Max tenía sobrepeso y su humana decidió llevarlo al lago para que pudiera moverse sin tanto esfuerzo; lo que vio esa tarde la dejó en shock.
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Cuando esa tarde fue a buscar a los perros de su mamá a la guardería canina donde habían pasado algunos días, se sintió especialmente conmovida al conocer la historia de Max. El labrador inglés había llegado a la casa de la cuidadora luego de que la mujer lo divisara en un taller mecánico. Ese era el lugar que su antigua familia le había destinado. Al parecer, los niños de la casa lo habían pedido cuando era un cachorro y luego habían perdido el interés en el animal. Entonces, como ya no era bienvenido a la casa, lo dejaron en aquel taller.
“Cuando la cuidadora lo vio, decidió llevarlo a su casa y buscarle adoptante. En ese momento, ella tenía 6 perros rescatados, otros 5 que estaban en su guardería, más tres propios. Eran demasiados para un solo bolsillo. De modo que le ofrecí ayudarla con Max, publicar fotos del perro en las redes sociales y cuidarlo hasta que apareciera un hogar para él”, recuerda Christine.
Un submarino canino
Los primeros días en casa transcurrieron sin mayores sobresaltos. La convivencia realmente marchaba sobre ruedas. Max se mostraba como un perro equilibrado, tranquilo y bien dispuesto para acompañar a su nueva humana en paseos por diferentes lugares abiertos de la ciudad de Nueva York, en los Estados Unidos. “Mi única preocupación en ese momento era que Max tenía sobrepeso. Con tan solo tres años, le costaba mucho trabajo caminar o desplazarse y se me ocurrió llevarlo a nadar para que ejercitara y pudiera mantenerse en forma”.
Y, si bien Christine sabía que a la raza le gustaba el agua, jamás imaginó lo que vería a continuación en esa primer salida juntos. “Fuimos a un lago y quedé shockeada. Max se dirigió directamente al lago, se zambulló y se sumergió. Lo perdí de vista por unos segundos y pensé que lo había perdido para siempre. Tuve mucho miedo de lo que podría haberle pasado. Pero enseguida apareció sobre la superficie con una enorme roca en su boca. La dejó en la orilla y volvió a buscar más. Creo que siente que las rescata. No sé quién se lo enseñó o porqué lo hace pero realmente disfruta mucho esos momentos”.
Christine se enamoró de inmediato de Max y decidió que lo adoptaría ella misma. Si bien en su familia habían tenido animales desde que ella era pequeña, esta era la primera vez que se hacía 100% responsable de un perro.
Nadar para ejercitarse
Fue un gran desafío lograr que bajara de peso. Pero los momentos en el agua y las caminatas que le planificaba su humana durante la semana, pronto dieron resultados. “Al comienzo se notaba que se sentía mucho más cómodo en el agua que en la tierra. No se cansaba tanto y le resultaba más fácil desplazarse en ese medio, flotar y sumergirse”.
A Max le llevó más de seis meses llegar a un peso saludable. Su humana asegura que puede sumergirse hasta aproximadamente un metro y permanecer bajo el agua entre 30 y 40 segundos - eso varía según su estado de ánimo y el peso y tamaño de la roca que quiere “rescatar”-.
Como las rocas que busca suelen ser de un tamaño considerable, Christine monitorea de cerca la salud bucal de Max con controles periódicos al veterinario. “Sus dientes están sanos y fuertes. Nunca le podría prohibir que bucee para buscar rocas, es algo que ama realmente y disfruta”.
Max y Christine se convirtieron en compañeros inseparables. La rutina habitual del labrador, al que muchos apodaron submarino amarillo, es despertarse, desayunar y luego salir por la primera caminata corta del día. Después llega el momento de la siesta y las golosinas. Por lo general, Max pasea entre tres y cuatro veces a diario, va al parque para perros y a nadar al menos dos veces por semana. “No podría imaginar la vida sin Max, hace que cada minuto del día sea mucho mejor. Lo amo profundamente y es mi mejor amigo”.
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