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Había llegado el momento de ampliar la familia canina. Por eso, fiel a su habitual perfil puntilloso, descartó de los posibles candidatos a aquellos que no parecían estar en un entorno que garantizara sanidad, y también a otros cuyo porte indicaba que se transformaría en un perro de gran tamaño. Sin embargo, nada de eso sirvió cuando llegó el momento definitivo. En medio de tanto análisis racional, apareció a través de una amiga de un amigo un mensaje anunciando que había cinco cachorros que buscaban hogar en pleno centro de Bernal, en la provincia de Buenos Aires.
El lugar no podía estar más alejado y a contramano de la casa de Mercedes Iacoviello en el barrio porteño de Núñez. Pero Alejandro, su hijo que entonces tenía ocho años, esa tarde entró a la oficina y muy serio le dijo a su mamá: a mi me gusta ese con anteojitos que parece un mapache. Y aunque ella trató de convencerlo de que el lugar quedaba lejos, que no conocían de dónde venía ni cómo sería de tamaño o de carácter, el chico se mantuvo firme.
“Persistencia infantil mata racionalidad materna. Así que me puse en contacto con la persona que había rescatado a los cachorros y fuimos a verlos. El sábado siguiente emprendimos la expedición con el GPS orientado al sur y conocimos a los cinco pequeños. Habían crecido en un balcón terraza con vista a la avenida, jugando a la lucha grecorromana entre ellos sin límites maternos ni de ninguna otra índole. Eso sí, bien alimentados y socializados con la nutrida clientela del centro de belleza que la mujer que los había encontrado tenía en pleno centro de Bernal”.
“El problema empezó cuando arrancaron los paseos”
Luego de observarlos un buen rato, de advertir que eran todos vivarachos, lanzados y voraces y que no había motivo para preferir uno sobre el otro, Mercedes volvió a casa con uno de los perritos, al que su hijo bautizó Ninja. “Una semana después, no teníamos claro si habíamos traído a casa un perro o un animal mitológico. Tenía carita de zorro, antifaz de mapache, manchas de holando argentino, colita enroscada de chanchito, de espaldas parecía un gatito… y al crecer el pelo, se veía rizado como un corderito”.
Con el paso de los días, Mercedes pudo notar que era un perrito adorable, tierno y cariñoso. Buscaba todo el tiempo el contacto con su nueva familia y había tomado como referente a la perra de avanzada edad que vivía en la casa de Núñez. Pero también Ninja pronto se mostró como un animal inseguro, temeroso y desconfiado de todo lo nuevo.
“El problema empezó cuando arrancaron los paseos. No me daba cuenta qué era lo que pasaba: Ninja se quedaba inmóvil en determinados momentos de la caminata. Me costaba darme cuenta qué era lo que le causaba temor. Era todo muy sutil: un ruido, un motor que se encendía, un colectivo que frenaba, pasar cerca de una tapa de gas. Yo tenía claro que en los perros esa es una señal de miedo extremo y Ninja era un perrito que no tenía herramientas para enfrentarse a entornos distintos o manejar la novedad”.
“Olfatear es como meditar para los perros”
Ese año Mercedes Iacoviello - que es adiestradora canina, creadora del proyecto de intervenciones asistidas con perros Salta Violeta y evaluadora internacional de Pet Partners- había comenzado a trabajar con un nuevo método de educación que proponía prestar atención al estado emocional del animal. Gracias a los cursos, las formaciones y las horas de estudio que dedicó a la gestión emocional de los perros, pudo entender que a su perro Ninja la estructura sería clave para que pudiera relacionarse con otros de su especie pero también con los humanos.
La rutina y la estructura comenzaron a formar parte del día a día. “Empecé a fomentar en Ninja conductas que, como especie, están asociadas en ellos a estados calmados. Olfatear es para ellos una suerte de meditación ya que les permite hacer foco en esa actividad: buscar pedacitos de comida, su pelota lo obliga a estar en calma porque de otro modo no puede interpretar los olores que pasan por su nariz”.
También hizo trabajos vinculados a la secuencia de caza, con un juguete en lugar de una presa: ubicar, identificar, perseguir, atrapar, sacudir y masticar. Como hay momentos de emoción exacerbada en esa secuencia que potencian las inseguridad del animal, Mercedes decidió que en Ninja sería efectivo promover los segmentos de la secuencia que estuvieran asociados con la calma. Por ejemplo, transportar es algo calmado. “El perro agarra, aprieta y tiene que mover el objeto concentrado en que no se le va a caer de la boca. Lo ayudé a jugar transportando objetos en la boca y fue algo que le encantó. Además lo acariciamos mientras él sostiene eso en la boca y eso lo estabiliza”.
“Ninja me acomodó el ego”
Todas las mañanas Mercedes y sus dos perros salen a hacer un paseo largo bien temprano. Los deja olfatear todo lo que necesiten, eso es algo que regula emocionalmente a todos los canes. Ella se mantiene alerta a cruces que puedan asustar a Ninja o que le generen una situación de estrés. Además de la salida de la noche, hay dos paseos más durante el día en los que se alternan las rutas conocidas con los caminos más novedosos. El día también incluye juegos en los que se sacuden juguetes o se esconde y recuperan objetos.
“Ninja me acomodó el ego. Tener que trabajar dificultades de comportamiento con un perro propio fue todo un desafío. Yo había convivido con perras que jamás me generaron una pregunta en ese sentido. Todo fluía con ellas. Hasta que apareció Ninja en mi vida. Cada individuo viene con sus propias posibilidades y herramientas para enfrentarse al mundo. En nuestro rol de padres que ejercemos con los perros -sí, al igual que con nuestros hijos- lo que tenemos que hacer es acompañar. No somos todos iguales, hay que ejercitar la mirada amplia y promover todo aquello que haga que la vida de los animales que están bajo nuestra responsabilidad sea lo más plena y feliz posible”.
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