Los buenos y los malos
Acaba de comenzar una de las películas épicas protagonizada por los superhéroes de turno. El cine aún está en silencio. Me hundo en mi asiento para no obstruir la visual de ningún menudo espectador. En la fila de adelante un niño interroga a su padre con tono de susurro: "Pa, ¿cuáles son los buenos? ¿Cuáles son los malos?" El pequeño necesitaba, sin más, ubicar y dividir el mundo de los personajes en dos. Buenos y malos, uno de los tantos pares de opuestos que enmarcan nuestro modo de pensar.
Que en la vida de un niño el pensamiento incipiente tenga un funcionamiento binario es inherente a la constitución psíquica. Los pares dicotómicos son organizadores que van construyendo las categorías del pensar. El no y el sí son fundantes, y a partir de allí se suman otros como dormir-despertar, permitido-prohibido, adentro-afuera, que abrochan siempre como ojal con botón.
Este pensamiento rudimentario que busca contundencia y nitidez en la infancia va ganando, con el tiempo, consistencia y plasticidad. En su conquista avanza y se desliza produciendo interesantes cruzamientos que enlazan con libertad fantasías, imaginación, realidad y virtualidad. El escenario del juego es el dilecto para entramar estas dimensiones aparentemente inconciliables.
Todo haría suponer que esta apertura es progresiva y creciente, dando lugar a un pensamiento cada vez más complejo. Pero no es eso lo que ocurre. La resistencia que tenemos los humanos (que ya hemos crecido) para hacerle lugar a lo nuevo y a lo diferente es demasiado poderosa, pese a saber que las simplificaciones reduccionistas le quitan matices a la paleta cromática, empobreciéndola.
Es cierto que la diversidad nos da trabajo, nos incomoda en tanto desordena, multiplica y deja cabos sueltos. Saca de las casillas, del pensamiento lineal, de la lógica disyuntiva que sólo tiene que optar entre A o B, o, dicho de otro modo, entre buenos y malos.
Vivir en un mundo tan complejo conlleva un alto grado de incertidumbre. Hace tan solo algunas décadas había un menú de variantes mucho más acotado para todo. Hoy no hay una fisonomía única de familia, hay múltiples maneras de engendrar un hijo, hay realidades virtuales, redes sociales, hay diversidad en todos los órdenes de la vida.
Si el binarismo se perpetúa como única matriz del pensar, nos resultará insuficiente. Cuando somos intolerantes a aquello que nos resulta diferente, ajeno, incierto o simplemente desconocido, hay un estancamiento que nos aleja de la posibilidad de integrar la diversidad. Todos coincidimos con esta idea, al menos conceptualmente. Sin embargo, en la vida social, en encuentros de profesionales, debates políticos o religiosos entre pares, el diálogo abierto y la tolerancia a escuchar parece estar cada vez más afectada. Pese a adherir a la conveniencia de una disposición de apertura, parecemos estar atrapados en visiones unilaterales que no se exponen siquiera a relativizarse. Y eso nos lleva inevitablemente a un encierro alienante, el de los buenos, por un lado y los enemigos por el otro.
Necesitamos escuchar, ser sensibles y más permeables a las transformaciones que agrietaron la suficiencia de los modelos de la modernidad. Y esto se hace sentir especialmente en campos como el educativo, por ejemplo, donde seguimos padeciendo propuestas que insisten en fragmentar el conocimiento sin integrar la interdisciplina.
Nos cabe actualizar las preguntas. Si han cambiado las lógicas para pensar y las estrategias del aprender, ¿no será hoy prioritario enseñar a seleccionar tanta información, a integrar la multiplicidad y a tolerar lo heterogéneo? Y finalmente, ¿cómo podemos conjugar la impronta binaria de nuestro pensamiento con la dimensión de la complejidad que potencia su riqueza?