Los cinco proyectos que ganaron el Premio Rolex a la iniciativa
Talento, creatividad y espíritu emprendor, plasmados en ideas extraordinarias
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Escalador y amante de los deportes extremos, el científico francés Grégoire Courtine, de 42 años, tuvo doble motivación cuando conoció a un atleta paralítico. Así avanzó en sus investigaciones para inventar un puente electrónico que se implantara entre el cerebro y la médula espinal lumbar, por medio de tecnología inalámbrica, para que pacientes con lesiones en la espalda vuelvan a caminar. En 2019, gracias a su desarrollo, fue uno de los cuatro laureados que obtuvieron el Premio Rolex a la iniciativa.
Talento para el pensamiento independiente y capacidad de afrontar proyectos que requieren creatividad y determinación frente a situaciones adversas son las características que unen a los cinco premiados, que recibieron una suma destinada al avance de sus proyectos como parte del premio. Calidad, ingenio, determinación y espíritu emprendedor son los valores que guiaron sus proyectos, destinados a transformar vidas y comunidades. Además de Courtine, los ganadores de la última edición del premio fueron el ugandés Brian Gitta, de 26 años, especialista en tecnología de la información, creador de una herramienta para luchar contra la malaria; Krithi Karanth, una conservacionista india de 40 años que persigue una solución para los conflictos entre los humanos y la fauna del planeta; Miranda Wang, una bióloga molecular y empresaria canadiense de 25 años que se propone que un tercio del plástico del planeta se transforme en una fuente de riqueza; y João Campos-Silva, un biólogo y experto en pesca brasilero de 36 años, que tiene la intención de salvar de la extinción al arapaima, un antiguo pez de la Amazonia.
En peligro de extinción
Se llama arapaima, mide hasta tres metros y pesa 200 kilos. Además de su tamaño, su importancia reside en que alimenta a la población amazónica desde la primera sociedad humana instalada en la zona. Hoy la pesca excesiva y la contaminación del agua conspiran contra su supervivencia, con las consecuencias que acarrea, no solo para el medio ambiente sino también para la comunidad de la región. De la mano de la preservación del arapaima, se mantiene el sustento, el abastecimiento de comida y la cultura de las comunidades indígenas que dependen, para sobrevivir, de los ríos de la zona. “Por la creciente demanda de comida y de recursos naturales de las grandes ciudades, en el último siglo hubo un período de intensa explotación”, señala João Campos-Silva, el biólogo cuyo proyecto apunta a preservar al pez. Como consecuencia de su intensa explotación, las poblaciones de animales se redujeron sustancialmente.
¿Había conciencia sobre la importancia de este pez en la biodiversidad, antes de comenzar su proyecto? “En el siglo pasado, el arapaima se ha extinguido en muchas localidades por la sobrepesca. Para revertir esta tendencia, las comunidades locales comenzaron a proteger sus hábitats, manejando de manera sostenible las poblaciones silvestres. Este modelo se desarrolló por primera vez en el Instituto de Desarrollo Sostenible Mamirauá, en 1999. Cuando lo vi, me di cuenta de que era brillante. Es un claro caso de conservación en el que todos ganan, donde las comunidades locales están recuperando las poblaciones de esta especie emblemática, al tiempo que se garantiza la seguridad alimentaria y el bienestar de las comunidades rurales”, explica Campos-Silva.
Su proyecto se desarrolla en estrecha colaboración con asociaciones locales y líderes del sector pesquero. La posibilidad de salvar la especie es un hecho: la protección de lagos conectados con ríos en la Amazonia occidental permitió aumentar 30 veces el número de arapaimas locales. ¿Pero, cómo nació la inquietud? El experto en pesca visitó, durante dos años, más de cuarenta comunidades en el río Yuruá, cuando realizó su doctorado. Su compromiso nació entonces y se extiende a los años que vendrán. Su proyecto intenta garantizar la conservación de la biodiversidad y mejorar la calidad de vida en las zonas rurales.
La idea de Campos-Silva es extender este proyecto local a sesenta nuevas comunidades fuera de las áreas protegidas. La intención es llegar a más de 2000 kilómetros de río. De este modo, el número de arapaimas se multiplicará por cuatro, en tres años. “Durante mucho tiempo, las comunidades tradicionales fueron excluidas de la conservación. Uno de mis desafíos es fortalecer los ejemplos positivos donde los seres humanos contribuyen a la conservación de la biodiversidad”.
Transformación del plástico
“Cuando era chica tuve mucho contacto con la naturaleza. Estar tan cerca del campo marcó momentos cruciales de mi vida. Al final de la primaria, me anoté en un club de reciclaje. Allí conocí a mi mejor amiga y, ahora, cofundadora de mi proyecto. A los 18 años descubrimos bacterias del suelo que evolucionan hasta ser capaces de descomponer y consumir plásticos de manera efectiva”, narra Miranda Wang, cuya pasión se sostuvo y hoy, a sus 25 años, es el alma máter de un proyecto que se propone que un tercio de plástico del mundo se transforme en fuente de riqueza, al convertirse en material apto para elaborar distintos tipos de productos.
En el medio, su carrera de bióloga molecular le dio las herramientas necesarias para seguir trabajando en su descubrimiento. Así, esa bacteria encontrada fue llevada al laboratorio donde se estudió su proceso de descomposición de plásticos. Al investigar la forma biológica de las células para cambiar la estructura de los polímeros, Wang intentó dar con la fórmula para lograrlo por medios químicos, de manera más rápida y eficiente.
Su gran espíritu emprendedor fue el que la empujó a fundar Bio Cellection, en Silicon Valley, cuando aún era estudiante, con el propósito de ser la primera persona en ofrecer una respuesta a la crisis mundial de los plásticos. “Desde la década de 1950, se han producido 8300 millones de toneladas. Hasta la fecha, nosotros, como sociedad, no hemos encontrado las formas más efectivas de lidiar con los desechos plásticos, es por eso que solo el 9% se reciclan y el 91% va a los basureros, incineradores que se convierten en gases de efecto invernadero, y océanos. La raíz del problema es que la sociedad carece de tecnologías económicas de reciclaje para muchos tipos de envases”, explica.
La preocupación de Wang es real y tiene cifras que la avalan. “La vida en este planeta está muy interconectada. Los contaminantes plásticos afectan a toda la cadena alimenticia. En el mundo se producen más de 300 millones de toneladas al año. Todo el plástico que hemos fabricado sigue aquí con nosotros. Nunca desaparece. A este ritmo, en 2050 habrá más plástico que peces en nuestros océanos”, afirma, contundente.
Desde su empresa, Bio Cellection, la laureada, junto a su equipo, trabaja en una tecnología que transforme el plástico en sustancias químicas que luego pueden ser utilizadas para elaborar productos variados: materiales para construir autos o artículos de consumo diario, como aparatos electrónicos, productos textiles o de limpieza. Otras aplicaciones posibles de los materiales obtenidos son zapatillas, pelotas de básquet, e impresión 3D. También se está trabajando en la búsqueda de formas de hacer que estos productos sean circulares, es decir y reciclables.
Pero no se trata del plástico que día a día hoy se recicla en el mundo. Al contrario, son los no reciclables, como bolsas sucias o materiales de envasado con un solo uso. “Actualmente casi no hay tecnologías que funcionen en plásticos post-consumo. Estos son de un grado tan bajo que no tiene sentido que la gente los limpie y los convierta en un nuevo producto. Nos centramos específicamente en estos plásticos problemáticos que nadie más quiere tocar”, destaca la bióloga. A nivel mundial, solo se recicla el 9% de los plásticos que se producen cada año. En Estados Unidos se recogen, en centros municipales, 30.000 toneladas mensuales de residuos plásticos, desde que China prohibió las importaciones en 2018.
Hoy su mirada va más allá y está en marcha un plan para desarrollar una planta procesadora comercial que recicle residuos plásticos. De esta forma calcula eliminar 320.000 toneladas de emisiones de dióxido de carbono, al mismo tiempo que se elaboren útiles con sustancias que la sociedad desecha. La primera planta comercial con la que contará Miranda Wang, que se espera que opere a partir de 2023, tendrá una capacidad de 180 toneladas por año.
“Esto sigue siendo una pequeña fracción de los residuos plásticos globales producidos, pero demostrará a nuestros inversores lo rentable que será este nuevo enfoque de reciclaje. El tamaño total en el que podemos crecer es de hasta 100 millones de toneladas por año, a través de instalaciones que se ampliarán en todo el mundo”, proyecta Wang. En tres años, la empresa planea ingresar entre 100 y 500 kilos por día de procesamiento e idealmente habremos ingresado a los mercados de Europa y Asia”, adelanta. Para la experta en reciclado Emily Hanson, contar con tecnología que permita reconvertir los plásticos, descomponerlos hasta su parte más esencial y con eso crear nuevos productos, abriría mercados inéditos. Considera que todo el plan sería sostenible a largo plazo.
¿Un consejo práctico de Miranda Wang para toda la humanidad? “Compren productos hechos de reciclado, inviertan en compañías que construyan la economía circular y reduzcan, reutilicen y reciclen”.
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