Lo bueno, en envase grande
Tiene el privilegio de jugar en la NBA, la liga de basquetbol más importante del mundo, y es uno de los integrantes de la generación dorada que dio este deporte en los últimos años. Este santafecino, de 25 años, jamás pensó que llegaría tan lejos. El mismo cuenta todo en esta entrevista con LNR
La estatuilla de doce centímetros debe parecer indefensa en las manos del gigantón de dos metros. Sin embargo, es ella la que le da seguridad a él.
Otro viaje, otra ciudad, otro hotel cinco estrellas, y lo primero que hace Carlos Delfino es sacar de su mochila la virgencita de madera pintada que le regaló su abuela Tedy’s y ponerla en la mesa de luz. Durante los tres o cuatro días en que esa habitación de hotel sea su hogar, la Virgen estará allí.
No es que esté pasando por un mal momento; todo lo contrario. Ni que sea una persona insegura; no lo parece.
Tuvo la suerte de que su apasionamiento por el básquet se haya impuesto en su vida hasta el punto de volverse una profesión. Pero también tuvo la "desgracia" de que una carrera meteórica lo haya depositado a más de 8500 kilómetros de sus seres queridos y hoy le complique formar una familia y tener su lugar.
Con 25 años, Carlos Delfino es una de las figuras de la selección argentina de básquet. Ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y llegó a semifinales en el Mundial de Japón de 2006. Es también uno de los argentinos que se destacan en la NBA, la liga de basquetbol profesional de Estados Unidos, en la que sólo participan los mejores jugadores del mundo.
Pero nada de eso le impide relativizar el éxito y renegar del estrellato de las "grandes ligas".
Con sus dos metros acurrucados en la silla de un bar de Palermo, se presta de buena gana a caer en la trampa que supone para un deportista una entrevista. Hablar no es lo de él. Será por eso que lo hace rápido, sin tomar aire, como en borrador.
Vida de película
Carlos Francisco Delfino, el hombre, nació hace 25 años en el seno de una familia santafecina acostumbrada a rebotar de ciudad en ciudad detrás de un padre basquetista.
"Cabeza", el jugador, nació unos cinco años después. El día en que su abuelo, un albañil que no sabía absolutamente nada de básquet, le colgó un aro en el patio y lo acompañó a pelotear.
El resto es casi una película: la historia de un joven que persigue un sueño y, a base de esfuerzo y dedicación, llega un día a ocupar el lugar de quienes admiró desde chico.
Y para corroborarlo está María Cristina, su madre, que cada vez que jugaba la NBA sufría la pérdida de una taza o un florero pues mientras veía a sus ídolos en la tele Carlitos picaba la pelota en el living y siempre, inevitablemente, rompía algo. O Carlos Gustavo, su padre, que quería que el básquet le empezara a gustar un poco más tarde para que no se cansara pronto. O la propia abuela Tedy’s, que un día lo vio dejar su Santa Fe natal y le regaló la virgencita para que lo acompañara siempre, dondequiera que estuviera.
Y la Virgen lo acompañó. Fue un largo viaje que, todavía hoy, parece no tener fin. Carlos, Carlitos, "Cabeza" llegó un día a Buenos Aires para entrenarse con el seleccionado Sub 21. Al tiempo, su buen desempeño en los Juegos Panamericanos de Riberão Preto (Brasil) rindió sus frutos y tentó a los italianos, que le hicieron la primera gran propuesta. Dos temporadas en el Viola Reggio Calabria fueron la escala necesaria para llegar, finalmente, a la NBA.
–¿En algún momento tomaste conciencia del recorrido que hiciste? De crecer mirando a tus ídolos de la NBA pasaste a jugar en esa liga...
–No... (duda). Fue todo muy rápido. Salté de jugar en la 3a división argentina a jugar de extranjero en la A1 de Italia. Iba con 18 años y me encontré con profesionales de 30. Me acuerdo de que en el primer partido me mataron. No me dejaron hacer nada. Después, fue empezar a crecer de a poquito. Había pegado un salto muy grande y lo sentí bastante. Me costó...
–Sin querer, ese "entretiempo" en Italia te debe de haber preparado para la NBA...
–Me ayudó un montón. En ese momento, la liga Italiana era muy buena vidriera. Igual, creo que cualquiera que sea la manera en que llegues, el arribo a la NBA cuesta. Porque es distinto de todo.
–¿Qué es lo diferente?
–La manera en que se juega, en que se vive... Es un mundo aparte. Un mundo diferente. Cuesta mucho la adaptación.
–¿Es verdad que no se concentran?
–Sí, no nos concentramos. Todo el mundo piensa que en la NBA se superentrena y es todo lo contrario.
–Pero porque se juega más...
–Sí..., pero también se cuidan otros detalles. Se viaja distinto. Cada uno vive por su lado. Los compañeros son compañeros de trabajo y es muy difícil hacer amigos. Los ves solamente para entrenar o para jugar. Ir a comer con un compañero no es común.
–¿Son más estrellas que equipo?
–Sí, en muchos casos es así. Yo llegaba de la Argentina y de Italia, donde salía a comer y a bailar con mis compañeros, y llegué a un lugar donde casi no se habla. Nadie dice: "¿Vamos a comer?". Cuando terminás el entrenamiento se van dos por acá y dos por allá. Cuando viajás y llegás al hotel, en vez de decirte "comemos todos juntos a tal hora", te dicen "nos vemos mañana en el entrenamiento". Y vos hasta esa hora no ves a nadie. Si venís acostumbrado a un ritmo de equipo, lo sufrís. Yo lo sufro. A mí me costó mucho. Cuando vuelvo a vivir ese ambiente con la selección lo disfruto.
Hambre de gloria
Las pelotea, las arrastra, las hace picar y, de repente, las emboca. Eso hace Carlos Delfino con las palabras. Una pregunta es la excusa para que su respuesta arranque picando desde el fondo y avance. Primero lo obvio, el casete, pero enseguida, a fuerza de gambeta, va apareciendo la idea.
–¿En qué momento sentiste "bueno, hoy llegué"?
–No lo sentí nunca todavía.
–¿Jamás?, ¿ni entrando en la NBA?
–No, te juro que no. Cuando llegué a Italia estaba muy contento. Me puso más contento eso que llegar a la NBA, porque era el primer salto. Pero nunca digo que llegué. Pienso que me falta mucho...
–¿Cuál es la meta?
–Tratar de seguir creciendo. Uno deja de crecer cuando piensa que llegó. Incluso, si el día de mañana me toca jugar otra vez en Italia o en la tercera división de Unión de Santa Fe no me lo tomaría como un retroceso. Me lo tomaría como otra etapa. Yo no me siento más que nadie. Cuando llegás a tu tope no crecés más. El éxito es una cuestión de hambre y de saber que hay que seguir aprendiendo para llegar arriba. Cuando estás a mitad de camino pensás que en el momento en que llegues a la NBA o a Italia, y ganes tanta plata, ya no vas a hacer nada más... Que no vas a trabajar más... Pero es lo contrario: cuando llegás te da más hambre para seguir creciendo y para competir con la gente que tenés al lado... Hay que seguir mejorando porque el que tenés al lado va a hacer lo mismo para llegar.
–¿Es muy diferente ser estrella de básquet en Europa que serlo en los Estados Unidos? Se sabe que, a diferencia de Europa (donde te ponen un personal shopper que te resuelve todo: casa, auto, contador...), en la NBA llegás, te dan tu dinero y vos te encargás de todo.
–Sí, es así. También está la persona que te hace todo, pero te la pagás de tu bolsillo. En Europa te la paga tu club. Te dan un auto que no te gusta y te lo cambian las veces que haga falta; lo mismo con la casa. En la NBA te dan la plata y vos vivís como querés.
–Y en cuanto a los contratos, ¿hay diferencia...? ¿La NBA paga más?
–Depende. A una superestrella le paga mucho más la NBA. Pero hay jugadores que saltan de Europa a la NBA y no viven gran diferencia. Es más una inversión personal. Es jugar dos o tres años y "pegar" el segundo contrato, que por lo general es el largo y el grande. Ese es el que marca la diferencia. En mi caso, yo pasé a cobrar menos en la NBA.
–¿Por qué?
–Porque era muy chico y el equipo nunca me ofreció un monto en particular. Yo cobraba por el puesto que tuve de acuerdo a una tabla. Para mí era una inversión personal. Era cumplir mi sueño.
–¿En qué número de contrato estás con la NBA?
–En el primero...
–O sea que todavía no sos millonario...
–No (risas), estoy lejos de ser millonario.
–¿Te falta mucho para terminar este contrato?
–Este año lo termino...
–¿Ahí te volvés millonario...?
–(Risas) La apuesta sería ésa... Ojalá tenga la oportunidad que han tenido otros de firmar un contrato grande. Pero no va a ser nada fácil...
–¿Qué es un contrato grande en el básquet?
–Es cobrar más de 5 millones de dólares. En la NBA hay tres contratos: el mínimo, unos 250 mil dólares, y a eso hay que sacarle las tasas. Después tenés el contrato del jugador medio, que son prácticamente 5 millones de dólares. Y después vienen los contratos más grandes.
–¿Más grandes como cuánto?
–Hay jugadores, como Shaquille O’Neal o Kevin Garnett, que cobran arriba de 20 millones al año. Las superestrellas cobran eso...
–Bueno, vos no llegaste a los 5 millones, entonces.
–No, ni juntando todos los años que jugué hasta ahora... (risas). Estoy trabajando para eso. Ojalá se dé. Yo por la plata nunca jugué. De hecho, nunca jugué en el lugar donde más me pagaban. En Italia fui al equipo que menos me ofrecía. Otro equipo me ofrecía mucha más plata, pero era un lugar en el que había puras estrellas y yo sabía que no me iba a desarrollar. Me fui a jugar a un equipo chico y me desarrollé. A los dos años me terminaron pagando como a una estrella. Y así fue siempre...
–¿Hasta qué punto el tema del dinero condiciona en el deporte de alto rendimiento?
–Yo juego porque me gusta, porque estoy enamorado del básquet... Pero reconozco que cuando llegás a un lugar como la NBA empezás a mirar todo ese gran circo. Un circo con muchos negociantes... Hay mucha plata metida en todo eso. Ahí ves otras cosas que no ves cuando sos chico y empezás a jugar. Y no quiere decir que te distraigas con eso, pero tenés que tenerlo en cuenta si querés seguir creciendo.
–Ese "circo", ¿no se traslada a lo deportivo?
–La verdad es que si vos buscás pasión y el mejor básquet del mundo, no sé si querés ver NBA. Yo creo que en Europa vas a ver un básquet mucho mas puro. Lo ves y decís: "¡Qué buenas ideas atacando o defendiendo...!" En cambio, vos ves NBA y decís: "¡Cómo saltan, cómo meten...! Ves muchas más volcadas, más gestos atléticos, más espectáculo, más show. Hay individualidades, pero nunca terminás viendo un equipo. En el último preolímpico que jugamos con la selección, Estados Unidos nos ganó, pero el mejor equipo fuimos nosotros. Estados Unidos tenía doce animales, doce individualidades que demostraron que marcaban diferencia en el uno contra uno, pero el mejor juego del torneo fue el de la Argentina, y eso, al que le gusta el básquet, le interesa.
–¿Te sigue divirtiendo jugar?
–Sí, yo juego porque me divierto... A mí me gusta el básquet. Y cuando estoy en la cancha me llego a reír de satisfacción. Me podés llegar a ver en pleno partido riéndome. Hace poco, en medio de una jugada peligrosa, un entrenador empezó a gritar agarrándose la cabeza: "¡Se está riendo! ¡Se está riendo!". No entendía lo que me pasaba, y yo estaba disfrutando... Tenía todos los ojos puestos en mí para ver qué hacía y yo lo disfrutaba. Soy una persona rara...
–Volvamos a la plata... ¿En qué la gastás?
–Y... me gustan mucho los autos...
–¿Qué auto tenés?
–Allá (en Estados Unidos) ando con un Audi A8 y ahora me compré un BMW M6. Acá, en la Argentina, tengo un Mercedes CLK, que fue mi primer auto importado. Y después tengo un Rambler Ambassador del ’72 que compré a medio armar y lo terminé. Me gustan los autos... (piensa), los autos lindos... (risas). Bueno, para mí son lindos...
–Lindos y caros...
–Sí... Me doy el gustito. Lo hago porque soy yo el que se está sacrificando. Laburando, viajando, lejos de la familia... A la gente le parece muy lindo que uno viaje y pare en hoteles cinco estrellas, pero hay que estar así todo el tiempo. Por eso me doy pequeños gustos. Ahora tengo tres autos.
–¿Y con quién compartís tus gustos? ¿Tenés familia allá?
–No, mi familia está en Santa Fe. Tengo a mis padres, hermanos, abuelos y una hija. Se llama Milagros. La mamá es de Santa Fe y ella vive allá. Nos vemos poco, y aprendimos a crecer a la distancia. Cuando estoy en la Argentina tratamos de pasar la mayor parte del tiempo juntos porque casi no nos vemos durante el año. Y se viene un mes conmigo para las fiestas. La lleva mi mamá. Hemos aprendido a manejar los tiempos y conocernos mucho...
–¿No volviste a formar pareja?
–Hasta hace poco vivía con una novia, Martina, que era italiana. Y bueno, ella también viaja mucho y... no se hace fácil porque estamos los dos con otras cosas. Ella, para irse conmigo a los Estados Unidos, tuvo que dejar sus estudios y su familia... y, bueno, tuvimos nuestras cosas...
–Pero hablás de ella en pasado...
–Sí... Tenemos nuestros desencuentros porque estamos mucho tiempo juntos y mucho tiempo separados. Veremos cuando vuelva... (risas). Yo, si estoy más de doce días en mi casa, es mucho. No es fácil. Duermo más en los hoteles que en mi casa. Se hace muy difícil en el día a día. Por eso uno se da un poco los gustos. Porque sufre algunas cosas por otro lado. Yo ya odio los hoteles... Llega un momento en que quiero estar en mi cama... Ya me cansa estar siempre en diferentes lugares apretando botoncitos para todo...
–Voy a pensar que lo tuyo es una desgracia...
–No, no... Yo soy un privilegiado... Yo sacrifico y sacrifiqué mucho, pero tuve la suerte de que haya valido la pena. Mucha gente ha sacrificado muchas cosas sin haber llegado. Yo tuve la suerte de que haya valido la pena.
revista@lanacion.com.ar
Fotos: gentileza BYD contenidos editoriales, Reuters y AP
Para saber más: www.nba.com/espanol/
Perfil
- Nació en Santa Fe el 29 de agosto de 1982
- Su nombre completo es Carlos Francisco Delfino (es la quinta generación de Carlos, todos los hijos varones y mayores de su familia reciben ese nombre)
- Mide 1,98 metros y pesa 104,3 kilogramos
- Es el jugador argentino con los pies más grandes: calza 50
- Comenzó su carrera en el club santafesino Olimpia, de Venado Tuerto, y tiempo después jugó en La Unión, de Colón, Entre Ríos
- Luego pasó a Italia (jugó en Reggio Calabria y en Skipper Bologna), donde Gianni Versace lo vio en un partido y le mandó decir que lo quería para cerrar un desfile en Milán. Pero no aceptó porque él es "un simple jugador de básquet"
- En 2004 llegó a la NBA, donde estuvo tres temporadas en Detroit Pistons; actualmente juega para Toronto Raptors
- Desde la misma época forma parte de la selección mayor
- Ganó la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y llegó a semifinales en el Mundial de Japón de 2006