Los caminos del amor conducen a Roma
Un recorrido por la capital italiana a través de los personajes del escritor Federico Moccia, el hombre que conquista Europa con sus historias románticas y que visitará la Feria del Libro
ROMA.– Qualia son las cualidades subjetivas de un estímulo. Porque hay un mundo ahí afuera, pero dependerá de cómo nos lo cuenten nuestros sentidos para saber cómo lo veremos. Tantas personas, tantos mundos. Así es que la Roma de Federico Moccia es de amigos, historias de amor, diferencia de clases sociales, Vespas, helados y ruido. La Roma de Moccia es una Roma best seller.
Federico Moccia es un escritor italiano, que con novelas como Perdona si te llamo amor, A tres metros sobre el cielo, Tengo ganas de ti, Perdona pero quiero casarme contigo y Carolina se enamora vendió más de 15 millones de libros y enfrenta una acusación española que poco le importa: allí hablan de él y del triunfo pasteloso.
Demasiado dulce o no, lo cierto es que sus libros piden a gritos una sublectura: allí hay una guía no turística con altísimo contenido gastronómico. Moccia pateó Roma en serio. Da ese dato que le pedimos a un amigo que vuelve de Europa, el que no figura en el mapa que te dan en el hotel.
Sostiene que cada historia de amor está hecha de lugares, "dónde comiste, dónde la besaste. Siempre pienso antes la historia y busco lugares nuevos, como con Alex y Niki (Perdona...) donde había diferencia de edad. Me digo tengo dos personajes, ¿adónde van? ¿Dónde se encuentran?" Una respuesta para Niki fue la Vía del Corso, una especie de Florida con más de glamour, menos manteros, pero no virgen de vendedores ambulantes. Pocos, pero están, y son campeones de atletismo cuando una sirena indica la largada. O más bien, la llegada de algún policía. Se llena de adolescentes como la joven de la novela, que caminan en una charla histérica, inventando peatonales donde no las hay, con helado en mano. Aunque esta postal no es exclusivamente púber: trajeados y mujeres ejecutivas se mezclan por allí cucurucho en mano. La elegida por Moccia es la gelateria Giolitti, en vía Uffici del Vicario, pero la densidad de heladerías por kilómetro cuadrado supera cualquier planeamiento urbano.
A Niki también la mandó a tomar los mejores licuados a Frulatti Pascucci, en Largo di Torre Argentina. A pocas cuadras, y formando parte del caos ordenado que es esta ciudad, está Sant’ Eustachio, il caffè, a la vuelta de la Plaza del Panteón. No conformes con tener historia (¡columnas!) que asoma desde el infierno cuando una obra en construcción llega demasiado abajo –tanto es así que deben parar las tareas porque el suelo les devuelve mitos; el patrimonio histórico aquí es lo que el petróleo en Brasil–, inventaron una leyenda para esta cafetería: aquí la pócima es secreta. Marcelo hace 32 años que trabaja allí (el local existe desde 1938) y desde atrás de la máquina –vedada hasta para un rabillo de ojo con velocidad de duelo western– dice no saber cómo se hace. Ríe y parece que los botones dorados de su chaqueta bordó también lo hacen. Dicen –dicen– que hacen una espuma de café con azúcar, un batido previo a servirlo, como cuando preparamos el instantáneo en casa. Idéntica entidad de misticismo a la importancia del batido. Lo importante es que hay que avisar si no se lo quiere con azúcar antes de pagar 1,10 euros que cuesta el expreso de parado (sentarse puede subir el costo hasta los 10). Los nativos rescatan la espuma del fondo de la tacita y cuentan que el café en Italia está protegido por la ley: 1 euro, es un derecho.
Algo que no se verá jamás en las calles es gente tomando café mientras camina: si bien hubo rumores de la llegada a Roma y a Milán de Starbucks, por ahora no tienen cabida los vasitos de plástico con tapa. El café se toma en el lugar.
¡AhI viene un rico!
–¿Vas a pie?
–No, tengo un minicoche [Extracto de Perdona si te llamo amor.]
No es la ropa, no es la forma de hablar; es el ruido. Los chicos de más de 14 años pueden manejar unos minicoches que se los reconoce sin mirarlos por su pequeño motor que asegura se acerca a un ciclomotor con forma de auto.
A los 18 podrán pasar a los Smart, plaga en Roma que a la nariz argentina huelen a potentados, pero no: lo que en nuestro país cuesta 25 mil dólares (unos 110.000 pesos), en la ciudad de los adoquines bañados por mármoles sale de las concesionarias por 10 mil euros, algo así como 57 mil pesos. Segundo paliativo a las angostísimas calles que intentan doble mano. El primero fue, es y será la Vespa, esa en la que Step y Babi, protagonistas de A tres metros sobre el cielo, huyen de la policía cruzando el peatonal Puente Sisto. Step fue Federico [Moccia], y Babi, su novia Fabricia. El ejercicio terapéutico de Moccia para terminar con el dolor de una novia que ya no lo quería fue rechazado por todas las editoriales. Entonces decidió publicarla él; desde entonces no para de escribir sobre amor. Fabricia lo leyó y le contó que no se sintió representada. "Ahí entendí que uno ve a la persona que ama como quiere. Ella no se identificaba, pero para mí era exacta."
Qué supo ver Moccia del amor adolescente desde la madurez que gusta tanto, es la pregunta que él responde abriendo el juego a lectores mayores: "No es sólo para adolescentes, hablo de amor en varias etapas. No está solamente el amor de pareja, hablo de los amigos, de la familia, los estadios. ¿Por qué los adolescentes? Porque es el inicio de la historia, la dificultad, el primer amor. Hago una fotografía del amor. Lo que están viviendo lo ven en los libros, se identifican. O es lo que quieren vivir, lo que sueñan".
El candado, el peso del amor
Uvas de hierro. Los racimos caen como lava de las farolas del Puento Milvio. Toneladas de promesas de amor que el Ayuntamiento rompe cada tanto porque el peso tumba las luminarias. Moccia recuperó la tradición de jurar amor eterno, escribir las iniciales de los que pactan en un candado y tirar la llave al río en A tres metros...
A seis años de ese libro, el puente recibe miles de parejas que copian la tradición y también se replica en puentes como el de Brooklyn, en Nueva York, y el de las Artes, de París. "Muchas veces fui a hablar con el alcalde porque me llaman para ver qué podemos hacer con los candados, porque tienen que ir sacándolos, pero son un símbolo de Roma, y hay polémica. Esto demostró que gustamos de los gestos románticos, que la gente quiere tenerlos", explica. Moccia asegura que sacaron más de 10 mil candados. La contaminación de las llaves en el río Tíber es otro capítulo. También la pyme que instalaron dos vendedores en un extremo del puente: 4 euros el candado y te prestan el fibrón. Caminando hacia el otro, cruzando la calle, ya se ven los manteles cuadrillé verde y blanco sobre otro más grande, de color amarillo. Son las mesas de Sicilia in bocca, donde hay una cena decisiva en la historia de Perdona... A Paula, la dueña, le sobran atributos femeninos. Recomienda el risotto al perfume de Sicilia (limón, naranja, mozzarella y zucchini) mientras se va a una de las salas del restaurante (como en las películas italianas, tiene salones familiares) muy provocativa: allí se exhibe el trabajo de su fotógrafo preferido, Wilhelm von Gloeden, un alemán que se instaló en Sicilia y murió en 1931. Lo que hacía era fotografía homoerótica..., a finales del 1800 y principios del 1900.
Hablamos de amor con Federico mientras una ambulancia que pasa suena tan europea –la sirena es distinta– y el patrullero Alfa Romeo agudiza la idea. Le preguntamos si el amor estupidiza y no tiene buenas noticias, o sí. "Sí, tiene tanto de estúpido como de creativo y fantasioso. Somos más tontos, pero nos hace mejores. Al inicio es tonto, pero si no sos capaz de pasar a otra etapa (constructivo, feliz, positivo) termina. Si tenés el coraje de cambiar, vivirás lo otro", asevera.
–Se lo ve como especialista por el hecho de escribir sobre el tema. En casa, solo frente al espejo, se mira: ¿cuánto sabe realmente Federico del amor?
–El secreto del amor es que podés entenderlo y que podés no entenderlo. Yo entendí que puedo no entender todo. Y que tenemos la obligación de estar bien y ser felices; cuando comemos, cuando besamos y cuando mandamos al carajo a alguien.
Las plazas matan todo pronóstico de éxito paisajista; nada tienen de verde y mucho de fuentes. Las figuras que escupen incesantemente agua hacen que los primeros romanos aún fanfarroneen –con crédito– por su ingeniería. La fuente de los Cuatro Ríos, en Piazza Navona, salpica a los enamorados que pasean, esquivan Vespas, toman helado. Se besan. A los despechados, que pasean, esquivan Vespas, toman helado. Y se arrepienten de besos. Todos leen. El amor vende. Y Federico Moccia les escribe.
FEDERICO MOCCIA
Escribió Perdona si te llamo amor (2008), A tres metros sobre el cielo (reeditada en 2008 y de la que se hizo la versión cinematográfica), Tengo ganas de ti (2009), Perdona pero quiero casarme contigo (2010) y Carolina se enamora (2011). Esta noche dime que me quieres (Emecé) se presentó en esta edición de la Feria del Libro, www.el-libro.org.ar