aparecieron con sus trajes negros, el pasamontañas negro, las armas negras, el chaleco antibalas negro. Imponentes y determinados, aplastantes”.
En Seguir dibujando, Corinne Rey pintó de negro las páginas que recrean el atentado a la redacción. Al explicar el por qué de ese recurso, la ilustradora volvió a dar una descripción de lo que sintió aquel día: “No verdaderamente todas negras. Es imposible representar esto. En el dibujo, representar frontalmente la muerte de Cabu [dibujante de Charlie Hebdo y maestro de Coco] tal como la vi, era imposible. Y eran imágenes que quería guardar, que no podía compartir. Se quedarán en mi cabeza. Estas páginas negras son tachaduras. Las tachaba tarde en la noche, como en un de cara a cara con el silencio”.
“Quería representar el silencio de muerte que se abatió sobre aquel lugar -continúa la artista-. Quería representar un ruido. Era un silencio tan fuerte que era como un silbido, una crepitación. Las páginas vibran, porque son como los últimos sobresaltos de la vida”.
“He aprendido a vivir con esto”
Por mucho tiempo tras el atentado, Coco admitió que “sentía culpa por estar viva”, y se planteó varias veces, incluso lo manifiesta en el libro, qué hubiese pasado si hubiera gritado auxilio, o si hubiera intentado escapar o si hubiera empujado escaleras abajo a los atacantes. Durante dos o tres años, esos “y si” la absorbieron.
Pero las cosas cambiaron: “Hoy he aprendido a reforzarme cuando veo, por ejemplo, observaciones muy violentas, como es habitual en las redes sociales, del tipo: ‘Abrió la puerta a los terroristas, fue cobarde’. He aprendido a blindarme ante esto. Y hace tiempo que entendí que nadie estaba en mi lugar en aquel momento. ¿Decir ‘en tu lugar hubiese hecho esto o aquello’ es una especulación que no existe ni puede existir, porque yo estaba completamente sola. Y porque no es posible figurarse la fulguración del acontecimiento: las armas, su violencia, su determinación, cómo hablaban...”.
“He aprendido a vivir con esto. A veces duele volver a pensar en ello, seguro. Es verdad que le digo que he salido del bucle de los “y sí”, pero en mi cabeza lo habría querido hacer todo para detener aquello. Pero estoy segura de que incluso el militar más entrenado quizá no podría hacer nada ante unas kaláshnikov. Pero el inconsciente trabaja todo el tiempo. Así es”, concluía la artista.
“Oía el ruido seco de las balas”
Philippe Lançon, crítico del diario Liberation y cronista de Charlie Hebdo, fue quizás quien con mayor nitidez describió el momento del ataque terrorista sobre la redacción. Él era uno de los presentes en la reunión de producción de la revista en las que, entre otras cosas, se estaba definiendo la portada de la publicación. En ella, el protagonista sería el escritor francés Michel Houellebecq y el lanzamiento de su novela Sumisión, que habla -justamente- de una Francia dirigida por un gobernante musulmán, que incorpora varios cambios relativos a esa religión en la sociedad.
Lo cierto es que Lançon, que sobrevivió al atentado con una herida que lo llevó a padecer numerosas operaciones, dejó su testimonio sobre lo que vivió aquel 7 de enero en un libro llamado El Colgajo. Allí, luego de describir algunos detalles de aquella reunión con sus compañeros de Charlie Hebdo, el cronista narra la atrocidad del momento tras el ingreso de los hermanos terroristas.
El cronista confiesa que al empezar el caos pensó que se trataba de una “inocentada” (una broma), de algo menor. Pero luego, escribió: “Oía cada vez mejor el ruido seco de las balas, una a una, y después de haberme acurrucado, sin ver ya nada ni a nadie, arrinconado como en el fondo de un arcón, me arrodillé y me tumbé luego poco a poco, casi con cuidado, como si fuera un ensayo, pensando que no debía además -¿además de qué?- hacerme daño al caer. Seguramente fue en ese movimiento gradual hacia el suelo cuando recibí, al menos tres veces, el impacto de unas balas perdidas o disparadas directamente a corta distancia. Me creí ileso. No, ileso no. La idea de herida aún no se había abierto paso hasta mí. Estaba en el suelo, boca abajo, los ojos todavía abiertos, cuando oí el ruido de las balas salir por completo de la inocentada, de la infancia, del dibujo, y acercarse al arcón o al sueño en el que me encontraba. No hubo ráfagas. El que se movía hacia el fondo de la sala y hacia mí disparaba una bala y decía: ‘¡Allahu Akbar!’,(Dios es grande) disparaba otra bala y repetía: ‘¡Allahu Akbar!’”.
“Los muertos se tomaban de la mano”
Las heridas que recibió entonces Lançon le destrozaron la boca -de ahí proviene el título de su libro- y necesitó la ayuda de la medicina en varias intervenciones para extraer tejido de su peroné e intentar una reconstrucción de la mandíbula.
Malherido como estaba, el periodista recuerda en su obra cómo percibió a las víctimas del ataque: “Los muertos casi se tomaban de la mano. El pie de uno tocaba la barriga del otro, cuyos dedos rozaban el rostro del tercero, que a su vez se inclinaba hacia la cadera del cuarto, que parecía mirar al techo, y todos, como nunca y para siempre, se convirtieron en esta disposición en mis compañeros. Podría haber sido una figura de una danza macabra (...). Yo era uno de ellos, pero no estaba muerto”.
En El colgajo, Lancon narra que cuando los terroristas recorrieron el lugar para rematar a las víctimas, a él no le dieron el tiro de gracia quizás porque pensaron que ya estaba muerto. Finalmente, el hombre fue llevado al hospital, donde permaneció internado 282 días.
Un minuto y cuarenta y nueves segundos
Otro sobreviviente de la fatídica jornada fue el dibujante Laurent Sourisseau, más conocido como Riss, que luego del atentado se convirtió en el director de Charlie Hebdo. Este artista también escribió un libro en el que narró sus experiencias del 7 de enero. Como una demostración gráfica de lo que fue aquel momento, el título de este volumen es Un minuto cuarenta y nueve segundos, que fue el tiempo exacto que duró el tiroteo contra los miembros de la revista.
Pero la obra de Riss, en este caso, es menos descriptiva y mucho más reflexiva. Este dibujante sufrió, además de la pérdida de muchos colegas y amigos, una herida de bala en el hombro que lo hizo perder por unos meses la movilidad en la mano con la que dibujaba. Cuando lo consultaron acerca de cómo había vivido todo eso en una entrevista para La Nación, de enero de 2022, el dibujante respondió: “Nunca dejé de dibujar y en los días que siguieron al 7 de enero hice dos o tres dibujos con mi otro brazo válido porque era necesario demostrar que éramos más decididos que nuestros asesinos. Nuestras armas son solo lápices y borradores. Es más modesto, pero es suficiente para nosotros”.
En otro tramo de la charla con este medio, el actual director de Charlie Hebdo suma otra reflexión: “También pensaba en qué hubiese pasado si yo hubiera sido uno de los asesinados, y si las víctimas hubieran sobrevivido, ellos habrían hecho lo mismo que yo. Conociéndolos como los conocía desde hacía 24 años, habiéndolos visto a menudo poner en práctica su determinación y convicciones, estoy casi seguro de que habrían pensado como yo y habrían hecho cualquier cosa para continuar. Hacer el diario después del 7 de enero, pensando en lo que hubieran hecho en nuestro lugar, fue una forma, quizás, de hacerlos participar junto con nosotros en esta reconstrucción”.
Actualmente, la revista se halla instalada en un búnker impenetrable, en un domicilio desconocido, con una sucesión de siete puertas blindadas. Un poco como otra consecuencia triste de la tragedia de hace exactamente 10 años, al momento del atentado, Riss estaba analizando junto a su esposa la posible adopción de un niño. Una ilusión que también fue destrozada por los balazos de los hermanos Kouachi. “Quién le cedería la custodia de un pequeño a alguien que la requiere para sí”, declaró, con amarga ironía, el dibujante en una entrevista radial en el lanzamiento de su libro.
Más notas de Historias LN
Lo entregaron sus hijos. Se convirtió en el estafador financiero más importante de la historia al robar 65 billones de dólares
Encontró el paraíso en Brasil. Se quedó a vivir y logró emprender con éxito: “El desafío es enorme, la vida es tan corta…”
En fotos. Todos los invitados a la gran fiesta de Giuseppe Cipriani en Gin Tonic, su chacra de Punta del Este
- 1
Noruega ofrece trabajo a personas que hablen español con salarios de hasta 5400 euros
- 2
La fruta que ayuda a dejar el azúcar sin grandes sacrificios
- 3
Cómo utilizar el orégano de manera efectiva para ahuyentar a las cucarachas de tu casa
- 4
“Vale 70 millones de dólares”. Fue el relacionista público uruguayo más importante en los 90 y rescató el Águila Imperial del Graf Spee