A fines del siglo XIX y principios del XX, paseos emblemáticos de la ciudad como la Plaza San Martín, Constitución o el Parque Lezama contaban con elegantes espejos de agua que hoy sólo existen en el archivo
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A fines del siglo XIX y principios del XX, la ciudad vivió una serie de transformaciones que la convirtieron poco a poco en una urbe moderna, que mientras avanzaba en infraestructura, se esmeraba en lucir bella para sus habitantes. En este sentido, se produjo en la capital de la Argentina un fenómeno que resulta difícil de imaginar. Y es que, en buena parte de los espacios verdes porteños que hoy todavía nos son familiares, existía un coqueto lago artificial.
Así, la Plaza San Martín, en Retiro, la Plaza Constitución, en el mismo barrio, la Plaza Intendente Alvear, en Recoleta, y también el Parque Lezama, en San Telmo; contaban a comienzos del siglo pasado con un lago entre sus confines. Se trataba de un cuerpo de agua estéticamente diseñado, que servía como solaz y motivo de recreación visual para los vecinos de la ciudad que visitaban esos lugares o que simplemente circulaban por allí.
“La presencia de los lagos de diseño respondía a una corriente urbanística de entonces, en la cual las ciudades, Buenos Aires en particular, entraban en un proceso de embellecimiento. En un contexto en el que al país le iba muy bien, lo que se hizo fue mirar y replicar lo que sucedía en ciudades emblemáticas del mundo”, explica Pablo Bereciartua, Ministro de Infraestructura de la Ciudad de Buenos Aires. Y añade: “Se miró sobre todo a Europa, donde los castillos siempre tuvieron lagos y se tomó también como idea un gran parque con lagos, como el Central Park de Nueva York”.
La gestión de Torcuato de Alvear
Cuando se habla, como en este caso, de hitos urbanísticos que ya no existen, es imprescindible recurrir al archivo, porque nada mejor que “ver para creer”. Y por fortuna aún existe registro fotográfico de aquellos lagos que, por una razón u otra, no sobrevivieron al paso de los años. Muchas de estas postales aparecen recopiladas en la cuenta de Instagram Fotos Antiguas BA, de José Díaz Diez.
La mayoría de los espacios públicos mencionados, cuyos espejos de agua artificiales supieron darle elegancia y distinción a la ciudad, fueron planificados en los tiempos del intendente Torcuato de Alvear, el primer alcalde que tuvo la ciudad al convertirse en Capital Federal. Este hombre, que rigió los destinos porteños entre 1880 y 1887, fue el propulsor de infinidad de cambios en la conformación urbana, muchos de los cuales todavía perduran.
Así, las plazas y los parques, en la gestión de Alvear, estuvieron a cargo del diseño y desarrollo de los mismos grandes referentes de la ingeniería, arquitectura y paisajismo de entonces como Juan Buschiazzo, que era el jefe del Departamento de Ingenieros Municipales, el italiano Francisco Tamburini, encargado de las obras públicas y el francés Ulrico Courtois, uno de los diseñadores de la Basílica de Luján.
Es que la ciudad no escatimaba a la hora de elegir prestigiosos profesionales para realizar sus transformaciones. “Es un momento de gran expansión de la Argentina, con una enorme riqueza y una visión de futuro de gran optimismo, donde Buenos Aires estaba destinada a ser una de las grandes ciudades del mundo”, explica Bereciartua, que además de funcionario también es el presidente del Centro Argentino de Ingenieros (CAI).
Plaza Intendente Alvear
Uno de estos lagos porteños que hoy solo existen en las postales antiguas se encontraba en la mal llamada Plaza Francia, en la Recoleta, que en rigor es la Plaza Intendente Alvear. Allí, además del lago, los paisajistas municipales diseñaron un sistema de grutas que era otra de las modas de finales del siglo XIX. También había pequeños puentes para cruzar ciertos sectores de los lagos y hubo una especial dedicación en la elección de las plantas y los árboles que terminarían de ornamentar el paseo.
El resultado conmovió al mismísimo Domingo Faustino Sarmiento, quien escribió una carta al intendente Alvear, en la que lo felicitaba por “el lago artificial y el aquarium con que ha dotado los alrededores” de Recoleta. El expresidente alababa al alcalde por el “embellecimiento de la ciudad” logrado con el paseo y aseguraba también que había querido comprar un terreno en las proximidades “cuando no valía nada”, pero su trámite no prosperó: “Ya hubiera tenido mi casita al frente de mi lago favorito”, se lamenta el sanjuanino en su carta.
Plaza San Martín
Los que circulan por la Plaza San Martín, en el barrio de Retiro, especialmente por la zona donde la calle Maipú se choca con Arenales, se sorprenderían al saber que exactamente en ese lugar había un lago, que también contaba con una fuente. Estuvo allí desde la década del 80 del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX.
El lago fue parte de la la plaza cuando, en 1910, para el centenario de la Revolución de Mayo, a la estatua de San Martín creada por el francés Luis Daumas, le cambiaron su basamento. El monumento al padre de la patria, que aún es un ícono de ese paseo, pasaba así de poseer un austero pedestal, a tener una base artística, en mármol y bronce, obra del alemán Gustavo Eberlein, que rendía homenaje al Ejército de la Independencia.
En uno de los registros fotográficos que dan cuenta de la existencia del lago en Plaza San Martín se ve la estatua del Libertador con su nuevo basamento, por lo que es posible saber que la imagen sería del año 1910. O posterior. En otra de las fotografías, en tanto, se distingue en el fondo otra construcción que es, desde comienzos de siglo, otro emblema de esa zona de Retiro: el Palacio Paz, hoy sede del Cículo Militar, que terminó de construirse en 1914.
En relación con el agua, en los primeros años de Buenos Aires como Capital Federal, no todo tenía que ver con la creación de lagos. “Es interesante, porque así como se hicieron lagos, también se decidió entubar los arroyos, que tenían la dificultad de tener mucha variabilidad por las crecidas, pero además se los consideraba un vector para la salud pública. Después de la epidemia de fiebre amarilla (la última, en 1871), Buenos Aires invierte mucho en sus sistema de abastecimiento de agua y de saneamiento, que llega a ser a principios de siglo más avanzado que el de París”, explica Bericiartua. “Parte de ese paradigma es empezar a entubar los riachos y los arroyos de Buenos Aires, que están completamente entubados hoy muchos de ellos”, concluye le ingeniero.
Plaza Constitución
Quizás en el lugar donde el lago artificial formó parte de la mayor transformación paisajística fue en la Plaza Constitución. Ubicado frente a la tradicional estación cabecera de los trenes que van y vienen del sur, a comienzos de la década del ‘80 del siglo XIX, el actual paseo funcionaba como un mercado y como una enorme parada de carretas. Todo cambió cuando, a partir de 1885, se proyectó para la plaza un vistoso espejo de agua al que más tarde se le agregaron pequeños puentes, grutas y un polémico castillo de rocallas que daba la impresión de encontrarse semidestruido.
La intención de hermosear Plaza Constitución, según José Díaz Diez, tenía también que ver con que, desde la estación del mismo nombre, hacia 1885, comenzaban a salir trenes hacia Mar del Plata, un destino en aquel entonces al que sólo accedían las clases altas. Por ello se quiso dotar al paseo de un aspecto que resultase agradable a los aristócratas porteños que pasaran por allí en su viaje hacia la ciudad feliz.
La Plaza perdió su lago, sus puentecitos y sus grutas a mediados de la década de 1910, básicamente por la construcción de la línea C del Subte, la que une los barrios de Retiro con Constitución.
Parque Lezama
Más allá de que en Constitución, la desaparición del lago tuviera que ver con el progreso y el avance del subterráneo, los demás lagos también se fueron con el tiempo. Bereciartua da cuenta del porqué de este fenómeno: “Hay un cambio de usos. Los lagos empezaron, en algunos casos, a ser difíciles de mantener y, además, cuando la urbanización crece, más personas necesitan tener un área verde. El uso paisajístico se reemplaza por la necesidad de tener un mayor espacio. Eso demuestra lo que ocurre en las ciudades, que son organismos vivos, que crecen”.
Otro paseo tradicional para los porteños, en el sur de la ciudad, es el Parque Lezama. Y este también tuvo su propio lago. Si bien era muy pequeño, se encontraba rodeado de puentes, pasarelas y hasta glorietas que le daban un toque de distinción. En cuanto a su ubicación en la inmensidad del parque, por el registro fotográfico puede colegirse que se encontraba más próximo a la avenida Brasil, prácticamente enfrente de la Iglesia Ortodoxa Rusa.
A diferencia de otros cuerpos de agua, este del gran paseo de San Telmo no desapareció, sino que mutó y se convirtió en una fuente, que perduró muchos años más, por lo menos hasta la década de 1970 del siglo pasado. Las imágenes demuestran que esta fuente, además, fue utilizada por los vecinos como una improvisada pileta en los tiempos calurosos de algún verano porteño. Hoy en día, en ese mismo lugar, donde estuvo la fuente hoy funciona el anfiteatro del Parque Lezama.
En Parque Saavedra y la General Paz
Hay otros cuerpos de agua que se encontraban en la ciudad de Buenos Aires y que se pueden mencionar sucintamente aquí. En primer lugar, en la misma época en que existían los lagos anteriores, en el Parque Saavedra había un lago, alimentado por las aguas del arroyo Medrano, que además rodeaba buena parte del tradicional paseo del norte de la ciudad.
Más acá en el tiempo, aunque no hay referencias exactas, hubo un enorme lago en los confines de la ciudad de Buenos Aires. Era cuando aún no se había construido la actual General Paz, y entonces la avenida tenía dos calzadas separadas para la ida y para la vuelta de los vehículos. En el medio de esas dos calzadas, a la altura de las calles Cuba y Vuelta de Obligado, en Núñez, es donde estaba ese gran espejo de agua.
En los registros fotográficos, que no son muchos, se puede ver una imagen panorámica del lago, y al fondo se aprecian la parte superior de las escuelas Raggio y también uno de las clásicas casitas alpinas que se encontraban a lo largo de la General Paz. De acuerdo con lo que dice José Díaz Diez en sus registros, ese lago no se encontraba en los planos aéreos de Buenos Aires en 1940, ni tampoco en los de 1978. Por lo que habrá estado en ese lugar en las décadas del ‘50 y 60.
Finalmente, algo que, pese a no ser un lago bien merece ser mencionado aquí por sus dimensiones y su singularidad, es una fuente que se encontraba en la rotonda que existía en el cruce de las avenidas Del Libertador (en otros tiempos, Blandengues) y General Paz. En este caso, se sabe que esta inmensa construcción de forma oval que hoy sorprende desde las fotografías antiguas, estuvo instalada allí entre los años 1941 y 1965.
Una de las curiosidades de esta particular fuente es que quedó instalada en la posteridad al aparecer en las viñetas de la historieta argentina más famosa de todas: El eternauta. En la historia, publicada en episodios entre 1957 y 1959, la fuente de General Paz y Blandengues es escenario de una de los tantos enfrentamientos entre los seres humanos y sus invasores extraterrestres. En este caso, los cascarudos.
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