Su estado de salud era delicado pero ella se propuso sacarlo adelante; aprendió, se informó y su esfuerzo dio frutos.
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Pensó que no sobreviviría. Lo había encontrado apenas unas horas antes. Caído de un árbol donde probablemente estuviera el nido que lo resguardaba, la intensa lluvia de esa tarde había puesto en peligro su frágil vida. Tenía entre siete y nueve días de vida y su estado era de riesgo: empapado, letárgico e hipotérmico. Así estaba el pichón de paloma con el que Valeria Lo Pizzo se cruzó esa tarde. “En realidad lo encontró mi papá junto a una hermanita, en la vereda de su trabajo. Fue el 29 de Noviembre de 2019. El día anterior había llovido mucho y probablemente cayeron del nido por esa causa. Mi papá los agarró y los puso dentro de una cajita. Yo salía de trabajar y pasé a saludarlo. Me contó acerca de los pichoncitos y con mucha incertidumbre y miedo, decidí llevármelos e intentar ayudarlos. Los bauticé Pío y Pía. La hembrita no sobrevivió. Falleció poquito después, estando con atención veterinaria y medicada. Me dolió mucho no poder salvarla”.
A pesar de la tristeza, Valeria todavía tenía que hacer todo lo posible por sacar adelante al macho. Ese día se propuso que tenía que lograr que pasara la noche: estabilizó su temperatura con trapos y una bolsa de agua caliente e intentó darle de comer. Era una tarea difícil. Aunque anteriormente había rescatado perros y gatos en situación de calle y si bien tenía algunos conocimientos sobre veterinaria, la realidad era que no tenía idea qué comían las aves, cómo debía manipular al pichón ni mucho menos cómo entender sus necesidades. “Me sentía muy insegura y realmente perdida con la situación. Estaba desesperada”.
La sorpresa de lo nuevo
Al día siguiente consiguió llevar al pichón a un veterinario y allí anotó cada uno de los detalles e indicaciones que el especialista le daba. Pero la realidad la superó. Los primeros días fueron caóticos. “Trabajo en una cadena de hipermercados muy conocida y tengo horarios rotativos que cambian constantemente. Hoy puedo trabajar de 14 a 21 y mañana de 7 a 15. Era prácticamente imposible establecer una rutina para atender las necesidades de un animalito tan frágil. Fue muy difícil mantenerlo calentito y darle la comida a horario. Pero no me quise dar por vencida. Me lo llevaba al trabajo y lo dejaba en mi locker, dentro de una cajita, con mantas y botellas de agua caliente. Tengo 20 minutos de descanso en la jornada laboral y en esa época, se los dedicaba de lleno a Pío. Buscaba agua caliente, preparaba la papilla y le daba de comer”.
Eso no fue todo. Valeria también decidió que el pichón tendría que estar a sol y sombra con ella si quería mantenerlo con vida. “Me lo llevé de vacaciones, ya que requería cuidados muy específicos y para darle la papilla había que sondearle el buche. Las aves tienen un orificio respiratorio por delante del orificio que va al buche y si la comida va al primero, mueren por asfixia. Hay quienes alimentan a los pichones sin sondearlos pero el riesgo es tan grande que me impuse aprender a sondearlo. Nadie en mi familia se animaba por miedo a lastimarlo. Yo aprendí sola ante la desesperación de saber que era eso o moriría de hambre, literalmente”. Y a pesar del cansancio y las complicaciones propias de ocuparse de un animal tan frágil siguió adelante con su cometido. Por la noche, ponía el despertador cada dos horas para renovar el agua de las botellas que oficiaban de bolsa de agua caliente. Eso era importante y también detectar cuándo se había vaciado el buche para volver a alimentarlo.
En esos primeros días todo era sorpresa y descubrimiento para Valeria. “No sabía nada de aves. Pío me sorprendía todos los días con la personalidad que iba desarrollando. Son muy inteligentes y se hacen entender igual que un gato o un perro. Me llamaban mucho la atención los sonidos que emitía para cada situación en particular. Cuando me escuchaba preparar la papilla, comenzaba a aletear dentro de la cajita. Era increíble eso. ¡Y al momento comenzó a abrir el pico solito al ver la sonda!”.
Emigrar como un ave
Aunque desde el primer momento Valeria tuvo la intención de sacar adelante a Pío para rehabilitarlo y liberarlo, reconoce que su ignorancia en el tema hizo que “lo humanizara”, es decir, lo crió en contacto estrecho con ella y con mis perros y eso fue un error. “Si iba a visitar a mi abuela o a mi viejo, lo llevaba conmigo y ambos tienen gatos. Pío creció sin temerle a humanos, ni a perros, ni a gatos, y en los tres casos hablamos de depredadores. Los humanos por el uso de gomeras, entre otras cosas, y los perros y gatos por ser depredadores naturales de las palomas y otras aves. Así que todos los refugios a los cuales escribí, me recomendaron no liberarlo y me advirtieron que hacerlo era condenarlo a muerte. Así que, sin elegir que así fuera, entendí que en casa, en vez de cuatro, de repente íbamos a ser cinco. Y esto me pateó el tablero porque estoy planificando emigrar (ya tramitando el papelerío necesario) y el proceso para poder llevármelo a Pío conmigo y con mis perros es muy engorroso y casi diría imposible. Así que si alguien sabe cómo debo proceder, ¡agradecería la información!”.
Pío creció fuerte y sin complicaciones y hoy tiene una rutina que se adapta a los horarios de Valeria. Por la mañana desayuna un surtido de semillas (chía, alpiste, sésamo, mijo, lino) y, una vez a la semana, tiene permitido comer su golosina favorita: la miga de pan. También sale a tomar sol al patio, junto a la higuera que hay en el lugar.
“Lamentablemente tengo vecinos que tienen gatos descuidados, con hambre, muy ariscos, y sin castrar. Y por ese motivo Pío sale al patio únicamente en su jaulón. Además, es zona de chimangos y aguiluchos, y vuelan bajo porque buscan pajaritos para cazar. Pronto voy a cerrar el patio con una red para que Pío pueda andar libre y a sus anchas”. Es que Pío ama tomar sol, abre las alas y se queda un rato así, disfrutando de la luz. También reposa y duerme al sol. Cerca del mediodía, cuando la temperatura sube, Pío entra a la casa y puede estar suelto mientras Valeria se prepara para salir.
“Antes de ir a trabajar lo llevo al jaulón y cuando llego a casa a la noche, al abrir la puerta, arrulla (emite el clásico cantito de las palomas). Lo suelto y vuela directo a mi cabeza. Les doy de comer a los perros y ceno yo, con Pío en mi cabeza. Después miro alguna película o leo un ratito y él sigue firme ahí. También mira tele, le da curiosidad el movimiento en la pantalla. ¡La picotea! Si entro a trabajar muy temprano, lo suelto toda la tarde al volver a casa. Su rutina cambia al ritmo de mis horarios de trabajo. Pero él está super adaptado, entra y sale solito del jaulón. Y tiene una jaula chiquita que la usamos para visitar al vete o para cuando vamos de visita a casa de alguien. Eso sí, cuando salimos en auto, Pío viaja con cinturón de seguridad porque es un palomito atento a las leyes de tránsito”.
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