
Lo dieron por perdido en el Everest y lo abandonaron; le amputaron 3 dedos y asegura que tuvo suerte

"Con alguien me voy a encontrar, con alguien me voy a encontrar", se repetía una y otra vez Germán Poccard (61) a modo de mantra mientras descendía hacia Campo 2 en la pared suroeste del Monte Everest, donde se levantan cuatro campamentos de altura que los más arriesgados se animan a transitar en una experiencia única e irrepetible. Hacía dos días que había iniciado el descenso y todavía tenía un largo trecho por recorrer. Llevaba 48 horas sin comer y en las últimas 24 sólo había ingerido un litro de agua. El sol golpeaba inclemente y su poder se amplificaba cada vez que se reflejaba en las laderas nevadas de las montañas circundantes. El calor era agobiante, la ropa de abrigo, insoportable.
Y eso no era todo. Pasados los 30 minutos de haber iniciado la marcha del primer día, Lakba, el sherpa que acompañaba a Germán, le indicó que continuara solo. Agotado, y con una intensa cefalea, necesitaba tomarse un descanso obligado. "No dudé un instante y seguí sus instrucciones. El deplorable estado en que me encontraba me indicaba que tenía que bajar como pudiera. Había perdido mis mitones pocas horas después de haber iniciado la travesía. Mis manos congeladas, rígidas, necesitaban pronta atencion y si me demoraba la situación iba a empeorar", recuerda.
Nacidos y criados en las montañas del Himalaya, a más de 4000 m y adaptados a la altura, los sherpas son vaqueanos que cumplen diferentes roles en las expediciones a las altas cumbres. Algunos colaboran para cargar el equipaje, otros para levantar el campamento, otros ofician de cocineros y están también aquellos que se especializan en colocar las cuerdas fijas que son utilizadas como seguro durante la escalada. Los de mayor jerarquía, entrenamiento, mejor estado físico y capacitacion técnica, hacen de guías. Y ese era el caso de quien acompañaba a Germán en la experiencia. "Pero a pesar de todo el conocimiento que tenía, yo no lo quise escuchar cuando el viento se llevó mis mitones y él sugirió regresar. Y pagué caras las consecuencias".

La noche anterior al descenso hacia Campo 2 Germán había dormirdo en una carpa cedida por el jefe de una expedicion que se aprestaba a subir a Campo 4. "Mé tiré en la carpa totalmente vacía. Solamente me saqué los crampones, esas puntas de metal que se adhieren al calzado de montaña para tener tracción y agarre en el hielo y la nieve y el resto del equipamiento fue todo mi abrigo para esas horas. No tenía comida pero sí un litro de agua que me proveyeron mis anfitriones. Creí que sería una larga noche poblada de fantasmas, sin embargo dormí bastante bien durante muchas horas. No me animé a sacarme los guantes. Temía no poder volver a ponérmelos. Después supe en realidad que el miedo era no ver lo que estaba seguro que iba a encontrar".

A la mañana siguiente, en el descenso hacia Campo 2, la ruta estaba totalmente congelada. Las cuerdas fijas, eran salvadoras. Pero la preocupacion de Germán era el nudo en ocho que tenía que hacer en la cuerda para poder rapelar una pared de unos 15 metros, al final de la larga pendiente que venía recorriendo con gran dificultad y con frecuentes caídas y patinadas. "Sabía que mis dedos congelados no me permitirían arreglarme solo. Con alguien me encontraré que me va a ayudar, me repetía".
Por eso el alma le volvió al cuerpo cuando vio a Mariano Galván que había salido a buscarlo. "Me alegré hasta las lágrimas y no me sorprendió el gesto viniendo de él, un eximio amigo que jugaba en las ligas mayores del montañismo mundial. Admiraba su completa dedicación al deporte aún a costa de muchas privaciones ya que es una disciplina costosa. Además era terriblemente solidario, siempre dispuesto a salir al rescate de cualquier montañista en problemas, aunque pusiera en riesgo su propia vida". Cuando se vieron se abrazaron. Mariano le dio de beber a Germán y le dijo: bajamos esa pared y una vez abajo, en un plano más seguro, sin pendiente y sin hielo, descansamos. ¿Vas a poder? "Sí, claro", le dijo Germán. "Pero vos haceme el ocho, no puedo mover los dedos".

Cuando llegaron al punto acordado, Germán bebió con sed y se esforzó por comer lo que Mariano había preparado para él: queso, barritas de cereal, turrones, chocolate. Descansaron unos 40 minutos y reiniciaron la marcha de una hora hacia Campo 2. A pesar de que las piernas ya casi no le respondían, Germán se sentía muy seguro del brazo de Mariano. "En Campo 2 descubro que la empresa con la que había contratado el ascenso, había levantado campamento y migrado a Campo Base sin importarles mi suerte. Hacia 32 horas que no sabían nada de mi, me habían dado por perdido en la montaña".
Mariano puso a Germán en manos de otros argentinos, los hermanos Benegas, quienes le dieron comida y bebida caliente, le realizaron los primeros auxilios de las manos y organizaron su evacuación en helicóptero hacia Katmandu. "Me contaron que a mi sherpa lo habían bajado desde Campo 4 con edema cerebral pero que ya estaba mejor, descansaba en una de sus carpas. Dos horas más tarde, una vez que me encontraba en el hospital, y ayudado por otros dos, mi sherpa vino a saludarme, unos abrazamos fuerte y prolongadamente, lloramos".

En el hospital descubrieron que Germán tenía los dedos literalmente congelados. Finalmente, despues de dos meses de tratamiento se le amputaron dos falanges del quinto dedo y otra del cuarto de la mano derecha y una falange del quinto dedo de la mano izquierda.

Durante ese tiempo Germán repasó incontables veces lo sucedido y esperaba que pasaran los días para reencontrarse con Mariano. Así lo habían acordado en la montaña cuando se despidieron. Germán quería agradecerle el enorme gesto que había tenido. Sin embargo, la cita no pudo concretarse y Germán regresó a la Argentina. Al poco tiempo supo que Mariano y su compañero habían sido alcanzados en una expedición por una avalancha en el Nanga Parbat, en Pakistán. "Con su muerte Argentina perdió a unos de los mejores exponentes de la historia del montañismo nacional y yo, a un querido amigo, a quien no pude terminar de agradecer. Esta historia es un sentido homenaje hacia él".
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