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Se había hecho de noche ese día lluvioso de julio. Terminaba de completar las tareas pendientes de la jornada cuando un mensaje de WhatsApp lo sacó de la rutina. Un perro de ojos color de caramelo estaba solo, insólitamente, en una plaza porteña frente a los Tribunales. La persona que daba el aviso -con un trabajo, tres hijos y un perro- no podía hacerse cargo del animal pero le pedía a su amigo que le diera una mano para salvarlo casi seguramente de un triste final.
Le envió algunas fotos. “El misterio de sus ojos color de caramelo, la poderosa presencia de sus ancestros pitbull, labrador y vaya a saber qué más, y el encanto de su injustificada e interminable alegría me conmovieron y me convencieron. Al final del largo día de trabajo salí a buscar al animal bajo la lluvia. Lo encontré recostado sobre una manta de bebé que algún alma caritativa le había tendido. Se acercó, me saludó cariñosamente con un movimiento de cola pero volvió a su mantita. Claro, era lo único que le pertenecía en todo el mundo”, recuerda Guillermo Devoto.
“Sintió que lo iba a sacar de la desolación”
El instinto ganó la batalla interna que su corazón había librado. No podía ser indiferente. Tenía frente a sus narices la posibilidad de cambiar el destino de una vida. En cuestión de segundos el cinturón de Guillermo se convirtió en correa, que se dejó poner sin problema. “Creo que sintió que lo iba a sacar de esa desolación”.
Guillermo caminó junto al perro que acababa de rescatar una docena de cuadras hasta llegar a casa. “Allí nos esperaban mi fiel ayudante Gel y mi perra galgo MingMing quien, hasta ese momento, había reinado sola en mi casa. Ahora debería compartir su reino con un perro vagabundo de ojos color de caramelo. Pero de qué quejarse si, al fin y al cabo, su pasado no debía ser muy distinto”.
Un baño rápido en casa y a una de las colchonetas de MingMing fueron suficientes para que el perro pudiera descansar largamente hasta el día siguiente. A primera hora de la mañana partió con Gel para visitar al veterinario. Lo bautizaron Lavalle, por agradecimiento a la plaza que lo había albergado. “Era el nombre provisorio porque estaba claro que pronto aparecerían sus tutores o alguien que sucumbiera a su acaramelada mirada. Yo estaba seguro de que saldría de mi vida tan rápidamente como había entrado. Tenía que ir a trabajar a la India en pocas semanas, alguien llegaría y se lo llevaría”.
Fueron muchos los que ayudaron a buscar la supuesta familia de Lavalle por las inmediaciones del barrio de Tribunales. Hablaron con paseadores, kioskeros, se buscaron afiches con la foto del perro de ojos color de caramelo, pero nadie aparecía. “La internet tampoco dio los mágicos frutos que todos esperaban de su consabida omnipresencia. Mientras, los ojos color de caramelo de este fornido e interminablemente cariñoso perrito abandonado continuaban clavados en los míos cada mañana al despertarme”.
“Su vida dependía de mí”
Desde el primer momento, Lavalle se mostró como un perro muy amistoso con las personas. Con MingMIng fue amable, más de lo que ella era con él. Ella no estaba muy contenta con la “intrusión” de un competidor en la casa donde hasta entonces había reinado. Nunca pelearon, se ignoraban. Se fueron aceptando uno al otro. MingMing había llegado a la vida de Guillermo un año antes. La había rescatado una señora en Escobar. Estaba moribunda, no se podía levantar. La cuidó durante un año. “Yo superaba la pérdida de una Schnauzer gigante que había muerto y ya estaba listo para tener otra perra”.
Hasta que llegaron los resultados de los estudios veterinarios. “Lavalle tenía un riñón devorado por un parásito del tamaño de Alien, el octavo pasajero. Requería una operación urgente para que el monstruo no siguiera alimentándose de su cuerpo. El gran corazón de la dedicada proteccionista Marina y el del destacado Dr. Cristóbal ayudan a salvarlo. Ya con un solo riñón y condenado a una vida de enfermo renal, jamás perdió el caramelo de sus ojos ni el de su corazón recordándome, inocentemente con su mirada, que su vida dependía de mí”.
“Lo extraño y me emociona recordarlo”
Pero Guillermo debía viajar a la India por trabajo. Y, además, ya era responsable de un perro. Los días pasaron y nadie se interesó por Lavalle. “Era muy difícil que alguien lo reclamara o que alguien lo quisiera adoptar. Pero yo no podía cargar con la responsabilidad de llevarlo a la India, donde debía comenzar rápidamente a cumplir con mi trabajo. Si MingMing, con su calma mansedumbre, era una carga extra, Lavalle con su interminable energía era una catástrofe y, por su condición médica, era un riesgo. Definitivamente, no podría llevarlo... Definitivamente, no debía llevarlo...¿debía?”.
Poco tiempo después Gel paseaba a Lavalle -junto a MingMing- por las calles de Colaba, un pintoresco barrio de Mumbai (Bombay). Los dos humanos y los dos perros habían sobrevolado con éxito tres continentes y varios mares. Lavalle y MingMing estaban muy bien cuidados, con cuatro o cinco bajadas al jardín por día. Luego, los fines de semana y feriados Guillermo disfrutaba junto a ellos de caminatas más largas.
“Sus ojos color de caramelo siguieron clavados en los míos cada mañana al despertarme en la India afortunadamente”. Durante siete meses Lavalle entregó lo que le quedaba de su enérgica alegría y luego descansó para siempre en un lindo jardín del pintoresco barrio de Mumbai. Fue un perro muy afectuoso, bueno, obediente. No se daba por vencido. Supo convivir con MingMing a pesar de que no era amistoso con otros animales. Seguramente pudo comprender que tenía que aceptar esa convivencia porque hacerlo significaba su salvación. Lo extraño mucho y me emociono al recordarlo”.
(N. de la R.: Guillermo Devoto se desempeñó como Cónsul General y Director del Centro de Promoción de la Argentina en Mumbai, India, hasta mayo de 2023).
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