Los mejores snacks para acompañar una copa de vino
En tiempo de vacaciones (y también en tiempo de estrés), una copa de vino blanco, rosado o tinto funciona muy bien como aperitivo y relajante: no hace falta nada, ni combinar bebidas, ni pensar demasiado para descorchar una botella y servirse una copa. Lo único que reclama el vino para ser perfecto, claro, es un bocadito que llene ese espacio algo vacío entre la caída del sol y la cena.
A esa hora es cuando más me gusta una copa de vino fresco, ligero, algo descerebrado para usar la justa expresión de Elizabeth Checa para un vino jovial. Más allá de las marcas y gustos, me interesa hacer foco en la contraparte de la copa, es decir, el snack.
Listos para comer
Entre los snacks que vienen listos para consumir están los frutos secos y las aceitunas. Es verdad, no parece tener mucha ciencia comprar unas almendras tostadas y saladas, unas semillas de zapallo ídem, o unas castañas de cajú, tampoco unas olivas griegas –las sanjuaninas Finca San Quintí, por ejemplo, que vienen de a kilo–. Pero atentos: lo raro es tenerlas cuando llegue el antojo. Así es que la próxima vez que pases por una casa de delicatesen, comprá una buena provisión por si las copas. A favor, no se echan a perder fácilmente.
Otra rica opción lista para consumir es el maní tostado o ligeramente salado –hay pocos tan buenos como el cordobés Maní King–. Mismo caso con las papas fritas, de las conocidas Lays a las nuevas Quento. ¿Que no van con los tintos? Es verdad, muy salados y aplanan un poco al vino. Pero para acompañar un blanco aromático, tipo Sauvignon o Torrontés incluso ligeramente abocado, funcionan como un combustible perfecto.
Pin, pun, snack
En casa nos gusta –y ya sabemos que todo esto es muy opinable–preparar alguna especialidad los fines de semana, como morrones agridulces o pasta de berenjenas asadas con una pizca de queso crema y pimienta negra. Debidamente guardadas, en la semana y con unas tostadas livianas (bancan hasta galletas de arroz para los cuenta calorías), son los favoritos de las 20 horas con una copa de rosé en la mano.
También es fundamental tener algunos quesos por si el antojo se pone serio. Todos los básicos funcionan bien, pero dos tipos son los que mejor acompañan las copa a deshoras. Para los amantes de los blancos –que somos cada vez más– es importante tener un queso tipo crottin o brie maduros como los que elabora Cabañas Piedras Blancas o Alquería Santa Ollala, cosa de llegar lejos en plan gourmet y plantear una cena más arriba aún.
O bien, para los amantes de los tintos, un queso duro, como puede ser un sardo de Santa Rosa o un Lincoln de La Suerte. La combinación es perfecta para mirar por la ventana hasta que el cielo cambia de color o bien pasar fotos de Instagram viendo la vida que no tenemos hasta que volvemos a la vida con la cena.
Otro perfecto es poner un dip de aceite de oliva con sal y tener pan fresco, de cáscara crujiente, para abrir el apetito. Si este es el caso, conviene saber que es el comienzo de un barranco que termina con todo el pan.
La excusa invertida
También sucede todo esto al revés. Uno llega a casa –del trabajo, de la playa, de pasear al perro, de hacer un picadito en el club– y hacia las 19:30 hay un cierto hambre que los flacos ascetas saben postergar y que a los amantes de la buena comida nos da un goce especial. Buscar en la heladera a ver qué hay y, ya con algo en la mano, nace la pregunta concreta: ¿qué beber?
Por experiencia vital, lo mejor es tener siempre una botella de blanco en la heladera y una de tinto en la alacena. De lo contrario, habrá que volver a salir.
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