Vio en su mirada la determinación para pelear por su vida y no estaba equivocada al querer darle una oportunidad.
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Había logrado llegar a refugiarse debajo de un auto. Esperaba que la muerte viniera por él. Embarrado, sucio y con heridas de arrastre provocadas por un accidente agonizaba cuando Carolina Ravazzi y José Luis Lamazares lo vieron. “Sospechamos que un auto lo embistió y lo abandonó en el lugar. El estado en que había dejado al animal era terrible: tenía la columna fracturada, un agujero detrás de su cabeza y una fístula doble en la boca con su colmillo colgando. No dudamos ni un segundo y lo subimos al auto”.
“¿Quién era yo para terminar con su vida?”
Se dirigieron de inmediato a una veterinaria de urgencias. La gravedad de su caso era tal que el veterinario sugirió dormir al perro. Estaba en shock y evidenciaba una parálisis de todo el cuerpo que no le permitía controlar esfínteres. “Confié en él y en su voluntad. Supe desde el principio que tenía una gran fortaleza, su mirada de agradecimiento me lo transmitía. Por otro lado, ¿quién era yo para tomar la decisión de terminar con su vida? Así que sin dudarlo me lo llevé a casa y lo tuvimos bajo observación con suero y medicación”, relata Carolina.
La rehabilitación no fue nada fácil. Los jóvenes tuvieron que aprender y esforzarse para que el perro saliera adelante. En su momento el caso lo tomó la Fundación Amigo a Casa y eso ayudó con los gastos y la difusión.
“Todo comenzó a mejorar”
Al comienzo Moro usó pañales. Pero le irritaban mucho la piel. Luego fue el turno de las zaleas, esos pañales planos que se pegan al piso y permiten que si el animal hace sus necesidades se mantenga limpio y seco. “Sin embargo no nos convencía la idea de contaminar tanto el planeta. Y por otro lado, lo que gastábamos en ese tipo de pañales era muchísimo. Me puse a investigar y encontré unas zaleas lavables que se podían meter en el lavarropas y eran de tela. Todo comenzó a mejorar”.
Siguió la administración de medicamentos inyectables y orales. También Moro tuvo sesiones de fisioterapia con la veterinaria Érica Navarro. Se sumaron algunas consultas con una especialista en terapia neural y acupuntura -la veterinaria Mariana Doval- y ozonoterapia con la reconocida veterinaria María Tranchida.
Poco a poco, y firme en su voluntad de recuperarse, Moro logró salir adelante. Carolina no se había equivocado al leer su mirada de agradecimiento y profundo amor por la vida. “José aprendió a vaciarle vejiga manualmente. Lo hace cuatro veces por día o más y Moro casi ya no usa las zaleas de tela. Hoy es un perro feliz, camina por momentos con sus cuatro patas con mucho mucho esfuerzo y voluntad. Vive con sus cuatro hermanos, Milo, Murphy, Yogui y Rocky, y sentimos que trajo una alegría inmensa a nuestras vidas. No hay día en que me arrepienta de haberlo ayudado. Vale la pena involucrarse”.
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