Los límites de la idolatría
Skam, la serie adolescente noruega que es un fenómeno y rompe con la linealidad televisiva
OSLO
¿Hasta dónde puede llegar la idolatría? ¿Existe un límite para expresar nuestra identificación con las figuras que adoramos? Y más importante aún: ¿adoramos realmente figuras todavía? ¿Es posible tener ídolos en 2017, luego de que pasaran a la inmortalidad grandes astros de la cultura pop global y cuando hay infinidad de canciones y videos a un clic de distancia?
En esta ciudad, la capital de Noruega, responderían con un sí rotundo a esta última pregunta. Y dirían que la idolatría y sus límites se están redefiniendo y adoptarán nuevas formas en el futuro gracias –en parte– a un fenómeno cultural nacido en esta ciudad y que está llegando de boca a boca (y de post a post) a todo el mundo.
Hablamos de Skam (vergüenza, en noruego), una serie juvenil que cuenta cómo un grupo de cinco amigos (Eva, Jonas, Isak, Vilde y Sana, entre otros) se busca a sí mismo y a su lugar en la sociedad. Esos chicos le quitan el sueño, literalmente, a muchos en este país, porque una de las cosas más interesantes de Skam es que si la escena ocurre a las dos de la madrugada, se postea a las dos de la madrugada en el sitio Web del programa (http://skam.p3.no/). O sea que Skam rompe en mil pedazos la linealidad televisiva: no hay que esperar a un día de la semana para verla; no hay que pagar un servicio de streaming para tenerla, y tampoco hay que soportar que la tanda publicitaria llegue en el momento de mayor tensión e intriga de un episodio. Simplemente hay que chequear actualizaciones en tiempo real en el sitio de Internet que le abrió el canal público NRK, a cargo de su producción.
¿Cómo? ¿Esto ocurre en Noruega? ¿En el confín del mundo? ¿Acaso las series juveniles desde Beverly Hills 90210 no necesitan de un clima cálido? ¿Y los ídolos en general no necesitan de hordas de jóvenes que dejen todo por estar lo más cerca posible de ellos aunque en la práctica esto implique encontrarse con ejércitos de guardaespaldas y vallados de seguridad?
Bueno, parece que no siempre: la skammanía es un fenómeno por demás inédito en un país socialmente tan avanzado como Noruega, de clima extremo y naturaleza inconmensurablemente bella, pero que no ganaba visibilidad en la cultura pop global probablemente desde que A-ha lanzara la canción Take on me a medidados de los 80.
Y sus fans están dispuestos a nuevas formas de militancia. Tal es su compromiso que han hecho circular petitorios para pedir que el programa, hablado en noruego, incluyera subtítulos en inglés. Otros, más arriesgados, traducen por sí mismos los episodios y los hacen circular con subtítulos por los rincones de la Web pese a las normas que protegen la propiedad intelectual.
De safari por Oslo
Así las cosas, el fanatismo no se limita al mundo virtual. De hecho, Visit Oslo, la dirección de promoción turística de esta capital, que se levanta a orillas de un fiordo de aguas parcialmente congeladas por estos días, ofrece a los turistas un mapa urbano para hacer un safari de Skam entre las locaciones de la serie.
Por eso, aunque el invierno se sienta como nunca –o como siempre–, en el acomodado barrio de Frogner hay un edificio que registra una actividad especial y recibe visitas en forma constante, aunque truene, llueva o haya sol: es el colegio Hartvig Nissen, en el que se formaron miembros de la familia real noruega y en el que –por su especialización en artes dramáticas– se educan jóvenes de 16 a 19 años, futuras promesas de la actuación en el país de Henrik Ibsen.
Pero mal que le pese a su personal, que declinó respetuosamente aparecer en esta nota, Hartvig Nissen se transformó en un curioso e inesperado centro de peregrinación por algo muy distinto. ¿Adivinan? Sí, es uno de los escenarios privilegiados de Skam. Por lo tanto, una de las estaciones más buscadas del safari.
La escuela fue literalmente invadida hace unos días por fans daneses que se aventuraron a Oslo en ferry a pesar del crudo invierno y que efectivamente buscaban encontrar a Isak, Jonas, Eva, Vilde, Sana y Noora entre el alumnado. ¿Se trata de un grupo acotado de personas tan identificado con la trama que ya no distingue realidad de ficción? Al parecer no fue un hecho aislado, sino que hay turistas que intentan irrumpir en las aulas varias veces por semana, lo que explica que el personal docente haya sido instruido para pedir amablemente –aunque de forma inapelable– que se retiren enseguida todos aquellos que no estén autorizados a permanecer en los pasillos del establecimiento.
Y explica también las miradas inquisitivas que recibo cuando tomo fotos fuera de la escuela. Y la mezcla de resignación e incredulidad (sin por eso dejar de lado la circunspecta amabilidad escandinava) con la que soy recibido en el área administrativa de la institución. “¿También ven Skam en Argentina?”, es la pregunta escéptica y reiterada del personal de la escuela que, pese a estos incidentes con seguidores extranjeros de la serie, destaca fuera de grabador que no ha tenido ningún inconveniente con el rodaje del programa dado que se realiza por fuera del horario escolar.
Respecto de su pregunta, señores de Hartvig Nissen, si bien Skam no se ve en la televisión de mi país estoy en condiciones de afirmar que sí está siendo vista por argentinos y latinoamericanos. Sólo basta una rápida mirada en Twitter y en los grupos de fans de Facebook para certificar que muchas personas los conocen del otro lado del planeta.
Programa ómnibus
Para no spoilear más de la cuenta, podemos resumir las tres temporadas de Skam hasta ahora de la siguiente manera: en la primera, Eva, novia de Jonas y amiga de Isak, busca nuevos amigos para no sobrecargar la relación con su novio y enfrenta revelaciones incómodas sobre su pasado; en la segunda, Noora, una feminista convencida, sale en defensa de una amiga y termina siendo cortejada por... ¿el estereotípico casanova adolescente?; en la tercera, Isak se anima a salir del closet y vive un tórrido romance con un chico de la escuela, que lo pondrá a prueba en más de un sentido.
¿Cómo se conocen los cinco amigos que protagonizan la serie? Si bien tres de ellos ya son amigos muy cercanos al inicio del programa, el grupo de cinco (y más) se arma gracias a una curiosa costumbre de los chicos noruegos: la fiesta de russ, en la que distintos grupos de una clase compran un ómnibus (sí, un ómnibus) y lo transforman en una suerte de discoteca ambulante con chofer para entregarse a una celebración ininterrumpida entre el 1° y el 17 de mayo de todos los años.
O sea, para que nos entendamos, en Noruega los egresados se compran un micro y lo tunean, en lugar de irse de viaje a Bariloche o… a Bergen, por nombrar una ciudad montañosa de este país nórdico no tan lejana de la capital.
Un micro o varios: puede haber hasta unos siete ómnibus (o vans) por división, por lo general grafiteados y acondicionados por capos del arte callejero. Y cada uno puede llegar a costar 100.000 dólares (o más), lo que da cuenta del alto poder adquisitivo de los chicos, sobre todo los del oeste de Oslo, donde esta costumbre hace furor.
Igualmente, ellos buscan sponsors y realizan trabajos por fuera del horario escolar para juntar el dinero necesario para el bus en los tres años que dura la educación superior. Si bien existe el alivio de que es posible venderlo a los alumnos de la generación siguiente, para tener un russ bus no alcanza con el dinero; es necesario encontrar un grupo de pertenencia, hacerse amigo y sí, quizá también enamorarse. Y ahí las tenemos a Eva, Sana y Noora bajo la batuta de Vilde –una optimista irreductible– planeando juntas cómo salir airosas del desafío.
Ese es el punto de partida noruego de Skam, que tiene muchas ramificaciones impensadas y dosis extremas del mejor drama, lo que lo hace un producto apto para el consumo global. Uno con escenas que podrían ser consideradas fuertes para quienes estén acostumbrados a dramas juveniles edulcorados, pero que igualmente son realistas y están sostenidas en actuaciones convincentes (sobre todo a medida que avanza la serie), lo que, por ejemplo, rompe de raíz el prejuicio de que en estos programas abundan chicas lindas y galancitos guapos, pero con poco talento.
Es más, Skam se da lujos antes inimaginables para un programa de su tipo. Por ejemplo, sostener durante minutos una conversación muy profunda y sensible entre Sana y Noora (una musulmana y la otra no, pero las dos feministas a su manera) sobre cómo tratar a los hombres en una relación amorosa. Y las extensas conversaciones de Isak con sus amigos y su padre durante su coming out. O la brillante escena en que la vida de Isak cambia (probablemente para siempre) en una iglesia de Oslo durante la Navidad.
Claro, como la serie es financiada por fondos públicos (los televidentes noruegos pagan un impuesto especial para solventar a NRK), y no tiene por qué preocuparse de las tandas ni de las mediciones de rating minuto a minuto, puede experimentar a gusto y placer con el formato. Los episodios son de duración variable en función del ritmo que requiera cada escena, determinado con maestría por Julie Andem, directora y guionista de Skam y ausente con aviso de esta nota por estar en Copenhague... tratando de responder las inagotables preguntas de los fogosos fans daneses de Skam.
“Hay un montón de series de adolescentes, pero creo que nunca se había hecho algo tan real –dice a La Nación revista Cecilie Asker, crítica televisiva del diario noruego Aftenposten–. Siempre había algo contaminado en este tipo de programas: un productor que mete su propia voz en el guión o un actor al que le dicen demasiado lo que tiene que hacer. Julie Andem no es sólo muy buena a la hora de escribir escenas dramáticas. También a la hora de escuchar: tiene un contacto muy cercano con los actores de Skam y respeta cómo se quieren expresar ellos mismos. De hecho, no se ensaya demasiado y se suelen usar las primeras tomas. O sea que los chicos no tienen mucho tiempo para tratar de ser buenos actores. Tienen que ser ellos mismos de algún modo. Por eso Julie trabaja mucho en el desarrollo de la personalidad de los actores.”
Y eso tal vez explique la reluctancia a dar entrevistas de los protagonistas de Skam, algunos de los cuales matendrían sus viejos empleos a pesar del éxito, en rubros tan seductores para un actor famoso como... la venta telefónica. Para Andem, lo importante parece ser que sigan siendo quienes son para que la serie funcione.
Otro aspecto notable de Skam es la incidencia de las redes sociales en el relato: no sólo se difunde por las redes sociales. Es redes sociales: los personajes responden sus mensajes de chat de forma inmediata y las escenas se modifican en función de los mensajes que puedan recibir en cada momento. De hecho, podemos leer el texto de los mensajes de WhatsApp en la pantalla y los personajes hablan en varias escenas de posteos de Instagram o recurren al sexting.
Consecuentemente, una relación amorosa puede tener un momento de incertidumbre si la batería de un celular se agota, lo que pasa seguido, sobre todo si se los usa de manera intensiva... para contestar mensajes. Incluso hay escenas en las que los personajes se siguen chateando pese a estar juntos.
“Eso es algo muy real –dice la periodista del Aftenposten–. Los chicos reciben aquí su primer smartphone a los 7 u 8 años y los ves comunicándose por chat cuando están juntos en el subterráneo o en el bus.”
Es muy fácil imaginarlos chequeado permanentemente el sitio de Skam para ver si hay episodios nuevos. Y si justo en ese momento no hay videos de un nuevo episodio, tal vez sí haya un post con un chat de WhatsApp de los personajes.
Y si tampoco aparece esto último (por ejemplo, ahora que acaba de terminar la tercera temporada), quizá sí haya una foto posteada en alguno de los varios perfiles de Instagram de los personajes, algunos con más de 400.000 seguidores, por lo que cada posteo en el sitio oficial o en Instagram puede tener cientos de comentarios y decenas de miles de likes. Y si las ganas de seguir Skam no ceden ni siquiera comentando o likeando posteos, o viendo los episodios a través de Internet o televisión abierta (sí, también la dan en la tele normal, pero los menos la ven por ahí), se puede escuchar en Spotify la ecléctica banda de sonido de la serie, que combina consagrados como Beyoncé, Tears for Fears y Die Antwoord, entre otros, con refinados números escandinavos como Nils Bech, además de rescates emotivos, nuevos valores y curiosidades.
Como reina el secretismo sobre cuándo y cómo se va a actualizar el sitio de Skam, el programa se ha vuelto extremadamente adictivo, lo que ha llevado a su portal de Internet a tener “1,3 millones de usuarios únicos en un país de cinco millones de habitantes y en el que la población de 16 años (el segmento original al que se dirige la serie) suma unas 60.000 personas”, comenta Marianne Furevold, productora de Skam.
En la misma línea, Asker destaca que el uso de redes sociales de la serie “es el pegamento” que une a sus distintos episodios. “Es genial como lo hacen. Realmente parece que Skam nunca te deja, que siempre está ahí.”
Tal es la fiebre que desata la historia de estos adolescentes que muchos en Noruega (y en toda Escandinavia) ya se sienten sus amigos. Y por eso no pueden dejar de pasar por el colegio “a saludar”. Tampoco pueden dejar de ver las fotos que “ellos mismos“ publican en el feed de Instagram mezclada con las fotos de sus amigos reales que, quizá, por qué no, posteen bajo un seudónimo virtual con el que se distancien de su personalidad de todos los días. Entonces, ¿qué es real? ¿Qué es virtual? Preguntas difíciles de responder a esta altura.
Unidad en la diversidad
Pese a todo este arsenal mediático, el relato de Skam es bastante cristalino, pero eso no quiere decir que no haya mucha teoría detrás de este producto, que se hizo famoso sin ningún tipo de publicidad convencional y sigue siendo bastante económico y underground: las temporadas dos y tres juntas costaron poco más de un millón de dólares.
Furevold enfatiza que el equipo de Skam investigó seis meses su target antes de lanzar la serie y que P3, el canal de NRK especializado en el público joven, ya había experimentado largamente con el tipo de narrativa cuyo éxito hoy capitaliza Skam. Nota al pie: NRK es la venerable columna vertebral del respetado y pluralista sistema público de radio y televisión noruego, solventado desde los años 30 por un impuesto obligatorio a los televidentes u oyentes, y que hoy en día está más lejos que nunca de la naftalina: no sólo mantiene sus elevados índices de calidad, sino que también se las arregla para hacer televisión popular y de vanguardia, y se da el lujo de venderles licencias de sus series (Skam, sin ir más lejos) a avezados productores estadounidenses.
Volviendo a Andem, al parecer conoce muy bien la teoría de los arquetipos y la teoría conocida como ABC, lo que le permitía rastrear necesidades de los espectadores que ni ellos mismos conocen en forma acabada. “Entrevistamos a chicas musulmanas que querían ver en la tele a chicas musulmanas fuertes e inteligentes, que tuvieran confianza en su relación con la cultura occidental. Necesitaban un modelo que les pudiera dar herramientas para su propia vida. Pero todo lo que podían ver en la televisión o en los films eran víctimas. Ahí nos dimos cuenta de que había una necesidad que teníamos que satisfacer”, destaca Furevold, al contar cómo nació el personaje de Sana, una de las protagonistas de la serie.
Llegados a este punto, no deja de resultar sugestivo que el producto cultural más popular de Noruega en años aluda a la cultura juvenil y se refiera a un sector de la población objeto de un sangriento ataque terrorista en 2011, que se transformó en un trauma nacional. Asker dice que la reacción del pueblo noruego tras ese punto de inflexión fue “mostrar amor y no odio; mostrar unidad en la diversidad. Y ese sentimiento también se ve en Skam, donde alguien puede quedar afuera del grupo por sus actos, pero nunca por su identidad o background cultural”.