Una depresión lo llevó a querer escapar de la Argentina, en Nueva York y Connecticut no halló lo que buscaba, hasta que Hawái entró en escena...
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8 AM del 11 de septiembre del 2019, Jonathan Carlucho pisó Nueva York desorientado y el temor se apoderó de él. Se suponía que debía llamar a un representante de la compañía Royal Prestige para avisarle que había arribado y que podía pasarlo a buscar.
Hacía pocos días había dejado la Argentina con la promesa de un trabajo en ventas en la Gran Manzana y de camino había decidido visitar a un amigo en Miami, donde se tomó unos días de vacaciones. Días en los que aplaudió la decisión que había tomado: dejar su país, su familia y amigos, sus costumbres, para cambiar de energía, de pensamientos y salir de su zona de confort. Pero entonces, justo unas horas antes de que saliera su vuelo, su celular cayó al mar dejándolo incomunicado. Y ahora estaba en Nueva York, un porteño de 23 años en un enorme aeropuerto pidiéndole prestado el teléfono a las personas que escuchaba hablar en español, a fin de comunicarse con ese hombre que no conocía en absoluto.
Finalmente, alguien accedió a su pedido y logró contactarse. Cinco horas pasaron. Cinco horas en las que el joven argentino creyó que había sido víctima de un engaño. Su pasaje era solo de ida, volver a su tierra no era una opción. ¿Qué iba a hacer? Tal vez, se dijo, con el poco dinero que le quedaba podía hallar otro trabajo en ese inmenso país.
Y justo ahí, cuando las esperanzas terminaban de apagarse, el representante apareció.
Argentina, una depresión y un ticket para salir del adormecimiento
En Argentina, Jonathan estaba muy mal. Mal consigo mismo. No fue el primero ni será el último: se fue para escapar, huir de una fuerte depresión, de sus intentos por dejar de vivir, de ciertas adicciones que lo habían alcanzado, de los demonios que lo acosaban en la cotidianidad del entorno donde vivía, un barrio y un pasar de clase media baja.
El ticket de escape llegó tras cobrar un juicio casi olvidado, que llevaba un par de años: “Con el dinero pagué mis deudas, le compré un auto a mamá para que pueda sacar una rentabilidad del mismo, me compré un pasaje y me quedé con 1500 dólares en el bolsillo”.
Jonathan quería dejar su vida adormecida atrás, cambiar, renacer. A pesar de no tener el idioma, ni papeles, ni más contactos que su amigo en Miami, decidió que el golpe de timón debía ser drástico, debía ir allí a donde no conociera a nadie para empezar una nueva vida. Investigó por internet, halló la posibilidad de trabajar solo a comisión en Nueva York y se lanzó a la aventura.
El “loquero” de Nueva York, la primera dosis de nostalgia y una nueva posibilidad: Aloha Hawái
El empleo era real, aunque duro. Las primeras semanas, sin embargo, Jonathan las vivió envuelto en pura emoción. Se sentía como un niño con su juguete nuevo: “Todavía no sentía el peso de haberme ido de mi país, ni de haberme alejado de todo lo que amaba”, confiesa.
El enamoramiento duró poco. Pronto, Nueva York le pareció “un loquero”, y su ritmo acelerado lo llevó a experimentar las primeras dosis de nostalgia. Entonces tomó la decisión de mudarse a Connecticut, donde no tardó en hallar otro empleo y conocer a Alfredo, su compañero de departamento: “Él era otro vendedor que venía a cumplir el sueño americano a sus 48 años”, revela Jonathan.
Tres meses transcurrieron cuando Alfredo se fue a Hawái de vacaciones. Regresó fascinado y a los veinte días decidió irse a vivir al archipiélago. Desde allí llamó a Jonathan y le mostró Waikiki, su magia, le habló de la cultura del lugar y le contó que había hablado con el dueño de un restaurante mexicano y que allí tenía trabajo: “Pero después de diez meses, yo finalmente me sentía adaptado y realmente estaba bien, no tenía necesidad de irme y ni siquiera sabía muy bien dónde quedaba Hawái”, sonríe.
Todo cambió unos meses después, tras una visita desde la Argentina y un problema personal familiar irresoluble. Jonathan debía irse y su alternativa era Alfredo. Vendió su auto y al otro día ya estaba en Hawái.
Luces y sombras de Hawái
Fue amor a primera vista. A Jonathan cada rincón lo tenía encantado, la naturaleza, la cultura y las playas. Se instaló en Oahu, más precisamente en Waikiki, a unas cuadras de la playa.
Allí, entre los alohas y los mahalo, consiguió pronto una tabla de surf y se propuso encarar el desafío de conquistar un deporte que jamás había practicado: “Me enamoré, me enamoré de la sensación que te da estar en el agua, nadar, esa conexión con la naturaleza increíble”, cuenta. “No soy un gran surfista, pero me conquistó”.
“También me enamoró el aloha y el mahalo, formas hermosamente expresadas de decir bienvenido o gracias (aloha) y de despedirse (mahalo). Son dos palabras puente, pronunciarlas ya es un cumplido”, continúa. “El clima es otro de los puntos fuertes, hay verano todo el año y llueve muy poco al mes. Tiene muchas actividades para hacer que son sin cargo o a un precio muy bajo, como por ejemplo el surf, paseos hermosos, buceo y más. Si sos emprendedor es un muy buen punto para invertir en un local o un servicio que se preste mucho acá. Hawái sin COVID recibía 1.2 millones de personas por mes. Es un lugar caro para el turismo, pero acá la gente viene a gastar realmente”.
“Sin embargo, cuando el velo rosa cae y empezás a ser más residente que turista, se comienzan a ver los puntos negativos. Los hawaianos son muy lentos, todo lleva mucho tiempo. Por otro lado, está todo muy monopolizado, en muchos rubros es muy difícil meterte. También hay muchos robos y la policía no cumple, no quieren decir ni hacer nada para que los turistas no se espanten. De hecho, la comisaría que está en Waikiki es subsidiada por los hoteles de alrededor para mantener la seguridad de sus huéspedes. Asimismo, está muy lejos de todos, irte a cualquier lado implica mucho tiempo y dinero en pasajes”.
“Pero estoy seguro de que tiene más cosas positivas que negativas, es un lugar increíble, los hawaianos son muy amables, los turistas todos muy aloha, entonces es muy agradable estar en cualquier parte de la isla”.
De no saber cortar cebolla a jefe de cocina: “Pocos tienen las mañas aprendidas en las calles de Buenos Aires”
En relación a lo laboral, el trabajo no tardó en llegar. A los cinco días de su arribo, Alfredo le comunicó a Jonathan que habían echado a un cocinero y que necesitaban uno urgente. Jamás había cocinado, ni siquiera sabía cortar una cebolla, pero se presentó igual.
Por supuesto, quedó claro que no sabía nada de nada, pero el empleador notó su actitud y sus ganas de trabajar. “Aprenderás en el camino”, le dijo, y Jonathan quedó contratado. Su guía fue un filipino, un hombre mayor, “chapado a la antigua”, con un carácter áspero: “Él sin saber nada de español y yo sin saber nada de inglés, las primeras semanas fueron muy difíciles, me pedía cosas que yo no entendía”, cuenta el joven.
A pesar de su desconocimiento, Jonathan, que era muy rápido, observaba con detenimiento lo que hacía e imitaba sus movimientos. Al cabo de cuatro meses había dominado aquella cocina. El filipino fue despedido y él se quedó con el puesto de kitchen manager: “Ahí me di cuenta de que acá hay muchas posibilidades, pero pocos tienen las mañas aprendidas en las calles de Buenos Aires”.
El amor y el deseo de volver a la Argentina: “He conocido varios estados del país, pero debo decir que Hawái es el que tiene la mejor calidad de vida”
Con el tiempo, las playas no solo le obsequiaron alohas sino que trajeron el amor. En la isla, Jonathan se enamoró y, tiempo después, contrajo matrimonio. Juntos se fueron a vivir a Los Ángeles, pero el cambio de ritmo los llevó a permanecer tan solo algunos meses hasta que, finalmente, decidieron regresar a Hawái.
Hoy, Jonathan vive junto a su mujer en un piso 44, con una vista increíble y rememora sus días en Connecticut, con frío, sin dinero y sin un hombro para llorar. También emergen otros recuerdos, los porteños, junto a su depresión y su sensación de sinsentido, entonces agradece su presente, pero, aun así, hay mañanas en que Jonathan despierta con un fuerte deseo de regresar a la Argentina.
“Realmente el dejar tu país es algo muy duro desde mi experiencia, al menos venir a Estados Unidos en las condiciones en que llegué, casi sin dinero, sin conocidos, sin inglés y sin papeles”, asegura el joven, quien hoy tiene 26 años. “Pero cada vez que siento esas ganas de irme a Argentina pienso en cómo estaba antes y el por qué me vine y que ahora ya estoy acá; solo se trata de seguir un poco más”.
“Hoy ya pasaron tres años y realmente extraño muchísimas cosas, pero no creo que el país esté en una buena condición para volver y más aún viendo donde hoy estoy, todo lo que pasé en este tiempo y hasta donde llegué”, reflexiona. “Hay muchas cosas de Estados Unidos que no me gustan y tal vez nunca me gusten, su comida no es para nada buena, tienen un sistema capitalista que hace que todos corramos como las ratas en su rueda. También la cultura es mucho más fría, hacer amistades acá es más complejo que en Argentina”.
“Otro punto muy negativo es que llegué sin idioma. El primer trabajo era para el público hispano, no me hizo falta, pero al venir a Hawái me di cuenta de que estaba desfavorecido por eso. Y tal vez mis deseos de volver a la Argentina vienen por la excusa de realmente no hacer las cosas bien acá e irme a lo fácil, a lo conocido, volver a donde estaba y seguir igual, pero creo que podemos ir mucho más allá de eso, romper barreras mentales, romper con la zona confort”.
“Venia de una depresión fuerte en Argentina, entonces venirme a los 23 y que ya hayan pasado tres años me hace ver a un Jonathan totalmente diferente y nuevo. Aprendí a estar solo, a amar mi soledad, a estar a gusto conmigo mismo. Empecé a desarrollarme mucho personalmente, a hacer cursos, leer libros y escuchar cientos de horas de audios. Eso me hizo tener una percepción diferente, desde cómo me criaron hasta mis hábitos y creencias que tengo hoy”, continúa pensativo.
“En mis casi dos años en la compañía de ventas aprendí a vender, a persuadir al cliente, a leer los gestos corporales y ser mucho más extrovertido. Finalmente, aprendí un nuevo idioma, nuevas culturas, conocí gente increíble y, lo más importante, a mi esposa, con la que hoy llevo una hermosa vida. He conocido varios estados del país y tuve la oportunidad de vivir en cuatro de ellos y debo decir que Hawái, por lejos, es el que tiene mejor calidad de vida”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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