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Cruzaron miradas. La atracción había sido mutua e inmediata. Él la siguió durante unos minutos mientras ella se desplazaba en el interior del boliche bailable al que esa noche había ido con su grupo de amigos. Tenían tan solo 18 años y todo, absolutamente todo, resultaba una novedad para sus jóvenes corazones.
El quiso acercarse para hablar. Lo pensó, se decidió pero cuando estaba a pocos metros de ella se arrepintió. ¿Y si alguno de los chicos que la acompañaba era su novio? No se animó a dar el paso y abandonó la misión. “Lo que más me gustó de él esa primera vez que lo vi fue su mirada. Y su pelo. Tenía un pelo super lindo. Pero me dio mucha vergüenza hablarle. Yo era muy tímida y mis emociones estaban a flor de piel. Cuando volví al hotel me arrepentí. Pensé que nunca más lo iba a volver a ver”, recuerda ella.
“Era un misionero divino”
Corría noviembre de 2007. Ella había viajado desde Buenos Aires a la ciudad de Villa Carlos Paz, en la provincia de Córdoba, por su viaje de egresados. Él, desde Misiones, hacia el mismo destino y fue en ese contexto que coincidieron en aquel boliche donde se vieron por primera vez.
El destino quiso darles una segunda oportunidad y los reunió la noche siguiente en otro boliche. Ese día se chocaron de frente. No había otra opción que saludarse y empezar a hablar. Conversaron sobre sus vidas, los lugares donde vivían, de sus familias y lo que deseaban para el futuro. Acto seguido se besaron. Y así continuaron durante el resto de las noches. “Coincidíamos en los boliches. Yo lo esperaba y él siempre aparecía. Era un misionero de ojos azules divino. En realidad no es que hablamos mucho las otras noches. Era más chape que otra cosa”.
La despedida fue triste para ambos. Ella lloraba porque pensaba que no lo vería nunca más. Pero él le juro que la visitaría en Buenos Aires. “Era algo difícil de creer. Que un chico de 18 años se trasladara unos 1200km para ver a una porteña era raro”.
“Mi mundo se derrumbó”
Cada uno regresó a su provincia y los dos meses siguientes se comunicaron por teléfono. Hasta que un día, él la llamó y le contó que finalmente había logrado reunir el dinero para visitarla. Ella sentía que caminaba entre las nubes. Llegó a Buenos Aires acompañado de un primo. Ella lo fue a buscar a Retiro. “Cuando lo vi me tembló todo el cuerpo. Es una sensación que todavía hoy recuerdo y no puedo explicar. Llegamos a la casa de mi mamá y todos mis amigos lo estaban esperando. Fue todo muy lindo. Los días que estuvimos juntos fueron de puro amor. Mi primera vez fue con él”.
Hasta que la visita llegó a su fin. Sin embargo, los jóvenes hicieron planes. Al comienzo, la idea era que él se instalara en Buenos Aires. Y así lo hizo. Consiguió empleo en una zinguería y se mudo a una pequeña casa cerca de Ranelagh (partido de Berazategui ) donde ella entonces también vivía.
Pero le costo adaptarse. El ritmo de la ciudad lo abrumó y sintió el desarraigo en lo más profundo de su corazón. No pudo soportar el malestar que le generaba estar lejos de su tierra y con mucho dolor le comunicó a ella que volvería a su Misiones natal.
“Mi mundo se derrumbó. Yo sabía que no podía irme con el porque todavía era menor y, además, mi mamá no me iba a dejar embarcarme en la aventura de seguir a mi novio”.
“Nos costó salir adelante”
Mientras él ingresó al cuerpo de policía en su provincia, ella comenzó a estudiar cocina y viajaba cada vez que un feriado, fin de semana largo y su bolsillo lo permitían. Así mantuvieron la relación durante dos años. Hasta que finalmente ella se animó a dar el paso. Cuando cumplió 21 se mudó a Misiones para empezar una vida junto a él.
“Al principio fue muy difícil para mi. Extrañaba a mi familia. Además, en aquel momento, en el pueblo donde vivimos, que se llama Panambi, no había literalmente nada. Yo estaba acostumbrada a la ciudad y fue difícil el cambio. Vivimos con mis suegros hasta que pudimos hacer nuestra casa y tuvimos a nuestro primer hijo, Mateo”.
Luego de un tiempo, ella sintió que lo más duro había pasado. Pero supo que él la había engañado y el dolor fue inmenso. “Fue un golpe muy duro para mi. Pensé que me iba a morir de tristeza. Estuve mal mucho tiempo y pensé que nunca íbamos a poder salir adelante como familia y como pareja. Miraba a mi bebé tan chiquito y no entendía cómo habíamos llegado a esa situación. Nos costó muchísimo salir adelante. Literalmente lo odiaba cada vez que lo miraba. Era bronca, impotencia y frustración”.
Él hizo todo lo que estuvo al alcance de sus manos y emociones para que ella volviera a confiar en su palabra. Se había equivocado. Lo reconocía y quería remediar lo que había generado. “Fue complicado, hasta que un día entendí que si quería seguir adelante con él, y con mi familia, tenía que perdonarlo de corazón. Y así fue que, poco a poco, ese dolor en mi alma desapareció.”
En 2016 se casaron y en el 2018 nació el segundo hijo de la pareja, Felipe. Hace doce años que ella vive en Misiones y asegura que no volvería a Buenos Aires. “Soy muy feliz acá. Los problemas te hacen más fuerte. Amo a Antonio -yo le dijo Tónico, es el amor de mi vida- y somos felices”.
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