Algunos se levantan de madrugada para interpretar imágenes satelitales. Otros sueñan con ser estrellas y se guían por el Weather Channel. Quien es quien en la ciencia menos exacta de las ciencias que condiciona la vida de todos nosotros: la meteorología.
No importa que llueva o truene, que los 40° a la sombra derritan el helado metido en el freezer o que la temperatura indique -10° en la esquina inferior de la pantalla del televisor. Todos los días, Mauricio Saldívar cierra los ojos a la una de la madrugada y los abre tres horas después, en aquel tramo del día considerado por la mayoría de los seres humanos una dimensión desconocida. Como un zombi, salta de la cama, va al baño y, sin encender ninguna luz, se sube su auto a las 4.55 y sale disparando en plena noche de Parque Centenario a Constitución. A las 5.10, ya está en un estudio de televisión preparando mapas: con el ojo izquierdo pispea satélites y con el derecho escanea modelos y datos suministrados por los principales centros internacionales. Y al hacerlo, los interpreta.
"Nunca miro el cielo", confiesa el meteorólogo estrella de Canal 13. Como si tuviera que hacerlo: con los años, este mendocino menudo y locuaz, que de chico planificaba ser aviador, desarrolló un sentido más que arácnido para detectar variaciones de temperatura, flujos de vientos y otros caprichos de la atmósfera. Desde hace casi 15 años, logró lo que para muchos era un imposible: que la menos exactas de todas las ciencias alcanzara picos de rating y tuviera un lugar cada vez más preponderante después de la última noticia de un crimen o el resultado del partido de fútbol del domingo. Una hazaña de escala bíblica si se tiene en cuenta que los noticieros argentinos son alérgicos a todo lo que huela a científico.
"En 1983, empecé cursando Ingeniería de Recursos Hídricos. Después, me gané una beca para hacer una tecnicatura en Meteorología en la Universidad de Buenos Aires. Por entonces, no había muchos meteorólogos, y no hay muchos ahora. Eso cambió mi vida –recuerda el "hombre del tiempo" del programa Arriba argentinos como si se le viniera a la mente una era geológica clausurada hace millones de años–. Primero se me había ocurrido estudiar la tierra, pero me arrepentí. Así que me pasé al agua. Y terminé dedicándome al aire. Lo único que me faltó fue el fuego."
Casi sin pestañear, mira a cámara, a los ojos del espectador. Habla despacio, modula y, sobre todo, sonríe. Más que informar, aconseja. En vez de bombardear al que está del otro lado de la pantalla con porcentajes y términos tan crípticos como olvidables, paulatinamente lo va envolviendo con sus palabras hasta sugerirle algo fundamental: con qué ropa salir a la calle –chomba, bufanda o el combo remera, pulóver y campera, como si fueran las capas de una cebolla– o si mandar o no ese mail invitando a todos los amigos al asado del domingo al aire libre.
"La gente está ávida de saber –dice quien fue pronosticador principal del Servicio Meteorológico Nacional y quien, cuando salió de la universidad, pasó por radios, diarios y cuanto medio le abriera la puerta–. La forma en que uno lo transmite es fundamental. No es lo mismo decir 70% de probabilidades de lluvia que 30% de probabilidades de que no llueva. Un día, se me ocurrió hacer una clasificación tipo cine. Un solcito o dos solcitos. Al principio, en el canal todos me miraron raro. Fue cuestión de que el noticiero encontrase su identidad. Cada vez que se enciende la lucecita roja de la cámara, recuerdo que mi tarea es decirle al televidente: ‘Corré el auto que se va a inundar’."
Poner el cuerpo
Ahora estamos rodeados de computadoras y celulares, envueltos en información –la útil y también información basura– como si fuera una bufanda que no nos podemos quitar. Lo único que tiene que hacer el cerebro es ordenarle al dedo que apriete la tecla Enter para ingresar en sitios como The Weather Channel, el Servicio Meteorológico Nacional, que depende del Ministerio de Defensa (curiosamente, no se puede entrar cuando llueve), el SIGA o Sistema de Información y Gestión Agrometeorológico del INTA o el Pronóstico del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Y muchas otras páginas para calmar la incertidumbre y programar un partido de fútbol para el sábado a la tarde o para dirigirse al trabajo sin paraguas.
Sin embargo, hubo una época en que uno sólo podía confiar en aquella rodilla defectuosa que, a su manera, comunicaba que se venía la lluvia o en consejos casi metafísicos de baqueanos. El ser humano siempre ha tenido la necesidad de conocer cómo evolucionará su entorno.
La invención del telégrafo en 1845 vino a poner algo de seriedad en el asunto: posibilitó que la voz corriera mucho más rápido, que los datos meteorológicos fueran transmitidos con más velocidad que lo que le toma a una paloma desplegar sus alas y cruzar una ciudad o pueblo.
Ya para 1850, diarios como el Washington Evening Post publicaban mapas del tiempo,
muchas veces tan indescifrables como los jeroglíficos antes del descubrimiento de la
El primer reporte del tiempo que se pueda llamar "serio" fue el realizado por Francis Galton el 30 de marzo de 1875, publicado al día siguiente por el diario inglés The Times. Aun así, faltaba algo. Los vientos, las lluvias, el granizo, las temperaturas extremas capaces de arrancarle una gota de sudor al más pecho frío de los mortales necesitaban de personas que les pusieran el cuerpo, que les dieran la voz, que los comunicasen como quien le cuenta al vecino el último chisme de la gorda del barrio. Pero no los tuvieron. En vez de un hombre trajeado de dientes blanco marfil o una rubia tonta en minifaldas, los primeros meteorólogos televisivos fueron dibujitos animados: una oveja lanuda (Woolly Lamb) dejó a muchos con la boca abierta cuando apareció el 5 de julio de 1941 en las pantallas de la WNBT, la precursora de la actual NBC. Habrá sido como ver a Carozo y Narizota relatar la caída de las Torres Gemelas.
Pero la audiencia se acostumbró a la freakez. De ahí en más, toda clase de personajes se pusieron frente a cámara para hablar de probabilidades de lluvia, heladas, granizo, huracanes y otras eventualidades meteorológicas. A lo largo de los años, el informe del tiempo lo han dado militares uniformados, profesores de universidades, comediantes, payasos, mujeres seductoras de sonrisas eternas y poco o nada de ropa, actores de novelas y hasta violadores como el alemán Jörg Kachelmann, estrella de la tevé teutona, arrestado en marzo de 2010 por abusar de su novia.
Por más que, por lo general, aparezcan al final del noticiero, los meteorólogos televisivos evolucionaron para convertirse en celebridades, aunque, en la mayoría de los casos, nunca hayan pisado una universidad ni rendido un final de Ciencias de la atmósfera. Según la Asociación Internacional de Meteorólogos en los Medios de Comunicación, el 70% de los meteorólogos de las radios estadounidenses son meros disc-jockeys. Sólo el 40% de los que dan el tiempo en televisión son meteorólogos. El resto son actores y modelos, como fue el caso de la actriz de la serie CSI Marg Helgenberger, que empezó como la "chica del tiempo" en un canal de mala muerte de Nebraska.
En muchos lugares, estos personajes cobran lo mismo que el presentador del noticiero por mover sus brazos como si estuvieran haciendo tai chi frente a la pared verde o azul del chroma key, que sumado a las imágenes satelitales, el avance de la realidad virtual y los efectos de sonido lograron que algo hasta no hace mucho aburrido, serio y riguroso como enumerar temperaturas se convirtiera en un gran show. Y también en un negocio millonario.
Iconos Pop
"Yo les daré una predicción del invierno: va a ser duro, va a ser gris, y va a durarles el resto de su vida", sentencia Phil Connors ( Bill Murray ), aquel meteorólogo gruñón y sagaz de una estación de televisión de Pittsburgh, Estados Unidos, condenado a vivir una y otra vez el mismo día –el 2 de febrero– en Punxsutawney, Pensilvania, en Groundhog Day (o Día de la marmota o Hechizo del tiempo, según la versión). Que el protagonista de una de las mejores películas de la historia del cine haya sido un pronosticador del tiempo –en los comentarios del DVD, el director Harold Ramis asegura que Phil Connors estuvo en ese bucle temporal durante 10 años– demuestra la altura a la que llegaron estos personajes en la cultura popular no sólo estadounidense, sino también mundial.
"Nos convertimos en íconos de la sociedad tecnológica en que vivimos", sentencia el físico José Miguel Viñas, conocido pronosticador español. No miente: los meteorólogos están en todos lados. Sólo basta con elegir un hotel en cualquier rincón del planeta y encender el televisor. Ahí están: ESPN, CNN, el canal porno y el Weather Channel, la cadena televisiva estadounidense valuada en cinco mil millones de dólares y que inunda las pantallas del mundo –de televisión, BlacBerries y iPhones– con sus pronosticadores haciendo que empujan un huracán con las manos y con sus noticias del futuro.
Porque, en definitiva, es con el futuro con lo que coquetean los meteorólogos. Conocer de antemano "lo que viene", es decir, el estado del tiempo de dentro de 10, 24 o 48 horas, les confiere el aura mística que los rodea. Ellos (y ellas) tienen poder. "Hace unos siglos, nos hubieran arrojado a la hoguera", bromea Mauricio Saldívar mientras comenta en su cuenta de Twitter ( @mnsaldivar ) que se avecinan neblinas y cielo nuboso.
De ahí que el ascenso al estrellato de los meteorólogos mediáticos no sea un fenómeno exclusivamente estadounidense o inglés. Es, en realidad, un fenómeno global que adopta distintas particularidades y características en cada país y cultura.
Por ejemplo, los meteorólogos televisivos argentinos tienen, por lo general, una actitud más precautoria. No hay tanto show. Abren el paraguas antes de que se larguen a llover las críticas. "Los pronosticadores trabajamos con mucha precisión, aunque el producto que salga no sea exacto –dijo alguna vez una de las caras más famosas de la meteorología en las pantallas argentinas, Nadia Zyncenko, de la TV Pública–. Lo que nosotros damos es un pronóstico, no una certeza. Si fuera una certeza, no se llamaría pronóstico."
Con 30 años de profesión, esta mujer de pelo corto y acento ucraniano –aunque en realidad haya nacido en Nápoles, Italia, en 1948– trascendió los límites temporales de los noticieros. Se convirtió en "Nadia, la del tiempo", y últimamente aparece en tevé como la protagonista de la última publicidad de Frizze
Pero Saldívar y "Nadia, la del tiempo" no son los únicos. Aunque uno no recuerde sus nombres, ellos están ahí, en pantalla, hablando del futuro. Los "conocidos", como Fernando Confessore (TN), además de Saldívar y Zyncenko. Los "mesurados": Daniel Cortés (TN), Gabriela Andrietti (TV Pública), Pablo Lastra y Miriam Andrioli (América). Y los a veces exagerados en la severidad de sus pronósticos, los más nuevos, como Matías Bertolotti y José Bianco (TN), Diego Angeli y Javier Bellver, de C5N.
Son pocos y se conocen entre sí. Y no lo dicen, pero lo saben: en el mundo de los meteorólogos hay más conflictos, celos y envidias que en los programas de chimentos de la televisión argentina. Es una lucha no muy conocida por la autoridad (¿quién debe dar el pronóstico del tiempo: un meteorólogo licenciado o uno amateur, un profesional sin empatía o una persona con personalidad magnética y habilidades comunicativas?, ¿quién lo tiene que decidir?).
Es una lucha por el futuro, una disputa entre instituciones con una forma de comunicación propia del Pleistoceno y figuras televisivas que quieren remediar aquella falla o abismo que se abre entre el momento en que se emite una alerta meteorológica (granizo, tormenta, nevada) y cómo se la comunica al público.
Por eso los meteorólogos más comunicativos se vuelcan tanto a Twitter últimamente.
Tienen su audiencia cautiva. Desde aquel día fatal de julio de 2006, cuando un diluvio de granizo cayó sobre las cabezas de los porteños y sobre sus autos
–los chapistas, contentos–, más personas se toman en serio los avisos y consejos meteorológicos. Ahora ven que las inundaciones, las lluvias de piedras congeladas y demás inclemencias extremas no ocurren sólo en las películas ni en ciudades exóticas.
Saben, por fin, que este tipo de información es valiosa y útil para mejorar su calidad de vida.
Falta, sin embargo, que el común de la gente comprenda un poco más que la culpa no la tienen los meteorólogos cuando dicen que al día siguiente va a estar despejado y luego llueve. El culpable –si es que hay uno– es la atmósfera terrestre misma: un sistema caótico y dinámico que no resiste predicciones meteorológicas fiables más allá de una semana. En cualquier instante, pequeñas perturbaciones pueden producir cambios importantes. ¿Alguien escuchó por ahí el aleteo de una mariposa?
Por eso, a los meteorólogos muchas veces no les queda otra que la resignación. Aceptar que pueden y que van a fallar. Y, sobre todo, deben acostumbrarse a ser blanco de críticas y burlas. "Cuando empecé a trabajar de esto, no podía dormir a la noche –recuerda Saldívar–. Me despertaba y miraba para comprobar si estaba o no nublado como lo había anunciado. Aprendí a manejar las críticas. El ejercicio y los años me generaron una coraza."
Lo que sí es un hecho es que adonde sea que vayan los meteorólogos, ahí habrá siempre alguien –un primo insoportable, un kiosquero molesto, un desconocido que por verlos en tevé cree que los conoce– que los ametralle con preguntas del tipo: "¿cuelgo la ropa?" o "¿se viene la tormenta de Santa Rosa?". Saben que es inevitable, que aún no hay vacuna contra la estupidez humana y que no importa que hayan terminado ese día de trabajar. No se pueden sacar el traje de meteorólogos.
Sólo desean, por una vez, hacer como hizo el personaje melancólico y deprimente de Nicolas Cage, el meteorólogo televisivo David Spritz en la película The Weather Man (2005). Que, cuando alguien se les acerque en la calle y dispare: "¿Lloverá hoy?", ellos tengan la suficiente entereza y tranquilidad interior para contestarle con la mejor cara: "¿Quién sabe?".
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