Es ahijado de Piripincho, el payaso más famoso de Rosario, y creció pensando que en todas la familias era común que los padres tocaran la guitarra o usaran pelucas, narices rojas y trajes de colores para jugar. Pero él buscaba otro destino.
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“¿Qué padres no le causaron algún daño psicológico a sus hijos?”, se pregunta Tomás Quintín Palma, en referencia a los entredichos entre el payaso Piñón Fijo y sus hijos en las redes sociales. El conflicto tomó estado público cuando el famoso payaso subió una historia de Instagram con una foto de su nieta, en reclamo de que no le permiten verla, y continuó con una respuesta de su hija Sol, quien lo acusó de maltrato y humillaciones crónicas.
Salvando las distancias Tomás también experimentó en su propia familia de payasos algo de esa violencia sutil que puede esconderse detrás de los chistes y las risas cotidianas. Aunque está lejos de acusar a sus padres, a quienes reconoce haberlo criado rodeado de amor y alegría, a sus treinta y cinco años, admite que le quedaron algunos “traumas”, uno de ellos su constante atracción por mujeres profesionales universitarias. “Me enamoro de pibas que me ponen límites y que son serias, ponele. ¡Lo que nunca tuve en casa!”, analiza. Es que cuando era chico, las fronteras entre el juego y la realidad estaban difusas. Nunca tenía muy en claro si sus padres lo estaban retando o simplemente estaban ensayando un nuevo número humorístico, que luego irían a representar frente a decenas de niños. Tomás revela que, si hoy está conforme con su presente es porque tuvo que destruir los recuerdos de su infancia, para poder reconciliarse con su historia familiar.
El joven, que empezó y dejó cinco carreras, pero cosecha varios logros artísticos y periodísticos en radio, teatro y plataformas de streaming, recuerda una escena particularmente perturbadora de su infancia. “Yo quería que mi papá me compre algo para comer, supongo que era un capricho y él, en lugar de decirme que no, me dijo ‘dale, vení, vení’, creó una situación imaginaria con un kiosquero y me dio una coca y un alfajor invisibles. De pronto, yo estaba sosteniendo el aire en vez de una coca y un alfajor. Cosas así, me hacían todo el tiempo.”, revela. Sí, resulta hilarante y al mismo tiempo, un poco triste.
“Dormía en una habitación monstruosa, repleta de títeres.”
En Rosario, de donde es oriundo, los padres de Tomás tenían un grupo de teatro que se llamaba Chemiguitos; esa actividad fue su principal sostén económico, junto con las representaciones callejeras de sus personajes, Pipistrilo y Pipiola, que hacían en el Paque Urquiza, a la gorra. Además, formaban parte del elenco de las funciones teatrales del payaso más famoso de la ciudad, Piripincho Rigattuzzo, que todavía sigue actuando a sus 71 años y es el padrino de su hermano, Nicolás.
En la casa de los Palma se jugaba mucho y a toda hora. Cuando la familia se congregaba alrededor la tele, no miraban noticieros ni Tinelli. El programa preferido de la familia era Todo x dos pesos, el show de humor delirante que hacían Diego Capusotto y Fabio Alberti y que en los años 90 se convirtió en un programa de culto. “Yo pensaba que en todas las casas lo veían, pero mis amigos ni sabían quiénes eran. Lo mismo pasó cuando empecé a ir a ver que en sus casas los padres no jugaban todo el tiempo, que no tocaban la guitarra o no tenían títeres”, cuenta Tomás. “Yo dormía en una habitación repleta de títeres y no entendía por qué mis amigos no pegaban un ojo en toda la noche cuando se quedaban a dormir. ¡Era monstruosa, no entendí, hasta que fui grande, el miedo que pasaban!”, reconoce.
Un día, cuando se topó con una foto en la que siendo un bebé se lo ve en brazos de su padre y está rodeado de payasos Tomás observa un detalle elocuente. El único que no estaba vestido de colores y no usaba peluca estridente era él. Además su mirada apuntaba a otra dirección, como si ya en ese momento su interés estuviera puesto en otra parte. “¡Yo quería ser normal!”, interpreta Tomá. Esa epifanía, en el año 2018, le sirvió como inspiración para escribir y una obra de teatro de quince minutos que interpretó en el Microteatro de Buenos Aires, en la calle Serrano. “Así empecé a ver que la gente se conmovía, se reía mucho y, al mismo tiempo, que me servía como una catarsis personal en la que podía conjurar los fantasmas de todos esos payasos a los que amaba y odiaba de chico”, cuenta Tomás. Esos primeros borradores teatrales dieron lugar, en 2019, a La violencia de la ternura, una obra teatral y musical, dirigida por Toto Castiñeira (que fue integrante del Cirque du Soleil) en la que su hermano Nicolás Palma Kreig, interpreta al Piripincho, con música en vivo de Pol Medina y Nicolás Petrich.
“Yo quería una familia normal”
“Yo quería una familia como las de mis compañeros de la escuela, que tenían padres médicos, abogados, contadores. A mí me llevaban de vacaciones en carpa y yo quería ir a un hotel. Estaba harto de los poetas, los trasnochados y los payasos. Quería una familia que esté inscripta en la Afip, que tenga obra social, con padres serios, que usen las medias de los mismos colores y no que se la pasara haciendo chistes”, dice Tomás.
Sin embargo, con el tiempo, Tomás se reconcilió con su propia historia y, de algún modo terminó abrazando el humor y el amor por el arte que le transmitieron sus padres, al que finalmente logró imprimirle un sello personal.
“En verdad, mi infancia fue espectacular. Yo veo el daño que me hicieron después, ya siendo grande y como un neurótico de clase media que se analiza. Pero valoro el amor que me dio mi familia”, reconoce. Y sentencia: “Creo que mucho del odio y la violencia que hay en la sociedad se por gente que no fue amada cuando era chica”.
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