Los fenómenos emergentes y el misterio de la vida
Probablemente los tres enigmas más profundos de nuestra existencia sean cómo surgió el universo, cómo apareció en él la vida, y cuál es el origen de la consciencia y la inteligencia. Respecto del primero hemos avanzado bastante, acercándonos a entender cuál era el estado de situación del universo fracciones ínfimas de segundo después del Big Bang.
Pero más allá del aporte de Darwin y la teoría de la evolución, en los otros dos frentes seguimos relativamente a oscuras. ¿Cómo fue que a partir de montones de partículas inertes dispersas en el universo, de pronto surgió la asociación, el movimiento, las fuerzas vitales que animan nuestro mundo? ¿Cómo pueden esas partículas inanimadas haber dado lugar a seres dotados de consciencia e inteligencia?
A falta de respuestas suficientes fundadas en el conocimiento nos quedaba la intuición y esta nos dictaba que es imposible que surjan cosas coherentes de la nada y por azar. Por eso, para explicar que de sustancias químicas inertes pudo emerger la vida, que de formas de vida muy básicas pudieron surgir seres complejos o que de un conjunto de células especializadas haya aparecido la consciencia y la inteligencia, parecía inevitable postular la necesidad de un planificador externo, capaz de moldear el caos en maravillas biológicas. La vida parecía una casualidad tan enormemente improbable que solo la existencia de un creador podía explicar que estuviéramos hoy acá. Sin embargo, detrás de esa casualidad y de la respuesta a ambos enigmas se esconde el mismo principio: los fenómenos emergentes.
La teoría de la complejidad es una rama de la ciencia que intenta lidiar con sistemas que no son susceptibles de ser explicados por las relaciones de causa-efecto lineales, típicos de la ciencia tradicional. Algunos de estos sistemas, conocidos como complejos, son autoorganizantes. En ellos, el orden es inevitable, y aparece de manera espontánea como una propiedad emergente sin nadie que lo genere desde afuera.
Cuando observamos la materia desde sus estadíos más tempranos hasta los niveles de organización más sofisticados vemos que en cada nivel de organización existe un enorme número de agentes –que van desde las moléculas, pasando por células, órganos e individuos– cada uno relativamente simple. Sin embargo, tomados en conjunto en una escala mayor, estas unidades sencillas generan una conducta increíblemente sofisticada de manera espontánea sin necesidad de nadie que coordine y sin que esos agentes se lo propongan ni entiendan el lugar que juegan en ese orden superior. De ese modo, miles de hormigas componen una colonia dinámica y adaptable sin que ninguna lo decida ni sepa cómo hacerlo y sin nadie que organice. Millones de células hacen tu cuerpo y sin que ninguna esté al tanto se coordinan para huir si amenaza un predador o curarte si te ataca una bacteria. Millones de neuronas hacen tu mente y te dotan de inteligencia y memoria. Curiosamente, en la naturaleza este tipo de sistemas antiintuitivos no solo no son raros sino que son casi omnipresentes.
Profundizar nuestra comprensión de los fenómenos emergentes es uno de los desafíos más apasionantes que tenemos por delante. Hacerlo podrá ayudarnos a finalmente terminar de entender cómo llegamos aquí y también a generar caminos asombrosos a futuro, diseñando nuestros propios sistemas complejos y autoorganizantes.