Los atardeceres que inspiraron a lord Byron
El pequeño gran promontorio desde donde estoy parado me regala una vista fantástica. Lo primero que noto a esta hora de la tarde es la profunda tonalidad azul del mar que tengo ante mis ojos, el Egeo. Me han dicho, mientras se empiezan a reflejar las columnas del famoso templo de Poseidón en la Tierra del lugar, que desde aquí se ve uno de los mejores atardeceres del mundo.
Por eso decidí a mitad de la jornada hacer mas de cincuenta kilómetros al sur de Atenas para venir al cabo Sunio. Este promontorio tenía una función muy especial, ya que desde este punto se divisaban las embarcaciones que se dirigían a la ciudad donde nació la democracia y juega un rol fundamental en el nombramiento del agua que lo rodea, porque desde este lugar, Egeo se lanzó al agua al ver que su hijo Teseo se había olvidado de izar las blancas velas de su embarcación.
Mientras repaso estas historias en mi mente, la tarde comienza a caer sobre el cabo. El acantilado se llena de las sombras producidas por la posición del sol y un viento tibio sopla levemente. Por una extraña casualidad, no hay nadie a mi alrededor, lo cual me produce una rara sensación de recogimiento, como si por alguna razón del destino una cadena de hechos me trajo hacia este lugar para disfrutar de una de las mejores postales que tal vez uno pueda tener en estas latitudes.
Trato de imaginarme lo que habrá sido este lugar hace miles de años, cuando aún el templo dedicado al amo y señor de los mares seguía en pie, con sus ofrendas y rituales, con ancianas trirremes que surcaban sus aguas con el velamen henchido por el viento y los remos en continuo movimiento.
La tarde toma maravillosas tonalidades y el sol se pone frente a mí, un gran disco de fuego que torna todo de colores naranjas y rosados. El reflejo de sus rayos chocan contra el mar y forman una estela resplandeciente.
Durante siglos, ignotos y conocidos han llegado al mismo lugar donde me encuentro, y se habrán sobrecogido con la belleza de la vista. Pero de todos ellos rescato a uno. Porque si buscamos con cuidado podremos encontrar en la base de una de las columnas el nombre de un gran poeta del Romanticismo: lord Byron, que llegó aquí cuando era un desconocido joven y supo escribir en un famoso poema: "Colocadme en la pendiente marmórea de Sunio, / donde nada, salvo las olas y yo, / oigamos pasar nuestros mutuos murmullos".
Mientras recuerdo estas palabras, el sol se esconde y me deja una impresionante postal.
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