Tina Sotelo recuerda sus años junto al expresidente Carlos Saúl Menem: lo conoció en una operación de prensa, cuando era gobernador de La Rioja, y fue su “profe” durante más de una década
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María Cristina Sotelo (62) ganó su primer torneo de tenis con una raqueta prestada y sin saber cómo se contaban los puntos. Ella solo jugaba: “Me gustaba pegarle duro a la pelota, bien duro. Y no me gustaba perder en nada”, se ríe. Tina (así le dicen, por “corren-tina”), nació en Goya, Corrientes, y a pesar de que vivió en varios lugares del mundo, todavía mantiene la tonada arrastrada, clásica de la provincia del litoral, con pausas y llena de palabras como ‘gurí’ o ‘guaina’. Fue tenista profesional en los 80, pero su carrera nunca terminó de despegar. Jugó lesionada toda su vida, arrastró roturas de rodilla, desgarros... pero no se lo decía a nadie para que no le prohibieran competir.
La fama le llegó igual, pero de manera inesperada. En 1984, cuando todavía era profesional, fue a un conocido boliche porteño a festejar el cumpleaños de su amiga Claudia Casabianca, también ex tenista, multicampeona juvenil de la época. Esa noche, alguien le acercó una propuesta increíble: “¿Le querés dar clases de tenis a Menem?”. Ella, que no lo podía creer, aceptó. La semana siguiente la pasaron a buscar en un coche blindado por su casa. El destino era una quinta en Maschwitz, donde el por entonces gobernador de La Rioja tenía una cancha de tenis. Tina, al llegar, rompió el hielo con ganas: “Saúl entró a la cancha vestido de blanco, con su vinchita y su muñequera. ¿Sabés qué hice? Le dije ‘Así nadie va a creer que estás jugando al tenis, porque estás todo planchadito, todo perfecto’. Entonces lo llené de polvo de ladrillo. Le ensucié todo el pantalón y las zapatillas”, recuerda para LA NACIÓN.
Accidente en moto, ligamentos rotos
Tina aprendió a jugar al tenis a los 11 años. “Un día, una amiga me llevó al club para que probara y me encantó. Yo era muy deportista. A los 10 años dominaba baile y danza clásica. A los 13, mi tío me llevó a practicar motocross. Lo amé. Salía en moto sola, en varias ocasiones”, cuenta. Era buena. Ganó varios torneos juveniles a nivel provincial. Pasaron los años y, cuando cumplió 20, le planteó a su familia que se quería ir a Buenos Aires para seguir mejorando. Entró en River, en la categoría intermedia. Al año siguiente subió a primera y tuvo de compañera a Gabriela Sabatini.
-¿Cómo recordás tu carrera en el tenis?
-Bueno, yo pude ir a Buenos Aires recién a los 21 años. Pero arrastraba una lesión porque a los 19 me había caído de la moto y me había roto los ligamentos cruzados. Estuve un año rehabilitándome, casi sin poder caminar. Después competí a nivel nacional. Jugué contra Emilse Raponi, que era la número 1. Me ganó, obviamente, pero me ganó apretado. Había grandes nombres: Claudia Casabianca, Ivana Madruga... Ellas nos tapaban a todas. Yo tenía mucho dolor en la rodilla, pero quería jugar igual, porque el tenis era mi pasión, y porque sabía que por medio del tenis iba a conocer el mundo, que fue lo que terminó pasando.
-¿En qué lugares estuviste?
-Primero me fui a Europa, pero duré 3 meses. Me lesioné, y me volví llorando a Goya. Al año siguiente fui a Estados Unidos, ahí me fue bien, no me quería volver.
-¿Dónde vivías en los Estados Unidos?
-Vivía con una familia chilena que conocí en el aeropuerto. Increíble. Les caí bien y me ofrecieron quedarme en su casa. La única condición era jugar con el padre de la familia todas las mañanas antes de que fuera a trabajar. Temprano, a las 5.30. Con ellos viví seis meses. Gané torneos pequeños, la mayoría en Florida. Me iba bien, pero sabía que no podría llegar más lejos por el problema de mi rodilla.
-¿Y si no hubieses tenido ese dolor?
-En ese tiempo no había reemplazo de tendones o tratamientos como los de hoy. Yo creo que, si hubiese estado bien físicamente... bueno, no sé si hubiese llegado a número 1, pero hubiese llegado lejos, porque a mí no me gustaba perder a nada. Me volví a Buenos Aires.
“FUE UNA OPERACIÓN DE PRENSA”
-Y, de repente, te convertiste en profesora de Carlos Saúl Menem. ¿Cómo pasó eso?
-Una noche, estábamos festejando el cumpleaños de Claudia [Casabianca] en un boliche de Buenos Aires. Nosotras salíamos mucho juntas. En la mitad de la noche se nos acerca un periodista y le habla a Claudia. Le dice que el gobernador de La Rioja quería jugar tenis y buscaba una profesora. Claudia no quiso saber nada, pero me señaló y dijo “pero ella sí”.
-¿Accediste?
-Yo accedí. La semana siguiente me fueron a buscar a mi casa. Todo había sido organizado por periodistas, era una operación de prensa. Ellos querían hacer una nota con Menem aprendiendo tenis. Me acuerdo que me llevaron a la peluquería, me arreglaron, quedé divina.
-Muchísima producción para una clase de tenis.
-¡Sí! Uno de los periodistas ya me conocía, porque nos encontraba a mí y a Claudia en la noche de Buenos Aires. Me dijo “ojo, Cristina, con el gobernador portate bien, que es serio...”. Yo no lo conocía a Menem.
-”Portate bien”. ¿Qué quiso decir?
-Y... yo era una mata-hombres (ríe). En esa época tenía 23 o 24 años, era una potra.
-Aquella primera clase, finalmente, apareció en las revistas. ¿Qué dijo tu familia sobre todo esto?
-Me acuerdo que antes de ir llamé a mi mamá y le conté. Me dijo que me iba a desheredar si yo aparecía jugando al tenis con ese hombre. Mi mamá era radical a morir.
-¿Cómo fue el primer encuentro con Menem?
-Nunca lo voy a olvidar. Fui a Maschwitz en auto, toda producida, con los periodistas. Paramos en una estación de servicio, al costado de la autopista, porque estábamos perdidos. Al final nos fueron a buscar en dos autos. Los periodistas se subieron todos en el primero. Cuando subí al segundo auto, adentro estaba Menem con su secretaria. Ese fue el primer encuentro.
-¿Qué recordás de la casa quinta?
-Estaban preparando una fiesta a la que estábamos invitados todos. Había muchísima gente. El patio era gigante, tenía una pileta... Después de la clase, Menem y yo tomamos un café en el borde de la pileta y él me leyó la borra del café. Pero jamás voy a contar qué me dijo...
-Contás todo esto con una gran sonrisa. ¿Te divertía la situación?
-Sí, porque era todo ficticio, una situación armada para la prensa. Menem no sabía jugar al tenis.
-Parece una operación de prensa para instalar su figura a nivel nacional.
-Sí. Él estaba todo vestidito de tenista: de blanco, con su vinchita y su muñequera. Estaba tan prolijo que no era creíble. Le dije “Así nadie va a creer que estás jugando al tenis, porque estás todo planchadito, todo perfecto”. Entonces lo llené de polvo de ladrillo. Le ensucié todo el pantalón, las zapatillas. Lo pisé, le hice de todo. Y creo que ahí lo conquisté.
-¿Cuál fue tu primera impresión?
-Parecía una persona tranquila. Se notaba que le caí bien, que se estaba divirtiendo. Creo que esa tarde decidió realmente tomar clases de tenis. Ahí empezamos un vínculo que duró más de diez años.
-¿Todas las clases eran en Maschwitz?
-Algunas en Maschwitz y otras en La Rioja. Yo iba mucho a La Rioja. Me llevaban en un avión privado desde Aeroparque. Me avisaban y un chofer me buscaba en el auto.
-¿Cómo era su rutina? ¿Cuántas clases le dabas por mes?
-No me acuerdo muy bien, porque él viajaba mucho cuando era gobernador, tenía compromisos. Cuando estaba en Buenos Aires, me mandaba a buscar y yo iba a darle clases. Una acá, otra allá. Después, cuando el fue presidente, fue más difícil. Yo le enseñaba tenis, pero él siempre me estaba enseñando otras cosas.
-¿Qué te enseñaba?
-A tener paciencia, a tener fe... Era muy creyente. Saúl -así lo llamaba yo- disfrutaba mucho la vida. Le gustaba vivir. Era fantástica la energía que tenía. Cuando jugábamos dobles juntos, él me decía: “para ser un ganador primero tenés que ganarte a vos mismo, tener en claro lo que querés y tener la autoestima muy alta, y mucha confianza y fe en Dios”.
“Nos divertíamos mucho, hasta que la relación se transformó...”
-Siempre se dijo que los rivales lo dejaban ganar. ¿Es cierto?
-Y... sí. Muchos lo dejaban ganar. Pero Saúl era bueno en muchas cosas. Por ejemplo, él manejaba avionetas: me llevaba a volar cuando yo iba a La Rioja. También corrí rally con él, como su copiloto.
-¿Cómo jugaba al tenis? ¿Cuál era su nivel?
-No te voy a mentir, no jugaba bien al tenis. Pero vos poné que era muy bueno (ríe).
-Hay fotos de Menem jugando al tenis con políticos, empresarios y deportistas: George Bush, George Soros, Guillermo Vilas... ¿Tenía un rival clásico?
-El dobles contra George Busch y su hija lo jugó con Claudia Casabianca. No creo que haya tenido un rival clásico. Pero lo que sí recuerdo es que él siempre me decía que no quería perder.
-¿Se enojaba fácilmente? ¿Lo viste hacer trampa?
-No, no era calentón. Y siempre jugaba limpio.
-¿Cómo era el vínculo profesora-alumno?
-Muy bueno, nos divertíamos mucho. Demasiado. Hasta que la relación se transformó, pasó a ser algo más romántica. Yo nunca lo dije así, explícitamente, pero es cierto.
-¿Qué te gustaba de él?
-A mí la gente siempre me conquistó por la inteligencia. No por el dinero o por el aspecto físico. Y pocos hombres en el mundo tenían la inteligencia que tenía Menem. Me sorprendía cómo se movía y los pensamientos que tenía. En 1984, 5 años antes de ganar las elecciones presidenciales, me dijo: “Aprovechame porque después yo voy a ser presidente y no voy a poder estar con vos”. Él quería que sacara provecho a todo lo que estaba viviendo al lado suyo.
-¿Esperabas dejarte conquistar o simplemente pasó?
-Pasó. Imaginate, yo con 24 años conocí a un personaje como él. ¡Yo me embobé con ese hombre! ¡Me embobé mal!
-No fue una relación secreta, estuvo en la tapa de las revistas. ¿Estabas muy enamorada?
-Ese señor era un divino, era copado. Yo me enamoré de dos hombres en la vida: de mi actual marido y de ese señor. Me enamoré mal, al punto de que quería tener hijos, todo... Pero al mismo tiempo intentaba mantener un perfil bajo. No quería perjudicarlo ni tampoco que él me perjudicara a mí.
-¿Tenías expectativas de poder consolidar esa relación?
-Los periodistas me decían “vas a estar en el balcón de la Rosada”, pero yo sabía que no iba a ser así. Menem ya tenía en claro lo que quería.
-¿Qué pasó entre ustedes cuando él fue presidente y retomó su relación con Zulema Yoma?
-Yo me fui a Estados Unidos. Me sentía muy mal, ya no lo podía ver. Estuve un tiempo afuera y después volví al país.
-¿No se vieron más?
-Sí, nos vimos. Cuando se divorció de Zulema me mandaba a buscar. Yo vivía cerca de la casa de Olivos, por Libertador. Pero después de un tiempo ya no acepté eso de vernos a escondidas y me borré. Me vine para Corrientes.
-Punto final para una historia de amor con matices.
-No, ¿cómo punto final? Saúl vino para acá, con Daniel Scioli, a la fiesta del Surubí. Me convenció de que volviera a Buenos Aires. Pero no me banqué la situación. Quise tomar distancia pero prendía la televisión y estaba él; miraba la revista y estaba él; estaba en todos lados… Entonces, en 1996, me fui a Colombia. Yo quería tener vida propia: poder enamorarme y casarme y tener hijos.
-Ahora sí, radicada en Colombia imagino que se terminó el vínculo con Menem.
-Sí, aunque hubo una vez en la que, sospecho, Menem me ayudó desde lejos. Estaba en Bogotá y me había quedado sin trabajo. En realidad, trabajaba pero no me pagaban. Vivía en una pensión de estudiantes, no tenía un mango. Entonces fui a la embajada argentina. Yo tenía unas carpetas con fotos de mi carrera como deportista. En algunas aparecía con Menem. Pedí hablar con el cónsul y le mostré las carpetas. Se ve que habló con Menem, porque después de eso me dieron un departamento y empecé a trabajar en clubes privados. Me quedé 11 meses más en Bogotá.
-¿Cuál fue tu siguiente destino?
-En Bogotá conocí a una argentina que vivía en la isla San Andrés. Terminé yendo a San Andrés. Cuando aterricé y vi el paisaje, dije: “De acá no me voy nunca más”. Empecé a dar clases en un club local y me integré muy bien con los isleños. Así conocí a mi actual marido, Augusto Martínez Jessie, quien por entonces era bartender de la Royal Caribbean.
Hoy, Tina se encuentra en Goya, vendiendo los últimos muebles que le quedan. En las próximas semanas volverá a la isla San Andrés, donde la espera Augusto, con los brazos abiertos. Juntos tienen un emprendimiento, un chiringo de playa llamado “Cocopim”.