Los increíbles avances en la conservación del lince ibérico
Hace aproximadamente 40 años comenzó a preocupar la conservación de esta especie; los grandes esfuerzos están dando sus frutos
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Aunque la especie sigue en peligro de extinción, su tendencia hacia la recuperación es clara. Con la debida cautela, esto es motivo de satisfacción.
El censo publicado con datos de 2020 estima una población de 1111 linces ibéricos. La cifra coincide casi exactamente con la que calculamos en la década de 1980 (1135 individuos) y podría sugerir una estabilidad que no existió. Hace 20 años apenas quedaban 200 ejemplares, un número que hizo saltar las alarmas. Los humanos estábamos a punto de dar el último empujón al lince ibérico por la frecuentada cuesta de la extinción que hoy transitan y completan miles de especies.
Aquellos malos augurios parecen haberse esfumado. El número de linces crece hoy a buen ritmo y esta tendencia favorable no muestra signos de agotamiento. Parece oportuno celebrarlo, quizá con una tarta, como en las fiestas de cumpleaños.
Al mismo tiempo conviene echar la vista atrás y preguntarse por las causas de la recuperación. Lo que vislumbramos como el final de esta crisis, una más en la historia evolutiva del lince ibérico, fue producto de los tres ingredientes que conforman nuestro pastel. Se mezclaron casi a partes iguales la curiosidad que mueve la investigación, el tesón necesario para lograr un objetivo de conservación y el azar.
Saber para conservar
Sin un conocimiento preciso no hubiéramos podido orientar eficazmente los esfuerzos de conservación. No habríamos comprendido con tanto detalle la importancia que tienen los conejos silvestres en el comportamiento, supervivencia y reproducción de los linces. Desconoceríamos que su extrema dependencia de los conejos parece estar asociada a rasgos biológicos tan diversos como su tamaño corporal o el gasto energético diario de un individuo, o con la combinación de arbustos y pastos que define su hábitat preferido.
Sin estudios científicos ignoraríamos la bajísima diversidad genética del lince ibérico y los riesgos que entraña en relación con su vulnerabilidad a enfermedades o con su capacidad reproductora. No sabríamos que el aislamiento de sus poblaciones, producido por la destrucción y fragmentación de su hábitat, explica buena parte de esa erosión genética.
Sin investigación tendríamos mayor incertidumbre para identificar las áreas que en el pasado tuvieron mejores condiciones ecológicas para el lince y que pueden ser idóneas para reintroducirlo con éxito. El conocimiento científico fue y es el bizcocho que se vino horneando durante las últimas cuatro décadas, la base que dio consistencia al dulce de la recuperación que estamos observando.
Pasamos a la acción
El relleno de la tarta, lo que la hace jugosa y apetecible, es el esfuerzo económico y humano para aplicar medidas de conservación. Dentro de poco se superarán los 120 millones de euros en inversión acumulada durante 40 años. Es lo mismo que cuesta construir apenas 15 kilómetros de las autovías donde algunos de estos felinos aún perecen atropellados.
La gestión para la conservación tuvo al principio un alcance local. Pronto fue ganando en coordinación y ambición, sobre todo desde que el grueso de las acciones se cofinancia con fondos LIFE de la Comisión Europea. Se pueden distinguir dos fases en el diseño del programa de conservación.
Primero hubo que asegurar que las dos pequeñas poblaciones de lince que quedaban en la comarca de Doñana y en la Sierra Morena jienense detuvieran su declive demográfico. A ello contribuyeron los acuerdos con propietarios de montes privados respecto a la gestión de la caza menor y a las mejoras de hábitat, incluyendo el aporte artificial de alimento donde era necesario. Las campañas de educación y concienciación redujeron la tolerancia social a la caza furtiva y se intentaron reducir las bajas producidas por el tráfico rodado.
En un estadio posterior la gestión se dirigió a incrementar el número de linces y el área que ocupan. Se eligen lugares habitados en el pasado que en el presente tengan condiciones ecológicas y de aceptación social adecuadas.
Los animales procedentes del exitoso programa de cría en cautividad sustituyeron progresivamente a los individuos de origen silvestre como fundadores de las nuevas poblaciones. Se procuró aumentar la diversidad genética de la especie seleccionando los cruces de los animales cautivos y el perfil genético de los individuos soltados en cada localidad. El estado sanitario de las poblaciones se controla regularmente. Hoy los linces se siguen expandiendo, cada vez con menos ayuda, por el cuadrante suroccidental de la península Ibérica y se trabaja para que las poblaciones separadas entren en contacto.
Y la suerte nos acompañó
Se tomaron muchas medidas de conservación simultáneamente, quizá con una sensación de premura que dejó en segundo plano la importante tarea de documentar la eficacia relativa de cada una de ellas. Sabemos que la gestión tuvo éxito pero no siempre sabemos exactamente por qué.
Las cosas podrían haberse torcido. No es raro que los programas de reintroducción fracasen, entre otros factores, a causa de una baja supervivencia tras su liberación de los animales nacidos en cautividad. Afortunadamente muchos de los linces soltados se adaptaron al medio natural y se reprodujeron con normalidad.
Los incontables intentos de aumentar la densidad de conejo de monte mediante sueltas en madrigueras artificiales, vacunaciones, siembras de plantas herbáceas y gestión de la cubierta arbustiva tuvieron un efecto muy limitado a medio y largo plazo. Pero en algunas áreas los conejos parecen haberse recuperado de manera natural, como demuestra el incremento de su abundancia en sistemas agrarios donde no se aplicó manejo alguno. En definitiva, la fortuna acompañó y podemos imaginarla como la capa de almendra molida que completa nuestra receta de repostería.
El porvenir
Haber recuperado el número de linces que teníamos hace 40 años es una excelente noticia que, sin embargo, no disipa las incertidumbres sobre la preservación a largo plazo de este felino. Algunos cálculos genéricos sugieren que el número de individuos en libertad debería al menos cuadruplicarse antes de poder persistir sin las atenciones que hoy se le prodigan.
El futuro del lince ibérico no está exento de riesgos. Los principales son los derivados del cambio global, como las rápidas y profundas alteraciones del uso del suelo que proliferan en el mundo rural, la llegada de nuevos patógenos o de especies invasoras, o el calentamiento de la atmósfera y sus efectos sobre las plantas. Todo ello afecta al lince directamente, o indirectamente a través de la distribución y abundancia de los conejos. Pero ahora es tiempo de celebración. Disfrutemos de ello. Y buen provecho.
Este texto se reproduce de The Conversation bajo licencia Creative Commons.
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