Un verano conoció la pura vida y decidió quedarse a vivir en Costa Rica; en su camino de adaptación halló una forma para combatir su nostalgia por la Argentina
- 8 minutos de lectura'
Hace más de veinte años que Mariana Massera regresa a la Argentina con ojos de turista. Recorrer las calles de Buenos Aires, sentarse en sus cafés y observar las diversas tonalidades de los verdes de los árboles, la deja sin aliento. La ciudad es hermosa, piensa en cada ocasión, consciente de que durante todos los años que vivió en su tierra natal, jamás había sido capaz de ser tan apreciativa. No hay vez que no vuelva encantada, lista para descubrir lugares que nunca antes había divisado, con la certeza de que su sentencia será: “Espectacular, en todo hay tanta belleza”.
Y cada retorno significa compartir, ver a los sobrinos, a la familia, abrazar a los amigos “y observar cómo nos vamos poniendo viejos en cada viaje”, dice. Para Mariana, algo extraño sucede con el tiempo y el espacio al volver a transitar las esquinas de su barrio, pero, en especial, al reencontrarse con los rostros amados: “Uno puede distinguirlos en sus diferentes etapas de la vida, pero a la vez pareciera que nunca dejaste de verlos”.
Hoy, mientras recuerda su camino de emigración, algo inevitable pareciera emerger entre sus palabras y las reflexiones: Argentina se aprecia como nunca cuando uno se distancia de su suelo por tantos años. Sin dudas, ella siempre quiso a su país, aunque allá a lo lejos, cuando tomó la decisión de irse a vivir a Costa Rica con tan solo 21 años, jamás imaginó cuánto.
“Uno a los 21 años no analiza demasiado lo que podría pasar, sino que se deja llevar un poco por la emoción de lo nuevo, del amor, de la aventura”, desliza pensativa.
Costa Rica: las fuertes ganas de viajar, un camino para lograrlo y una persona inesperada
Fue en 1998, que Mariana visitó Costa Rica por primera vez. Ese verano las ganas de viajar habían copado sus pensamientos de manera tan persistente, que buscó y encontró la manera de lograrlo. A través de un intercambio con el Rotary Club, halló a una familia argentino-uruguaya que le comunicó que estaban dispuestos a recibirla en su casa.
La adrenalina se apoderó de ella, no sabía con qué podría encontrarse del otro lado. Pisó suelo extranjero presa de los nervios y la emoción, dispuesta a dejarse envolver por la magia de los paisajes, el lema “pura vida”, el ritmo propio y las playas paradisíacas. Mariana jamás imaginó que, apenas un verano alejada de su tierra, podría cambiarle toda la vida.
Pero así fue. Allí, entre arroz, frijoles, mar y merengue, apareció Mauricio, un joven con el que todo fluyó al pulso del lugar, en armonía: Mariana se había enamorado.
El verano llegó a su fin y la despedida fue desoladora. Se prometieron ser novios a la distancia y, tras dos años de ir y venir, ella tomó la decisión de quedarse a vivir en Costa Rica: “Me lancé a ese hermoso país, con 21 años, sin tener muy claro qué iba a ser”, rememora. “Fue muy difícil para todos, sobre todo para mis papás. Mis amigas estaban felices por mí, por la aventura que iba a emprender”.
El abuelo de Mariana, a quien ella amaba con todo su ser, falleció apenas unos días antes de su partida, como si supiera que no iba a volver. Aquel viaje a Costa Rica fue muy diferente. Fue una despedida en extremo agridulce.
Dos desafíos costarricenses: adaptarse a la gente y a las comidas
El primer amanecer en una Costa Rica definitiva fue extraño, aunque afectuoso. En todo momento, Mariana contó con el apoyo absoluto de la familia de su novio, quien tiempo después se transformó en su marido.
Ella ya conocía el entorno, pero todo a su alrededor había cobrado un nuevo sentido, tanto la gente, como sus hábitos y costumbres: “Se me hizo un poco difícil al principio hacer amistades”, confiesa, al recordar los primeros tiempos. “Pero, con los años, he conocido gente hermosa, tanto ticos (así se llama a los costarricenses) como extranjeros, incluso argentinos”.
En Argentina, Mariana había estudiado derecho, aunque tenía un amor profundo por la cocina, lo que la llevó a analizar con detenimiento cada textura y sabor en su nuevo hábitat. En aquel territorio todo parecía y sabía delicioso y, aun así, a la joven le costó adaptarse.
“Su comida es muy diferente a la nuestra. Por suerte para mí, tenía oportunidad de cocinar, así que, si bien he adoptado algunas costumbres de los ticos, como desayunar huevos, la mayoría de mis comidas tienen algo de nuestra cultura. Nunca logré acostumbrarme a acompañar casi cada comida con arroz y frijoles (porotos negros), como ellos. Algo que amo es el plátano maduro y todas las preparaciones con maíz, entre ellas las tortillas”.
Con el paso de los años, entre sabores amalgamados y nuevas amistades, Mariana, de a poco, comenzó a acostumbrarse a su nueva vida. En un comienzo, sin embargo, el ritmo pausado de su nueva tierra aún no lograba envolverla: ella deseaba crear, esforzarse, accionar.
La fusión de países: una verdadera pasión, tres “Caminitos”, y mucho trabajo
“Toda tu vida gira alrededor de la comida”, le dijo en cierta ocasión su marido. Y una mañana, poco tiempo después de su arribo definitivo y con su mate en mano, Mariana concluyó que así era y que debía hacer algo al respecto. Atrás, en Buenos Aires, habían quedado sus ideas contracturadas y sus falsas ganas de recibirse de abogada; aquel suelo costarricense y su nostalgia por la Argentina, había potenciado su amor por el mundo culinario de manera inesperada.
“Mi pasión siempre fue la cocina”, asegura. “Fue así que empecé a vender postres a restaurantes, los cuales hacía en mi pequeña cocina del departamento donde vivía”, agrega Mariana, quien más adelante estudió para ser chef.
Los postres fueron tan bien recibidos, que, apenas un tiempo después, decidió expandirse y abrir una cafetería a la que llamó Caminito, donde, en un comienzo, vendía pastelería argentina, a la que luego le sumó delicias costarricenses.
“Era una época de florecimiento cultural y económico, lo cual hizo todo más fácil. La gente buscaba cosas nuevas y diferentes, no había tantas opciones de comida de otros países como hay ahora. La respuesta por parte de los ticos fue muy buena, y con los años llegaron a ser tres Caminitos”, cuenta con orgullo al rememorar aquellas épocas de trabajo incansable.
“Luego nacieron mis hijos y ahí sí decidí tomar la vida con un poco más de calma, así que vendí los tres Caminitos y me quedé con administración de la cafetería del colegio de mis hijos, donde trabajo hace diez años y me encanta”, continúa Mariana, quien, a su vez, se certificó como coach de salud y se especializa en niños que no comen, tema acerca del cual también ha escrito un libro (IG: @cambiosquesanan).
“Uno puede estar bien donde sea que viva, si se lo propone”
Todo en Costa Rica pareciera que sigue un ritmo pausado. Hace tiempo que Mariana aprendió que las direcciones postales no tienen otra precisión más que `de la ferretería La Central, 350 metros al este, a mano derecha´. Hoy, ella abraza a su familia y sus pasiones con calma, disfrute, aunque con el mismo compromiso de siempre.
Aun así, Buenos Aires y su ritmo más acelerado, pareciera habitar en una dimensión cercana, presente. Cada vez que Mariana siente nostalgia por su país se escabulle en su querida cocina para preparar unos buenos alfajores o una pasta frola: “Y hace unos meses mi esposo y yo estamos aprendiendo a bailar tango y estamos felices. Viviendo allá no sé si lo hubiera hecho, pero me encanta”.
Veintiún años pasaron y atrás quedaron sus propios 21, impulsivos, casi inconscientes. Los recuerdos, sin embargo, la invaden una y otra vez, la maravillan y entonces llega el agradecimiento. Agradecimiento por haber tenido el coraje de volar y luchar por su amor y sus verdaderas pasiones. Agradecimiento por su país de origen, que la acompaña en su corazón, siempre.
“En todos estos años que llevo viviendo en Costa Rica he aprendido a valorar cada cosa hermosa de mi país, de su gente, de mis raíces. A la vez he aprendido a amar la cultura costarricense, he encontrado en este país gente muy cálida, muy respetuosa y deseosa de conocer más sobre Argentina. Siempre que digo que soy argentina, me responden: `mi sueño es conocer tu país´”, asegura emocionada.
“Descubrí que uno puede estar bien donde sea que viva, si se lo propone, que, a pesar de extrañar, hay que sacar siempre lo mejor de cada situación que se vive, para que todo sea un aprendizaje y una experiencia”, concluye.
*
Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
Más notas de Destinos inesperados
Más leídas de Lifestyle
Increíble. La NASA fotografió un “delfín” en la superficie de Júpiter y sorprendió a los científicos
“Estaba hecha un bollito, mojada y débil”. En una casa abandonada, la encontraron con dificultad para respirar entre los gatos adultos de una colonia
Para incorporar. Vivió más de 100 años y se la consideró como la “gurú del magnesio”: sus claves para la longevidad
De bajo costo. Los 10 trucos para eliminar de forma sencilla a los caracoles y babosas de tu jardín