Por aquellos días de 1994, Alejandro tenía pocas preocupaciones. Eran tiempos alegres, entre el secundario y los amigos del barrio de San Justo. A la vuelta de su casa vivía un compañero de 4to año de la escuela Nacional de Comercio de Morón y, tan solo a tres cuadras, la chica que lo cautivó desde el instante en que la vio por primera vez: Naty. "El destino también quiso que su mejor amiga, Caro, viviera al lado de casa de mi compañero de colegio, así que estábamos todos ahí, rondando por las mismas calles", rememora Ale con una sonrisa.
Se conocieron en la casa de Carolina una tarde que se juntaron a jugar a las cartas, una costumbre que solían repetir con frecuencia. Natalia le quitó el aliento, simplemente le pareció hermosa. La química entre ellos fue innegable desde el comienzo y todos la percibían: reían mucho y conversaban con soltura y confianza, como si se conocieran de años. "Los demás nos gastaban", ríe. "No decían que nos besáramos de una buena vez, pero nunca pasó. Ella tenía novio y, una vez que concluyó esa relación, jamás pensé que se podría fijar en mí más que como a un amigo. La veía inalcanzable".
Hacia otra tierra
Todo cambió el día en que Alejandro anunció que se iría a vivir a España cuando finalizara los estudios. ¡Corazón misterioso, que revela sentimientos cuando está por perder una cálida mirada a la que está habituado! Así le sucedió a Naty, que aún sin poder ponerlo en palabras, comenzó a vivir una nostalgia por adelantado. Palpitaba el fin de una era, el comienzo de otra existencia menos simple, propia de la adultez. "El día de mi despedida la pasó conmigo y me acompañó a dejar unas cosas a la casa de mi papá", recuerda Ale. "Íbamos abrazados y en un momento ella me miró y me besó. Quedé descolocado, no me lo esperaba; y me asusté. ¡Me estaba yendo a otro país! Pensé que mi partida la había confundido y no me quería aprovechar de la situación, así que me aparté, le pedí disculpas y seguimos sin más... Y ya nunca hablamos de eso en años".
A pesar de no volver a mencionar el tema se mantuvieron en contacto por carta. Separados por un océano, cada uno siguió su camino. Alejandro conoció a otra mujer, se casó y tuvo dos hijas. Fue por aquella época que perdieron su rastro.
La confesión
El 2003 fue el año en el que Alejandro volvió a tocar suelo argentino, colmado de emociones encontradas, propias de un expatriado, pero también de aquel que padece de añoranzas de amor. "No fui a verla. Tuve miedo de lo que eso podría implicar y hacerme sentir", confiesa. "Mi matrimonio ya se estaba quebrando".
Unos años más tarde, luego de recuperar comunicación con los viejos amigos del barrio, Naty les pidió el correo electrónico de Alejandro, le escribió y volvieron a estar en contacto. "Corría el año 2007, yo ya estaba en la decadencia de mi matrimonio, viajamos a Buenos Aires y esta vez sí tomé coraje y me animé a verla. Pasamos una tarde juntos, comimos en Los Inmortales, le conté toda mi vida, lo mal que me iba con mi pareja y, en un ataque de sinceridad, le confesé que siempre había estado enamorado de ella y que en todos estos años había fantaseado con ella, soñado con ella y que siempre imaginaba que algo pasaba y que la vida nos unía. Solo hablé, sin pretender una respuesta".
Natalia lo escuchó en silencio, con total atención, por más de una hora. Cuando Alejandro logró pronunciar hasta la última palabra que tenía atascada desde hacía años, calló, la observó y comprendió de pronto lo que había hecho. Los segundos que siguieron le parecieron eternos. Con profunda emoción, ella simplemente respondió: "A mí me pasaba lo mismo". Y con aquellas sencillas palabras, le cambió su mundo.
Ese día siguieron hablando por horas y, luego, en la parada de colectivo, se besaron. Nada más pasó. Pocos días después él regresó a España, ella le dedicó una canción de Maná, y así se fue, con el corazón y los pensamientos revolucionados.
Vencer el miedo y la culpa
En España, Alejandro no tardó en separarse, no sin algunos inconvenientes típicos de la situación. Con Natalia siguió en contacto por mail, todos dulces, hasta que llegó ese, el que lo cambiaría todo definitivamente: en el correo le manifestaba que estaba dispuesta a dejarlo todo, ir hacia él e intentar una vida juntos.
"Fue lo más hermoso que me pudo haber puesto, aunque no fue sencillo. Surgieron algunos problemas, y mi ex dio algo de batalla, incluso ya separados. La verdad es que yo me sentía muy culpable por no ser capaz de sostener más un matrimonio que hacía años que había muerto, pero que me negaba a aceptarlo. Aunque era inmensamente infeliz quería honrar mi `para toda la vida´, pero no pude más. Naty también expresó sus dudas y, por momentos, ella sentía que tal vez lo correcto era mantener el matrimonio por las nenas. Nos distanciamos".
Alejandro había sentido que estaba a punto de tocar el cielo con las manos, pero de pronto todo pareció colapsar. Decidió que ya habían sido muchos los años absorbidos por el miedo y la culpa, y que era tiempo de tomar coraje y reaccionar. Viajó de improvisto, sin avisarle, por unos pocos días a Buenos Aires para buscarla. "Con la complicidad de una de mis hermanas que trabaja en Catalinas, la sorprendí en la terminal de micros de Retiro, donde tenía su empleo", cuenta. "Le tapé los ojos y ella me reconoció por mi fragancia. Su sorpresa fue enorme y mi corazón me explotaba".
Esa tarde aclararon el sentir de cada uno y Alejandro le pidió perdón, le explicó cuánto le había costado todo el proceso y que, si había reunido el valor, era por ella y por la esperanza de poder hacer real ese sueño que había mantenido tantos años. "Aunque también le dije que me separé por mí y por mis hijas".
Se vieron dos veces más, pero dieron ese paso que jamás habían concretado un 4 de febrero, el día anterior de su vuelta a España: "No tengo palabras para describir la marea de sensaciones en la que me vi envuelto. El solo contacto de nuestras manos aún hoy me hace estremecer. Eso que dicen de que es `una cuestión de piel´, en nuestro caso es así".
Ni el Atlántico pudo
Luego de noches enteras de llamadas transatlánticas, Naty tomó la decisión definitiva de dejar todo atrás y mudarse a España con su hijo. Ella, madre soltera, encontró en Alejandro no solo el amor con el que siempre había soñado, sino a un padre para su pequeño, "porque, aunque él sabe que no es mi hijo biológico, hace mucho que tengo el honor de ser su papá, porque así lo he criado, como a mi hijo del corazón", asegura él.
Se casaron en septiembre del 2008, vencieron muchas dificultades desde entonces y, luego de doce años juntos, cada día están más unidos. "Fue la decisión acertada. Tenemos una interacción poco común, de una complicidad que no deja de sorprenderme. Supera todas mis expectativas y mis sueños", afirma emocionado. "Y desde hace cinco años que mis hijas vinieron a vivir con nosotros, nos compramos una casa en el campo y aquí estamos,como una familia atípica, pero nos une un amor poco habitual, que ni el Atlántico pudo separar".
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