Los favoritos (y los favoritismos) del Nobel de Arquitectura
El premio Pritzker reconoce la obra de uno o más autores a lo largo de su carrera. Suele quedar en manos de los starchitects, o las estrellas de la profesión, aunque los outsiders ganan terreno
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Jean Paul Getty, magnate del petróleo, murió antes de aceptar la propuesta de Carleton Smith. Lo que en otras ocasiones ocurría por incredulidad, mezquindad o simple desacuerdo, ahora había sido efecto de una insuficiencia cardíaca: una vez más, el director de la Fundación Nacional para las Artes de Estados Unidos se quedaba sin mecenas para su plan.
Hombre de idea fija, Smith continuaría entrando y saliendo de los despachos de multimillonarios de su país hasta seducir a uno. En su portafolio guardaba las razones por las que debía instituirse un galardón al mejor arquitecto con la trascendencia y el prestigio del Nobel. De hecho, mediante su Fundación de Premios Internacionales, pretendía nuclear las categorías desechadas por el gobierno sueco. Pasaron dos años del fallecimiento del petrolero. Después de una seguidilla de negociaciones truncas, el exprofesor de crítica musical tuvo su día de suerte. Sentado frente a Jay y Cindy Pritzker, en 1978, consiguió el sí.
Jay, abogado cincuentón y segundo de tres hermanos, era el impulsor de decenas de corporaciones industriales, dueño de la cadena hotelera Hyatt y, junto a su esposa, un inquieto promotor de la cultura, la educación y la ciencia. La buena arquitectura no les resultaba ajena: chicaguenses, sus vidas habían transcurrido en un paisaje minado por piezas maestras de William Le Baron Jenney, Louis Sullivan, Frank Lloyd Wright y Mies van der Rohe.
La distinción anual, que otorgaría la Fundación Hyatt y llevaría como nombre el apellido del empresario, coronaría a uno o varios arquitectos vivos que hubiesen contribuido de manera significativa al entorno habitable. Asistido por el propio Smith, el comité evaluador estaría compuesto por referentes del campo proyectual y civil, mientras que la ceremonia se desarrollaría en hitos patrimoniales del mundo.
La organización fue veloz. En pocos meses, la mansión Dumbarton Oaks, situada en el barrio washingtoniano de Georgetown, estaba lista para la gala inaugural. Frente a un auditorio lleno, fue el tucumano César Pelli, jurado y decano de la Escuela de Arquitectura de Yale, el responsable de ungir al ganador. Tras casi medio siglo de ejercicio profesional, el creador y usuario de la Casa de Cristal, Philip Johnson, se convertía esa noche en el primer Pritzker de la historia.
Desde aquella jornada de 1979, hubo cuarenta y tres ediciones ininterrumpidas y cuarenta y ocho laureados. Muy pronto, como en cada víspera de la primavera boreal, se informará un nuevo veredicto.
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Jørn Utzon, Ieoh Ming Pei, Renzo Piano, Richard Rogers, Jean Nouvel, Frank Gehry, Oscar Niemeyer, Rem Koolhaas, Frei Otto, Jacques Herzog, Pierre de Meuron, Zaha Hadid, Eduardo Souto de Moura, Álvaro Siza, Norman Foster: salvo que usted sea arquitecto o un curioso con memoria privilegiada, seguramente la gran mayoría de estos personajes le sea indiferente.
En un planeta interconectado, sin embargo, hay imágenes que trascienden sus coordenadas geográficas y se graban en la retina de ciudadanos de cualquier latitud. Es factible, entonces, que recuerde la Ópera de Sidney, la pirámide del Museo del Louvre y el Centro Georges Pompidou de París, la torre Agbar de Barcelona, la Catedral de Brasilia, el Guggenheim de Bilbao o el edificio de la Televisión Central de China en Pekín; haya mirado por televisión un evento deportivo en el Estadio Olímpico de Múnich, en el Allianz Arena, en el Centro Acuático de Londres o en el Estadio Municipal de Braga; o haya hecho un trámite, incluso, en la sede gubernamental porteña o en el Centro Municipal del Distrito Sur rosarino. Sea cual fuere su experiencia, siéntase realizado: no identificará a los premiados, pero conoce más proyectos ejecutados por ellos de los que imaginaba.
Tal como lo soñó Smith, el Pritzker devino el Nobel de Arquitectura. Y, al igual que todo concurso u olimpiada, no ha escapado a las controversias. Pese a que en las deliberaciones recientes sorprendió al destacar a personalidades alternativas a la élite de celebridades, en general ha sido juzgado por su favoritismo hacia los starchitects (acrónimo inglés acuñado a las estrellas de la profesión), con un departamento de relaciones públicas aceitado y oriundos de regiones desarrolladas. Los datos no mienten: si se segmenta por continente, se han coronado veintiséis europeos, once americanos, diez asiáticos y un oceánico: jamás a un africano. Con ocho y siete, Japón y Estados Unidos encabezan el ranking de países. De Latinoamérica, solo se colaron en el damero el mexicano Luis Barragán (1980), los brasileros Niemeyer y Paulo Mendes da Rocha (1988 y 2006) y el chileno Alejandro Aravena (2016). Por género, la disparidad es abismal: un escaso diez por ciento fueron mujeres.
A diferencia de certámenes similares, aquí se pondera la totalidad de obras de un autor y no una en particular. Se escoge, en definitiva, una trayectoria o un perfil determinado. Para ser tomado en cuenta, hay dos vías: por sugerencia de condecorados, académicos o políticos a la directora de la entidad, Martha Thorne, o mediante un sencillo correo electrónico. Con un mínimo de cinco y un máximo de nueve miembros, la mesa de evaluadores intenta abarcar un rango amplio de nacionalidades, puntos de vista y roles (algo que, en virtud del cupo, opera como un mero enunciado). Actualmente, el jurado está presidido por Aravena y constituido por la italiana Benedetta Tagliabue, el diplomático brasilero André Aranha Corrêa do Lago, el juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos Stephen Breyer, el antiguo curador del Museo de Arte Moderno de Nueva York Barry Bergdoll, los exganadores orientales Kasuyo Sejima y Wang Shu y la decana de la Escuela de Arquitectura de Yale, Deborah Berke.
La mandamás del lauro
Thorne es una pieza clave en la contienda. Sin voto, la decana de la IE University madrileña ha sido la responsable de admitir las postulaciones y de aplacar los egos del comité durante un quindenio. Año tras año –a excepción del último, debido a la pandemia– visitó proyectos de los posibles galardonados con los integrantes, en la piel de coordinadora de un viaje de estudio ultrasecreto, para examinar su calidad y fortalecer el vínculo entre los jueces a fin de evitar rispideces en instancias de selección. Se desempeñará en su cargo hasta principios de mes, cuando ocupe el puesto Manuela Lucá-Dazio, exdirectora ejecutiva del Departamento de Artes Visuales y de Arquitectura de la Bienal de Venecia.
Estuvo una década y media al frente del Pritzker y editó publicaciones sobre su evolución. ¿Ha mutado su foco con los sucesivos cambios en las maneras de habitar y de organizarse de la sociedad? ¿Cómo afectan en este problemáticas globales como la desigualdad y el calentamiento global?
Los objetivos del premio han sido estables: reconocer a quien exprese con excelencia el arte de la arquitectura y su servicio a la humanidad. Dicho esto, es una consigna tan amplia que permite resignificaciones. Si uno lee los argumentos del jurado, puede comprender la diversidad de razonamientos detrás de cada concesión. Por ejemplo, cuando lo recibió Glenn Murcutt en 2002, hizo hincapié en su abordaje del paisaje y del clima desde una óptica naturalista y humanista. En 2014, Shigeru Ban fue alabado por su respuesta creativa y de alta calidad a situaciones extremas causadas por desastres naturales. O, en 2016, Aravena fue valorado por personificar la reactivación de un profesional comprometido, determinado a afrontar la crisis de la vivienda y a mejorar el entorno urbano. Al compararlo con sus inicios, sobre todo, me parece que el Pritzker ha ido otorgándole mayor espesor a las implicancias sociales. No caben dudas de que el mundo está cambiando; por esto, los evaluadores analizan elementos y circunstancias que sobrepasan la disciplina.
De los cuarenta y ocho laureados, hay cinco mujeres y ningún africano: ¿existe una deuda con los sectores más invisibilizados en la narrativa histórica de la arquitectura?
Se ha evidenciado cierta superación y heterogeneidad de nombres con el correr del tiempo. En algunas ediciones se abrieron caminos a través de figuras impensadas; en otras, se reflejó la profesión y se optó por aquellos con una labor extensa. El premio busca anualmente transmitir un mensaje contundente, pero no siempre es el mismo.
¿La corrección política interfiere en las deliberaciones?
No lo creo. Aunque los evaluadores no viven en una burbuja, estoy segura de que están más preocupados por tomar buenas decisiones que por seguir una convención.
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Uno de los atributos que mantiene vivo el Pritzker es su imprevisibilidad, ya que no posee listas cortas públicas. Así como hay candidatos firmes por su omnipresencia en las revistas especializadas, sus comitentes acaudalados y sus edificios llamativos, están aquellos outsiders cuyas posturas alineadas a las emergencias del siglo XXI servirían para equilibrar el historial.
Jugar al prode a la espera del próximo anuncio es una tarea inútil, irrelevante y, quizá por esto, entretenida. En el grupo de los probables, se asoman los fundadores de la oficina holandesa MVRDV, los directores del estudio noruego Snøhetta, el británico David Chipperfield, el estadounidense Steven Holl, el francés Dominique Perrault, el español Alberto Campo Baeza y hasta Rafael Viñoly, el uruguayo graduado en la Universidad de Buenos Aires. Con base en Chicago y tres filiales, Jeanne Gang también pisa fuerte: su firma es una máquina de producir y de consumar ideas sólidas. Si nuevamente, como en 2020, se replicara la elección efectuada por el Instituto Real de Arquitectos Británicos (RIBA) –para muchos, el eslabón previo–, el tanzano radicado en Londres David Adjaye sería el primer africano en obtenerlo. Dentro de aquellos que traccionan desde los márgenes, en caso de que se priorizaran las cualidades estratégicas y de empoderamiento comunitario de la disciplina, el burkinés Diébédo Kéré se abriría paso en la competencia; si se buscara la innovación técnica y estética con materiales tradicionales como el ladrillo, irrumpiría el paraguayo Solano Benítez; y, en otra línea, sin creaciones icónicas pero apreciados por sus soluciones programáticas y su culto a la modestia, la francesa Anne Lacaton y el marroquí Jean Philippe Vassal tendrían chances como abanderados de la asequibilidad y el manejo prudente de los recursos.
El año pasado, el jurado eligió a las irlandesas Yvonne Farrel y Shelley McNamara, de Grafton Architects, curadoras de la Bienal de Venecia de 2018 y acreedoras de la Medalla de Oro del RIBA 2020. En un presente signado por una revisión feminista de los relatos oficiales, aun cuando los organizadores aseguran que no actúan según la coyuntura, había serias expectativas alrededor de ellas. Hasta entonces, individualmente había sido proclamada la angloiraquí Hadid (2004) y en equipo lo habían logrado la japonesa Sejima (2010) –junto a su colega de SANAA, Ryue Nishizawa– y la catalana Carme Pigem (2017) –con Rafael Aranda y Ramon Vilalta, de RCR–. Inclusive, en varias oportunidades se había dejado fuera a la socia de un distinguido. La polémica más resonante tuvo como protagonista en 1991 a Denisse Scott Brown, compañera de Robert Venturi y autora del ensayo Sexismo y el star system en la Arquitectura (1989), quien no acompañó a su marido al acto.
En 2013 fue rechazada la petición de estudiantes de Harvard para revisar la exclusión de Scott Brown del Pritzker otorgado a Venturi, pese a firmar los planos a la par durante más de dos décadas. Como exasesora del Archivo Internacional de Mujeres en la Arquitectura, ¿no considera usted que condecorar únicamente al hombre fue un error?
La solicitada a su favor abrió un debate necesario no solo dentro del Pritzker, sino en distintos sectores de la arquitectura que no repararon en los prejuicios contra las mujeres. El jurado entendió que no era pertinente revertir una decisión, puesto que se toma la mejor resolución en un momento específico. Además, no es un tribunal de Justicia. Si modificara un fallo, ¿por qué no volvería a hacerlo? La prioridad es cambiar las condiciones laborales y las actitudes cotidianas hacia las mujeres. El premio se otorga apenas a una o a dos personas por año y en nuestra profesión hay miles y miles de mujeres que trabajan con seriedad a diario: allí es donde urge una transformación real.
¿Qué opina de Yvonne Farrel y Shelley McNamara?
Me impresionan varios aspectos: su comprensión del entorno y de la escala, su capacidad para gestar espacios interiores interesantes y su conocimiento de materiales y de técnicas constructivas disímiles. Pensando en ellas dentro de un momento histórico, son modelos a seguir para aquellas que desean ejercer una profesión dominada tradicionalmente por hombres; y también lo son porque han establecido una práctica muy colaborativa.
Sobre esto, ¿optar por dos mujeres fue una especie de reivindicación para hacer frente a los cuestionamientos?
Uno de los objetivos del Pritzker es fomentar el diálogo en torno a la arquitectura y siempre será así, sin importar el ganador. Esta discusión continua es la que lo mantiene relevante luego de cuarenta años. Al final, igual recibiremos tantos elogios como críticas.
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En marzo, la “ciudad del viento” y cuna del Chicago Blues comenzará a despedir las temperaturas bajo cero de su invierno imposible. Todavía con un frío intenso, el lago Míchigan se descongela y los residentes se entusiasman: falta menos para poblar los parques y tomar algo a la vera del río que los atraviesa. El mismo mes y desde allí, se terminan las suposiciones y el heredero Tom Pritzker comunica quién se alza con la medalla de bronce y los cien mil dólares. Usted se enterará por los portales digitales y contemplará sus obras. Otro u otros, esa tarde, sentirán que llegaron a la cima.
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