Los mitos de la historia Argentina
En estas líneas, un fragmento del libro que, con este mismo título, será publicado por Editorial Norma a mediados de marzo. Corresponde a un capítulo en el que el autor revisa los hechos sobre fraude, corrupción y negociados en la época colonial
"Los corruptos pecan más grave e insolentemente que los ladrones, porque éstos hurtan con miedo, y estos otros delinquen confiada y seguramente. El ladrón teme el látigo con que la ley lo amenaza; éstos, por malo que sea lo que hacen, quieren que se tenga y guarde por ley. La ley en fin, suele acobardar al ladrón para que no se atreva a lo prohibido, pero los malos gobernantes atraen las propias leyes al ilícito aprovechamiento a que los lleva su malicia y codicia."
Juan de Solórzano Pereyra,
Política indiana, 1647.
La etapa colonial, la menos estudiada en nuestro sistema educativo, esconde varias de las claves de interpretación del presente argentino. En ella comienzan a conformarse las elites que perdurarán en el poder, atravesando con éxito los distintos ciclos de nuestra historia. Se producen los primeros repartos de tierras, las concesiones comerciales y los permisos para la nefasta trata negrera, base de las fortunas de muchas de nuestras familias patricias.
También por aquellos siglos, que van de 1580 a 1810, se va conformando un Estado corrupto. Paralelamente, a su amparo se irá consolidando una sociedad que aprenderá empíricamente que las leyes pueden ser flexibles, que las normas pueden violarse y que, en general, la ley va por un lado y la gente por otro.
Los principales responsables de esta pedagogía de la ilegalidad fueron la mayoría de los gobernantes que nos tocaron en suerte durante aquel prolongado período, el más largo de nuestra historia. Para dar algunos datos precisos, todos los gobernadores coloniales, con la única excepción de Hernandarias, fueron excomulgados por los distintos obispos del Río de la Plata. La medida eclesiástica se tomó, en la mayoría de los casos, como castigo moral por las malas prácticas de gobierno; y en otros, por las disputas comerciales y de poder entre obispos y gobernadores, una constante de esta etapa histórica.
Sólo un ínfimo porcentaje de los gobernadores y virreyes superó airoso los juicios de residencia que evaluaban la conducta de los funcionarios públicos de la Colonia. El resto sufrió arrestos, confiscaciones y prisión.
Aquellos que pintan a la sociedad colonial con idílicos colores bucólicos, como una supuesta edad de la inocencia a la que es deseable retornar, no han recorrido los archivos en los que se acumulan los procesos judiciales por robos, contrabandos y crímenes de todo tipo. En todos los casos, la principal fuente de corrupción ha sido el Estado, y esto nos lleva a reflexionar acerca de la historia, no para abonar el lugar común que enuncia resignadamente que la historia se repite, sino para jerarquizar el postulado meramente histórico que sostiene que si no se cambian las condiciones, si las oportunidades de enriquecimiento ilícito permanecen intactas y los culpables continúan impunes, a las mismas causas sucederán los mismos efectos. O sea que, más que repetirse, la historia continuará.
Buenos Aires, la capital de Brasil
En 1578, el rey Sebastián de Portugal se embarcó hacia Marruecos en una expedición demasiado riesgosa y murió en la batalla de Alcazarquivir sin dejar descendencia; la corona pasó entonces a su tío don Enrique, bastante mayor el hombre.
Felipe II, como nieto del rey portugués don Manuel el Afortunado (1469-1521), reclamó derechos hereditarios contra el trono que él consideraba vacante. Buena parte de la nobleza lusitana se opuso a la instalación de un monarca español y proclamó rey al prior de Ocrato. Felipe II, ni lerdo ni perezoso, envió una escuadra y un ejército al mando del duque de Alba, que infligió una derrota militar a los portugueses y negoció con la nobleza el reconocimiento de aquél como rey de ambas coronas. La unificación, que daba origen al imperio más grande de la historia, se concretó en las cortes de Thomaz en 1581.
La exitosa negociación entre España y Portugal se podría sintetizar en la siguiente fórmula: "La corona a cambio de compartir la plata americana con los cortesanos portugueses". Pero la unidad será sólo aparente y bajo el cetro de la monarquía dual se cobijará una sorda guerra de poder económico entre la dirigencia española y la portuguesa. Esta guerra, que expresaba una profunda desconfianza mutua, se diseminará por todos los mares y todos los territorios del enorme imperio.
Es en este contexto que don Juan de Garay fundó definitivamente Buenos Aires, el 11 de junio de 1580. El hecho significaba no solamente la posibilidad de la salida de las riquezas del Perú hacia el Atlántico, sino también una avanzada española hacia el mundo portugués y su sede central en América: el ya próspero Brasil.
La diminuta villa con la que los peruanos contaban para salir hacia el Atlántico se convirtió también en la cabecera de playa en la que los portugueses confiaban para entrar con rumbo al Perú. "Nacida peruana –dice Larriqueta–, Buenos Aires comenzó a volverse portuguesa."
Cuando el reino de Portugal pasó a depender de la corona española, creció la inquietud entre los cristianos portugueses y brasileños. Bajo el reinado del fundamentalista religioso Felipe II, la Inquisición lusitana comenzó a actuar con mayor energía, tanto en Portugal como en sus colonias. En Brasil, los visitadores del Santo Oficio se encargaban de recoger denuncias y hacer negocios: entregaban a los conversos que judaizaban a Lisboa, previo embargo de todos sus bienes.
Estos fueron los motivos determinantes que llevaron a miles de judíos a emigrar desde Portugal y Brasil hacia las colonias españolas, donde no eran conocidos.
Frente a tantas desventajas, podían aprovechar las favorables condiciones comerciales que brindaba la frágil unidad de las dos coronas. Las aduanas se volvían muy fáciles de atravesar y los negocios, legales e ilegales, comenzaron a florecer.
Como en un verdadero éxodo, los cristianos nuevos huyeron hacia Bayona, Burdeos, Amsterdam, Amberes y Hamburgo. Y también a las principales ciudades comerciales americanas, como La Habana, Cartagena, Portobelo, Lima, Charcas y Buenos Aires. Su actividad a fines del siglo xvi y en el transcurso del siglo XVII fue, desde el punto de vista económico y social, un acontecimiento muy importante para los pobladores de Buenos Aires y, como se verá, se constituyó en la válvula de escape necesaria para aliviar la falta de provisiones que aquejaba a los vecinos y, por consiguiente, fue bloqueado por una rigurosa y absurda legislación que condenaba a Buenos Aires al comercio ilegal o a una muerte lenta pero inexorable.
Muchos españoles hicieron fortuna dedicándose por aquellos años casi exclusivamente a la introducción ilegal de judíos en las naves negreras. En la Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas se publica uno de aquellos documentos: "Don Bernabé González Filiano, nacido en la isla de Tenerife, acusado de ser pasajero que entró sin licencia de Su Majestad y no tener ningún oficio, antes debe ser castigado por el delito que cometió y vuelto a embarcar en la costa. Pero al casarse con mujer castellana, vecina y descendiente de conquistadores (nieta de Irala) se le perdona pues las leyes lo protegen". (...)
El autor es historiador argentino, profesor de historia por la Universidad de Buenos Aires