A 100 años de su nacimiento, Marcel Marceau es recordado como un artista, “el mimo más famoso”, pero tuvo un rol destacado -y heroico- durante la Segunda Guerra Mundial
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La primera gran presentación de Marcel Marceau fue en el sitio menos esperado. En diciembre de 1945, en Frankfurt, en un campamento estadounidense, se subió a un escenario improvisado frente a más de 3000 soldados del Sexto Batallón del general Patton.
La Segunda Guerra Mundial había terminado unos meses antes, pero los Aliados seguían movilizados. El frío calaba hasta los huesos. No había asientos, todos estaban de pie entre ruinas. La paciencia de los soldados no sobraba. Su capitán les había prometido un show “que jamás olvidarían”, que sería ejecutado por un “héroe de guerra”. Pero cuando el reflector apuntó a la tarima apareció un hombre con su rostro pintado de blanco, con una remera a rayas y un pantalón de vestir negro. Era muy delgado y de pelo rizado. En el público se produjo un silencio largo.
No había música ni decorado: el hombre estaba solo en ese escenario que, de tan vacío, ahora parecía inmenso. Comenzó a moverse de formas extrañas, hacía gestos y muecas. No abrió la boca ni una sola vez. “Les hice la caminata contra el viento, la pared e imité a los soldados nazis. Ahí comenzaron a reírse”, recordaría Marcel Marceau, en 2001, el día lo condecoraron con la medalla Wallenberg. Esa fue la primera vez que contó lo que hizo para salvar a cientos de niños huérfanos de las garras de la Gestapo.
EL SECRETO DEL MIMO
La cifra no es clara. Sin embargo, se dice que fueron más de 300 los niños judíos que, entre 1941 y 1945, Marceau salvó. “Viajar con grandes grupos de chicos era muy peligroso. Porque los soldados nazis de los retenes eran estúpidos, pero no tanto. Mi arma secreta era mi entrenamiento como mimo. Jugábamos a que nadie hablara. Ni ellos, ni yo. Los chicos marchaban, se reían, creo que me amaban, y sé que muchos años después comprendieron que yo luché por sus vidas”, dijo.
El carnicero que se convirtió en mimo
Antes de la guerra, el apellido de Marcel Marceau era Mangel. Nació en 22 de marzo de 1923 en el seno de una familia judía que se había instalado a orillas del río Rin, en Estrasburgo, justo en la frontera con Alemania. Compraron un local y montaron una carnicería que rápidamente forjó gran reputación. Tanto el abuelo como el padre de Marcel se dedicaron a vender carne kosher (algo que él detestaba hasta lo más profundo de su corazón).
Su padre era un tipo terco y muy consecuente con su oficio. Se levantaba siempre a la misma hora, iba a la carnicería y trabajaba hasta tarde. Pero Marcel era volátil y sensible. Le encantaba pintar y ver en cada ocasión posible todas las películas de Charles Chaplin. A los 12 años comenzó a ponerse ropa de su madre, un bigote falso y pretender estar en una película muda. Él mismo escribía sus obras y creaba sus escenografías. Siempre supo que su futuro no estaba en la carnicería. Sin embargo, su padre pensaba diferente.
En la casa de los Mangel todos debían seguir las reglas familiares. Marcel y Alain, su hermano mayor, estudiaban por la mañana y ayudaban con la carnicería por la tarde. Pero por las noches, Marcel se escapaba de su casa, recorría bares y buscaba pequeños escenarios de Estrasburgo donde algún día interpretaría sus obras. Actuar era lo único que le daba sentido a su vida. Especialmente entre todo el revuelo que Europa vivía: la crisis, las persecuciones y el antisemitismo. Su vida era su arte hasta que, en 1938, una invitación lo cambió todo.
A mitad de la década del 30, Alain Mangel y Georges Loinger, hermano y primo de Marcel respectivamente, comenzaron a colaborar con la OSE (Oeuvre de secours aux enfants), una organización humanitaria internacional cuyo objetivo es ayudar a los chicos judíos.
Recibían huérfanos que venían de Alemania, Polonia, Austria y varios países más en donde se aplicaron diferentes versiones de las leyes de Nüremberg (la legislación contra los judíos alemanes). Por su ubicación, Estrasburgo se convirtió en una ciudad estratégica para los refugiados: desde allí los llevaban a distintos albergues, principalmente en el sur de Francia.
Marcel Marceau se sumó a la OSE en noviembre del 1938, unos días después de la Noche de los cristales rotos. “Cuando colaboramos con él, llevábamos a los chicos al Château de Masgelier en Creuse, en el oeste francés. Marcel era genial para entretener y distraer a los niños”, asegura Dominique Rotermund, custodia de los archivos históricos de OSE.
Parecía un trabajo sencillo cuando su primo se lo explicó. Debía viajar a Creuse y permanecer allí dos meses, cuidando alrededor de 90 niños. No sería el único en el lugar, solo tendría que preocuparse por hacerlos reír. Así que se subió al tren y siguió las instrucciones para llegar al castillo Masgelier.
Al llegar, no escuchó una risa, ni siquiera un grito. Los niños miraban al suelo. Estaban vivos, pero nada más. Al ver esto, Marceau se puso en el centro del salón principal, algunos niños comenzaron a observar, esperaban que se presentara, que diera una instrucción, que dijera algo. Pero él se mantuvo mudo y comenzó a hacer pantomima.
Poco a poco, más ojos persiguieron a Marceau. Aquellas miradas tristes se transformaron en curiosidad pura. Comenzaron a ver lo invisible, a entender lo que él quería mostrarles. Después de eso, la vida de aquellos los niños y del flamante mimo se estrecharon. Él iba a un lugar y ellos lo perseguían. Todo en silencio.
Fue entonces cuando se le ocurrió la idea maestra de entrenar a los chicos en el arte de la pantomima. No para convertirse en artistas, sino para pasar desapercibidos en caso de una invasión. Para escapar.
En mayo de 1940, tras la ejecución del Fall Gelb (o Plan Amarillo), los nazis tomaron Luxemburgo, Bélgica y el norte de Francia. Marcel y sus compañeros escaparon hacia el sur de Francia, repletos de huérfanos, en un enorme operativo clandestino. “Para ese momento llegaban entre 50 y 100 niños por día”, contó Marcel Marceau en 2001.
Cruzaron montañas suizas con cientos de chicos
Días después de la ocupación, el gobierno francés ordenó a toda la población que viviera en la frontera este desalojar. La orden era “huir a un lugar más seguro”. La familia Mangel pasó por varios sitios y terminó en Limoges. Un pequeño pueblo en el centro de Francia. Sin embargo, el ejército alemán no tardó en llegar allí. Para 1943, todo el país estaba ocupado.
Marcel y Alain colaboraron con la Resistencia en Limoges. Y siempre continuaron rescatando niños judíos. Los sacaban de los orfanatos para reubicarlos en colegios católicos e internados. Les cortaban el pelo y falsificaban sus documentos. La intención era borrar cualquier rastro que evidenciara su fe. Ellos también cambiaron su apellido: dejaron de llamarse Mangel y comenzaron a presentarse como Marceau. Su padre, en cambio, nunca lo hizo. Algunos meses más tarde, en 1944, un cuerpo de oficiales de la Gestapo lo detuvo y lo deportó a Auschwitz. Nunca más se supo algo de él.
Cuando su padre desapareció, los hermanos Marceau decidieron unirse a la Resistencia de Lyon, una de las ciudades más peligrosas de Francia. El responsable de la ciudad, designado por Hitler, era Klaus Barbie, conocido como el “carnicero de Lyon”, nombre que se ganó por torturar y asesinar personalmente a sus detenidos.
Allí, en la clandestinidad, los dos hermanos fueron los principales falsificadores de la organización insurgente. Copiaban pasaportes y cualquier tipo de documento. También formaban parte del equipo de reubicación de huérfanos. Sin embargo, en Lyon todo era más complicado. Barbie era implacable: hacía redadas e intervenía en los traslados. Así logró atrapar a cientos de niños judíos. Muchos los asesinaba en el acto, y a otros los deportaba a Alemania, a los campos de concentración.
Marcel Marceau pronto comprendió que la única forma de salvar a los chicos judíos era llevarlos a Suiza, que conservaba su condición de “país neutral”. Ideó un plan maestro. Viajarían en tren desde Lyon hasta el Este francés. Como los pasos fronterizos estaban vigilados por los nazis, continuarían a pie. Atravesarían los Alpes caminando por el bosque en pleno invierno. Formarían grupos de 20 a 30 niños. Del otro lado de la frontera los esperarían otros miembros de la Resistencia que llevarían a los chicos hasta Ginebra.
Vistieron a los chicos como scouts. En caso de ser interceptados por el ejército alemán, dirían que estaban de campamento en las montañas. De todas formas, Marceau entrenó a los niños para huir y esconderse si algo salía mal. Debían hacer todo en completo silencio. “Haciéndose invisibles”, como contó Marceau años después.
Nunca se supo con precisión cuántas viajes a través de los Alpes hizo Marcel Marceau antes de que terminara la guerra. No existe un número preciso de chicos judíos que llegaron a Ginebra de la mano del “el mimo más famoso”, pero todo apunta a que fueron más de 300.
Cuando el ejército estadounidense llegó a Francia, Marcel y Alaín decidieron sumarse al Ejército Libre de Francia para liberar a Europa de los remanentes del nazismo. Contaba Marceau: “Yo era Oficial Liaison en el ejército porque hablaba inglés fluido. La guerra había terminado, pero nosotros seguíamos movilizados. Recuerdo que en diciembre estaba en Frankfurt con el batallón sexto del General Patton. Ahí conocí al Capitán Parker, un estadounidense del que nunca me olvidaré. Él me preguntó: ‘¿Caballero qué hará después de todo esto?’. Yo le respondí: ‘Pantomima’. ‘¿Qué es eso?’, me dijo. A lo que respondí: ‘Hacer visible lo invisible e invisible lo visible’. Ahí me invitó a presentarme frente a miles de soldados en una carpa en Frankfurt. Al día siguiente tuve mi primer brote de fama como mimo. Aparecí en la primera plana del ‘Stars and Stripes’, el diario de la milicia estadounidense”.
Marcel Marceau nunca se consideró un héroe. Quizá por eso mismo jamás habló de lo que hizo por los niños judíos. Tampoco se lamentó en público por la desaparición de su padre. Fueron sus compañeros de batalla quienes comenzaron a hablar. Phillipe Mora, cuyo padre luchó junto a Marcel en la resistencia francesa, dijo en una entrevista para Swissinfo: “Marceau comenzó a hacer mímica para mantener a los niños en silencio mientras escapaban. No tenía nada que ver con el mundo del espectáculo. Estaba haciendo mímica por su vida”.
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