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Atado a un árbol al rayo del sol y lejos de la ciudad para que nadie lo encontrara. Esa fue la imagen con la que se encontraron cuando llegaron al lugar que les habían indicado. Desnutrido y con las costillas a la vista, serios problemas en la piel, lesiones múltiples en todo su deteriorado cuerpo y una herida abierta en una de sus patas eran tan solo las marcas visibles del infierno que había padecido.
De inmediato se dispuso su traslado al predio que el Refugio Canino Venado Tuerto tiene en la provincia de Santa Fe. En cuanto llegó fue alojado en el sector de aislamiento, un lugar acondicionado específicamente para los perros recién llegados que se encuentran heridos, con alguna enfermedad, preñadas o con crías en el caso de las hembras. Se le dieron todos los cuidados para un caso como el suyo, sin embargo, lo peor estaba por llegar. Lejos de mostrar mejoría, su estado empeoraba aún más. A su cuadro general, se sumaba un hemoparásito que complicaba más su situación.
“El día que lo vi por primera vez, lloré”
“Lo trajeron roto, dolorido, con sus patas sangrando. Pocas veces vi caer tanta sangre de patas tan flacas. Era otro galgo más, golpeado, maltratado, abandonado, olvidado... hasta que alguien se animó a darle una oportunidad. El día que lo vi por primera vez lloré. Y creo que él también. Vamos flaco que te ayudamos. Vos poné fuerza, nosotros esperanza, le decía bajito mientras le hacía sus curaciones diarias. Y así fue la lucha cuerpo a cuerpo, con la muerte misma”, recuerda Marcela, una de las voluntarias que ayudó en la recuperación de Lázaro.
Desde el primer momento, Lázaro demostró ser un encanto de perro, de esos con un carácter tan tranquilo y cariñoso que muchos lo hubieran elegido como compañero terapéutico. Cada vez que se acercaba un humano al sector aislamiento, ya desde lejos, él empezaba a estirar el cuello para ver si alguien se disponía a hacerle mimos. Lázaro siempre tuvo eso que diferencia a los perros de los humanos: la falta de rencor. Lo habían abandonado en las peores condiciones, pero él quería seguir rodeado de humanos.
Había ingresado al refugio en diciembre de 2022. Pero, para cuando llegó el invierno y el frío, Lázaro todavía no se había recuperado, al contrario. A diario recibía comida especial y medicación. Cuando un perro está en condiciones tan críticas, además de los cuidados y el amor, también entra en juego su resiliencia y la fuerza para sobrellevar la situación. “Le pusimos un ponchito para ayudarlo a sobrellevar el frío ya que, como todo galgo, era muy friolento. Su ponchito era especial, de color azul con autitos de carrera. A nosotros nos gustaba decir que era su ponchito preferido porque se ponía contento cuando se lo poníamos y siempre usaba el mismo hasta que se ensuciaba. Lo lavábamos y se lo volvíamos a poner”.
Lázaro pasó por todos los estados y complicaciones. Un día ganaba la infección, la tristeza y después ocurría el milagro. “Un día nos miró a los ojos. Se paró sin temblar. Y al siguiente día movió la cola. Al otro me acosté a su lado. Le dije que saldríamos a correr un rato y le gustó. Y lo bañé, y le preparé una cama. Y empezó a confiar. Como tantas otras veces, le hablé al oído y le dije con firmeza y amor: sos Lázaro, como te levantaste y seguiste, alguien, algún día te va a dar una oportunidad de conocer un hogar, uno de verdad en el que te amen”, dice entre lágrimas Marcela.
“Supe que había algo especial en él”
Finalmente, después de meses de tratamiento, baños sanitarios y mucho amor y contención, aquel perro cuya vida pendía de un hilo logró recuperarse. Ya podía disfrutar de los paseos y los mimos de los voluntarios. Hasta que en agosto de 2023 en una salida a Expovenado -donde el refugio hace visible el maltrato que sufren los galgos a través de sus historias- sucedió la magia.
A Camila, otra de las voluntarias, le tocó desfilar con Lázaro. “Ella fue la encargada de llevarlo de nuevo hasta el Refugio cuando finalizó el desfile y dejarlo en su sector de aislamiento. Eso le rompió el alma y la llevó a evaluar la posibilidad de sumarlo a su familia”. Hacía poco más de un año, la joven había perdido a un amigo de cuatro patas. Después de pasar por el proceso de duelo, confiaba en que el compañero adecuado iba a aparecer en su vida.
“Cuando conoció a Lázaro, lo primero que hizo fue frotarse contra mi pierna pidiendo una caricia, de la misma forma que hacía una de mis perras. En ese preciso momento supe que había algo especial en él”. Y pronto se convirtieron en familia. El proceso de adaptación fue rápido. Al ser adulto (le calcularon seis años cuando lo encontraron) aprendió a hacer sus necesidades afuera y regresar después.
Lázaro, ahora Aldo, comparte sus días con los gatos que también viven en la casa. “Se llevan excelente. Comparten el agua, corren y juegan. Aldo ahora disfruta de la vida que merece. Al ver la alegría de su cara cuando se levanta y cómo me recibe al llegar casa, no tengo dudas de que estábamos destinados a elegirnos”, dice Camila contenta.
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