Saijiro Tsuji fundó su empresa cuando Argentina le declaró la guerra a Japón; su fábrica de porcelana fina recibió dos visitas imperiales y, hoy es la más requerida por los principales chefs
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A principios del siglo XX, en Japón -como en gran parte del mundo- pensaban que había dos destinos “con futuro”: Estados Unidos y Argentina. Los dos extremos del mismo continente recibían con brazos abiertos a los inmigrantes que soñaban con “hacer la América”. ¿Adónde ir? Ante semejante encrucijada, los hermanos Tsuji resolvieron dividirse y multiplicar sus chances de éxito: el mayor fue hacia el Norte, mientras que el menor eligió el Sur.
Saijiro Tsuji llegó a Buenos Aires en 1921. Tenía 36 años y una misión precisa: instalar una oficina comercial para la importadora ToJo Tayo Trading Company. No hablaba el español. Vino con su esposa, Sei Ogawa (31), y sus tres hijas: Shigeko (7), Chiyoko (4) y Mitsuko (2 años, “tan chiquita que no tenía pasaporte”).
Se radicaron en Buenos Aires, en la calle Ayacucho. Aunque poco más tarde se mudaron ‘al campo’, a Olivos. Fue allí donde, en 1922, nació su cuarta hija, Takeko Rosa. Eligieron ese nombre español porque en esa época su jardín estaba lleno de rosas. Al mismo tiempo, como la mayoría de los vecinos eran de familias italianas y tenían muchos hijos con quienes jugar, para facilitar las cosas ‘rebautizaron’ a sus tres hijas mayores con nombres “occidentales”. Así, Shigeko se convirtió en Emilia; a Chiyoko la llamaron Margarita y a Mitsuko le pusieron María.
En su tercer domicilio argentino, en el barrio de Belgrano, el 13 de abril de 1924 nació el tan esperado hijo varón. Saijiro lo bautizó con dos nombres: el primero fue Alberto, bien español; pero también le puso Buichiro, que fue una creación propia: “‘Bu’ por Buenos Aires e ‘Ichiro’, por ‘ichi’, que quiere decir primero en japonés”, solía decir.
Los Tsuji siempre fueron agradecidos con la tierra que los cobijó. Tras una nueva mudanza, se radicaron en Banfield. Aun sabiendo muy poco el idioma -algo que dejaron para la segunda generación- Saijiro se encargó de que todos sus hijos estudiaran. Mitsuko, por ejemplo, cursó primaria y secundaria en la Inmaculada Concepción, luego se dedicó al piano y se casó con Nobuo Ikeda. El varón, Alberto Buichiro, fue al Nacional Buenos Aires y luego a la universidad donde se recibió de ingeniero civil e ingeniero industrial, así se convirtió en el primer profesional de la familia. Chiyoko se convirtió en maestra de la escuela japonesa bilingüe Nichia Gakuin.
El romance entre los Tsuji y la Argentina entró en un período de “turbulencias” cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. “Fueron años aciagos para los japoneses hasta la rendición. Pero los argentinos se portaron muy bien con nosotros. Cuando Argentina le declaró la guerra a Japón, muchos se comunicaron diciendo que no eran enemigos sino los amigos de siempre”, relató Chiyoko, quien se casó con Minoru Ohtake y dejó su trabajo para criar a su hija, Silvia Margarita, que nació en 1940.
La primera fábrica de porcelana argentina
Hasta ese entonces, Casa Tsuji era el hogar familiar, donde vivía el “ojichan” (abuelo), en Banfield. El terreno era enorme y en la parte de atrás había construido una casa japonesa, con tatami y puertas corredizas de papel. Un pedazo de su tierra en la Argentina. “La fábrica se hizo mucho más tarde, cuando yo tenía 12 años”, recuerda Silvia Margarita Ohtake, hoy de 83.
“Al lado vivían unos ingleses y nos volvían locos con el ‘Japan occupied’. Era casi el final de la guerra cuando, en 1945, Argentina le declaró la guerra a Japón. En ése momento comenzaron a confiscar bienes de japoneses, no podíamos tener nada a nuestro nombre. Vivimos una especie de prisión domiciliaria. Una vez por mes venía un policía para ver que siguiéramos ahí, aunque se disculpaba con nosotros por la incomodidad. Fueron tiempos difíciles para la familia: iban a los clubes de tenis y de golf -que eran ingleses- y los echaban... Ser japonés era complicado”, cuenta.
Continúa Silvia Margarita: “Mi abuelo se dedicaba a la importación y comercialización de mercadería. Antes de la guerra había acopiado muchos productos, eso le permitió subsistir y mantener los salarios de los empleados, además de los gastos. Su oficina estaba en el centro, en la esquina de Chile y Balcarce, donde hoy está el café Moliere”.
Con las relaciones con Japón rotas, Tsuji no podía importar ni comercializar. “Para subsistir, pusimos un taller de decoración, una fábrica de loza”, describe.
Saijiro Tsuji nació y creció en la prefectura de Nagoya, una zona reconocida por sus artistas y ceramistas. Finalmente, en 1952, con la ayuda de su hijo Alberto y de sus yernos japoneses, fundó la primera fábrica porcelana de la Argentina. Gracias a distintos incentivos para la industria, la radicó en Ministro Rivadavia, Provincia de Buenos Aires, a 45 kilómetros de capital. Y la bautizó con su apellido: Porcelana Tsuji. “Trajeron personal de Japón porque acá no había gente especializada. El slogan de Porcelana Tsuji siempre fue ‘Fabricación con capitales argentinos e ideas y formas de manufactura japonesas’”, asegura Silvia.
A contramano de las costumbres de los inmigrantes japoneses, Saijiro Tsuji nunca mandó a sus hijos y nietos a educarse a Japón. “Creo que fue la única familia japonesa que no lo hizo. Pensaban que a esa edad, en la infancia, era mejor que los chicos permanecieran junto a sus padres, que ellos eran quienes podían transmitir una mejor educación”, destaca Silvia.
La segunda generación de Tsuji en Argentina estaba compuesta por 8 nietos de Saijiro y Sei. “De chicos, los fines de semana los pasábamos todos en lo de mi abuelo Saijiro, comíamos comida japonesa y fideos los domingos. Parecíamos Los Campanelli, todos juntos y alrededor de una mesa enorme”.
-Silvia, ¿tenían el mandato familiar de sumarse a la empresa?
-El que se quería incorporar a la empresa, lo hacía. Pero en mi generación era obligatorio trabajar primero en otro lugar, porque mi abuelo decía que uno no puede dirigir si no sabe ser dirigido. Un principio básico que no sabemos de dónde lo sacó. Yo trabajé en la fábrica. Entré de grande, cuando ya era abogada y me ocupé de Recursos Humanos. Me encantaba recorrer la fábrica... Ya no lo hago porque estoy vieja, tengo 83 años.
-¿Qué generaba el apellido Tsuji entonces?
-Teníamos muy buena fama, ¡demasiado! Éramos ‘el’ regalo de lujo. Tengo una amiga que, para su casamiento, recibió 8 juegos de té, 4 de café, porque ése era el regalo que se hacía. Si vos eras muy amiga o madrina, regalabas el juego de mesa... ¡que tenía 68 o 72 piezas!
-Los visitó el emperador Akihito.
-En mayo de 1967 recibimos al príncipe heredero, quien luego sería el emperador Akihito, con la princesa Michiko. Mis tíos y mi papá se encargaron del comité de recepción, así que tuvimos a la Familia Imperial en la fábrica. Por protocolo solo debían estar una hora pero se quedaron tres, estaban fascinados.
-¿Qué recuerdo les queda de aquel entonces?
-Les hicimos jarrones para homenajearlos. Muchos años después, mi tío Alberto Buichiro fue condecorado en Japón por el emperador Akihito. Allá descubrió, en una sala de palacio, sobre una mesita, el florero que les habíamos regalado. Después tuvieron una charla íntima donde el emperador comentó cómo los había emocionado el recibimiento del pueblo argentino. Lo recordaba con mucho cariño. Y es que las trabajadoras querían ver y tocar a la princesa, tan bonita. Hoy es emperatriz emérita. También recibimos, en 1991, a sus Altezas Imperiales, el príncipe y la princesa Takamado. Todo por ser una fábrica argentina fundada por un japonés.
El legado de Saijiro
Saijiro Tsuji murió un año después de inaugurar su fábrica. Tenía 67 años y no llegó a disfrutar del éxito de Porcelana Tsuji. Fueron Alberto Buichiro y sus cuñados quienes se hicieron cargo. “Los que levantaron la fábrica fueron nuestros abuelos y tíos”, comentan los primos Federico Miyagi (nieto de Chiyoko e hijo de Silvia), Maia Tsuji (nieta de Rosa Takeko) y Joaquín Santos Tsuji (nieto de Alberto Buichiro), cuarta generación de la familia. Los tres destacan la unión familiar que les inculcó su bisabuelo.
Federico: -Somos una familia muy unida. Más que japoneses, parecemos tanos: en Navidad éramos 40 comiendo asado con gohan (arroz).
Joaquín: -En las reuniones familiares se hablaba en castellano, siempre. Sólo usaban el japonés cuando hablaban de negocios, cuando no querían que los chicos escucháramos. A la fábrica le fue muy bien en los 80.
-¿Solo los varones de la familia dirigían la empresa?
Maia: -Todos, varones y mujeres, en algún momento trabajaron en la fábrica. Pero también muchas mujeres se dedicaron a otras actividades. Mi abuela era artista plástica y estudió en el Bellas Artes. La abuela de Joaquín era profesora de ikebana y fue presidente del Jardín Japonés. La abuela de Fede se hizo maestra... Pero con la tercera generación las mujeres empezaron a participar aún más en Porcelana Tsuji.
Federico: -Nuestras abuelas tampoco eran sumisas. Las mujeres en esta familia tenían mucha personalidad, traccionaban a la familia. Y, si tracccionabas a la familia, también a la empresa. De hecho la mamá de Joaquín fue directora. Los primeros inmigrantes japoneses se posicionaron como tintoreros, floricultores y ceramistas. Pero sus hijos, nuestros padres, se hicieron profesionales.
-¿Cómo impusieron su nombre en el mundo de la vajilla?
Maia: -Con la porcelana. La cerámica es más fácil, pero porcelana no la hace cualquiera (dice mientras levanta una taza y destaca cómo la atraviesa la luz, cosa que con la cerámica no pasa). Es difícil de fabricar y eso hacía la diferencia. Además, no tenían competencia.
Joaquín: -Saijiro había dejado la red comercial armada. Además, apuntábamos a la vajilla occidental, como la inglesa, que estaba tan de moda. Con Argentina a pleno con los ferrocarriles de los ingleses, aquí se apreciaba la porcelana y la nuestra tenía calidad japonesa. Tener un juego nuestro, era símbolo de status. ¡Hoy la gente te muestra un iPhone 16? Por entonces ése status te lo daban cubiertos de Plata Lappas y Porcelana Tsuji.
-¿Cómo pasaron de estar en las vitrinas a lugares de gran prestigio, como el Café Tortoni o el Hotel Llao Llao, y ser los preferidos de chefs como Germán Martitegui?
Federico: -Porque los tiempos cambiaron y la vajilla si no se usa, no sirve. A finales de los 70 empezamos a apuntarle al mundo gastronómico: bares, restaurantes... Llegamos a estar en aviones de Aerolíneas Argentinas. Hicimos diseños especiales para el Hotel Llao Llao, Café Tortoni, Costa Galana, Florida Garden, Mamuschka, Starbucks, Tea Connection, Picarón y una línea especial para Germán Martitegui… nos adaptamos a los tiempos. Si queríamos sobrevivir teníamos que convertirnos en más que vajilla para tener en la vitrina.
Maia -Encontramos la forma de adaptamos a los tiempos. Nos preguntan seguido por nuestra tienda, una línea especial llegó a venderse en el Teatro Colón, pero nuestra tienda es online. Ahí eligen, ahí piden, preguntan por reposición y de eso me encargo yo. Somos muchos de familia y todos encontramos la forma de aportar.
Federico- También todos recordamos las reuniones familiares, las juntadas en la Casa Tsuji de los abuelos y, si bien ya no nos reunimos como antes, encontramos la manera de pasarle esos recuerdos a una nueva generación. Tras meses de preparación, éste mes abrimos una Casa Tsuji en Palermo, una cafetería y espacio cultural, empieza una nueva etapa en la familia.
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