Nando López, autor de la obra de teatro Nunca pasa nada, reflexionó acerca de las problemáticas que enfrentan los nacidos en el siglo XXI
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“Estamos en una sociedad donde nadie quiere dejar de ser joven, pero a la vez no escuchamos a los verdaderos jóvenes”. Es una reflexión del escritor español Nando López, autor de la obra de teatro Nunca pasa nada que explora las inquietudes de los nacidos en el siglo XXI.
López basó su ficción en testimonios reales de adolescentes que recogió en varios talleres en España, en los que afloraron sus conflictos y los problemas que deben enfrentar a nivel familiar y social.
“Los jóvenes de hoy son una generación mucho más crítica de lo que creemos”, le dice a BBC Mundo este novelista y dramaturgo que participa en el Hay Festival Arequipa, que se desarrolla en esa ciudad peruana del 3 al 6 de noviembre. A continuación, la entrevista.
— ¿Por qué llamaste a tu obra “Nunca pasa nada”?
Es una antítesis con respecto al contenido de la propia función, porque realmente pasan muchas cosas. Lo que ocurre es que son acciones pequeñas, difíciles de ver, pero son aquellas que nos cambian y de las que realmente no somos conscientes hasta que ha pasado mucho tiempo.
Se trata de un grupo de jóvenes que pasa un fin de semana en una casa rural y, en teoría, no pasa nada. Pero lo que pasa les hace cambiar profundamente, porque se van visibilizando muchos de los conflictos previos que arrastra a cada uno.
— ¿Qué elementos o problemáticas en común identificaste en los jóvenes?
Las problemáticas son las que surgieron en el taller con actrices y actores muy jóvenes en España. Es una obra que es algo cercano al Teatro Documento. Surgieron temas como la salud mental y lo importante que es hablar de ella, de desestigmatizarla, acabar con prejuicios que todavía pesan en la gente más joven.
Se habla también de violencias, desde la violencia machista y de violencias que tienen muchas formas y que a veces creemos que son inofensivas, pero son igualmente peligrosas. También se trata la homofobia, la precariedad laboral y la búsqueda de oportunidades. Se habla de en qué consiste la amistad y cómo se la cuida o no dependiendo del contexto.
Muchas de las micro historias que se van contando parten de situaciones reales que les pasan a los jóvenes. Pero el gran tema es la búsqueda de un lugar y una voz en la sociedad. Porque por un lado tenemos supuestamente una enorme facilidad para acceder a todo a través de las redes sociales, pero a la vez hay muchísimo ruido proveniente de todas esas posibilidades, con lo cual nos sentimos más pequeños. Es una contradicción.
— ¿Qué les pasa a los jóvenes del siglo XXI por la cabeza?
No es una respuesta sencilla. Tienen una gran conciencia de que están en una sociedad en crisis, a muchos niveles, desde lo climático, ecológico, energético, incluso una crisis bélica.
Y como la sociedad está globalizada, en lugar de encontrar soluciones globales, encuentra problemas globales. Además de un auge de los discursos de odio y una regresión en la convivencia. Todo esto afecta la salud mental de los jóvenes como también sus expectativas.
Es una juventud que está muy consciente de que heredó un sistema social y un modo de vida que no le sirve y que quiere cambiar. Y le cuesta encontrar el lugar desde dónde cambiar, porque las generaciones anteriores no se lo ponemos fácil para romper con lo anterior y crear nuevas formas de relación. Es una generación mucho más crítica de lo que creemos. Pero, también, mucho más solidaria de lo que imaginamos.
— ¿En qué se diferencian esta generación de las anteriores?
Querer cambiar la realidad es inherente a ser joven. Si no quieres revolucionarlo todo con 17 años posiblemente no querrás hacerlo nunca. Pero ahora veo tres diferencias.
Hay una mayor autoconciencia. Es una generación muy consciente de las luchas pendientes, de la lucha feminista, del LGTBIQ, de la lucha contra la xenofobia y de la ecológica.
Hasta hay un léxico en esas luchas. El desterrar usos verbales que creíamos que eran válidos y que esta generación rechaza de plano, porque tienen componentes misóginos, homófobos, transfóbicos, racistas, etc.
Luego, el escepticismo. Por desgracia, es un grupo que desde la infancia lleva escuchando palabras como crisis, lleva viviendo en una sociedad cada vez con menos opciones.
Es una generación un tanto más desengañada. Su humor, por ejemplo, es más ácido que el de otras generaciones. No les caben las grandes frases, ni los grandes emblemas.
-¿Hay una cultura de ser siempre feliz que les pesa más a los jóvenes de hoy?
Los jóvenes se rebelaron contra esa dictadura de la felicidad entendida desde un lugar superficial, donde todo el mundo debe ser feliz y expresar esa felicidad constantemente.
Esa es la exigencia de las redes sociales. Hay un intento de volver a la verdad y un rechazo de esa constante exhibición de una vida que no es la tuya. Existe una reflexión sobre la necesidad de recordar que la vida se compone también de momentos tristes.
No es que no quieran ser felices, es que no quieren ser felices todo el rato. Esa rebelión de las emociones me parece sanísima, porque necesitamos poder verbalizar y contar para poder ser. La felicidad pasa también por los días grises.
Otra cosa que tienen muy claro es el acompañamiento. En otras generaciones creíamos que cuando alguien estaba triste teníamos que obligarlo a estar feliz. Y eso no sirve para nada. Lo que sirve es la escucha activa, el estar al lado de, el tender la mano.
— En la era de las redes sociales, ¿los jóvenes quieren ser invisibles o están buscando otros canales de comunicación?
Están en la búsqueda de otros canales. Yo creo que la juventud siempre tiende al movimiento. Es algo normal salir de aquellas redes en las que entramos los adultos. Y esto ocurrió.
En cuanto Facebook se llenó de gente más adulta, la juventud salió y se fue a Instagram. Cuando Instagram se llenó, se fue a TikTok, y cuando se llene TikTok, buscará el siguiente sitio. Hay un fenómeno muy curioso: muchísima gente joven deja las redes sociales.
También surgen nuevas redes como BeReal que lo que pretende es contar cómo eres en tiempo real. U otros están en las redes para ver y para informarse, pero no publican contenido propio. TikTok se convirtió en el nuevo Google para muchos jóvenes. O encuentran alternativas a canales de comunicación tradicionales, como Twitch.
Hay una reflexión sobre cómo usar esas redes. También es verdad que es la primera generación que ya nació con ellas. Al resto nos han sobrevenido en el mundo adulto. Lo que creo que a veces homogenizamos mucho y decimos “los jóvenes están obsesionados con las redes sociales”. No es verdad. Hay de todo.
Pero hay algo valioso: muchos están aprovechando estas plataformas para tener su lugar de expresión. Wattpad se convirtió en un fenómeno en todo el mundo para compartir textos, historias y ficciones.
Mucha gente joven se conecta conmigo para entrevistarme en sus podcasts. Y a lo mejor tienen pocos oyentes, pero no les importa. Lo que les importa es tener ese lugar. Admito que eso me da envidia. Yo, si tuviera 16 años también tendría un podcast. Yo lo que hacía era escribir textos, fotocopiarlos y repartirlos ente mis compañeros.
— ¿Crees que hay un hartazgo generalizado en los jóvenes? No les gustan los principios heredados pero ¿ellos crean otros?
Me parece que hay un intento de crear un nuevo código. En esta generación están haciendo una reflexión muy seria para acabar con la masculinidad tóxica y crear otro código no solo de relación, sino hasta de manera de ser.
Otro de los temas que están cambiando es precisamente esa visibilidad más temprana de la gente del colectivo LGTBIQ. Históricamente la gente del colectivo nos hemos privado en la adolescencia, nos hemos hecho visibles muy tarde. Ellos hablan de su realidad mucho antes. Es muy esperanzador.
Por otro lado, hay una reflexión sobre cuál es su escala de valores. Piensan mucho en qué consiste ser feliz, qué tipo de vida y aspiraciones quieren. Les preocupa cómo conciliar sus inquietudes profesionales con su crecimiento personal. Eso me parece maravilloso.
Para las otras generaciones, ser feliz es si conseguiste determinadas muestras de éxito. Los jóvenes se rebelan contra eso. La felicidad es algo más amplio, es estar bien consigo mismo. También es una generación que entiende la familia de modo mucho más diverso. Lo que buscan son modos de convivencia que les satisfaga.
Hay mucha reflexión sobre las maneras de relacionarse: el poliamor, el amor en pareja abierta, en pareja cerrada, el grupo de amigos, la familia elegida. Buscan romper esos modelos antiguos y abrirlos a todas las posibilidades.
— En la obra mencionas dos palabras: adultescente y viejóvenes. ¿Hay un miedo a convertirse en adultos?
Me hace mucha gracia la obsesión que tenemos por etiquetarlo todo. En España se utiliza viejóvenes para quienes ya no somos tan jóvenes, pero queremos seguir siéndolo.
Y adultescentes es un nuevo término para hablar de esta adolescencia tardía. De esta gente de 20 años o más, que sigue como si tuviera 15 o 16. Usé esos términos para reírme de esa necesidad de catalogar las edades, de lo falso que es hacerlo. La realidad de cualquier generación es muy heterogénea siempre. Las generalizaciones están abocadas al desastre.
Con esta obsesión por poner etiquetas, con generación Z y ahora con generación Alfa para los más pequeños, creamos muchas fracturas intergeneracionales y esto al final crea una sociedad muy fragmentada y confrontada. Durante la pandemia, hubo dos grandes sectores olvidados por su edad: uno el de las personas mayores, y otro el de la adolescencia.
A nadie le importó lo que les estaba pasando y sufrieron muchísimo la soledad por motivos muy distintos. Al final no construimos y no aprendemos unas generaciones de las otras. Se genera un desprecio que lleva al edadismo, otra de las formas de violencia de nuestra actualidad.
Se produce un desprecio a la gente joven porque no se le da validez a su opinión o bien a la gente mayor porque se les expulsa de ciertos ámbitos profesionales o sociales. A lo mejor deberíamos dejar de poner etiquetas y entender que al final cada generación es hija de su tiempo.
Cuando se le carga a la generación más joven con un montón de prejuicios y críticas sobre cómo son, en realidad lo que no nos gusta es la sociedad que construimos.
Hay que dejar caer esa obsesión que tenemos por no madurar. Estamos en un eterno síndrome de Peter Pan, en una sociedad donde nadie quiere dejar de ser joven, pero a la vez no escuchamos a los verdaderos jóvenes. Tenemos que mirar a la juventud, hacerla protagonista y darle palabra.
*Por Analía Llorente
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