Los Guns y aquel apetito destructivo
Hace 30 años, la banda que regresa al país iniciaba su camino explosivo y editaba el disco que prendió la llama
Todo se reduce a tres fechas.
El 21 de julio de 1987, la tapa del diario Los Angeles Times daba como noticia que dos buques kuwaitíes habían sido rebautizados bajo la bandera de los Estados Unidos y que no se habían reportado actividades militares tras dos meses de enfrentamientos entre Irán e Irak. Los EE.UU. y Japón firmaban un acuerdo misilístico secreto llamado Star Wars y un grupo de adolescentes se llevaba por delante una pequeña iglesia metodista con una excavadora robada. Ese martes la tarde sería soleada, con una máxima de 26 grados.
El 6 de junio de 1985 no fue una noche cualquiera en el Troubadour, el clásico club de conciertos ubicado en Santa Monica Blvd. y Melrose Ave., Los Ángeles. Nadie iba a saberlo hasta algunos años después, ni siquiera las diez personas que oficiarían de público. Esa noche se encendió un fuego que arrasaría con todo, incluso con la propia escena a la que de alguna manera pertenecía Guns N’ Roses. Aquella noche tampoco hubo fiesta after-show o, si la hubo, ninguno de los miembros de la banda participó. Apenas cuatro días antes habían decidido hacer su primera gira, y los cinco –Axl, Izzy, Duff, Slash y Steven– coincidieron en que ese viernes debían estar tan sobrios como les fuera posible. Debían recorrer 1600 kilómetros en el auto de Danny –un amigo de la banda, dueño de un Pontiac Catalina verde modelo 77–, pero nadie pensó que toda esa gente y un pequeño remolque con los instrumentos serían más de lo que el motor pudiera soportar. Y después de recorrer 320 kilómetros, el auto se rompió.
Ocho años después, el 17 de julio de 1993, sesenta mil personas en el estadio de River Plate aplauden el final de un show demoledor de la banda más grande y peligrosa del mundo. Tras dos años y medio de gira, Axl y Slash se abrazan, se separan y no vuelven a juntarse en público por 23 años. “No en esta vida”, diría alguna vez Rose a los papparazzi acerca de una posible reunión con Slash. Not in This Lifetime es el nombre de la gira que los trae de regreso a la Argentina. Después de los shows de noviembre pasado, el 1° de octubre tocarán en La Plata, junto a The Who.
Vuelta atrás. Salvo por algunos pequeños detalles que se evaporaron bajo el sol de esa ruta rodeada de nada, toda la bibliografía de Guns N’ Roses cuenta la misma historia. El auto roto, cinco pelilargos sucios, vestidos con pantalones de cuero, remeras agujereadas, bandanas y botas tejanas. Cinco tipos sin un dólar, que arrancaron cebollas y zanahorias de una plantación para silenciar sus estómagos mientras hacían dedo e intentaban completar los más de mil kilómetros restantes. Cinco rockeros con suerte: un granjero mexicano primero y dos chicas hippies después los acercaron hasta Oregon, donde los amigos que Duff tenía en Seattle los recogieron. Llegaron justo para tocar y lo hicieron. Y después de amenazar al dueño del club para que les pague lo acordado, se fueron. El regreso a Los Ángeles sería con una única certeza: ya eran una banda.
De acuerdo a cómo estaba planteada la industria musical en 1987, no parecía haber lugar para Guns N’ Roses ni para Appetite for Destruction, su disco debut. Livin’ on a prayer, de Bon Jovi, estuvo más semanas en el número uno que cualquier otra canción, y ese mismo año, Whitney Houston se transformaba en la primera mujer cuyo disco debut alcanzaba la cima. Robert Palmer ganaba un Grammy por Addicted to love, y Dirty Dancing y Tres hombres y un bebé fueron las películas más taquilleras. No era un gran año para el rock, aún con el regreso de Aerosmith y el éxito de Whitesnake y Billy Idol.
Hasta una semana antes de aquella noche de 1985 en el Troubadour, todo era bastante promiscuo entre los miembros de Guns N’ Roses. Se conocían desde hacía tiempo, pero varios de ellos iban y venían y no se comprometían con ninguna banda. Si alguno decía que no podía tocar, era reemplazado sin mayores remordimientos. Guns N’ Roses, de hecho, surgió como un proyecto paralelo de Axl Rose e Izzy Stradlin, en el que desembocaron nombres como Duff McKagan, Tracii Guns, Chris Weber, Steve Darrow, Slash, Rob Gardner y Steven Adler, todos miembros (y a la vez ex) de Road Crew, Black Sheep, L.A. Guns y Hollywood Rose. Disfrutaban más de la vida nocturna que de tocar, y por eso el inicio de la historia gunner toma dos años, entre su primer show juntos y la salida de su primer disco.
Aquella gira a Seattle, conocida como The Hell Tour, marcó un antes y un después en la historia de Guns N’ Roses. Slash y Adler entraron como reemplazos de miembros que habían decidido no participar de la gira, un poco porque les gustó la idea y otro, porque ninguno tenía un empleo estable, ni un lugar fijo para dormir ni mayores ambiciones que la de divertirse y ser estrellas de rock. El martes y el miércoles fueron los ensayos, el jueves el show, y el viernes subieron al Pontiac. No llevaban juntos más de una semana.
En la década de los 80, todo aquello que fuera considerado trascendente en la costa oeste de los Estados Unidos tenía epicentro en el Sunset Strip, una franja del Sunset Blvd. que se extiende desde West Hollywood hasta Beverly Hills. Toda la actividad nocturna se concentraba en sus bares de strippers y en los clubes de rock, como el Rainbow, The Roxy, The Troubadour y Whisky a Go-Go. Durante las mañanas, el Sunset Strip era un basurero, pero por las noches todo era carteles de neón y un desfile perpetuo de personas que habían llegado a LA para alcanzar el éxito en la música o en el cine; muy pocos lo conseguían, y de manera mayormente fugaz.
Eran años de la yuppie culture narrada por Bret Easton Ellis en American Psycho y del auge de la TV por cable. Las discográficas aún eran fundamentales. El HIV dejaba de ser sólo un problema de homosexuales y la war on drugs del gobierno de Reagan se centraba en una droga aún más tóxica que la cocaína: el crack.
“Vivir en Los Ángeles durante esa época era como vivir en Babilonia –dice Vicky Hamilton, primera manager del grupo, a La Nación revista–. La gente hacía cola para entrar en los bares, y no importaba qué banda tocara, bastaba con estar ahí y formar parte.” Los grupos se hacían conocidos por el boca en boca, sin marketing, campañas de promoción ni redes sociales. De esa manera se expandieron grupos como Mötley Crüe, Quiet Riot, Skid Row y Poison. Entre 1985 y 1987, Guns N’ Roses formó parte de esa movida, pero hubo un punto que los hizo tomar distancia: la estética. Ninguno de los Guns quería maquillarse, usar calzas flúo ni batirse el pelo. “Eran demasiado callejeros para eso”, dice Hamilton.
Vicky había llegado a LA para trabajar como manager de bandas. Lo había hecho con Mötley Crüe cuando Axl Rose la contactó. “Él tenía un demo en cassette y lo trajo hasta mi departamento con un grabador; era un tipo muy enérgico y la banda era genial.” Aquella fue la primera visita de Rose al departamento de Clark Street, el lugar donde toda la banda terminaría instalándose sin pedir permiso. “Era entrar y esquivar botellas, colillas de cigarrillos, todo tipo de basura y tipos metidos en bolsas de dormir”, cuenta Hamilton. Todos, salvo Duff, vivían en su casa. El dormitorio quedaba reservado para ella y una amiga; el resto había sido tomado por los Guns, que utilizaban el lugar para todas sus reuniones y fiestas. “Tenía un solo sillón, que era donde dormía Axl, y que estaba invadido por pulgas y ladillas, realmente era un asco”, recuerda.
Según la biografía de Hamilton, Guns N’ Roses nunca le pagó por sus servicios ni por vivir en el departamento que ella alquilaba. “Cuando firmaron su primer contrato pensé que iba a recibir algo de dinero, pero me regalaron una gran flor de marihuana. Es todo lo que recibí.” Aquel adelanto a la banda, de 37.500 dólares, fue gastado en ropa, tatuajes, diversión e instrumentos. La compañía, además, les consiguió un departamento, por lo que Hamilton fue liberada… y despedida.
“El mayor logro de Appetite fue capturar en una grabación la misma energía que la banda tenía sobre el escenario”, dice a La Nación revista Tom Zutaut, ex A&R (el encargado de descubrir nuevos talentos) de Geffen Records, responsable de que la banda firmara su primer contrato discográfico. “Eran explosivos y no era fácil lograr eso en el estudio”, agrega. Zutaut recuerda la manera relajada de Mike Clink para producir a la banda como la correcta: “Los grabó a todos juntos en el estudio y después hubo algunas sobregrabaciones, pero no más que eso”. La mezcla se hizo en Nueva York, en una vieja consola analógica. “Era como si estuviéramos jugando al Twister, con ocho tipos moviendo perillas y potenciómetros… Fue el último disco del que participé que se hizo de esa manera artesanal.”
ADN ROCKERO
Appetite for Destruction fue un disco sin pretensiones. A diferencia de otros considerados históricos y fundamentales, el debut de Guns N’ Roses no sirvió para retratar una época desde un perfil social o colectivo. Jamás lo hizo porque jamás se lo propuso.
Guns N’ Roses era una unidad volátil, que generaba la combustión perfecta en el estudio o el escenario, pero no tenía demasiado que compartir fuera de esos espacios. Axl había nacido en Lafayette, un pequeño pueblo de Indiana. Después de una infancia difícil y de enterarse que quien creía su padre no lo era, fue diagnosticado como maníaco depresivo. Admiraba a Elton John y a Freddie Mercury, pero cantaba como si fuera hijo de Jim Morrison y Janis Joplin. Su socio era Izzy Stradlin, amigo de la secundaria que llegó a Los Ángeles cargado de riffs herederos del mejor Pete Townshend y Keith Richards.
Duff McKagan era un punk rocker de Seattle. Admiraba a Johnny Thunders y a The Clash. Conoció a Slash y Steven cuando respondió a un aviso en una revista que buscaba “un bajista al que le guste el estilo de Aerosmith”. Adler había nacido en Cleveland, y tras el divorcio de sus padres se mudó a Hollywood, donde conoció a Slash, y junto a él, todos los vicios posibles.
Slash nació como Saul Hudson en Stoke, un pequeño pueblo de Inglaterra; pero desde muy chico vivió en California. Su madre era una vestuarista que trabajó muchos años junto a David Bowie, y su padre diseñaba tapas de discos. Slash creó un sonido único con su Gibson Les Paul, una rara mezcla de rock tocado como blues que hasta hoy es marca registrada, junto a su galera.
Tenían entre 22 y 25 años cuando grabaron Appetite for Destruction, una edad ideal para remontar resacas, pero no para cambiar la historia del rock ni para asimilar los cambios que eso generaría en sus vidas.
Appetite es un disco de pequeñas miradas convertidas en retratos definitivos sobre el lado oscuro del rock. GNR supo alejarse del costado divertido de las drogas y el sexo que tenía rotación permanente en MTV, el canal que hizo inofensivos a los grupos glam. Los Guns, en cambio, eran peligrosos e impredecibles. Welcome to the Jungle describe a una ciudad sitiada por las drogas y Paradise City habla de los sueños de fama y fortuna que chocan contra las ganas de volver al pueblo “donde el césped es verde y las chicas con lindas”. Los excesos encontraban metáforas en Mr. Brownstone y Nightrain, que no era otra cosa que la marca de la única bebida alcohólica que podían pagar.
Las letras eran crudas, postales de un estilo de vida veloz. Out ta Get Me es la persecución de la policía contra Axl por una denuncia por violación, luego retirada; My Michelle no es otra que Michelle Young, la primera novia del cantante, quien después de la separación sería You’re Crazy. It’s so Easy describe con cierta ironía la vida fácil de las estrellas de rock.
Sweet Child O’ Mine, que había empezado como un juego de Slash para calentar sus dedos, convirtió a GNR en una banda internacional; una canción de amor tradicional, diferente al amor explícito que proponía Rocket Queen. Aún en la etapa de mezcla, Axl llamó a Adriana Smith –una amiga de la banda que en ese momento era novia de Adler– y le propuso tener sexo con él en el estudio para grabar sus gemidos. “Estábamos todos pasados de Jack Daniels, así que nos pareció algo de lo más normal”, recuerda Slash en su autobiografía. El sonido del sexo quedó ahí, al final del disco, y no pudo haber resultado más perfecto.
El disco salió a la venta con varias polémicas. Primero, su tapa original -un cuadro del artista Robert Williams con la imagen de un robot violador a punto de ser ajusticiado por otro, mientras la chica todavía estaba en el piso- fue censurada. Parecía perfecta en combinación con el título, pero casi ninguna disquería quería tener esa imagen en sus bateas. La pintura fue movida a la parte interna del booklet y reemplazada por la ya clásica cruz celta con las cinco calaveras de los miembros de la banda, diseñada originalmente como un tatuaje por Billy White Jr.
El segundo problema fue cuando MTV se negó a pasar el video de Welcome to the Jungle. Fue el propio David Geffen quien negoció una emisión a las 5 de la mañana. Fue un éxito y la gente llamaba para que volvieran a pasarlo. Mientras tanto, la banda estaba de gira por Europa. La estrategia del manager Alan Niven era mantenerlos ocupados para alejarlos de potenciales problemas. Al regreso, el disco había vendido alrededor de 200 mil copias, un número para nada despreciable. Zutaut no estaba satisfecho. “Todo explotó con Sweet Child”, recuerda. Zutaut piensa de que con esa canción como primer corte, el éxito hubiese sido más rápido, pero Guns N’ Roses habría sido una banda distinta. Y el 21 de julio de 1987 no sería recordado más que por ser un día de noticias intrascendentes.