Ex Castillos, tradicionales o ultramodernos, al que van las figuras de Hollywood, en el circuito top de arte o el más instagrameado. Recorremos cada uno y te contamos lo imperdible
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“Hay que exigir a cada uno lo que cada uno puede hacer”. Eso dice Antoine de Saint-Exupéry en su mítico “El Principito”. París tiene tanta poesía que quedarse con sólo una estrofa es como buscar una noche estrellada que no sea la de Van Gogh para guardar. Por eso es que, recurrir a la idea del Principito para encontrar las caras diferentes de lo más lujoso de la ciudad, a la hora de hospedarse, puede ser la mejor forma de armar el archivo de experiencias.
Son lujosos, extremadamente elegantes y sofisticados
Todos por encima de los presupuestos promedio, pero valen cada centavo de euro porque nadie va a allí por el precio, sino por el valor que aportan al buen vivir. Si se pudiera, el buen viajero debería elegir un abanico de residencias en destino. Habitarlas todas, recorrer los barrios aledaños, encontrar las particularidades, gozar de las diferencias, probar la gastronomía, sin olvidar la pattiserie, y armar, al final, el rompecabezas perfecto de todos los colores de París.
Aunque producto de la pandemia según Booking.com quienes más han elegido esta ciudad para sus últimos viajes han sido, en ese orden, ingleses, italianos, alemanes y españoles; ahora que con dos dosis de vacunas aprobadas por la Unión Europea frente al COVID, o con una cuarta dosis de la que se puede solicitar aplicación notificando el destino, París empieza a ser el atractivo europeo que los argentinos miran con más ilusión. París es recomendada por la comunidad viajera internacional del sitio como la mejor ciudad del mundo para los amantes del arte. Además, se encuentra en el segundo lugar entre las más recomendadas por sus museos y en el cuarto puesto cuando se habla de su arquitectura. La ciudad es también el quinto destino más recomendado por los viajeros de todo el mundo por su historia. Una serie de hoteles permiten disfrutar de todas esas expectativas en cada uno de ellos, pero con su propia identidad.
El primer palace de la ciudad
Le faltan dos años para cumplir su centenario. Ha sido el primer hotel de la ciudad en recibir la categoría de 5 estrellas Palace, superior a la de las que cotizan en el mundo, una clasificación exclusivamente local ha decidido otorgar Francia a aquellos hoteles que suman un plus a sus estrellas. Le Bristol de París es una masterpiece de Oetker Collection que prefirió Charles Chaplin para vivir en la ciudad luz y al que asiste Julia Roberts cada vez que pasa por la localidad.
Su lujo entre tradicional y vanguardista, es resultado de una experiencia en la que todo se hace como en un cuidadoso atelier. Es un ícono de la elegancia francesa y el arte de vivir en el corazón de París. Un entorno excepcional, conocido por su tradición gastronómica, el exuberante patio con jardín de casi 4000 metros cuadrados o la icónica piscina en la azotea, la más alta que exhibe un hotel de la ciudad.
A pocos pasos de los Campos Elíseos, de la Place de la Concorde y de la avenida Montaigne, en la rue du Faubourg Saint-Honoré, también sede del Palacio del Elíseo, se esconde un maravilloso jardín “à la française”. Le Bristol es un palacio, con todos los atributos que se espera de él. Pero con una distinción perfecta ha sido concebido como un château personal, como una casa privada donde la combinación de historia y vanguardia armonizan majestuosamente. Sea en el ala Matignon o la Residencia, las 190 habitaciones del Bristol son todas diferentes.
Y la pileta… ¡oh la lá! Allí arriba, convertida en un velero de comienzos de siglo pasado, con un fresco en la pared que retrata un veraneo de los dueños. Una terraza soñada cuando se salta desde la piscina a la reposera, con París a los pies.
Con la calma de Oriente
El hogar del Mandarín Oriental París es el distrito 1 de la ciudad. ¿Puede haber localización más exclusiva? El Jardín de las Tullerías está a solo una calle de distancia y la pirámide de cristal del Louvre tintinea con los rayos del sol apenas a unos pasos. Ahí no más se derrama algo del arte del lugar: el Museo de l’Orangerie, el reino impresionista que exhibe paneles de Nenúfares de Monet haciendo arte inmersivo desde su origen. El museo de fotografía contemporánea Jeu de Paume muestra obras de artistas franceses e internacionales con una gama de propuestas que se renuevan.
Puertas adentro, Mandarin alcanza en París un equilibrio desafiante, algo que Van Gogh logró en su arte: integrar la finura de Oriente con la osadía de occidente. El hotel es una guarida calma del trajinar despierto que propone una París que se abre al visitante. En él se encuentran dos de los mejores spas de la ciudad.
La transitada calle de las marcas famosas, Saint-Honoré, el corazón del barrio de la alta costura. Deja a un pasito una de las óperas más bellas del mundo, la Garnier. Si algo falta, tienta Sur Mesure de Thierry Marx, galardonado con dos estrellas Michelin, que atrae a huéspedes y lugareños por igual a cenar. El restaurante es un lienzo blanco, listo para aceptar el arte de la alta cocina de Marx.
Esencialmente francés, también tiene su propia pastelería que sirve deliciosas creaciones a diario en su café y en el desayuno, abierto a quien guste todos los días. ¿Dónde podría ser más apropiado probar un croissant que en la Rue Saint-Honoré, la santa patrona de los panaderos?
Tu ventana a la torre
A Gustave Eiffel lo discutieron sin descanso cuando le regaló a París su emblema, en la Exposición Mundial de 1889. Esa trama de hierros es una madre cuidadosa que vela por los destinos de todos sus ciudadanos. Se la ve casi de todos los distritos de la ciudad. Sin embargo, salir hacia la derecha por Avenue D’lena, hasta una calle que irrumpe en escaleras hacia el Sena, tomar la Avenue Nueva York y sentirse fraternalmente unida a la torre es una experiencia que sólo se vive desde Shangri-La, seguramente de lo más instagrameble de la hotelería parisina.
Un palacio que perteneció a los últimos descendientes de la familia Bonaparte que portaron su apellido, reciclado como monumento histórico, pero llevado al extremo de la comodidad, no sólo ofrece la cercanía del la Passerelle Debilly para cruzar y subir a la Torre Eiffel o para caminar por la ribera más despojada de la ciudad y sentarse con los pies hacia el río para crear el almuerzo perfecto con una baguette bajo el brazo.
Si la torre sigue siendo aquello que te desvía la mirada, Shangri-La guarda las habitaciones con ventanas que, como pinturas de las que se venden en Montmatre, exhiben su belleza detrás de las cortinas. Su suite Impériale, antiguo apartamento privado de Roland Bonaparte, nieto de Lucien (hermano de Napoleón), tiene una terraza entera con vistas a la torre y ésta se ve desde la cama. La sensación ahoga la garganta y enturbia la mirada. Esas expresiones de salir de una película para vivirla en realidad.
La expresión minimalista de lujo lograda de la mano de Richard Martinet y Pierre-Yves Rochon se ve colmada por la noche, cuando las luces que titilan por cinco minutos cada hora desde la torre más famosa del mundo y alumbran el resto de la noche convierten a la vigilia en insomnio elegido para no perder ni un minuto de ese sueño. El Museo de Arte Moderno y el revolucionario Palais de Tokio están a pasos del hotel.
El vanguardista de diseño
Que en París sorprenda el diseño es un reto complejo de saltar. Sin embargo, en el candoroso distrito de Saint-Germain-des-Prés, de la “rive gauche” (la margen izquierda del Sena), se esconde una de las joyas más nuevas de la ciudad. La puesta a punto del diseño se le encargó a Didier Benderli, quien dio vida a un reino Art Deco llamado Pavillon Faubourg. Un remanso de paz lejos de las miradas indiscretas. Encarna el chic parisino y su lujo sin estridencias.
Apenas 47 habitaciones unen lo clásico con lo moderno en espacios que se asocian a una buhardilla tradicional de revistas de decoración. El encanto es innegable y la comodidad es onmiprescente. Las vistas desde las ventanas son callejeras, lo que colabora con la idea de sumergirse en la ciudad.
Imperdible: su sala con la colección completa de Gallimard.
Las suites tienen tamaños exorbitantes. Vestidor incluido. Baño digno de un salón de baile. Y siempre las formas curvas amables de materiales nobles para que todo fluya. En tanto, allá fuera, el trajinar de intelectuales, galerías de arte, tiendas de antigüedades y editoriales bordea el Barrio Latino, repleto de pequeñas tentaciones burbujeantes. Es allí donde se encuentra la mítica librería Shakespeare & Co y La Sorbone, la Universidad más famosa de Francia. También allí se encuentran dos de los cafés más famosos de la ciudad: Deux Magots y el Café de Flore, los mismos donde construyeron sus debates figuras como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Samuel Becket.
La Escuela de Bellas Artes es un edificio imponente que cobijó la genialidad de, entre otros, Degas, Monet y Renoir. El Cour du Commerce Saint-André es un sitio escondido donde se puede visitar el Café Le Procope. Se dice que es el más antiguo de París. Data de 1686. En él debatieron sus ideas Rousseau y Danton.
Es el barrio perfecto para visitar Notre Dame (aún cerrada) y la Sainte Chapelle. Además de perderse en el silencioso diagrama de cortadas de la isla de Saint Louis
Tu castillo privado
Se define como romántico por naturaleza y parisino por excelencia. Saint James es un boutique palace hotel que se abre como un château privado, con dársena de ingreso para vehículos y jardín al frente. Como si se tratara de un film de época, se puede ingresar en la pantalla grande sólo trasponer sus puertas. Invita a embarcarse en un viaje increíble a través del tiempo y a cultivar el arte de vivir.
Fue construido en 1892 en el sitio del primer campo de aterrizaje de globos de París. Más tarde fue un típico club de caballeros. Sus habitaciones con alma de gran departamento clásicamente Parisino neoclásico, reconvertido al confort de la modernidad en espacios de grandilocuencia extrama, todo con vista a un jardín privado, silencioso, retirado del bulliicio. Uno de sus secretos: más de 400 metros cuadrados están dedicados al spa Guerlain.
Otro de sus grandes atractivos es la sensación de pertenencia local que se logra. Las habitaciones son para quedarse a vivir por años. Amplias, generosas, robustas y todas con una gama amable de colores, reinvención del tradicional dorado Versalles. Si se puede elegir, optar por una de las dos estancias que tienen cama con dosel.
Su enclave deja cerca el Palais des Congrès, la Fondation Louis Vuitton, el Arco del Triunfo, Trocadero y las boutiques de la avenida Victor Hugo.
Para no perder: Bellefeuille es el restaurante de una estrella Michelin que espera con una degustación de seis pasos de todos los clásicos franceses, reinventados con la misma delicadeza que la decoración. Para el fin del paseo: el Bar La Biblioteque, un espacio real, con escaleras caracol que elevan a los estantes con colecciones de incunables.
El lujo en el lujo
Anclado en la prestigiosa avenida Montaigne, el bulevar arbolado de la moda francesa, reclinan sobre sus puertas las Ferraris y Lamborguinis más brillantes de la temporada. Las patentes pueden provenir de cualquier lugar del mundo. Sus toldos rojos son el sello de su lacre. Plaza Athénée. Chic, elegante y amante de la moda, goza de una larga historia de amor con la alta costura. Es que fue nada menos que Christian Dior en 1946 quien abrió su primera boutique en la avenida Montaigne, inspirado en la idea de conquistar la elegancia de los visitantes del hotel. En su homenaje, sus colecciones incluyeron creaciones llamadas Plaza y Athénée. El legendario traje Dior Bar se inspiró en las mujeres chic que frecuentaban el del hotel.
En honor a esa relación, hoy el Dior Spa está decorado con bocetos de moda del creador y fotos de sus sesiones de moda en el hotel. La semana de la moda de París es uno de los hitos del Athénée. Literalmente, desplegan alfombra roja para todos los huéspedes y visten el hotel con temáticas acordes. Sus fiestas de moda, desfiles y suites utilizadas por diseñadores reconocidos para exhibir sus últimas colecciones, son un clásico eterno.
Avenue Montaigne, además del ícono de la moda, es el lazo perfecto entre Champs Élysées y el Puente de Alma. En este distrito de París vivió Marlene Dietrich durante sus últimos 12 años de vida. Su departamento quedaba en el número 12 de la Avenue Montaigne
El clásico del té
Hasta el más neófito en materia de viajes asocia París al Ritz. Con perfume a lady Di, este hotel que fue el último sitio del que salió la princesa para perder la vida en un accidente automovilístico, aún conserva la salida que fue grabada por las cámaras hacia la Rue Cambon. Pero, su prestigio, se extiende enormemente tras ese hecho que marcó su historia.
Es emblema de la más elegante plaza de París, la Vendôme, al lado del Place du Marché Saint Honoré. En sus cuartos, que ahora ostentan sus nombres, pasaron temporadas celebridades como Coco Chanel, F. Scott Fitzgerald y Marcel Proust, quienes consideraban al Ritz su segundo hogar. Entre los avances que incluyeron las reformas más recientes (que implicó una inversión de 400 millones de euros y es la más extensa en los 118 años). se encuentra La nouvelle Galerie, inspirada en los pasajes cubiertos parisinos, se abre ahora sobre un lujurioso jardín francés atravesando el hotel de punta a punta y permitiendo unir Vendôme con la rue Cambon. Entre las propuestas se distingue L’œil du Ritz, el gabinete de curiosidades dedicado al arte de viajar. También se ha sumado un pequeño y delicado local casi frente a la Maison Chanel, en las espaldas de la entrada principal, que eloja lo mejor de la patiserie de sus cocinas. Para tomar algo veloz y seguir camino.
Más allá de la escalera monumental ahora se encuentra el Salon Proust, con chimenea y una biblioteca llena de libros, un espacio ideal para tomar el té a la francesa, con madeleines y una lista infinita de delicias dulces y saladas. También esconde el Chanel au Ritz París, el primer spa Chanel del mundo. Bajo el cielo raso de cristal, a la sombra de los tilos del Grand Jardin, el Ritz Paris es un lugar donde se hacen realidad los sueños. Allí se disfruta del té que debería escribirse con mayúsculas. Todas las propuestas se hacen en sus cocinas a mano. La sutileza y suavidad esponjosa de sus ideas no pueden explicarse con ideas sacadas del diccionario.
A pasos del Louvre, es el puente perfecto para hacer visitas interminables al museo. También está a mano la bella iglesia de La Madeleine, y cerca de ella el Bv. Haussmann, donde se encuentran las dos tiendas emblema del ser francés: Printemps y Galerías Lafayette. El Centro Pompidou está unas cuantas cuadras más allá y a pasos de él, un recóndita joya: Grand Coeur, el primer restaurante parisino del mejor chef del mundo, el argentino Mauro Colagreco. Para un clásico gourmet de la ciudad, en Bv. les Capuchines, Le Capucines sirve la sopa de cebolla más brillante de la ciudad.
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