A sus 89 años, Dora Calo revive las enseñanzas que le dejó el médico en la década de 1950
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La primera vez que Dora “Dorita” Calo y René Favaloro se vieron cara a cara fue, en realidad, en calidad de paciente-médico. René ya se había afirmado como el doctor del pueblo Jacinto Arauz, de la provincia de La Pampa. Y ella había llegado al consultorio para hacerse ver un brote de acné. De aquella tarde, Dora recuerda esto: “Mi abuela me había llevado a la Clínica Médico Quirúrgica, que fue la que instaló él junto a su hermano Juan José. Fuimos a que me viera el sarpullido. Yo lo observé y pensé que era un señor más mayor, tenía un porte muy grande y la cara era la de una persona con mucha experiencia. Fue mucho después, cuando me contrató, que me enteré que tenía apenas 28 años...”, dice a LA NACION.
Dorita fue una de las primeras enfermeras que trabajaron para el doctor René Favaloro. Fue en ese enclave desértico -hoy de 2500 habitantes- donde el médico estrenó su título, con tan solo 26 años, cuando viajó en tren, invitado por su tío, a realizar una suplencia que, supuestamente, iría a durar 3 meses... “El 25 de mayo de 1950, por pura coincidencia no más, partí en un tren del Ferrocarril General Roca. Quién iba a decir que el destino transformaría tres meses en casi doce años de tanta trascendencia para el resto de mi vida”, escribiría años más tarde en su libro, ‘Recuerdos de un médico rural’.
-Unos meses después de aquella visita médica, terminó trabajando para él, como una de sus primeras enfermeras...
-Sí. Cuando yo tenía 20 años apliqué para entrar como mucama a la clínica. Los hermanos Favaloro estaban contratando entre las chicas del pueblo. No hubo entrevista ni nada: me presenté y, tras una breve charla, me tomaron. A las pocas horas empecé a trabajar.
-¿Qué tipo de tareas realizó al principio?
-Empecé con las típicas responsabilidades de una mucama. Pero René y Juan José ofrecían la posibilidad de crecer. Una se iba capacitando. Ellos te evaluaban, veían cómo actuabas, y si notaban potencial, te instruían para cumplir las tareas de enfermera e instrumentadora quirúrgica. (nota del autor: los hermanos René y Juan José Favaloro fundaron el primer quirófano de Jacinto Arauz, al que iban a operarse personas desde lejanas ciudades, como Río Colorado y Bahía Blanca)
“Había una epidemia de hepatitis”
-¿Cómo las formaban?
-Tenían miles de libros. Nos los daban para que estudiáramos y luego nos enseñaban “en vivo” durante las consultas. En las cirugías, por ejemplo, nos explicaban cómo se hacía el procedimiento y nos repetían el nombre de cada utensilio... Era importante aprendérselos, porque si en una operación ellos me decían “Dora, necesito tal instrumento”, yo tenía que actuar rápidamente. Además, los dos evaluaban cómo reaccionábamos, porque no todos se bancan ver una cirugía en directo, es una cosa que impresiona. La llegada de los hermanos fue toda una novedad para el pueblo, porque antes, el que quería formarse en medicina tenía que, sí o sí, mudarse a Bahía Blanca o Santa Rosa. Pero no se acostumbraba continuar estudios de esa manera, acá la gente era muy pobre.
-¿Cambió mucho Jacinto Arauz desde la llegada de los hermanos Favaloro?
-Cambió radicalmente. Antes de que vinieran, las condiciones salubres de la gente eran pésimas. Teníamos una epidemia de hepatitis por la calidad del agua, imaginate. Además la gente se la contagiaba entre sí. Al comienzo recibimos a muchos infectados. Favaloro les explicaba todo, pasaba un rato largo contándoles sobre los cuidados básicos de higiene que les permitirían protegerse de estas infecciones. Y también nos enseñaba a nosotras cómo limpiar los utensilios del quirófano con lavandina, para evitar que nos contagiáramos con residuos patogénicos.
-¿Qué tipo de jefe era René Favaloro?
-Muy bueno. Al doctor René le gustaba enseñar. Era como un docente. Y, además, tanto él como su pareja eran muy sencillos. Ella tenía un solo vestido, por ejemplo. Y él no tenía ningún problema en usar un par de zapatos con la suela gastada. Era simple, humilde.
-¿Cómo era su trato para con las enfermeras?
-De diez... De diez. Tenía un respeto inusual, enorme. Después, cuando él se fue, yo seguí trabajando un tiempo más allí. Llegaron otros médicos, y fue ahí que las enfermeras nos dimos cuenta de que no todos eran iguales. Los Favaloro eran impecables.
-Él y su hermano le regalaron a Jacinto Arauz algo muy valioso: la excelencia médica.
-Sí. Y no solo fundaron la clínica, el quirófano y la sala de internaciones. También compraron una máquina de rayos X que trajeron desde Holanda. Además vivían viajando a los congresos. Estudiaban. Se mantenían muy actualizados. Yo recuerdo que estaban todo el día con un libro bajo el brazo.
María Elena Bertón, la encargada del Museo Histórico del Médico Rural Dr. René Favaloro, que funciona en la antigua estación ferroviaria, contó que Favaloro también se involucraba en la actualidad de Jacinto Arauz, porque a veces ésta era inherente a su actividad como médico: “En 1955, ya funcionando la clínica, compró el equipo de rayos X. Pero cuando lo instalaron se dieron cuenta de que un determinado tipo de radiografía no salía bien porque la usina local no podía generar la energía suficiente para alimentarla. Entonces Favaloro organizó una comisión con vecinos del pueblo y fundó la Cooperativa de Servicios y Obras Públicas. Tan involucrado estaba que integró la primera comisión. Con eso mejoró las instalaciones energéticas de Jacinto Arauz”, explicó Bertón a LA NACION.
Igual, cabe destacar que antes de que se efectuara semejante gestión, los médicos y las enfermeras ya se las ingeniaban, con mil vericuetos, para poder hacer un uso correcto del aparato: “A la mañana, cuando había que sacar radiografías, él y Juan José salían a pedirles a los otros comerciantes que, entre tal y tal hora, no usaran la electricidad, para así poder ellos tomar las placas correctamente”, recuerda Dorita.
Desde consultas dermatológicas hasta partos
-¿Cuánto duraba una jornada laboral?
-Muuuchas horas. Entrábamos a las 7 de la mañana y, cuando se hacían las 7 de la noche, seguíamos ahí. Una vuelta, las otras chicas habían tenido una complicación de horarios y yo las tuve que cubrir. Estuve 3 días seguidos en la clínica, casi sin dormir.
-Supongo que recibían casos de todo tipo.
-Desde consultas dermatológicas hasta partos. Una vez cayó un enfermo a la clínica a las 3 de la mañana. No teníamos teléfono ni luz. Tuvimos que agarrar la linterna y llevarlo a la casa del doctor René. Hubo que cruzar el pueblo porque resulta que él vivía del otro lado de las vías. Recién ahora, que tengo gas y todos los servicios, me doy cuenta de lo precario que era vivir acá en la década del 50.
-Usted, en una entrevista de hace años, dijo a un medio regional que, durante las cirugías, Favaloro ya le hablaba sobre su idea de implementar el bypass.
-Sí, sí. El lo comentaba entre los presentes, explicaba en detalle lo que quería hacer con la vena safena de la pierna. Nosotros quizás no lo escuchábamos tanto porque no entendíamos. Incluso decía que en algún momento se iba a ir del país, a Norteamérica, para perfeccionarse y poder lograr eso.
-En la misma entrevista usted lo describió a él -claro que en el buen sentido- como “muy sentimental”.
-Totalmente. Ha llorado cuando se le morían pacientes. Él desarrollaba un gran vínculo con ellos. Con todos, en general. Para los araucenses, él era como un protector. Cuidaba a la gente de tal forma que todos tenían la confianza de que no les iría a pasar nada.
-¿Las consultas se cobraban?
-El que tenía plata, pagaba, y el que no, no estaba obligado.
-¿Qué se hacía normalmente con lo recaudado?
-Todo se invertía en el consultorio. Hubo que comprar un auto para movilizarse y atender a los enfermos que vivían lejos, en el campo. También adquirimos el aparato de rayos X, que vino importado desde Holanda.
-¿Cómo eran los momentos de distensión? ¿Comían juntos, jefes y enfermeras?
-Noo. En ese sentido había una distancia. Ellos eran muy respetuosos, pero reservados. Comían cada uno en su casa, con sus familias. René solía distenderse en el campo de un amigo-paciente de él. Había un arroyo ahí, al que ellos iban cuando querían relajarse. Se sentaban con los dueños debajo de un caldén grandísimo. Creo que ahí donde se esparcieron sus cenizas [nota del autor: las cenizas del doctor René Gerónimo Favaloro fueron esparcidas en Jacinto Arauz en agosto del 2000. Fue su último pedido, que dejó escrito en una de las cartas que escribió antes de quitarse la vida. Fue un acto privado, del que solo participó su familia. Nadie más sabe con certeza dónde dejaron las cenizas. Pero más de un “araucense” arriesgó que fueron depositadas debajo de algún caldén].
-¿Cuál fue la mayor enseñanza que le dejó a usted?
-Todo lo que sé yo. Todo.
-¿Y un momento que le haya quedado marcado?
-Bueno, son varios. Pero recuerdo una vez que operé con él, y con Juan José, a una chica que había llegado de Darregueyra, otro pueblo. Tenía una hernia en el esófago la joven. Él operaba y yo lo ayudaba. Aprendí muchísimo. En otras ocasiones era igual, solo que yo no era la única asistente.
-Las crónicas de la época cuentan la historia de una vez en la que llegó al consultorio un chico. Dicen que se había quebrado el brazo jugando al fútbol, y que lo tuvieron que llevar en auto, de emergencia, a Bahía Blanca.
-No recuerdo ese episodio en particular. Pero habrá sido un gran logro. En esa época, viajar a Bahía Blanca era una odisea. Había que mirar el clima previamente. No era como hoy..., solía haber un tramo de la ruta, el bajo cheto le decían, que se tapaba de agua en caso de lluvia. Además no había asfalto, ni teléfono. Era difícil llegar, más si uno estaba apurado.
-¿Hasta qué año trabajó usted en la clínica?
-¡Hasta que se fueron! Como 8 años, mas o menos.
-¿Recuerda el momento cuando se enteró de que él se iba a ir de Jacinto Arauz? ¿Él se lo había comentado previamente?
-Nooooo..., nada. Las ayudantes primero oímos rumores de que la clínica había sido vendida, pero no le creíamos a nadie porque todo seguía igual. Pero cuando entregaron la clínica, sí, ahí nos convencimos de que ellos se iban. Fue repentino. Se fue en 1961, casi 12 años después de haber llegado.
-Y, al enterarse, ¿pudo despedirse de él?
-No, lamentablemente. Ellos no comentaban mucho sobre su vida íntima. Un buen día, se fueron.
“Me hubiera gustado que se quedara en el pueblo”
-Igualmente, imagino que pudo verlo en la cena de despedida que le organizó la Municipalidad, unos meses después.
-Sí, ahí sí. Recuerdo muy bien ese día. Ahí nos pudimos sacar una foto que todavía tengo en casa.
-¿Pudieron charlar en esa oportunidad?
-Sí, pero no mucho... fue muy breve. Como dije antes: ellos no se abrían mucho. Te trataban excelentemente y eran sencillos, pero, a la vez, eran muy reservados. A mí me hubiera gustado que él siguiera trabajando en el pueblo, pero qué va a ser... Él tenía su proyecto profesional. Además, para quedarse acá había que tener flor de ganas, porque esto era un desierto, había días de viento fuertísimo, una polvareda que no te dejaba ni respirar. Ahora cambió muchísimo. Al contrario, parece que ahora nunca hay viento.
-¿Se mantuvieron en contacto?
-No, muy poco, casi nada. Sí le envié una carta, al igual que otras personas de acá, el día que falleció su hermano, en 1976. Recién volví a verlo en 1989, cuando él visitó Jacinto Arauz para el aniversario 100° del pueblo.
-¿Cómo lo vio en aquella ocasión?
-Muy emocionado. Recuerdo que la fiesta se había hecho en una carpa que habían montado enfrente de la Clínica Médico Quirúrgica. Ahí, cruzando la calle. Pero él no quiso acercarse, estaba muy emocionado. Ese día todos querían saludarlo, darle la mano, charlar un ratito... Él estaba muy feliz, pero también muy sensible.
-¿Cómo reaccionó al enterarse de su muerte?
-Recuerdo muy bien ese sábado 29 de julio. A mí me llamó mi hijo a eso de las 6 de la tarde, 4 horas después de que se matara. Me sonó el teléfono y atendí...
—¿Qué pasó?
—Favaloro se mató— dijo mi hijo.
—¿¡Qué!? ¿Un accidente?
—No, no, se pegó un tiro.
...No me voy a olvidar nunca de ese momento. La noticia me cayó mal. No lo podía creer. No podía resignarme a pensar que se había muerto...
-Hoy, a la distancia, ¿qué se le viene a la mente cuando piensa en René Favaloro?
-Que fue una excelente persona. Un gran médico. Un gran jefe. Un ser honesto.
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